Anarquismo y educación

– Artículo escrito en 1978 en la mítica Revista Bicicleta –

CárcelAnte todo, debo confesar que hace tiempo que ya no creo en la pretendida neutralidad de la educación. Pido sinceramente disculpas a los que se sientan golpeados por la rotundidad de tal juicio, pero es así. En nombre de la no-manipulación, del respeto a la sagrada conciencia individual y de otro montón de ideas semejantes de tono grandilocuente, he visto desfilar ante mi vista concepciones -y realizaciones- educativas tan dispares, que me he vuelto un escéptico a este respecto. Y creo una obligación moral -ética- dejar bien claro este presupuesto que, a los ojos de alguno, puede desmoronar el resto del discurso por bien articulado que esté -que puede no ser el caso-.

No hay educación neutral

Aunque mucho se haya hablado sobre la falsedad de las palabras, la propia contradicción de uno le lleva a hurgar en ellas. ¡Curioso vocablo ese de «educación»! Si hay que creer a su etimología, sería una mezcla de «educare» (criar, alimentar) y «educere» (conducir -con sentido de dentro hacia afuera-). Como se ve, la propia palabra reconoce implícitamente la manipulación, pues allá donde haya que conducir algo será necesario un conductor (y una dirección de marcha). Por otra parte, el alimentar supone utilizar unos elementos ya estructurados que se transmiten tal cual a otro cuerpo, que puede a su vez utilizarlos y recomponerlos dentro de unas reglas de funcionamiento que determinan las posibles incompatibilidades, con el fin de procurarse los propios elementos constitutivos.

No creo que esto sea para llevarnos las manos a la cabeza ni rasgarnos las vestiduras. No he profanado la virginidad inmaculada de la educación. Simplemente ocurre que la perdió hace mucho tiempo y que hoy en día es más una cortesana, que acompaña a cualquiera en sus propósitos, que aquella jovencita blanca y pura con la que soñábamos.

Hurgando en los libros de historia de la educación he encontrado abundantes argumentos que refuerzan mi escepticismo. Desde el mismo origen de las escuelas en Europa -surgidas en torno a núcleos eclesiales e incluyendo entre sus funciones la de evangelizar-, hasta los sistemas contemporáneos -sean de signo autoritario, caso Makarenko; sean decididamente antiautoritarios, caso Summerhill-, pasando por el «niño-bueno-por-naturaleza» rousseauniano y otros cientos de teorías, detrás de cada concepción educativa asoma la oreja una determinada concepción del hombre, la sociedad y la historia, un cierto sistema que podemos denominar «antropológico» utilizando esta palabra en un sentido amplio y más marcadamente ideológico que el habitual.

Y este cúmulo de ideas, visiones, concepciones, no siempre ni claramente conscientes, actúa como soporte inexpreso (en la mayoría de los casos) de una serie de planteamientos pedagógicos que se pretenden cientifícos, racionales, conformes a la naturaleza humana y al destino del hombre, neutrales, cuando la verdad es que van marcados desde su nacimiento por la impureza constitutiva de toda realidad.

De acuerdo con estos presupuestos, al estudiar las ideas pedagógicas mantenidas por los anarquistas y las experiencias que llevaron a cabo hay que tener siempre presente, como decorado de fondo, todo el sistema filosófico e ideológico acerca del hombre y de sus relaciones con el mundo en que se mueven si no queremos caer de nuevo en una visión idealista y angélica de la educación libertaria. Nuestro espíritu crítico nos debe hacer sobrepasar los calificativos que se otorga a sí misma de «científica», «neutra» y similares, y buscar por detrás para encontrar su lugar exacto dentro del panorama de los movimientos educativos y el compromiso en que está empeñada. Sólo así podremos desbrozar el campo de estudio y valorar sus aciertos y fracasos.

Ideario educativo del anarquismo

Sentadas estas bases, podemos pasar al núcleo esencial del discurso, que consiste en analizar las formas educativas propias del movimiento anarquista o libertario, observando cómo, con el paso del tiempo, han ido acomodándose a la configuración concreta de cada momento histórico, y del sistema «antropológico» de las personas o grupos que las sustentaron.

En realidad, no se puede hablar de una concepción educativa única en el anarquismo, igual que no existe un modelo anarquista, sino un conjunto de concepciones e ideas acerca del hombre y la organización social, que tienen un doble exponente común: primero, la convicción profunda de que sólo la libertad permitirá una sociedad justa y equitativa en que los hombres puedan desarrollarse; y segundo, el convencimiento de que sólo la libertad conduce a la libertad, que los fines y los medios son inseparables. Y esta idea, elevada a la categoría de Idea -con mayúscula-, con la carga mítica que encierra, irradia sobre todas las concepciones del movimiento que, así apadrinado, podemos denominar libertario. Por supuesto, esta irradiación alcanza plenamente a sus planteamientos educativos, que se ven teñidos de antiautoritarismo. La autoridad que hay que desterrar está encarnada fundamentalmente en dos instituciones: el Estado expropiador y la Iglesia domesticadora, auténticas «bestias negras» de la humanidad.

Ahora bien, sobre esta base común se edifican concepciones muy dispares. Hay dos tendencias generales y complementarias: una individualista, centrada en el sujeto humano, y otra societaria, que hace hincapié en el sujeto dentro de un colectivo.

La primera intenta conseguir la autonomía individual, dotando al hombre de todas aquellas armas -entre ellas, la capacidad de rebeldía- que le permitan defender celosamente su libertad personal. Ello permitirá al hombre madurar integralmente y conseguir su felicidad.

La segunda pretende ayudar por medio de una educación popular, de clase, a la autoorganización de¡ proletariado, cuya meta es la revolución social manumisora que acabe con esta sociedad injusta e implante el nuevo mundo «que llevamos en nuestros corazones».

En realidad, estas dos tendencias están siempre mezcladas, imbricadas, en los diversos autores y corrientes. Lo que ocurre es que al poner mayor o menor acento en una u otra, inclina a uno u otro extremo el fiel de la balanza.

Basados en estos planteamientos, surgen desde mediados del siglo pasado, dos tipos de instituciones mantenidas, inspiradas y dirigidas por libertarios:

– unas escuelas infantiles, donde los niños sean educados conforme a los principios e ideas fundamentales arriba expuestos;

– y un conjunto de instituciones educativas dirigidas al medio obrero, tales como bibliotecas, Ateneos, grupos artísticos, cursos de alfabetización, … encaminados a promover una conciencia de lucha entre los obreros y campesinos que les lleve a enfrentarse al capitalismo.

La educación de los niños y los jóvenes

La revolución social tan anhelada exige obviamente un tipo de persona diferente al producido en una sociedad opresiva. Las características fundamentales del «hombre nuevo» libertario se podrían resumir así: un hombre libre, autónomo, consciente de la injusticia reinante, que posee las armas para luchar contra ella y que, animado por un fuerte sentimiento de solidaridad, se asocia con otras personas para construir juntos un mundo libre, sin Estado, en que la justicia, la equidad y la verdad resplandezcan sobre la injusticia, la parcialidad y la mentira, sean individuales o colectivas. Sin un «hombre nuevo» será imposible construir una sociedad revolucionaria. Por eso es muy importante ir educando a las personas para que, al producirse el hecho revolucionario, se hayan desterrado los egoísmos burgueses y se puedan comenzar a organizar unas estructuras igualitarias. De aquí que se pueda hablar de la importancia concedida a la educación en el anarquismo.

A lo largo del siglo que va de 1848 al final de la Segunda Guerra Mundial, y siempre en los medios libertarios (1), hay tres calificativos que, sucesivamente colocados tras el término «educación», lo determinan y llenan de significado: el primero es «integral», el segundo -y casi simultáneo-, es «laica» y el tercero es «racionalista».

El calificativo «integral» aparece en los textos referentes a la educación de la AIT, en concreto, en los dictámenes correspondientes de los congresos de Ginebra (1866), Lausana (1867) y Bruselas (1868). En España, Trinidad Soriano presentó un proyecto importante sobre enseñanza integral al Congreso de Valencia (1872) de la sección española de la AIT. A éste último pertenece el párrafo siguiente, muy ilustrativo acerca de sus objetivos:

«Queremos la enseñanza integral para todos los individuos de ambos sexos en todos los aspectos de la ciencia, de la Industria y de las artes, a fin de que desaparezcan las desigualdades -en su casi totalidad ficticias- y que los efectos destructores que la división del trabajo produce en la Inteligencia de los obreros no vuelvan a producirse, obteniéndose entonces las únicas, pero positivos ventajas que esta fuerza económica encierra para la pronta y más abundante producción de las cosas destinadas a la satisfacción de las necesidades humanas.»

El párrafo es suficientemente expresivo. Paul Robin desarrolla, en Campuis, una experiencia muy valiosa de educación integral entre 1880 y 1894, que es sin duda un ejemplo vivo de las ideas internacionalistas.

El calificativo «laica» no es patrimonio exclusivo de los libertarios. La burguesía ilustrada de los países europeos había presionado para la implantación de una escuela oficial liberada de la tutela eclesiástica. Este deseo se convierte en realidad en algunos países, como Francia, a partir de la segunda mitad del siglo XIX. En España, la mayor presión de la Iglesia sobre las estructuras del Estado impide una liberación efectiva. Por eso, el laicismo escolar se convierte en bandera de lucha y se radicaliza. Son los masones, algunos republicanos y los anarquistas los que defienden esta idea en los últimos años del s. XIX y primeros del XX. Se entabla una lucha frontal contra la Iglesia, que tiene un peso específico enorme en las instituciones educativas. Pero ya a comienzos de siglo, algunos anarquistas españoles rechazan el laicismo burgués que, si bien prescinde de la intervención de la Iglesia en la escuela, no hace una crítica del papel adaptador a las estructuras sociales que realiza la educación, aunque se llame laica. Es el caso de Anselmo Lorenzo y Francisco Ferrer.

El calificativo «racionalísta» surge fundamentalmente en España, con Francisco Ferrer Guardia. Es adoptado sin reservas por el anarcosindicalismo español, que llama así a las escuelas que funda hasta 1939. Es el propio Ferrer el que lo ilustra claramente:

«Hay que señalar que la misión de la Escuela Moderna no se limita a hacer desaparecer de los cerebros los prejuicios religiosos. Si éste es uno de los que más se oponen a la emancipación intelectual de los individuos, no es por su desaparición pura y simple como obtendremos una humanidad libre y feliz. Se puede concebir, en efecto, un pueblo sin religión y sin embargo sin libertad.

La Escuela Moderna pretende combatir los numerosos prejuicios que hacen difícil la emancipación total del individuo, y para ello ha adoptado el racionalismo humanitario que tiene por objeto inculcar a la infancia el deseo inquieto de conocer el origen de todas las injusticias sociales, con el fin de que, una vez conocidas, pueda combatirlas e impedirlas.»

Este mismo trasfondo ideológico es el que hace que, en general, los anarcosindicalistas españoles rechacen la educación oficial y descarten la idea de utilizar la escuela pública como lugar de difusión de sus planteamientos, como pudieron hacer los socialistas que, en última instancia, aceptan la necesidad de un Estado y de todas sus instituciones. El único momento en que toman parte en la estructura educativa oficial es durante la guerra civil, propugnando la Escuela Nueva Unificada.

La educación revolucionaria de los trabajadores

Por otra parte, y siempre en el caso español, junto a la sede de cada sindicato se establecía un Ateneo Libertario, con clases nocturnas para adolescentes y adultos, con una biblioteca mejor o peor nutrida, con un grupo artístico y/o teatral, en fin, todo un complejo cultural propagandístico cuya finalidad era la de contribuir a la necesaria educación revolucionaria de las clases trabajadoras. Todo esto, mantenido con los fondos aportados por los afiliados, lo que suponía en algunos casos un considerable esfuerzo. Todas estas realizaciones educativas estaban basadas en la idea subyacente de que el Sindicato, más que un organismo de reivindicación laboral, era el germen organizativo de la sociedad libre del futuro. Y esto llenaba de energías a unos trabajadores cuya vida no era ciertamente fácil.

La labor educativa realizada fue indudable, como se pudo ver en el momento revolucionario de julio de¡ 36. Aquellos acontecimientos sirvieron para valorar el grado de conciencia y formación de los trabajadores españoles. La puesta en marcha de un vasto programa de transformación social fue el mejor indicador de la efectividad de la labor realizada.

La derrota en la guerra supuso para el movimiento anarquista español la vuelta -una vez más, y duradera- a las catacumbas. Otras preocupaciones ocuparon el primer plano de la atención de sus militantes (desde cómo salvar el pellejo hasta cómo acabar con el régimen instaurado). Los esfuerzos educativos realizados en otras épocas pasaron a un segundo plano. Por otra parte, la rígida censura franquista borró por todos los medios posibles de la memoria colectiva el recuerdo de tales afanes e ilusiones. La noche cayó sobre España.

Perspectivas actuales

No creo que hoy en día pueda hablarse de educación específicamente anarquista ya que, por un lado, no existen potentes organizaciones capaces de emprender una tarea educativa de envergadura y, por otra parte, la educación ha sido progresivamente concentrada y monopolizada por los distintos Estados en la historia reciente. Así, las experiencias que se autodenominan anarquistas no dejan de ser un número escaso y que ocupan un lugar marginal, aunque en ocasiones puedan ser muy interesantes y ofrecer un testimonio de libertad frente a la creciente manipulación estatal.

Pero en cambio, si se percibe un cierto espíritu libertario en bastantes movimientos educativos contemporáneos y en numerosas personas dedicadas a la educación. Hay un interés indudable en proteger al niño de la manipulación, el dogmatismo y la arbitrariedad, en desterrar el autoritarismo de las relaciones educativas y en favorecer el desarrollo de la autonomía individual. Y creo que no es pretencioso decir que este espíritu recibe la herencia y la tradición anarquistas en sus diversas versiones. En efecto, aunque sistemáticamente reprimidas por el Poder al que atacan, las ideas libertarias han ido dejando su huella en el subconsciente -y consciente- colectivo, y afloran en las circunstancias actuales en que se hace evidente el creciente y desmesurado poder de los omnímodos Estados sobre las personas que los padecemos.

En la escuela de Summerhill y todas las demás escuelas «summerhillianas» de Inglaterra y América se respira una concepción de la libertad muy cercana a la que mantuvieran los anarquistas individualistas anglosajones, de los que Neill recibió influencias más o menos indirectas.

También la «New Left» americana ha difundido ideas educativas que se llaman así mismas libertarias, que plantean una nueva relación educativa en la que se borran las diferencias entre maestros y alumnos, donde todos aprenden y enseñan, cada uno desde su peculiar situación. Son ejemplos de esta corriente Paul Goodman y George Dennison.

Las ideas de Ivan Illich y Everett Relmer sobre la «desescolarización» tienen relación con los planteamientos libertarios de una educación al margen de instituciones superfluas y desfasadas, en el marco de las comunidades naturales en que se desenvuelven las personas.

El movimiento de «Pedagogía Institucional» francesa reclama la autogestión como base de la organización educativa, devolviendo a los educandos la capacidad de decisión sobre los asuntos que les atañen. También Gerard Mendel, desde perspectivas diferentes, proclama la «descolonización del niño».

Los distintos movimientos de «Escuela Cooporativa» también tienen resonancias autogestionarias -al menos en algunas de sus versiones- que las aproximan al universo libertario. En general, valoran la autoorganización infantil como principal estímulo educativo y posibilitan el tanteo y el aprendizaje por el error, dejando que el niño ejerza su libertad (2).

Todo este conjunto de experiencias de pedagogía libertaria profundizan en las ideas básicas que sobre la educación han defendido siempre los anarquistas. Un éxito notable que han conseguido es el de superar el nivel apriorístico de muchos ideólogos ácratas aportando datos comprobados empíricamente y valorando críticamente sus resultados. Y creo que sintonizan con tales planteamientos por tener una concepción «antropológica» (en el sentido que indicaba antes) muy cercana al universo cultural anarquista. Suponen una actualización de sus planteamientos y pueden ser el germen de un movimiento más amplio de educación libertaria.

Notas

(1) Prefiero utilizar este término porque así se pueden incluir aquí las aportaciones de personas que, si bien no se sintieron englobados en los términos «ácrata», «anarquista» o similares, contribuyeron a agrandar el conjunto de ideas educativos basadas en la libertad radical de la persona que se convirtieron en patrimonio común del anarquismo (como puede ser el caso de Tolstoi). Además, y esto pertenece a otro nivel de consideraciones, detesto las exclusiones basados en la estrecha adscripción a tal o cual «corriente» del tipo que sea. La riqueza (o pobreza) de cada universo personal no se recoge en uno o dos calificativos. Reivindico como libertario todo lo que estimula o defiende la libertad, y no lo que se autocalifica como tal. No es oro todo lo que reluce.

(2) Que quede bien claro que no pretendo hacer una reducción simplista reivindicando para el anarquismo movimientos que no son encajables sin más ni más, en su seno. Pero me perece indudable que ciertas ideas pedagógicas actuales tienen su antecedente en las realizaciones anarquistas de comienzos de siglo o en los escritos de los teóricos ácratas. Y además, todos estas aportaciones contribuyen a ensanchar el campo de la libertad, dando armas más perfeccionadas y ofreciendo análisis más profundos a todo aquél que se planteo el camino de una educación liberadora. Y de ahí su indudable interés.

Alejandro Tiana
http://www.almeralia.com/bicicleta/bicicleta/ciclo/12/21.htm
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