Bakunin: nacionalismo, Estado y religión

Un viejo profesor universitario afirmaba que desde los omeyas del Califato de Córdoba no se habían producido aportaciones tan importantes en materia de riego como las que entonces trajeron a la  península ibérica.

De igual modo podríamos afirmar que la gran conformación de lo que conocemos por anarquismo hoy en día fue hecha  por el revolucionario ruso  hace  ahora doscientos años.

Con sus aciertos  y sus errores, como todo ser humano que se expone, duda y elige lo que entiende como  la  mejor opción, Bakunin no es un pensamiento ni una acción estática iluminada por la voluntad de un dios. Como muchos otros que le precedieron y le sucederán (Berkman, sin ir más lejos), la confrontación de las ideas y la exposición práctica pulirá alguna de sus aristas y otras quedarán para ser revisadas por las siguientes generaciones. Una de las principales es la visión que tiene de la cultura, utilizada por muchos para justificar la existencia del Estado. La realidad política de una Europa desangrada en guerras que prepara la próxima, hace al padre del anarquismo interpretar como salida una unión de los pueblos eslavos, que ha sido utilizada en ocasiones  dentro  del mundo libertario  como referencia autorizada para justificar el apoyo al nacionalismo actual. Pero esa no es la última palabra que Bakunin pronunció en torno a la cuestión nacional, sino que, muy al contrario, supo vislumbrar poco tiempo después la trampa que encierran los llamados «hechos diferenciales».

Nacionalismo

En los trabajos de una etapa de su vida sobre esta cuestión Bakunin afirmaba que «cada pueblo y hasta la más  pequeña unidad étnica o tradicional tiene su propio carácter,  su específico modo de existencia, su propia manera de hablar, de sentir, de pensar y de actuar; y esta idiosincrasia constituye la esencia de la nacionalidad, resultado de toda la vida histórica y suma total de las condiciones vitales de ese pueblo». En expresiones como esta se han quedado quienes por encima de todo proyecto político tienen como objetivo la independencia de «su nación»  a través de la creación de un Estado propio, con ciertos adornos de izquierdas, y quienes teorizando desde la vida sin Estado también ven con buenos ojos la independencia de un territorio uniformado culturalmente. Pero incluso en esta época, Bakunin dice también que «deberíamos situar la justicia humana universal sobre todos los intereses nacionales.

Y abandonar de una vez por todas el falso principio de la nacionalidad, inventado recientemente por los déspotas de Francia,  Prusia y Rusia para  aplastar  el soberano principio  de la libertad». Incluso entonces, defendiendo el derecho de las naciones a desarrollarse sin injerencias, Bakunin entiende esa libertad como «corolario» de la libertad del individuo responsabilizándose de sus decisiones, y no como principio por encima de ésta, que es lo que siempre acaba sucediendo. Esa sana y natural casi obsesión por la libertad individual por encima de las construcciones políticas, clara influencia o afinidad con Stirner, le va a llevar a identificar las construcciones nacionales más con el problema que con la solución, y con el paso de los años defenderá claramente esta postura, contraria a la delimitación de los territorios en función de los dictados de la burguesía y de la fuerza demostrada mediante la guerra.

El Estado

A partir de su salida de prisión y hasta el final de sus días se expresa ya de esta forma: «El Estado es el hermano menor de la Iglesia, y el patriotismo, esa virtud y ese culto del Estado, no es otra cosa que un reflejo del culto divino… el Estado ha sido siempre el patrimonio de una clase privilegiada… pero para el bien del Estado es preciso que haya una clase privilegiada cualquiera que se interese  por su existencia, y es, precisamente, el interés solidario de esta clase privilegiada, lo que se llama patriotismo… El elemento fisiológico es el fondo principal de todo patriotismo, sencillo, instintivo y brutal». Para redondear el engaño ese interés solidario de la clase privilegiada se hace pasar por interés popu- lar equiparando el interés de las gallinas del corral con el de su amo que se las come, bajo la falaz premisa de que todos constituyen ese corral.

Como vemos Estado, Nación y Religión, van de la mano para Bakunin y desde entonces para todos aquellos que identificados con el anarquismo han bebido de su programa. Y van de la mano porque Bakunin entiende que esa forma política de organizar la sociedad tiene un carácter fundamentalmente autoritario, y por tanto represivo más tarde o más temprano de toda libertad.  El instinto de conservación del poder será lo que lleve a Bakunin a desconfiar de la teoría marxista del fin de las estructuras del Estado en la última etapa revolucionaria. Bakunin habla del Estado como un «inmenso  cementerio donde,  […] se dejan inmolar y sepultar generosa, mansamente, todas las aspiraciones verdaderas, todas las fuerzas vivas de un país», y advierte tempranamente de la tendencia a acentuar su carácter totalitario.

Incluso en etapas de menor presión  sobre los individuos, como pudieran hacer creer las democracias burguesas, Bakunin desconfía también de los lobos con piel de cordero: «en lugar de ser garantía para el pueblo, el sistema  representativo crea y garantiza la existencia permanente de una aristocracia gubernamental opuesta al pueblo». Dice el revolucionario ruso del sufragio universal que no es más que una trampa tras la cual «se esconde el poder  realmente despótico del Estado, cimentado en la banca, la policía y el ejército», «un medio excelente para oprimir y arruinar a un pueblo en nombre y so pretexto de una supuesta voluntad popular».

La religión

Es la realidad material lo que antecede a las ideas y por tanto es la construcción estatal como  forma de gobierno la que se ve en la obligación de buscar justificación a su existencia despótica tanto en un pasado idealizado de origen y costumbres comunes (nacionalismo) como en el tercer elemento imprescindible: la religión.

En Federalismo, Socialismo y Antiteologismo, Bakunin bebe de los grandes ateos y anticlericales ilustrados para afianzar su carácter antiautoritario negando la mayor.  Si se pretende libertar la humanidad de toda autoridad coercitiva, es fundamental acabar con la fuente primigenia de la autoridad, es decir la idea de dios. Esta voluntad  de ser ateo si se quiere ser libre, que  comparte con Stirner, ha sido uno de los pilares centrales del movimiento libertario a pesar de los intentos fantasiosos de ver en el cristianismo o incluso en el islam puntos comunes que pudieran convivir.

Pocas veces se encontrará una deducción tan sintética y clara como la que el revolucionario ruso presenta en Federalismo, Socialismo y Antiteologismo:

«A menos pues, de querer la esclavitud, no podemos ni debemos hacer la menor concesión a la teología, […] el que quiere adorar a dios debe renunciar a su libertad y a su dignidad de hombre: Dios existe, por tanto el hombre es esclavo. El hombre es inteligente, justo, libre, por tanto dios no existe. Desafiamos al que sea capaz de salir de este círculo».

No podemos trivializar la herencia intelectual y ejemplar que recibimos de Mijail Bakunin sobre los aspectos  mencionados si queremos honrar su memoria  en los justos términos que  merece. Y, sobre todo, cuando habiendo pasado 200 años de su nacimiento vivimos un momento histórico en que sorprende la vigencia de las ideas por las que luchó toda su vida.

Julio Reyero
Fuente: Suplemento Bakunin.pdf del Periódico CNT 413 – Julio 2014.pdf
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