La visión anarquista de Urales

UralesVamos a echar un vistazo a lo que pensaba uno de los mejores teóricos del anarquismo español, Federico Urales, seudónimo de Juan Montseny. La descripción que hizo de las «ideas» era simple y concreta, «igualdad de bienes y libertad individual, dentro de la libertad colectiva», una definición que consideraba inmutable, constantemente enriquecida, pero inmutable en la sencillez de su esencia. Su idea del anarquismo era inseparable de los valores humanos, se trataba de la solución más justa para los males de las sociedades «modernas» (Urales vivió en la crucial etapa que abarca el último tercio del siglo XIX y más allá del primero del siglo XX). Se trataba de liberar a todas las clases, en un intento claro de alejarse de otras concepciones socialistas que observan al proletariado como el «sujeto» protagonista de la revolución, con especial atención a los más oprimidos. El gran obstáculo para las prácticas sociales más bellas lo constituye, según Urales, el «principio de autoridad»: enemigo de toda igualdad y de toda libertad. La autoridad era la responsable de la «desigualdad de bienes», y está convertía en necesaria la autoridad con el objetivo de defender la desigualdad.

Su idea de revolución social implicaba acabar con el principio de autoridad. En caso contrario, si se sacrifican las ideas anarquistas para la acción revolucionaria, supondría que el ciclo volviera a empezar y fuera necesaria otra revolución. Los primeros autores anarquistas de gran influencia, Proudhon y Bakunin, ya consideraron que la igualdad económica sin la anarquía (es decir, con el principio de autoridad intacto) sería imposible. El francés y el ruso son los primeros que establecen un anarquismo «práctico», en el sentido de convivencia social y cambio. Pero Urales observaba una evolución dentro del anarquismo: el socialismo extraño e inconexo de Proudhon había dejado paso al colectivo de Bakunin, más consciente y depurado, para finalmente imponerse en el movimiento libertario la idea del comunismo libertario defendida por Kropotkin, Reclus, Grave, Malatesta o Malato. Esta evolución quería ser vista como un permanente enriquecimiento en el que las ideas inmutables de negar toda autoridad y toda política permanecían intactas. Hay que matizar aquí, como tantas veces, la terminología empleada: «autoridad» se identifica con todo centralismo, con la dominación política que supone el Estado o la explotación económica del capital; a su vez, la concepción de «política» es vista como limitada a la gestión de los asuntos del Estado. Que ésta fuera la visión de Urales, y de tantos otro anarquistas del pasado, no supone que el lenguaje evolucione y adopte un sentido más amplio identificado con la realidad que supone la práctica humana. El trabajo era visto como un elemento liberarador y la concepción comunista, según la anarquía, supondría la abundancia productiva.

Pero Urales quiera salvar la independencia del individuo frente al interés de la colectividad. Tal idea de predominancia de la subjetividad es vista con raíces kantianas y continuada en grandes pensadores como Stirner o Nietzsche, pero Urales la identifica con el anarquismo si es protegida de desviaciones morales o actitudes decadentes inadmisibles. Los auténticos «individualistas» son aquellos que no buscan coartadas en la influencia del medio ni establecen su subjetividad por encima de cualquier cosa. Si el anarquismo es libertad, independencia y carácter, también es amor y humanidad. El ideal de comunismo, si no pone ante todo la independencia de cada individuo, no puede ser identificado con el anarquismo. Si colectivismo y comunismo fueron objeto de disputas dentro del movimiento libertario, la que se produce entre comunismo e individualismo será una tensión constante para enriquecer al anarquismo. Urales, junto a Tarrida, Lorenzo o Mella, lucharon para lograr la armonía en esa tensión: los comunistas anarquistas actuarían en las organizaciones obreras, los individualistas permanecerían en una esfera propia o actuarían en grupos de afinidad. No puede encorsetarse el anarquismo poniéndole un adjetivo, se negaría entonces cualquier otra práctica libertaria que suponga una sociedad de hombres y mujeres libres.

La tesis anarquista de Urales supone el individuo contribuya a las necesidades comunes, dedicándolas una parte de sus actividades, y que a su vez la comunidad contribuya a la libertad de ese individuo, dejando libertad a los productores para dedicarse también a la artes, las ciencia o a las actividades económicas que más aprecien. El precio para el goce individual es una pequeña contribución de cada persona a los intereses comunes. Era un tiempo en que se observaba el progreso tecnológico como liberador, la máquina se encargaría de realizar las tareas menos agradecidas. La superación de las clases y el bienestar económico solo podría lograrse contribuyendo todos como productores y combatiendo que se generaran «liberados», como ocurría en los partidos políticos y en otros movimientos socialistas o sindicalistas. Al mismo tiempo, Urales reclamaba inteligentemente otra «tensión» en el movimiento anarquista, la que produce la organización frente a las necesarias ideas y creatividad, sin que predominen una sobre las otras. El materialismo envilecedor, que supone la rentabilidad económica como un fin en sí misma, era un peligro que dejaba en un segundo plano el bien del ideal. Urales se distanciaba de toda crítica a la organización obrera de influencia libertaria, que también buscaba el beneficio inmediato para los trabajadores, y donde la enfocaba con fuerza era en un sindicalismo doctrinario que pretendiera planificar la sociedad futura y que cayera en alguna suerte de jerarquía. Una vez más, se reclama una especie de «esencia» libertaria que se mantenga a salvo de revisionismos posibilistas, por un lado, pero atenta siempre a una evolución enriquecedora. Sin entrar en disquisiciones filosóficas que observan todo esencialismo como antipático, no deja de tener razón Urales: la anarquía, en el plano teórico, constituye un ideal humano que debiera ser observado de manera rigurosa en los medios. En caso contrario, es posible que exista algún beneficio aparente, inmediato o extendido en el tiempo, para la humanidad, pero debiéramos ser cautos para calificarlo de anarquismo (como práctica que busca la consecución del ideal). Es una visión radical que se mantiene a salvo de fanatismos, al menos para los que conocen bien las ideas anarquistas: la libertad y la dignidad del ser humano (de cada ser humano) no se posponen, en ninguna circunstancia (algo que debiéramos aprender de la historia), para una supuesta sociedad futura.

Volviendo al término «política», si lo entendemos como arte de gobernar o como gestión del Estado, resultaba francamente rechazable para el anarquista y para esa «esencia» del anarquismo. Otra cosa es que el lenguaje, como algo mutable y propio de la deliberación humana, otorgue un sentido más amplio a la política, y quepa en él una concepción que observe el anarquismo. Es decir, una polis sin Estado, que se dé a sí misma sus propias normas sin ningún tipo de centralización ni de dominación. En ese sentido, el anarquismo puede ser objeto de una nueva evolución enriquecedora y no tiene por qué calificarse a sí mismo de «antipolítico». Dentro de los «principios inmutables» del anarquismo se encontraría negar derecho alguno a utilizar la fuerza y garantizar, por el contrario, el derecho incondicional a la vida y a la libertad. Cualquier revolución, según Urales, que se establece por la fuerza lleva en sí el germen de un nuevo proceso revolucionario. De nuevo se adopta un lenguaje, en mi opinión limitado a la época: lograr esa revolución sería acabar con el «derecho» (la ley jurídica, la impuesta por el Estado) y hacerlo también con la «propiedad privada» (identificable con la renta del trabajo ajeno). Urales tiene una fe inquebrantable en una armonía social que imite la que existe en la naturaleza, es el respeto a unas leyes naturales presente ya en Bakunin. Pero si esta visión de la naturaleza, y de la ciencia como el establecimiento de lo que es más beneficioso en ella, es propia del anarquismo decimonónico, podemos de nuevo ser críticos extendiendo al mismo tiempo el concepto de «armonía social». Esa armonía puede ser enriquecida combatiendo también toda «verdad» científica, susceptible siempre a ser cuestionada, el establecimiento de la cual ha estado no pocas veces al servicio de la dominación más que con intenciones emancipadoras. Podemos ser igualmente muy críticos con la idea de «progreso», fe inquebrantable para el anarquismo desde sus orígenes, pero conservando la lucidez de valorar los logros humanos y tratar de buscar las práctica para dirigirnos a un mundo mejor (mezcla de deseo y acción que nunca podrá sernos arrebatada).

Capi Vidal
http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/2010/01/la-vision-anarquista-de-urales.html
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