Entre límites, responsabilidad, delegación y participación

En una perspectiva libertaria, cambio social y cambio individual deben acompañarse sistemáticamente. Y la cuestión de la delegación se sitúa en el centro. Para vivir hoy un posible futuro.

Escribía el anarquista Gustav Landauer: “El Estado no es algo que se pueda destruir con una revolución; es una condición, una relación entre seres humanos, un modo de comportarse. Puede ser destruido contrayendo otras relaciones, comportándose de manera diferente”.

Esta advertencia, que no excluye en absoluto la necesidad de una revuelta social radical, se cifra directamente en una serie de responsabilidades. Sobre todo a no huir del deber, si queremos verdaderamente cambiar a fondo lo existente, asumir en nuestras relaciones cotidianas una postura diferente y más coherente, que lleve a cabo los principios y los sueños que cultivamos. Demasiadas revoluciones en la historia han intentado fundar un mundo nuevo para después materializarse en sistemas opresivos al menos tan malvados como los que se habían propuesto sustituir.

Me parece incuestionable el hecho de que, con una perspectiva libertaria, cambio social y cambio individual deban ir juntos por sistema. Por tanto, la advertencia de Landauer nos obliga a pensar en una manera diferente de estar con los demás, una visión más compleja y dinámica del proceso de cambio, a proyectar un mundo diferente viviéndolo aquí y ahora, sin esperar virtudes catárticas que caractericen la revolución como un acontecimiento. Como declaraba Alexander Herzen: “Un fin infinitamente remoto no es de hecho un fin, es un engaño”.

Responsabilidad es sin duda una palabra clave si se aceptan estas premisas. Ser responsables significa asumir todos los contenidos que la palabra ofrece, quiere decir recuperar los diferentes significados que encierra responsabilidad: respondeo (empeño y promesa, garantizar), rem-ponderare (capacidad de valorar, ponderar), responsare (resistir, contrastar), recipere (responsabilidad sin culpa, gestión social del riesgo, la atención se a la víctima a la que se protege). Todos estos significados conducen, como puede verse, a la intersubjetividad y a la reciprocidad.

La ética de la responsabilidad va más allá del simple respeto (dejar ser al otro), es responder de (que tiene un valor activo). En una perspectiva libertaria es un continuo traslado, una búsqueda de equilibrio nunca definitivo, entre la ética basada en la convicción (respeto a los principios) y la ética de la responsabilidad (atenta a las consecuencias).

Pero delegar es (a veces) inevitable

Actuar responsablemente significa por tanto, como repetía Paul Goodman, “trazar el límite”: no atravesar niveles inaceptables de compromiso (saber decir no, no estoy de acuerdo, desobedezco), pero también reconocer un límite objetivo, insuperable aquí y ahora (lo que no significa para siempre); prácticamente quiere decir no reconocerse en quien asume el límite en modo tradicionalista pero tampoco en quien lo niega en nombre de la permisividad. Ambas perspectivas colocan el límite en el mismo saco; no distinguen. Sin embargo se trata de dos tipos de límite cualitativamente muy diferentes entre sí: uno que podemos definir como agresivo, el otro como defensivo. Los límites agresivos los fijamos a los demás (con la excusa o la motivación de protegerles), son impuestos, no pueden justificarse con el pretexto de la legítima defensa, tienen que ver con las relaciones de dominio y no con el derecho (justicia). Los límites defensivos se eligen, y los ponemos para defendernos, para protegernos de la usurpación de cualquiera (legítima defensa); no contradicen la igualdad de derechos. De hecho, la protección no debe conducir a una restricción de los derechos sino a sugerir y proponer medios de prevención suplementarios. Responsabilidad, límite, palabra y conceptos importantes para quien quiere cambiarse a sí mismo y al mundo.

La principal y más practicada fuga de la responsabilidad llega a través del ejercicio sistemático de la delegación. Delegar la propia responsabilidad significa sobre todo confiar a otros el propio derecho-deber de decidir, o sea de abdicar la propia autonomía. A través de una delegación sistemática la sociedad acaba privando a los individuos que la componen de su propia libertad y sobre todo de su propia autonomía. La delegación es nociva y alienante porque sistematiza un proceso de privación, de abdicación, de renuncia, de huida de la responsabilidad. Se nutre no solo de mecanismos evidentes de dominio y de poder (poder de hacer) sino también de costumbres y de hábitos que se convierten en parte integrante de la personalidad específicamente propia. La delegación niega el poder positivo e irrenunciable (poder de hacer) sobre todo en una dimensión y perspectiva libertaria.

Delegar es (a veces) inevitable incluso desde un punto de vista libertario, pero esta función debe extinguirse con el fin del mandato específico en torno al que ha sido de vez en cuando pensada y realizada. Sobre todo debe concretarse sin que pueda generar ningún privilegio de posición y acabarse inmediatamente dentro del horizonte exclusivo del mandato. A menudo en nuestra sociedad, tanto la responsabilidad como el concepto de límite o el de la delegación, se instrumentalizan con fines de consolidación del dominio. Debemos, por el contrario, reapropiarnos del significado más auténtico y profundo de estos conceptos, que ninguna sociedad, sobre todo si es de carácter libertario, puede obviar.

Si, como decía Aristóteles…

Ser responsables, marcar los límites, delegar, no son conceptos antitéticos en una visión anarquista; lo son en una perspectiva y en una práctica autoritaria. Los tres elementos que constituyen una postura libertaria no pueden separarse, no deben ser separados sino mantenidos en estrecha relación. La misma e importante obra de clarificación se hace en torno al concepto de participación. Nunca como ahora se nos solicita tan a menudo para participar desde cualquier ángulo y aspecto de la vida social.

Pero, ¿qué significa? ¿En qué debemos participar? ¿Cómo y de qué manera? ¿Qué entiende, o mejor, sobreentiende, la participación? ¿Sabemos realmente qué significa este verbo? Participar en estas opciones que la sociedad nos pide, en realidad puede de hecho significar interpretar parte de un guion escrito y dirigido por otros, valorar y aceptar un dato definido de hecho y justificado como inevitable y no modificable. La participación es hoy sobre todo un mecanismo cuyo objetivo es llevar a su terreno el mayor número posible de personas en provecho de una empresa o de una decisión asumida con anterioridad. Pero si esto es cierto (obviamente no faltan ejemplos) no se trata de renunciar a este concepto sino de revalorizarlo en un sentido más auténtico y original.

Denunciar una forma ilusoria de participación quiere decir, coherentemente, aclarar la naturaleza más auténtica y positiva en una perspectiva libertaria. Si, como decía Aristóteles (y no solo él), somos (también) animales políticos (habitantes de la polis) y porque nos realizamos como humanos en cuanto que discutimos con los demás sobre las condiciones de nuestra vida en común. Esta práctica de con-división social no puede agotarse en un aspecto (por ejemplo, el voto) sino que debe ser una realidad continua y sistemática, practicada y practicable sistemáticamente, tanto que se convierta en costumbre (ethos). Participar significa tomar parte, pero también contribuir y beneficiar. Tomar parte se diferencia de formar parte: el primero es un modo de participar que se escoge y se limita al objeto escogido, el segundo es el resultado de opciones y condiciones en las que se llega incluso a prescindir de la propia voluntad (por ejemplo, formar parte de una familia).

Participar quiere decir también contribuir, concepto no contenido en lo precedente: puedo tomar parte en una conferencia sin participar activamente (contribuir). Este aspecto evidencia una dinámica interactiva, que permite que quien contribuya se integre activa y continuamente en una historia común. Beneficiar significa poder utilizar y controlar los bienes comunes, poder formar parte activa no solo de la creación sino también de la utilización de los recursos que se han creado juntos. Como se ve, hay múltiples significados atribuibles al término participar que en una perspectiva libertaria van juntos y relacionados estrecha e indisolublemente con los otros conceptos expuestos más arriba.

La postura anarquista en una sociedad no anarquista no puede, a mi modo de ver, prescindir de interrogarse continuamente sobre ciertos temas, y sobre todo no puede eximirse de experimentar formas diversas de relación aquí y ahora.

Estas prácticas son las únicas posibilidades que tenemos de prefigurar un mundo diferente a partir de cada uno de nosotros en relación con los demás.

Francesco Codello

Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, septiembre de 2018

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