Anarquía y ecologismo

El problema principal con cualquier debate sobre el movimiento ecologista es que no existe como un solo cuerpo de ideas. En lugar de eso, tanto individuos como organizaciones sostienen un rango de posiciones desde el anarquismo a través del espectro político hasta las ideas influidas por el fascismo. Cualquier término, ambientalismo, ecologismo, etc. Son definiciones muy vagas de unos amplios cuerpos de ideas y prácticas, probablemente incluso más amplios y más vagos que el socialismo.

Por eso no deberíamos crear una falsa elección entre anarquismo y ecologismo sino más bien deberíamos preguntarnos qué tipo de teoría y acción ambiental deberíamos favorecer los anarquistas y por qué cualquier ecologista también debería ser un anarquista de lucha de clases.

Hay un buen argumento que algunos de los primeros anarquistas, en particular Kropotkin, fueron los creadores de alguna de las ideas de base comunes a la teoría ecologista radical de hoy. Del mismo modo algunos anarquistas de hoy, como Murray Bookchin, tienen una influencia extendida en la teoría ecologista moderna. Esta conexión histórica y actual es probablemente por la que muchos activistas ecológicos radicales ya se definen como anarquistas.

Por otra parte hay gente que se autodenomina ecologista con la que no tenemos nada en común y que nos debería desagradar al igual que otros políticos y movimientos reaccionarios. Un problema importante con el movimiento verde es que los elementos progresistas a menudo fracasan seriamente en distanciarse de los elementos reaccionarios. Esto puede contrastarse con el deliberado distanciamiento insinuado en el lema: «ni izquierda ni derecha sino verde».

Puede lograrse una comprensión simplificada del rango de ideas verdes si imaginamos dos ejes de teoría de protección del medio ambiente y sus prácticas: tácticas de organización (de la acción directa al parlamentarismo de líderes) y motivación (del misticismo misantrópico al materialismo humanista).

La intersección entre las tácticas del líder/parlamentario y el misticismo misantrópico es actual e históricamente inútil en el mejor de los casos y a menudo excesivamente peligrosa por dar cobertura a tendencias políticas profundamente reaccionarias. En Alemania en 1920, por ejemplo, existía una organización de masas llamada Sangre y Suelo que representaba justamente tal combinación. En 1923 su propaganda decía: «En cada alemán tiembla un bosque con sus cavernas y sus barrancos … es la fuente de la esencia alemana, del alma alemana». Para 1939, el sesenta por ciento de sus afiliados de las principales organizaciones para la «protección de la naturaleza» se había unido al Partido Nazi (comparémoslo con el diez por ciento de toda la población masculina que lo hizo).

En 1942, Himmler usaría el «ambientalismo» como justificación para la anexión de Polonia escribiendo: «El campesino de nuestra estirpe racial siempre ha buscado cuidadosamente aumentar los poderes naturales de la tierra … y preservar el equilibrio de toda naturaleza. … Si, por consiguiente, el nuevo Lebensraum () va a convertirse en una tierra natal para nuestros colonos, entonces el planeado acomodamiento del paisaje a lo más cerca de la naturaleza es un prerrequisito decisivo». Esto no es, por supuesto, decir que todos los ecologistas son fascistas, ni mucho menos, pero no puede asumirse con toda seguridad que son automáticamente progresistas.

Secciones del movimiento verde hoy en Alemania han resucitado a alguno de los teóricos del Sangre y Suelo. Esto no se debe interpretar como que todos los ecologistas son o se convertirán en fascistas, lejos de eso, pero debería quedar claro que la etiqueta de «ecologista» no es garantía de política progresista en otras áreas.

El ala del ecologismo que está más abierta al anarquismo es la intersección o combinación opuesta, la de la acción directa y el materialismo humanista. Se basa en la comprensión de que el medio ambiente es importante porque es donde nosotros vivimos. Así es que no podemos escapar a las consecuencias de la degradación ambiental. Esta comprensión se complementa con la acción para proteger el ambiente basada en la acción directa contra la contaminación, etc. antes que confiar en un «impuesto verde» u otras nuevas leyes para salvar la tierra.

Muchos de estos ecologistas ya usan la etiqueta ‘anarquista’ para distanciarse del respetable reformismo de los partidos verdes. Pero otros han venido al anarquismo porque hay una lógica distinta y poderosa entre ellos y nosotros.

El anarquismo trae al ecologismo una explicación sobre la degradación del medio ambiente, que no es otra que la persecución de beneficios por poderosos intereses sobre los cuales ejercemos poco control en la sociedad actual. Tiene poca importancia para un anarquista si estos poderosos intereses son las clases dirigentes privadas de Europa occidental o los burócratas estatales que previamente dominaron Europa oriental y que todavía controlan grandes secciones de la economía a nivel global.

Para resumir, como anarquistas somos conscientes de que estamos condicionados por el medio ambiente para existir, somos conscientes de que el poder, ya esté basado en la industria o en el Estado, desea destruir grandes territorios para alcanzar más poder y beneficios. Finalmente, somos conscientes de que la única forma de detener al poder es la acción directa contra sus proyectos a corto plazo y un cambio revolucionario de la sociedad a largo plazo.

Sin embargo, hay otro elemento común con el ala radical o progresista del movimiento ecologista. Para muchos, los métodos utilizados también representan una forma de escape a la miseria de la vida diaria bajo el capitalismo. Esta actitud, que a menudo es definida en círculos anarquistas como «primitivismo», es algo que también necesitamos considerar. Las acampadas de protestas de los movimientos anticarreteras en Gran Bretaña e Irlanda representaron algo más que una forma para detener proyectos innecesarios de carreteras y cuestionar las prioridades del transporte. Para muchos también representó un modelo alternativo de cómo podríamos vivir: sin jerarquías y más relacionados con la naturaleza.

Los artículos de prensa que hablaban de estos campamentos a menudo los retrataban como islas de escape al capitalismo donde se intentaba desarrollar una teoría sobre cómo podría ser la gente autosuficiente y, en algunos casos, incluso intentando escapar a la dependencia del Estado del bienestar. Lo de crear colonias para «escapar al capitalismo» no es un fenómenos nuevo, también tiene un paralelismo histórico asociado con el anarquismo. En los años veinte se materializó en EE.UU. un crecimiento en el número de comunas.

Voy a ser crítico con esta tendencia, pero dejadme empezar moderando esta crítica al decir que, como anarquistas, deberíamos defender el derecho de la gente a escoger cualquier estilo de vida que desee bajo la sociedad actual. Y en una futura sociedad anarquista deberíamos aclarar que la gente escogerá vivir en una amplia variedad de formas. Me gustan las ciudades y la diversidad cultural que viene con ellas, así es que ciertamente creo que las ciudades existirán en el futuro, pero también deberíamos aclarar que alguna gente escogerá vivir en comunas mucho más pequeñas, en formas que consideran más en contacto con la naturaleza. Dado que la gente es libre para escoger de qué manera vivir, no sólo no deberíamos tener problema con esto sino que deberíamos desear tal sociedad. Una en la cual la gente pueda moverse entre las diferentes formas de vida y las diferentes comunidades según le satisfaga, sin las desventajas económicas subsiguientes ni la represión política que acompaña tales elecciones en la sociedad de hoy.

Lo que quiero yo criticar, sin embargo, es la idea de que este tipo de elección pueda cambiar la sociedad, o más exactamente, que si todo el mundo hiciera tal cambio de estilo de vida, sucedería una revolución porque el capitalismo ya no podría funcionar.

Fundamentalmente esto olvida la voluntad del capitalismo para obligar a la gente a trabajar. El capitalismo, cuando se ve con escasez de trabajadores tiene pocas dudas en echar a la gente de la tierra y hacerla afrontar la elección de trabajar en la fábrica o morir de hambre. Históricamente esto fue, al menos en un grado, de lo que iban las Enclosure Acts en el siglo XVIII en Gran Bretaña. La división de la tierra en unidades claramente marcadas llevó a decenas de miles de personas, que no pudieron hacer reclamación formal, del campo a las ciudades. Las condiciones en la ciudad de esa época eran horribles, con la tasa de mortalidad excediendo al índice de natalidad.

Hoy presenciamos fenómenos similares en muchos países del «tercer mundo» en donde enormes áreas de tierra están en barbecho mientras los campesinos sin tierras se ven forzados a mudarse a los barrios bajos de la ciudad y ganar a duras penas un sustento en condiciones casi imposibles. Así que no deberíamos olvidarnos de que el capitalismo tiene dientes y que en el pasado histórico y fuera del primer mundo no tiene reparo en usarlos si necesita mano de obra.

Fundamentalmente, muchos trabajadores no tendrán el deseo escoger el estilo de vida asociado con ‘el dejarlo todo’. Disfrutamos de las comodidades de la sociedad consumista. Soy un gran aficionado a la Playstation, por ejemplo, y tales artículos sólo pueden ser producidos en avanzadas sociedades industriales. Estoy dispuesto a luchar por una sociedad en la que decidamos qué producir y si los beneficios de la producción pesan más que el daño ambiental causado por la producción. Estoy incluso dispuesto a reconocer que durante un tiempo al menos, podemos decidir que producir estufas de carbón vegetal es más importante que producir Playstations. Estoy dispuesto a luchar por una sociedad en la que la gente pueda escoger sus propios estilos de vida. Pero no voy a luchar por una sociedad que se limita a comunas pequeñas e industria de baja tecnología.

Para finalizar, este es núcleo de un análisis anarquista del ecologismo. En una sociedad donde entre todos controlemos la producción, optaremos por no contaminar o limitar la contaminación a un nivel que pueda ser asimilado. Nosotros también reconocemos la necesidad que hay de luchar contra las actividades dañinas en el «aquí y ahora» y vincular estas luchas con otras para cambiar la sociedad. Defendemos el derecho de la gente a ser diferente aquí y ahora, a escoger su propio estilo de vida, su sexualidad, sus preferencias musicales y cualquier cosa. Esta posición nos hace automáticamente aliados del fin radical del movimiento ecologista, para cambiar de la política de la protesta permanente a la del cambio permanente.

Andrew Flood
Pulibicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, Nº 154 de Mayo de 2001
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