La diversidad como potencia

No hay uno igual a otro, a otra. Similitudes grandes, afinidades profundas, puede ser, pero personalidades idénticas jamás. Lo mismo ocurre con el anarquismo y quienes le reivindican. Propuestas, visiones, geografías, egos, todo ha servido para dividirles y hasta enfrentarlos mutuamente. Y es que la diversidad y la tensión interna probablemente sean sellos inherentes de este ideario. En el pasado, en nuestros días, y probablemente mañana. Sospechando así las cosas, y entendiendo que esta realidad nos seguirá acompañando, cabe preguntarnos qué hacer, o en términos más claros, ¿cómo reducir sus efectos nocivos y servirnos de sus aspectos más útiles para crear relaciones libres de toda clase de autoridad?.

Sé que para algunos amigos plantearse la pregunta está demás, pues la propia existencia de “un algo” anarquista es cuestionable. Entiéndase por ese “algo” las imágenes de “movimiento”, “horizonte”, “conjunto”, “gueto”, etcétera. Entonces y para evitar confusiones (aunque quizás genere más) quisiera señalar que cuando hablo de anarquismo me refiero a ese montón inasible de ideas, personas, espacios, disputas, situaciones y voluntades que se reivindican por tales. Nada uniforme, nada nítidamente definido. En ese universo, desde luego, cabe de todo. Y me incluyo. Desde ahí surgen estas reflexiones.

Pienso que en sí misma la fragmentación no es ni buena ni mala. La evaluación dependerá de la pregunta que nos hagamos. En algunas situaciones nos ha facilitado el dinamismo, como en el caso de la germinación descontrolada de grupos e iniciativas de propaganda. La autonomía y la independencia de cada nodo ha garantizado una buena cuota de agilidad al carecer de directrices centrales que obedecer. Por lo demás -y felizmente- la vida de cada esfuerzo no está supeditada al devenir de otras organizaciones. Ahora bien, podría indicarse que esa misma realidad ha puesto grandes trabas a la hora de levantar campañas de gran envergadura o bien para dar repuestas más complejas a la represión. Podríamos seguir dando ejemplos en ambos sentidos, pero a lo que apuntamos en definitiva es a constatar -al menos en términos introductorios- que la fragmentación no es en sí misma un factor perjudicial al anarquismo y que, incluso, le puede ser beneficiosa. El asunto sería “saber” usarla.

En el caso de la división y del choque de propuestas hasta el punto de la exclusión mutua, el asunto dependerá de cómo lo asuma cada persona o grupo. Bien sabemos que hay dinámicas incompatibles, lenguajes discrepantes, querellas personalistas y de todo dando vueltas. Factores de disputa indudablemente justificados en algunos casos, y en otros quizás no tanto. Nunca hubo unidad y homogeneidad anarquista y seguramente jamás la habrá. Entonces, y al igual que en el caso anterior, no está demás interrogarse a sí mismos cómo nos paramos frente a ello. En nuestros días la mayoría de los grupos opera de forma independiente y al parecer sin mayores relaciones con expresiones de opuestas tendencias. De vez en cuando surgen epítetos y excomuniones, pero generalmente la forma concreta de demostrar la oposición de ideas es la simple y llana omisión. Los unos se juntan con los unos y los otros con los otros. En esa lucha de autoreferencias nos restamos ayuda, información, redes y contactos, como si todo lo que pasara por nuestras manos o todas las personas que se nos crucen, pensaran exactamente igual a nosotras. Cómo si fuéramos puros y perfectos, seres en definitiva acabados, muertos. Y esto, más que hablarnos de un ideario de libertad, nos remite indudablemente a una religiosa cultura de capillas y verdades absolutas.

No se trata aquí de hacer una oda al relativismo, a la tolerancia sin crítica, así como no buscamos la uniformidad ni la unidad a secas. Pienso que la fragmentación y la diversidad son propias del anarquismo. Urge problematizar y buscar dentro de esas situaciones herramientas efectivas para construir relaciones sin autoridad. Hay que autocriticarse, generar nexos, explorar encuentros, quitarse las gafas del dogmatismo para que nuestras ideas se transformen en alas y no en riendas. Una buena dosis de sensatez no estaría mal.

Seguramente no abandonaremos la fragmentariedad, la tensión y la contradicción, pero al ser parte de un horizonte de pequeños y aislados impulsos, vale la pena ver bien donde depositamos nuestras energías mientras las policías se sofistican, los medios nos demonizan y la civilización autoritaria se complejiza.

Víctor Muñoz
Volver a la Tierra, n°4, Noviembre y diciembre 2014, Temuco (Chile)
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