Personas y estructuras

La sociedad se encuentra dominada por grandes estructuras que la gobiernan y que fuerzan al individuo a actuar de un modo acorde con los intereses de una minoría mandante. La organización de la sociedad no responde, entonces, a la libre voluntad de esta. La mayor parte de los males que esta padece, en la forma de innumerables injusticias, responden en gran medida al modo en que es organizada. Como consecuencia de esto no son pocos los que han caído en el error de considerar que en última instancia todo consiste en un problema de estructuras, y que su abolición sería suficiente para resolver los problemas que hoy atenazan a la sociedad, y poner fin así a las injusticias que la diezman. Sin embargo, todo es más complejo.

Reducir la problemática que vive el mundo actual a una cuestión meramente estructural es un reduccionismo más que no se aleja en nada importante de otras perspectivas igual de simplificadoras. Según este punto de vista bastaría con que la sociedad dejase de estar organizada a través del Estado para que, acto seguido, se autoorganizase por medio de asambleas. De esta manera las personas podrían resolver sus propios problemas y satisfacer sus necesidades sin depender de terceros que las utilizan en la actualidad para imponer sus deseos e intereses y, así, someter a la población a unas relaciones de poder y explotación que la articulan en su organización y comportamiento. Pero lo cierto es que la práctica organizativa nos dice que estas teorías están completamente equivocadas.

En el terreno intelectual e ideológico es muy fácil reducir la problemática social, política, económica, etc., a una cuestión de estructuras porque constituye un modelo simple para entender y explicar las dinámicas sociales, políticas, etc., imperantes. Indudablemente algo de cierto hay en estos análisis, porque una organización jerárquica y piramidal responde, por necesidad, a unas estructuras que vertebran al conjunto de la sociedad. Pero el error radica, al menos en gran parte, en perder la perspectiva más amplia que supone tener en cuenta la labor moldeadora que dichas estructuras ejercen sobre los miembros de una sociedad.

Hoy vivimos en una sociedad atomizada, poseída por el egoísmo y egocentrismo, llena de personalismos, donde impera el individualismo, la competición, las ansias de mandar sobre los demás, de imponer el propio criterio, etc. Por eso, incluso a un nivel mucho más limitado como puede ser en las relaciones vecinales, en ámbitos profesionales donde se dan situaciones que permiten recurrir a formas autoorganizativas, o en movimientos sociales, descubrimos que los métodos organizativos asamblearios y horizontales no funcionan, o si lo hacen es de un modo tremendamente precario. La razón no es tanto por las estructuras que nos coartan la libertad, que impiden llevar todo lo lejos que sería deseable las formas de autoorganización colectiva y solidaria, sino el simple hecho de que los integrantes de esta sociedad burguesa conservan la forma de ser propia de dicha sociedad. Las asambleas no son espacios en los que colaborar, dialogar razonadamente o llegar a acuerdos, sino espacios de lucha y competición donde se grita, y quien grita más durante más tiempo es el que logra imponerse. Son lugares para el desencuentro, donde trasladar toda clase de frustraciones personales, envidias, odios y mezquindades, y también para las amenazas, los insultos, las brabuconerías, la agresión gratuita y de vez en cuando también la violencia.

Así las cosas, es frecuente encontrarse con reuniones de vecinos de un portal o de una comunidad donde todos están contra todos, de tal modo que la asamblea se convierte en una trifulca. O, por ejemplo, cuando unas mariscadoras hacen una asamblea en la playa para tomar alguna decisión y la reunión deviene en una algarabía llena de gritos en la que todas se faltan el respeto entre sí a la vista de todo el mundo. Escenas parecidas se tienen vividas en los movimientos sociales donde los participantes sólo quieren imponerse a los demás a toda costa. Pero nada de esto es diferente en los medios de la disidencia política e ideológica, donde se supone que existe una mayor conciencia y sensibilidad en relación a los métodos de autoorganización de corte asambleario y horizontal. Por desgracia en estos medios se reproducen los peores vicios de la sociedad burguesa y las asambleas son, también, escenarios para el desencuentro, para la coacción, donde se escenifican las diferentes coaliciones entre distintas facciones de amigos y camarillas, pero también donde impera en no pocas ocasiones el insulto, la amenaza, el griterío, etc.

Todo esto no hace sino demostrarnos que si de repente desapareciesen todas esas estructuras nos encontraríamos ante una situación que en muchos aspectos sería peor que si dichas estructuras continuaran existiendo. Por desgracia, lo más probable es que dichas estructuras reapareciesen bajo una forma renovada como consecuencia de la mentalidad de los integrantes de la nueva sociedad, que en todo lo esencial seguiría siendo la misma que la de la vieja sociedad. Las estructuras moldean e influyen en los individuos de una sociedad, pero estas estructuras también son, en gran parte, el reflejo de lo que son dichos individuos. Existe, entonces, una relación dialéctica entre estructura e individuo en la que ambos se influyen mutuamente. Por esta razón no basta con destruir dichas estructuras si todo lo demás permanece intacto. Hoy la sociedad existe en gran medida gracias a la coacción que ejerce el Estado por medio de sus aparatos represivos, de lo contrario hace tiempo que se hubiera desintegrado por las pésimas relaciones entre sus integrantes.

Los métodos de autoorganización de tipo asambleario y horizontal, donde no existe autoridad, son incompatibles con el tipo de sujeto que abunda en la sociedad actual. Esto no demuestra que dichos métodos no sean válidos, sino que una sociedad fundada en una convivencia no forzada, y por tanto organizada horizontalmente, sólo es posible si se da un cambio en las personas que componen esa sociedad y abandonan las formas de ser, sentir, pensar y actuar propias de la sociedad burguesa actual. Sin sujetos éticos, inspirados por valores inmateriales como la solidaridad, la cooperación, el altruismo, la templanza, el respeto, el esfuerzo, la amistad, etc., no es factible construir una sociedad nueva, sin clases ni autoridad alguna, y consecuentemente donde podamos organizarnos sobre la base de unas relaciones libres e iguales. Así pues, no basta con destruir las estructuras que hoy nos oprimen, también debemos esforzarnos en llevar a cabo en nosotros mismos aquellos cambios que aspiramos a realizar fuera de nosotros.

Esteban Vidal

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