Las huellas más visibles de las dictaduras impuestas por Estados Unidos en Latinoamérica, se pueden ver todos los días en los miles de migrantes que se ven obligados a salir de sus países de origen para buscar salvar sus vidas, y obtener techo y comida en Estados Unidos; que es presentado por los expertos en el engaño como la Meca, como el agua que calma la sed, como la tierra de ensueño donde todos los anhelos de hacen realidad.
Pero la tragedia no está solamente en la frontera entre Estados Unidos y México, ésta viene siendo una de las mil vidas que pierden en su deambular migrante. La desgracia está en el país de origen que los ha violentado negándoles oportunidades de desarrollo y el acceso a una vida integral. Un Estado que los excluye y los estigmatiza, que los mata en hambrunas y en limpiezas sociales. Que los desaparece en la trata de personas con fines de explotación sexual, laboral y tráfico de órganos. Muertos en vida migran, para morir mil veces más en el trayecto; y ser en el país de llegada la mano de obra barata que también es explotada y violentada.
Estos migrantes que se vieron obligados a salir de sus países de origen, son los niños que viven en los basureros, los que limpian vidrios en los semáforos, los que cargan bultos en los mercados, los que huelen pegamento. Los que en cuadrillas cortan café, tapiscan verduras y frutas. Los que dejan los pulmones en los cañales quemados. Los que pican piedra. Son las niñas mancilladas en los burdeles y casas de citas, eso si logran escapar con vida.
Obreros y campesinos de todas las edades a los que los gobiernos de sus países de origen marginaron desde su nacimiento, que han sido estigmatizados generacionalmente, que son parte de la herida viva de un tejido social fragmentado en la memoria y la dignidad.
Capos criminales en los gobiernos que realizan redadas en los arrabales, asesinando y desapareciendo a la infancia y juventud que grita exigiendo oportunidades de desarrollo y que en su lugar las obligan a delinquir o a migrar.
Migrantes muertos en vida que mueren todos los días en tierras lejanas: violados, golpeados, torturados, asesinados y desaparecidos. Sobrevivientes estigmatizados, que vuelven a morir en cada amanecer: en el país de tránsito, llegada, residencia, destino y retorno. Porque las deportaciones masivas también son parte de la violencia ejercida por Estados Unidos y el resto de países latinoamericanos con gobiernos neoliberales.
Mientras tanto, ¿quién por los que muertos en vida migran, para morir mil veces más?
Ilka Oliva Corado