Precisamente han sido los valedores del Capitalismo y por lo tanto del Estado (1) los que han transformado la vida en una guerra de todos contra todos, en una lucha por la supervivencia. El Estado hobbesiano nunca fue concebido para los intereses de los más débiles frente a los más fuertes, al contrario, fue una infamia para salvaguardar los intereses de los más poderosos, una exaltación del poder que sirvió a un nuevo orden social basado en la meritocracia de ideología fascista para consolidar y perpetuar un sistema de dominación cada vez más jerárquico y excluyente que concentra también cada vez más Poder en pocas manos.
La sobreorganización y burocratización social requieren de más elementos técnicos para funcionar. La función de los tecnócratas es la de gestionar el caos que es inherente al propio sistema de dominación basado en la jerarquía y la autoridad. La división y especialización del trabajo propició más división social y por lo tanto sociedades más complejas y conflictivas.
(1) Cuando se trabaja por y para el dinero se trabaja o bien para la especulación o bien para la acumulación. El trabajo queda supeditado por el dinero, es decir, por su valor de cambio. La utilidad del trabajo queda reducida sólo por su interés económico, no va más allá de su esfera material. Con lo cual éste se somete a las reglas del mercado y queda cercenado por la dinámica explotadora en la que se desarrolla el sistema de dominación capitalista.