En defensa del pensamiento destructivo

Creo que dos de las cuestiones que diferencian a la juventud actual de la anterior a ellos, la llamada generación X, son tanto la comprensión de la importancia de la rebeldía, la asociación y la acción común, como un rechazo del esperpento. En principio, ambas suponen un avance en las posibilidades de cambiar la podredumbre política de las últimas décadas por sistemas más democráticos y comprometidos con las libertades y la posibilidad de aplacar los enormes problemas que se han heredado del pasado. Sin embargo, un pequeño repaso a lo que supone el esperpento nos hará entender su necesidad para crear un archivo de la imaginación para posibles contingencias.

El esperpento suele ser explicado como una invención literaria de Valle Inclán en la que se resalta lo grotesco y desaliñado que rompe con las características de la novela tradicional y se transmite a través de un lenguaje coloquial cargado de jerga. Ha sido incorporado al vocabulario común como aquello que por rematadamente absurdo y catastrófico se ha de evitar. Por el contrario, la estética tradicional se preguntaba por la naturaleza de lo bello. Es a partir de las vanguardias artísticas de finales del diecinueve y principios del siglo veinte cuando esta aproximación queda relegada a los estudios casi arqueológicos. El tema de lo bello, a pesar de intentos como el de Mothersill de restaurarlo, queda relegado a un segundo plano. Aparece así lo grotesco, esperpéntico, desmesurado, hilarante o amorfo como tema estético no solo para académicos, sino para los artistas que siempre intentan romper el canon. Con el tiempo el canon se ha transformado en la habilidad para romperlo y así, no es sorprendente que se trate de buscar un nuevo esquema conceptual que recupere la armonía o la simetría como elementos a privilegiar. Parece que este es el esquema mental de la nueva generación. Elementos como lo discordante o asimétrico, pensamientos de ruptura o que cuestionen el todo no son bien aceptados, según mi experiencia, por las nuevas formas de protesta política. La protesta es seria y la causa sagrada y por tanto no se permiten más bufonadas que las inocentes narices de payaso. Se argumenta que la unidad de acción así como la disciplina son fundamentales para la eficiencia de cualquier ejército, pero ninguna sociedad libre podrá ser gobernada por principios de realismo político quasi-castrense.

El extremo en estas cuestiones puede venir representado por la falta de aceptación hacia la ofensa como acicate intelectual que ha llevado recientemente a profesores de las más prestigiosas universidades del mundo a dejar sus puestos debido a la imposibilidad de sus alumnos para lidiar con el pensamiento divergente, o, en otras palabras, destructivo. Al llegar a este punto más de uno se puede preguntar por qué tolerar pensamientos o acciones intolerantes, acciones destinadas a la ofensa, insultos, proyectos destinados a la destrucción de los valores que conforman el fundamento de nuestra sociedad, representaciones artísticas dedicadas a molestar descaradamente y demás muestras de lo más bajo de la condición humana. La respuesta es muy sencilla y está contenida en la pregunta: precisamente porque son muestras de la condición humana. A menudo, y como decía en una entrada anterior, consideramos que esos pensamientos destructivos y su capacidad de llevarlos a cabo pertenecen a los demás, algo que no es de extrañar en una cultura occidental que ha llegado al absurdo de concebir cuestiones como la enfermedad o la muerte como problemas de los demás.  Pues no, el mal, lo grotesco, la fealdad lo desaforado y destructivo está entre nosotros y debe sernos recordado de vez en cuando.

El carnaval es la fiesta en la que se recuerda ese lado asimétrico de la condición humana y su atracción hacia la autodestrucción. El recordatorio de nuestro placer por lo mórbido y la alteración del orden establecido se celebran en un ambiente de fiesta. De la misma manera, las clases dedicadas a las humanidades solían cuestionar todos y cada uno de los valores considerados intocables y analizaban aquello que era tabú, sacramento o derechos humanos desde una perspectiva crítica. Dentro de la discusión en un seminario de filosofía no había dogmas más allá del que predica que no hay ninguno. Dentro del marco de la democracia no debería haber idea ni proyecto prohibido, ese es el sentido del “prohibido prohibir” del 68, porque el proyecto destructor no se encuentra en la ideología ni en la religión, sino en la naturaleza humana y conviene recordárnoslo continuamente para poder combatirlo como nuestro. Además, el verdadero genio transformador  suele darse dentro del pensamiento divergente. Toda gran idea ha nacido desde la marginalidad y ha sido tomada a pitorreo, despreciada por grotesca, esperpéntica u ofensiva antes de aceptarse como genial. Si se elimina el ámbito de libertad donde se producen tales ideas estamos abocados al fundamentalismo, y  aquel que se piense que no puede haber un fundamentalismo democrático o políticamente correcto que sea tan destructivo como la peor de las ideologías o religiones a lo mejor se ha perdido las últimas décadas de la historia de occidente.

Ioanes Ibarra
Fuente: http://ioanesibarra.blogspot.com.es/2016/04/en-defensa-del-pensamiento-destructivo.html
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