Recordando: Bosquejo veraz del 19 de julio

A modo de Preámbulo

No faltan análisis, polémicas, ni discusiones sobre el significado real de los hechos acaecidos por estas fechas, hace 75 años. Y por cierto, más en el extranjero que en la propia península ibérica, donde el peso de los cuarenta años de dictadura y el mayor aún de las fuerzas que sobreviven de la misma, parece que quisiera borrarlos de la historia ibérica, como si no hubiesen ocurrido.

Enarbolando para ello las imágenes de horror de la «mal llamada guerra civil» que presentan como evento cuya culpabilidad cabe a toda una generación. Y a eso tenemos que decir que no.

Enterrando en el olvido o pretendiéndolo al menos -y no han de poderlo mientras viva cualquiera de sus protagonistas populares o hijos que nacieron en ese maldito exilio, aunque sean muy poquitos los que quedamos- lo que en otros países y horizontes, con mayor objetivismo, se presenta como ejemplo vivo de las posibilidades de un pueblo que llevaba el sentimiento de la libertad en las entrañas y la resignación en la punta de las alpargatas.

Pero si otros lo callan, nosotros lo proclamaremos a los cuatro vientos.

El 19 de Julio del 1936, por primera vez en la historia de los tiempos modernos, la clase trabajadora de un país, asumía el protagonismo de su destino y hacia frente de manera decidida y valiente a quienes detentadores del Poder y de los privilegios que defiende, pretendieron reforzar las instituciones tambaleantes, con el fascismo a su servicio.

En aquellos días, ese fascismo, último reducto del capitalismo dominante, abrazado como Salvador providencial por quienes disponían del Capital, del Ejercito y -no lo olvidemos- de la bendición de la Iglesia, se echaban a la calle convencidos de que como en Italia, Alemania y otros países, no había fuerza organizada capaz de hacerles frente y el pueblo «chaquetería» como lo hizo en aquellas ocasiones precedentes a pesar de la presencia de potentes organizaciones social demócratas y comunistas.

Pero en España, si que había una fuerza organizada, consciente y responsable. Y el movimiento anarcosindicalista y libertario, hizo frente, reuniendo a su alrededor, sin consignas ni discursos, en la acción defensiva, a todo un pueblo harto de humillaciones y con ganas desesperadas de desquite.

No vamos a falsear verdades, para asumir por nuestra parte, falsos métodos: fue la calle española, el mundo del trabajo, en el que ardían todas las rebeldías, el que detuvo de cuajo, ante la sorpresa de todos y de todo el mundo el levantamiento franquista.

Que en el entusiasmo de la dignidad recobrada, se recuperasen ciertas fuerzas de la burguesía española y a su lado una parte reducida y simbólica de militares, atados a sus concepciones de la lealtad jurada, no lo negamos.

Pero las instituciones democráticas del Estado, de aquella modosa y mal llamada «República de trabajadores de todas clases» a la que se atacaron los conjurados, fallaron y hubieran cedido ante la avalancha militar, si el pueblo, sin atenerse a su «no presencia» y en muchos lugares contra su presencia vacilante, no hubiese convertido cada calle en una barricada, cada pecho en un ariete, cada persona en un impulso unido a otros impulsos, espontáneamente, para detener la barbarie.

Algo hay sin embargo que debemos recordar y reivindicar en nombre de la verdad histórica.

Los pueblos de España, en la calle, no defendieron a la República contra el fascismo insurgente. Una parte importante de aquel pueblo, y quizás la más dinámica; la C.N.T, había sufrido en sus carnes las inepcias autoritarias de los representantes de la democracia entonces amenazada y no se lanzaron al combate en su defensa.

Su respuesta valiente y maravillosa de unanimidad solidaria, fue la respuesta de un pueblo que defendía su libertad.

Por eso, simultáneamente casi, se inició un proceso de reconstrucción social y económica, desde abajo, sin adalides y sin programas dictados, con disposiciones salidas de los lugares de trabajo, que decía mucho de las nobles aspiraciones que la animaban.

Y consolidadas las primeras disposiciones de defensa, iniciaba el proceso de una revolución que con sus errores y sus aciertos, sería y fue jalon prometedor, demostración de lo que se podía y lo que se puede, siempre, hacer

Aunque lo nieguen, con sus mentiras o con su silencio todas los fuerzas conjugadas del consenso político de la España del triste presente.

Pero como no pretendemos en estas líneas, hacer el proceso de aquella Revolución, de sus autores y de sus enemigos, situados en ambos lados de las trincheras, y si referirnos al significado del acontecimiento histórico del 19 de Julio del 1936, tendremos que explicar porque escribimos en las primeras líneas aquello de: «la mal llamada guerra civil».

Porque no fue una guerra civil. No fueron dos fracciones de un pueblo las que se enfrentaron en aquellas fechas. Contra todo un pueblo, las minorías del Poder, las del Privilegio, que le creyeron amenazado, con la complicidad descarada del fascismo internacional y la hipócrita y pasiva de las democracias europeas, pretendieron hacer marchar la historia hacia atrás.

Desde su comienzo fue una guerra «social». Todo el capitalismo del mundo entero, contra el pueblo español.

Más aún, al día siguiente de las barricadas. Porque el pueblo no vencido, encendía las hogueras en las que se podía encender el mundo.

El pueblo español se quedo solo en su lucha desesperada. Solo y amenazado en sus propias filas por fuerzas que tenían miedo a su libertad.

Solo y traicionado por quienes se proclamaron los campeones de la solidaridad, cuando vieron que ésta no servía a sus propios fines.

Y si al correr de 33 meses de guerra desigual, tomó ya los tintes de guerra civil que recusamos, caiga la responsabilidad sobre los que desde adentro y afuera no quisieron nunca ver a nuestro pueblo como vanguardia de un mundo, que podía haber sido muy distinto del que vivimos.

Pero eso forma parte ya de los análisis que no faltaron ni faltarán de aquel periodo vivo, de la historia de spaña y del mundo, pese a cuantos se ponen hoy, para propia vergüenza, en sepultureros de la historia, porque su verdad no les conviene.

En memoria de los protagonistas de de esa etapa de la historia hace 75 años reproducimos en los siguientes párrafos articulo de José Pérez Burgos, publicado en «Solidaridad Obrera», (órgano del Movimiento Libertario Español exilado en África del Norte). Editado en Argel, numero 40, año 3, fecha 19 de Julio del 1946.

Grupo Cultural de Estudios Sociales de Melbourne desde el exilio 19 de julio de 2011

Bosquejo veraz del 19 de julio

19 de julioDícese que la verdadera historia debe escribirse después de fallecidos los actores, o personajes de la misma, queriendo significar que el relato estará revestido de una imparcialidad, de una objetividad difícil a lograr cuando la pasión subjetiva dicta el rasgo de la pluma.

El dicho no me ofrece la menor garantía, porque llenos de pasión, de sentido unilateral, de errores, de mentiras, de ocultaciones maliciosas, están plagados los relatos históricos trazados a posteriori, a muchos años de su nacimiento. A más, salvo rara excepción, la labor del historiador póstumo ha quedado limitada a recopilar las narraciones de los actores de cada época, y a fuerza que siempre lo hicieron con marcada intención de servir al mejor postor de la suya, ensalzando el poderoso y dejando en el tintero los gestos del humilde ciudadano del pueblo, desfigurando con sus copias groseras la realidad de los hechos.

Que nadie interprete por lo escrito que pretendo justificarme de antemano al escribir sobre la significación de ciertos hechos que he vivido. No abrigo el propósito de historiar el 19 de Julio de I936. Pretendo, reconociendo mi modestia, transmitir verazmente las impresiones de una reacción popular por mi observada, cuyo sentido y alcance se vienen desfigurando con harta frecuencia y torcida intención, clásica en los historiadores.

El levantamiento iniciado el 18 de Julio de 1936 tuvo una amplitud no conocida hasta entonces en España, pese a que en nuestro solar se han prodigado el alzamiento, la conspiración, la cuartelada, la conjuración, y el golpe de Estado (no sé si me dejo algún terminacho de la especie por añadir), obra de camarillas palaciegas, tertulias de café, ambiciosos antorchados, almas negras de sacristía, y cuando más de un partido o de un sector político, aspirante a satisfacer el interés o predominio de su bandería, siempre limitado.

La conspiración de Julio tuvo un mayor alcance que sus antecesoras, tanto por lo que afecta a los elementos comprometidos en la misma, como por lo que se refiere a los objetivos perseguidos y desgraciadamente, en gran parte logrados.

A la fecha en que se produjo no pudimos llegar a calcular el volumen, numérico e internacional, de la conjuración. Hoy, en posesión de datos que entonces ignorábamos, de pruebas fehacientes, de confesiones avaladas por los actos, nos es dable medir la extensión de la conjura, afirmando que en ella estaban comprometidos e intervinieron directamente todos los elementos de la reacción española, que pueden descomponerse así: terratenientes, propietarios, rentistas y en general, lo que denominamos clases pudientes; Clero alto y bajo; Militares profesionales de graduación; Políticos conservadores; monárquicos de ambas ramas y republicanos de derecha; Burócratas de las escalas superiores; y sirviendo de capa a todas estas gentes, Falange, el naciente calco fascista del Fascio italiano, con añadiduras hitlerianas, integrado por la cohorte de señoritos holgazanes y de otros rufianes a sueldo. No quiero pecar de parcial o de injusto y señalo que hubo algunas excepciones, muy raras, de entre los elementos mencionados, que se abstuvieron de intervenir, guardando durante todo el curso de la lucha una actitud expectativa.

El objetivo perseguido – ¡aún lo estamos sufriendo! – no se limitaba a un simple cambio o sustitución de régimen o de gobierno. El interés político, sobre dirección y administración de la cosa pública, se mezclaba a lo primordial, en un plano secundario. Las necesidades que pudieran servir en este orden habían sido satisfechas con anterioridad, siguiendo un procedimiento de infiltración en la propia República; y a pesar del fracaso de las elecciones del mes de Febrero, nada les impedía, en la esfera de la legalidad por ellos mismo legislada, repetir el intento y como en 1934, apoderarse de los resortes públicos; gobierno y Parlamento.

Ciertamente no fue el triunfo electoral izquierdista de Febrero causa determinante de la alevosa traición del mes de Julio. Admito en todo caso, que quizá la apresurara.

Dicha sin ambages ni rodeos, la reacción española -descartó los impresionables y medrosos peones de la reacción, tenidos en la ignorancia hasta la trama de Julio,- no sentía preocupación ni miedo alguno ante el turno dirigente de los gobernantes de izquierda de la República, cuya escasa fuerza habían tenido ocasión de medir y de anular.

Era el ambiente de la calle, el sentimiento y las sacudidas populares, puestos de manifiesto, iniciados ya al margen de las esferas oficiales y hasta en violenta oposición con sus dictados, lo que quitaba el sueño a los detentadores de los diversos privilegios.

Las huelgas, cada vez más apremiantes, más directamente exigentes; los desacatos de la razón a la ley; la punición sin jueces de los atentados y de las provocaciones inferidas al pueblo; aquellos síntomas claros de un fermento revolucionario entre los insatisfechos, entre los desposeídos de pan y de justicia, era lo que alarmaba, perturbando la digestión del buen burgués, y fue lo que les determinó a rebelarse, trazando un plan calculado de violencias que había de proporcionarles no ya el Poder de dirigir a los súbditos, sino el poder efectivo de yugular las ansias populares, masacrando los cuerpos en que estuvieran anidadas y asegurando firmemente, de manera indiscutible e indiscutida, sus preeminencias de todo orden.

Tal fue el origen del incendio que puso en llamas los pechos y los hogares españoles.

En las capas populares se presentía lo que iba a ocurrir, sin poder concretarlo, determinar cómo ni cuándo. La nerviosidad del pueblo estaba latente, patente y crecía día por día. Fui testigo, en diversos puntos, de esa tensión y no exagero afirmando que si las medidas previsoras de las esferas oficiales, obligadas a saber más y mejor que el pueblo, hubieran corrido pareja con el certero instinto de las masas en constante vigilia. Franco y los suyos no serían hoy los dueños y verdugos de España.

Quienes presenciamos la iniciación de aquella tragedia podemos también asegurar que de no haber existido ese ambiente de desconfianza, de recelo, que por doquier se respiraba, las huestes franquistas hubieran conseguido un triunfo rotundo y general en veinticuatro horas.

La traición reaccionaria cojió al pueblo desarmado, pero no desprevenido. Esperaba el golpe y respondió apagando vigorosamente, allí donde le fue posible hacerlo con la escasez de medios a su alcance, los primeros chispazos de la sublevación que, como tal, había fracasado por el fallo de uno de sus resortes principales: la sorpresa.

No sé, ni me interesa grandemente, si algún día se instruirá el proceso de las responsabilidades por el levantamiento de Julio. E mi conciencia, Juez de los actos ajenos como de los propios, ya esta delimitada la que incumbe a los gobernantes republicanos: O incapaces, desahuciados de por vida para el desempeño de funciones públicas; o cómplices de la sublevación, enemigos directos de la causa popular. Puede que, en algún caso, hubiera que asignar una y otra especie de responsabilidad.

El hecho es que en la vigorosa respuesta del 19 de Julio no tuvo arte ni parte el gobierno republicano, que se encontró rebasado por los acontecimientos e incapaz de hacerles frente en su doble papel de representante de los intereses populares y de director de los poderes confiados en sus manos. Falló su acierto hasta el extremo de no saber encausar las energías extra gubernamentales, únicas opuestas al levantamiento.

Los funcionarios gubernamentales que se opusieron a los sublevados, obedecían su propio sentimiento, contrariamente en ciertos casos, las ordenes fatuas o medrosas del gobierno, que les encargaba desatender el rumor callejero y de negar las armas a los trabajadores.

Nadie desconoce la frase pronunciada por el jefe de aquel equipo ministerial, a la víspera de la sublevación: «Yo respondo de todo». Y nadie ignora cual fue el resultado de su jactanciosa seguridad: Que no respondió de nada. Recuerdo la anécdota por si hoy, altamente emplazado, se le ocurre de nuevo responder de todo…

Quede pues, patentizado que la justa y merecida contestación a la violencia desatada fue un gesto, o una gesta, como se prefiera llamarse, de entraña netamente popular. Cada lugar, cada persona, respondió a su manera, sin orden ni concierto, por un instinto natural de defensa, como réplica adecuada al agravio inferido a sus libertades y derechos, que sentía amenazados.

Nadie está autorizado a titularse rector o coordinador de aquella rabia del pueblo. Así como el estallido franquista fue un movimiento de rebeldía reflexiva, premeditado, el que lo desbarato surgió espontáneo, sin jefes que ordenaran ni soldados que obedecieran. La orden fue el sentimiento y su ejecutor el mismo que lo sentía. El mérito de esta gesta corresponde por entero a todo el pueblo español, sin excluir a los que luchando gustaron desde entonces la amargura de la derrota.

La lucha tuvo forma y sabor revolucionarios: Frente al pelotón de militares o de falangistas, el grupo de individuos civiles indignados; frente al regimiento en armas, la muchedumbre desarmada arrollando furiosa todos los obstáculos. Así se desarrollo el combate y por haber sido así el 19 de Julio conserva una esencia popular y revolucionaria, nunca igualada en la historia.

Esta y no otra es la real significación del 19 de Julio 1936: contra la rebelión reaccionaria de sentido retrogrado, la revolución popular de alcance progresivo.

El propio instinto que hizo precaver las intenciones homicidas, asesinas, de los sectores enemigos seculares del pueblo, llevó a este a medir hasta donde le era necesario extender su repuesta.

Supo que el daño no estaba sólo en los cuarteles y una vez reducido el instrumento de la fuerza, el individuo de pueblo sacudió rudamente a los inspiradores, autores morales de la tragedia, rompiendo los hilos de la trama y ocupando lo que siendo de su legítima pertenencia, fue siempre objeto de usurpación: las riquezas naturales y sociales, la materia e instrumentos productivos.

Con este alcance apropiado a los proyectos destructivos de la reacción se concretaba el contenido social y económico de la digna respuesta popular, que para satisfacción y garantía del pueblo caracterizó el 19 de Julio.

El aspecto político, régimen o gobierno, contaba para el pueblo, igual que para la reacción, en un segundo plano. No es que las masas justamente enfurecidas, atacaran a la República, aunque algunos de sus elementos representativos se hicieron acreedores a sufrir los efectos de la indignación popular. Diré incluso, que el pueblo, defendiéndose del ataque reaccionario y logrando vencerlo, defendía y salvaba a la República. Pero, en forma alguna puede interpretarse que la acción popular, directa y revolucionariamente ejercitada, estuviera impulsada, menos inspirada en el deseo exclusivo de mantener a la República, tambaleante al primer empujón. La República era el menor de los bienes que los facciosos disputaban al pueblo. A la persona de la calle, que en la calle hacía frente a las arremetidas de las huestes de Franco, no le preocupaba entonces el destino del régimen ni la suerte que pudieran correr sus gobernantes. Su propio destino y su propia suerte le infundían ánimos, porque esto y no otra cosa, era lo que estaba en litigio.

Pasaron unos meses y quedó burlada la revolución, mermadas paulatinamente sus conquistas, al recuperar el orden político su papel dominante. Decían que era necesario, para ganar la guerra. Muchos lo creyeron así y consintieron que se disiparan los productos de la gesta del 19 de Julio: el contenido social y económico de aquel acontecimiento.
Mostrándose generoso hasta la ingenuidad, el pueblo toleró la supeditación de sus ganancias, la anulación de lo por él creado, al más injusto de los predominios: el ejercido por el poder político sobre todas las actividades productoras de la sociedad.

Han pasado unos años y se pretende desvirtuar, desfigurar la significación del 19 de Julio, confundiendo el triunfo rotundo de la revolución popular con la derrota y el fracaso del ordenamiento político. De lo que fue bandera de justas reivindicaciones populares, se quiere hacer capa para que cubra las torpezas, la incapacidad o las traiciones de los gobernantes.

La pretensión no pasará de serlo, porque muchos estamos advertidos. Porque muchos sabemos que hay que recomenzar con el mismo espíritu, en la misma forma, con igual orientación y contenido que los que dieron su gloriosa significación y su alto valor efectivo al 19 de Julio de 1936.

Que mi modesto bosquejo veraz, sirva de recordatorio a los inadvertidos, ya que puede que muy pronto hayamos de tener en cuenta las enseñanzas del pasado.

Desde Argel (Argelia) 19 de Julio del 1946
José Pérez Burgos
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