En recuerdo de la familia Grossi

“Despacho nº 140, del 27.09.1929, Casellario Politico Centrale (Roma). De la Embajada de Italia en Buenos Aires al Ministerio del Interior (Roma): El responsable Gazzera informa que el abogado subversivo Carmine Cesare Grossi, con fecha 25.06 del año en curso, se marchó a Montevideo, junto al anarquista Tognetti, con motivo de una gira de conferencias contra el gobierno de la nación. Grossi es peligrosísimo. Hay que reforzar la vigilancia”.

En el año 1926, el fascismo del régimen de Mussolini atenazaba Nápoles, una mal que, más allá de Italia, amenazaba con transmitirse como la peste por la mayor parte del mundo, por lo que había que combatirlo con determinación.

Los ataques protagonizados por los “camisas negras” del fascio llegaron a tal punto que Carmine Cesare Grossi, nacido el 21 de mayo de 1887, quien, no obstante su aún joven edad, era ya un prestigioso abogado penalista de Nápoles, hicieron que abandonase Italia para exilarse en Argentina con toda su familia. Su compañera, Maria Olandese, y sus hijos Renato, Ada y Aurelio, todavía niños. Tanto Cesare (todos le llamaban por su segundo nombre) como Maria eran socialistas puros, entendido esto como socialistas utópicos, después, socialistas libertarios.

Llegaron a Buenos Aires en noviembre de 1926, ciudad en la que vivirían durante casi 10 años. Cesare trabajaría como editor y redactor en el diario L’Italia del Popolo, órgano del antifascismo italiano en Argentina, fundado en contraposición al periódico fascista Il Popolo d’Italia, así como en la destacada revista literaria Nosotros.

La familia Grossi en Puerto Nuevo, Buenos Aires, el 11 agosto 1936, día de la partida hacia Bélgica

Por otra parte, formaría parte de diferentes comités y círculos antifascistas que denunciaban activamente por toda Argentina e, incluso, en Uruguay el régimen de Mussolini y el nacimiento y expansión del nacionalsocialismo en Alemania. Entretanto, los Grossi, además de seguir todas las noticias que llegaban de Europa, se informaban con especial interés de lo que iba aconteciendo en España y, más concretamente, en Cataluña. Así fue cómo llegó el momento en que mientras el fascismo y el nacionalsocialismo campaban a sus anchas por el continente, en España se proclamó la II República –en teoría, social y de trabajadores– a consecuencia de las elecciones de abril del 31. Como es de dominio común, la II República fue una época conflictiva, plagada de errores y contrasentidos que darían lugar a hechos execrables, sustancialmente no diferentes a los padecidos antes de su proclamación. Finalmente, el ala de la ultraderecha del Ejército, con el beneplácito de los demás poderes fácticos, fue propiciando un golpe de Estado que estallaría en la noche del 17 de julio de 1936, desembocando en una guerra civil en la que, acorde con el ideario de sus autores, subyacería un programa perverso de genocidio sistemático contra el pueblo insumiso.

Es de todos sabido que los militares sublevados contra el gobierno no conseguirían sus objetivos con la rapidez que preveían inicialmente. En Barcelona, a partir del 18 de julio, el pueblo en armas va a paralizar esa insurrección militar, causando asimismo el derrocamiento del poder político, militar y económico del Estado. Lo anterior, llevaría a un modelo de sociedad basado en los planteamientos anarquistas de la FAI y de la CNT, que eran las organizaciones que tenían una mayor influencia en el movimiento obrero, a través de las cuales se llevarían a la práctica los principios inherentes al comunismo libertario. Así, se pondría en marcha un proceso de colectivización tanto en el sector agrario como en el empresarial, en la medida en que los respectivos patronos habían dejado de contar con la fuerza represora del Estado. Muchos fueron los terratenientes y empresarios que abandonaron sus propiedades, al haber perdido el apoyo institucional del que gozaban antes de la eclosión de la revolución social. Los trabajadores mismos van a tomar las riendas de sus lugares de trabajo, poniendo en práctica la autogestión. Algunos ejemplos, entre muchos otros, fueron las colectivizaciones de los tranvías de Barcelona, la cervecera Damm, la Hispano-Suiza, la CAMPSA, etc.

Decisión y salida de Argentina

Antes de pasar a hacer un resumen de la estancia de los Grossi en Barcelona (1936-1939) es necesario tener en cuenta que todos los movimientos de Cesare y, también, los de Maria y sus hijos, tan pronto como éstos fueron adolescentes, se observaban con la frecuencia y detalles requeridos por la policía política del régimen de Mussolini, la OVRA (Organización para la Vigilancia y Represión del Antifascismo) con extensión en el extranjeros en todos los países que mantenían relaciones diplomáticas con Italia o en los correspondientes centros de espionaje cuidadosamente camuflados. Existe un elevado número de expedientes, cartas y despachos respecto a los Grossi, fechados desde los inicios de 1927 y hasta el año 1943, inclusive. Los originales están depositados en el Archivio Centrale dello Stato, Roma, Casellario Politico Centrale.

Los Grossi en Bélgica, comienzos de septiembre de 1936

De hecho, y a modo de ejemplo, el espediente nº 46, del 17/09/1936, remitido por la Embajada de Italia en Buenos Aires, dirigido al Ministerio de Asuntos Exteriores (Roma), al Ministerio de Interior (Roma) y con copia por conocimiento al Consulado de Italia en Amberes (Bélgica), dice textualmente:

“Comunico que, de acuerdo con una información confidencial transmitida a esta Dirección de Seguridad Pública, el día 11 de este mes, el abogado Carmine Cesare Grossi y su familia han llegado a Amberes a bordo del buque belga ‘Pionner’, procedente de Buenos Aires. El denominado abogado ha llevado a cabo, durante la travesía, una activa propaganda subversiva. Los Grossi se han alojado en el Hotel Max de Amberes y parece que en fechas próximas se dirigirán a España. Aún no se sabe bien.
Firmado: El Embajador
(Anotación a mano: Comuníquese a Nápoles)”.

La familia Grossi decidió poner término a su residencia en Buenos Aires después de una asamblea familiar celebrada a raíz de las noticias que les habían llegado de España. Fue en torno al 20 de julio de 1936. Consecuentemente, abandonarían Buenos Aires –como ya habían hecho en 1926, cuando dejaron Nápoles– y todas sus actividades, así como todo lo que habían conseguido en su nueva vida en Argentina. Embarcaron rumbo a Barcelona el 11 de agosto de 1936 pasando por Amberes, ciudad a la que llegarían desde Buenos Aires. Desde esa ciudad portuaria flamenca, se desplazaron a Bruselas y, tras una breve estancia, viajaron a París en tren. Días después, otro tren los llevaría a la “Rosa de Fuego”, donde llegarían el 30 de septiembre. Tras diversas estancias en hoteles colectivizados para acoger a los combatientes voluntarios extranjeros, les sería concedido un piso incautado a una familia fascista que había huido a Zaragoza el 18 de julio, sito en la calle Córcega, 250.

“La Plaza de Cataluña es como un gran puerto donde encuentran acogida los extranjeros que llegan para intervenir en la lucha de la liberación de España de la invasión de los reaccionarios, de los ‘marroquíes’ y de los fascistas italianos” (Cesare Grossi).

Así va a nacer Radio Libertà –sita en la Avenida Diagonal, 594, en el mismo edificio en el que se encontraba el Ministerio de Propaganda–. Cesare Grossi la dirigía y escribía para la emisora los textos que relataban fehacientemente las noticias de los frentes; los hechos de la guerra minuciosamente detallados y analizados. Su hija, Ada, nacida el 10 de abril de 1917, verbalizaba los textos de su padre, llegando a ser conocida como “la voz de la España ensangrentada”. La emisora alcanzaba Italia, donde se escuchaba clandestinamente. Tanto es así que las autoridades fascistas dieron orden de interceptar las transmisiones, pero Radio Libertà cambiando frecuentemente de horario, conseguía ser escuchada por miles y miles de personas tanto en Italia como en España, repleta de soldados al servicio del fascio, pasando por Francia. Desde esa emisora, se incitaba a los soldados italianos a desertar y a unirse a la lucha del pueblo español. Es sabido que hubo numerosas deserciones en España y que, en Italia, muchos se negaron a incorporarse a nuevos reemplazos. Las transmisiones provocaron tumultos en Italia y, por consiguiente, la detención y el castigo de numerosas personas.

Entre otros hechos, Radio Libertà narró con detalle la derrota de los fascistas en Guadalajara, con mención especial a Cipriano Mera, indiscutible artífice de la única gran batalla que ganó la II República. Este tipo de noticias que se contraponían a las tendenciosas y sesgadas que se divulgaban en los medios de comunicación italianos, desataron la cólera del régimen de Mussolini quien, al cabo de unos años, se vengaría de Cesare Grossi de la forma más perversa y cruel imaginable…

Desde Radio Libertà también se denunciaban los desmanes y los crímenes de los estalinistas. Entre ellos, el caso del asesinato de Guido Picelli, fundador de Gli Arditi del Popolo, comandante del Batallón Picelli, integrado en las Brigadas Garibaldi.

Funeral de Guido Picelli

Cesare Grossi era amigo personal de Guido Picelli, a quien conocía desde los tiempos de las Barricadas de Parma (1922). Sabía de primera mano las amargas y desoladoras vivencias de Picelli en su estancia en la URSS y cómo la NKVD se la tenía jurada. De hecho, el 5 de enero de 1937, unos agentes de Orlov infiltrados en su batallón le tirotearon por la espalda, causándole la muerte, cuando Guido estaba montando una ametralladora en el frente de Mirabueno (Guadalajara). 

La denuncia de su asesinato, a través de Radio Libertà, y la presencia de los Grossi en el funeral de Estado que se le rindió en Barcelona, es no sólo reveladora de sus actividades revolucionarias, sino, también, una de las claves de lo que le sucedería meses después a Radio Libertà y a Cesare Grossi, en el transcurso de los Sucesos de Mayo del 37. 

Cesare Grossi, Maria Olandese y Ada Grossi formaban la delegación italiana en ese funeral de Estado, al que asistieron cientos de miles de personas. Se situaron a la derecha de Paolina, la viuda de Guido Picelli. A la izquierda de ésta, junto a dos hombres aún no identificados, se situó Vladímir Antónov-Ovséyenko, entonces cónsul general de la URSS en Barcelona. A los seis meses del funeral de Picelli, el proprio Stalin le llamaría a Moscú, utilizando una argucia a modo de excusa. Unos meses después de presentarse en el Kremlin, Antónov-Ovséyenko, estrechamente vigilado, fue arrestado, enviado a prisión, torturado y, finalmente, fusilado en febrero de 1938. 

Maria Olandese, nacida el 1de diciembre de 1889, quien fuera una soprano dramática excepcional, trabajaba como voluntaria en varios hospitales, ayudando a los heridos que venían del frente. Asimismo, organizaba conciertos en esos hospitales, así como espectáculos operísticos en otros centros de la ciudad para los combatientes que partían al frente o volvían de permiso a Barcelona. Su hija Ada, pianista y estudiante de perfeccionamiento de canto –soprano lírica, entonces alumna de Dolores Frau en el Conservatorio Superior de Música de Barcelona– o bien acompañaba al piano a su madre, o bien cantaba junto a ella cuando sus responsabilidades en Radio Libertà o en el Conservatorio le permitían participar. Cuando era el caso, entre las dos conseguían formar una orquesta también compuesta por músicos combatientes tanto extranjeros como españoles.

Mientras el padre, la madre y la hija luchaban desde la retaguardia, los hermanos Renato, nacido el 14 de enero de 1916, y Aurelio, nacido el 24 de enero de 1919, ingresaron juntos en las filas del Ejército Popular, en enero de 1937, en una unidad, de acuerdo con sus ideas, en la que la mayor parte de los combatientes eran miembros de la CNT. Aurelio tuvo que alterar su fecha de nacimiento para poder ingresar. Aún no había cumplido 18 años, pero los hermanos querían combatir juntos. No concebían la idea de separarse. El mayor, Renato, era violinista y estudiante de ingeniería y el más joven, Aurelio, estudiante de piano y canto. Ambos eran radiotelegrafistas, oficio que habían aprendido en Buenos Aires y que habían perfeccionado en Barcelona. Por ello, se les destinaria a primera línea con esa especialidad. Por su nacionalidad italiana y su marcado acento argentino, cuando hablaban en castellano o en su incipiente catalán, se les conocía como los hermanos “Tanos” (modismo argentino usado para denominar a los italianos). Lucharon en las provincias de Málaga, Murcia, Albacete y Teruel, donde la explosión de una bomba dejaría a Aurelio ciego del ojo derecho a causa de una esquirla de metralla mientras que Renato, por la explosión cercana, caería en estado de shock. Podrían haber evitado esa desgracia, echando a correr lejos de allí, pero quisieron salvar a toda costa el equipo de radiotelegrafía. De otro modo, sus compañeros se habrían quedado desamparados. Fueron distinguidos por ese acto de heroísmo en el frente y, una vez que se hubieron restablecido de sus respectivos graves estados, continuaron combatiendo, siempre como radiotelegrafistas en primera línea y, finalmente, en la defensa de la provincia de Barcelona.

Tragedia y traición

Con la llegada de la primavera del 37, el mes de mayo va a crear un clima de convulsión en la retaguardia de Barcelona. Se habían promulgado leyes progubernamentales que habían devuelto el poder a la Generalidad y al Estado. Por otra parte, ya se habían incorporado al gobierno cuatro anarquista de la CNT: Federica Montseny, Juan García Oliver, Juan Peiró y Juan López, lo que no ayudó en absoluto. Al contrario, fue una vía propicia para la contrarrevolución y, asimismo, para la derrota en la guerra. Cabe considerar, también, que Largo Caballero había sido forzado a dimitir y su puesto lo había ocupado Negrín, probablemente el personaje más siniestro de la última etapa de la II República: el servidor incondicional de Moscú y de sus agentes en España. Del 3 al 8 de mayo, el Estado, así como la Generalidad, van a recuperar todas las competencias en España, en Barcelona y en Cataluña. Se presagiaba la tragedia. Una de las primeras medidas fue la recuperación del edificio de la Telefónica –hasta entonces controlado por un comité formado por la CNT y la UGT– mediante el mandato expreso a la Guardia de Asalto, lo que va a provocar sangrientos combates y el levantamiento de barricadas por toda la ciudad. En ese contexto, toda persona considerada antisoviética estaba en el punto de mira. Andrés Nin, fundador y dirigente del POUM, fue torturado y asesinado por agentes de la policía soviética. Moscú le consideraba trotskista. No había más que hablar. Otros asesinatos brutales fueron los de los anarquistas italiano Camillo Berneri y Francesco Barbieri. Ambos habían estado, el 4 de mayo, en la sede de Radio Libertà, colaborando con los Grossi. Fueron secuestrados –a última hora de la tarde del día 5, por una patrulla de unos 15 hombres con brazaletes de la UGT y dirigida por un “mosso d’esquadra”– en el piso que compartían con otras compañeras y compañeros. De allí, los llevaron a un piso de las inmediaciones utilizado como “checa”. Después, en la misma noche del día 5, los llevaron a la Plaza de Cataluña para ejecutarlos. A continuación, dispersaron malévolamente sus cadáveres, casi irreconocibles por las palizas recibidas y los tiros con los que los habían asesinado. En cuanto fue posible, se dio aviso al compañero Umberto Marzocchi para encomendarle la peligrosa y dolorosa tarea de la identificación de sus cadáveres. A Marzocchi, gran amigo de ambos, no le cupo la menor duda.

El día 6, a media mañana, coincidió la incautación de Radio Libertà con el secuestro físico de Cesare Grossi por parte de una patrulla de estalinistas. Una llamada urgente a toda Barcelona, que corrió como la pólvora por todos los estamentos de la ciudad, realizada por un compañero de la radio, testigo de los hechos (se cree que fue el muy noble y valiente corresponsal portugués, a cuyo cargo estaba la emisora para Portugal sita en esa misma sede, pese a que éste fuera consciente que, después, también le secuestrarían la suya, al igual que hicieron, a continuación, con la emisora para Alemania, a cargo de un compañero de esa nacionalidad, también combatiente voluntario en la retaguardia de Barcelona), hizo posible que se encontrara y se liberara in extremis a Cesare, golpeado repetidamente por haber opuesto resistencia y, con toda probabilidad, poco antes de que lo ejecutaran. Pero no fue posible impedir que la radio quedara en poder soviético y perdiera, así, el cien por cien de su contenido revolucionario. Los agentes de Stalin en Barcelona convirtieron a Radio Libertà en una esclava arrodillada ante Moscú. Negrín, una vez más, tenía la oportunidad de frotarse las manos.

Esos hechos brutales no lograron alterar el espíritu internacionalista, socialista libertario, de los cinco miembros de la familia Grossi. Bien al contrario, los haría reafirmarse en su natural animadversión hacia el centralismo autoritario del comunismo soviético, del comunismo institucionalizado, que temía de una manera que podría calificarse de enfermiza las consecuencias de las colectivizaciones y de cualquier avance revolucionario en España, en donde la cruel realidad era que se luchaba al mismo tiempo tanto contra el fascismo como contra Moscú, palabras éstas que los Grossi repetirían y difundirían a lo largo de sus vidas, proyectándolas como pensamiento encaminado a la reflexión de los hechos históricos. Hasta hace poco, Aurelio, el último de los Grossi, fallecido el pasado 6 de abril, seguiría siendo el fedatario italiano de ese execrable escenario. Una perversión llevada a los límites extremos del genocidio contra un pueblo heroico que estaba luchando contra cualquier forma de autoritarismo.

Aurelio cantando, febrero 1945, el día después de la liberación del Campo de Melfi

Exilio, dolor y valor

La guerra se perdería de la manera que conocemos bien. Los fascistas terminarían por ocupar toda España. Entraron en Barcelona el 26 de enero de 1939. La resistencia republicana era escasa. La ciudad quedaría bajo el mando militar del general Yagüe y se produciría un éxodo de unas 46.000 personas, prolongándose éste hasta el 10 de febrero. Los puestos fronterizos con Francia serían testigos de un goteo constante de derrotados, heridos, de hombres, mujeres, niños y ancianos en condiciones infrahumanas cuyas miradas reflejaban el miedo y la rabia, así como un dolor inconmensurable. Todo ello, entremezclado con el hambre, la miseria y la conciencia colectiva de que no existiría un retorno a lo perdido.

La familia Grossi conocería, una vez más, el exilio bajo los bombardeos de los aviones Fiat italianos. Cuando llegaron, a pie, a la frontera francesa, sería, también, el inicio la separación de Cesare, Maria, Renato, Ada y Aurelio. Los hombres serían internados en el campo de concentración de Gurs (Pirineos Atlánticos) y las mujeres en el de Argelès-sur-Mer (Pirineos Occidentales). En este campo los recintos masculinos y femeninos estaban separados por una alambrada. Reunía uno por uno los requisitos de un verdadero campo de concentración. Era un lugar inhabitable, cruel e inhumano. Con todo, no alcanzaba el grado de perversión del campo de concentración de Gurs, el más infame que se dio en Francia.

“Gurs, une drôle de syllabe / comme un sanglot / qui ne sort pas de la gorge”, Louis Aragon (Gurs, una extraña sílaba / como un sollozo / que no consigue salir de la garganta).

En el campo de Argelès, Ada conocería a su compañero, el español Enrique Guzmán de Soto (13 noviembre 1917), a través de la alambrada mencionada. Sin la interposición de esa alambrada, se encontraban sólo cuando ella, con labores de intérprete en el campo femenino, acompañaba a la enfermería, situada en la zona masculina, a alguna interna. Enrique, el único español en la enfermería, recubría ahí funciones de auxiliar de cirugía. Era, entonces, un estudiante adelantado de medicina. Había sido miembro de las Juventudes Libertarias, después de la FAI y de la CNT, cuando fue a combatir al frente. Luchó siempre junto a Cipriano Mera, quien le llamaba cariñosamente Quique. Era un hombre muy inteligente, generoso y valiente, que pasaría largos años de su vida en prisión. Ada y Enrique tuvieron dos hijos, Ettore, fallecido accidentalmente en 2010, y Sylvia, nueve años menor que su hermano, quien vendría al mundo una vez que su padre hubo salido del Penal de Ocaña, la última de las cárceles en las que estuvo. A lo largo de su vida, Enrique recordaría con inmutable emoción que sólo su abuela materna y Mera le habían llamado Quique.

Los Grossi, fueron deportados a Italia desde Francia, donde el propio Mussolini pudo culminar su venganza contra el abogado revolucionario internacionalista Carmine Cesare Grossi, ensañándose con Renato, su primogénito, quien padecería de por vida la peor de las represalias imaginables. Renato, además de haber caído en un acusado estado depresivo a causa de la pérdida de la guerra, padeció en Gurs, al igual que su padre y que su hermano menor, Aurelio, un sinfín de maltratos. En ese campo, se ordenaría su ingreso en el Hospital Psiquiátrico de Lannemezan (Altos Pirineos). De allí, fue deportado a Italia e ingresado directamente en distintos centros de experimentación psiquiátrica. Tiempo después, Mussolini recibió una solicitud para el traslado y confinamiento de Renato a Melfi (Basilicata) donde habían deportado a Maria y a Aurelio. Una solicitud de carácter humanitario dirigida personalmente al Duce, para que Renato pudiera estar, al menos, junto a su madre y hermano. La respuesta fue la devolución de esa solicitud, a través del Ministerio del Interior, con la palabra “NO” escrita a mano, en mayúscula, y una “M” como firma. La caligrafía y la firma de Benito Mussolini, lo que determinaría la inhabilitación mental de Renato Grossi. Los documentos originales se encuentran en el Archivio Centrale dello Stato (ACS), Roma, Casellario Politico Centrale (Carta a Benito Mussolini, del 16.08.1941; ACS, Divisione di Confinamento Politico del Mininistero degli Interni, b.722, carta al Ministero degli Interni, del 23.12.1941). 

Después de esos años de prácticas psiquiátricas infames, la recuperación de Renato resultó imposible, pese a todos los esfuerzos y sacrificios de la familia por curarlo o, cuando menos, para que experimentara alguna mejoría. Reducido prácticamente a la condición de autómata, siguió con vida hasta el 12 de agosto de 2001.

Maria Olandese y Aurelio Grossi en Nápoles, primavera 1945, pocos meses tras la liberación del Campo de Melfi

En Italia, según iban cruzando esposados la frontera con Francia, se separaba a los Grossi. Maria pasó directamente al confinamiento en Melfi. Aurelio, a la cárcel de Poggioreale (Nápoles) y, después, a Melfi. Cesare, a la cárcel de Poggioreale y, después, a Ventotene.

La familia Grossi no volvería a reunirse hasta después del final de la II Guerra Mundial. Ada, que había seguido a Enrique a España, no conseguía obtener visado para viajar a Italia. Una vez reinstaurada allí la “democracia”, el comunista Pietro Nenni, ministro de Asuntos Exteriores de la República italiana entre 1946 y 1947, quien había sido brigadista en la Guerra de España, se lo denegó repetidamente. Su padre logró obtenerlo para Ada, a través de Enrico De Nicola, a principios del 47. Poco después, a mediados de marzo de ese mismo año, con Ada y Ettore, poco más que un bebé, ya en Nápoles, volverían a detener a Enrique en Madrid. Le encarcelarían en Carabanchel y, después, en Ocaña.

Todo aquello que, además, pudiera escribirse sobre los Grossi en estas u otras páginas, no conseguiría relatar, por extenso y detallado que fuera, las vivencias que protagonizarían. Aurelio, el último miembro de la familia, que nos dejó el pasado 6 de abril, a los 98 años, era el único combatiente italiano voluntario en la Revolución y en la Guerra de España que quedaba con vida. El 21 de diciembre de 2016, recibió de la mano de Luigi De Magistris, alcalde de Nápoles, el nombramiento y condecoración de Héroe de la Ciudad de Nápoles por su incansable lucha a favor de las libertades en España e Italia. Se encontraba acompañado de su sobrina Sylvia, miembro de la CNT de Vigo, y de su sobrino nieto Aitor, anarquista, residente en París, hijo de Sylvia. Ahora, ellos dos son los únicos descendientes y testigos directos que quedan de esa noble familia de combatientes; aquellos que lo perdieron todo en pro de una lucha internacionalista por la libertad de los pueblos, de la justicia social para la devolución de la dignidad que los Estados les han arrebatado.

Tres generaciones de Grossi, Capri, septiembre de 1955

Este texto se ha escrito con la intención de honrar a la única familia extranjera que, al completo, combatió voluntariamente en la Guerra Civil, desde sus inicios y hasta la derrota final, lo que supondría la victoria del fascismo en España.

De todo corazón: ¡Qué la tierra os sea leve a todos vosotros!

T. F. (en colaboración con S. G.)

Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, octubre de 2018

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