Apogeo y decadencia del 1° de Mayo

mártiresCuando el Congreso Internacional reunido en la sala Pétrelle de París, en­tre el 14 y el 20 de julio de 1889, deci­dió organizar cada año «una gran ma­nifestación internacional en todos los países y ciudades a la vez», con el objeto de lograr la jornada de ocho ho­ras, fijó ya como fecha para la misma el 1° de Mayo. Tenía en cuenta, al ha­cerlo, que la American Federation of Labor, en el Congreso celebrado en San Luis, en diciembre de 1888, había adoptado ese día para una manifesta­ción análoga.

Pero, como bien hace notar Dommanget, en «la célebre resolución del Congreso de París que, hablando con propiedad, es el acta de bautismo del 1° de mayo Internacional, no se hace en absoluto cuestión de fiesta, sino de manifestación». Se trataba, en efecto, de presionar a los poderes públicos y de exigir una reivindicación esencial para la clase obrera. En un artículo fa­moso y muchas veces citado de Jules Guesde –“Los orígenes del 1° de Mayo”- tampoco se mencionaba para nada la palabra «fiesta»: se hablaba, más bien, de manifestación, impulso, intimación.

Los anarquistas, que habían prota­gonizado el movimiento por las ocho horas en Estados Unidos y que habían dado la sangre de los mártires de Chi­cago, no tenían una opinión unánime sobre la participación en las jornadas del 1° de Mayo. Todos convenían sin embargo, en aquellos momentos aurorales, en repudiar la idea de «fiesta» para ese día. El Pére Peinard, el fa­moso remendón libertario, sostenía que «son los cobardes y los frenadores del socialismo» quienes han «cortado el chicote al aire protestador y frondo­so del 1° de Mayo», ladrando que era la fiesta del proletariado, al mismo tiem­po que procesionaban ante los poderes públicos» (M. Dommanget, “1° de Ma­yo ¿fiesta del trabajo o día de la lucha emancipadora?” en Historia del 1° de Mayo, México, 1977. p. 159-160).

Pero no fueron solo los anarquistas sino también la inmensa mayoría de los socialistas quienes rechazaron al principio la idea de convertir al 1° de mayo en fiesta del trabajo. Las razones de tal rechazo, que duró por Io menos hasta la Primera Guerra Mundial, son muy comprensibles. Una fiesta signifi­ca la celebración de un triunfo, el re­cuerdo de una victoria. Pero la clase obrera, aún después de la conquista de la jornada de las ocho horas, estaba le­jos de haber triunfado. SI se podía ha­blar de fiesta no era, en todo caso, sino una fiesta del futuro, para cuando, co­mo escribía Adrien Véber, «el victorio­so empuje del socialismo y la Instaura­ción progresiva del colectivismo transformarán en una verdadera fiesta este austero aniversario, este acto de fe re­volucionaria y de comunión Interna­cional» (citado por Dommanget).

Algún historiador superficial podría imaginar hoy, leyendo los periódicos socialistas y anarquistas de la época, que tal oposición a celebrar una fiesta del trabajo y del trabajador obedecía a un escrúpulo del revolucionarismo doctrinario o constituía una mera for­malidad protocolar. Basta con recor­dar, sin embargo, para aventar tan li­geras suposiciones, que quienes pre­tendían instituir el 1° de mayo como fiesta internacional del trabajo eran nada menos que los personeros de la burguesía y los representantes oficia­les u oficiosos del gobierno. Nada más conveniente para ellos, sin duda, que convertir la fecha en una celebración poética o, mejor aún, en una concele­bración de la naturaleza primaveral y del trabajo humano. Nada mejor que los cánticos jocundos y las guirnaldas de flores para exaltar la concordia de clases y la armonía social. No olvida­ban éstos que ya los romanos hablan celebrado el 1° de mayo como festivi­dad de las flores y de los cereales, ni, por otra parte, que en Australia el reformismo obrero habla logrado, desde 1855, la jornada de las ocho horas, por lo cual celebraba la fiesta del trabajo en fecha próxima, esto, es el 21 de abril.

El movimiento obrero internacional y particularmente los anarquistas se negaron rotundamente a cohonestar este fraude y a colaborar con la do­mesticación de una fecha que habla si­do y quería seguir siendo clasista y re­volucionaria.

Sin embargo, lo que no podía ser una «fiesta» de la armonía social y una celebración de la paz de los esclavos con el amo benévolo, se transformó pronto en algo más que una moviliza­ción por las ocho horas. Adquirió un significado trascendente al unirse al recuerdo fervoroso de los mártires de Chicago y llegó a ser día ecuménico de los trabajadores en lucha y, si así pu­diera decirse, también «fiesta» de la sangre y del sudor del pueblo, más pa­recida por eso a una conmemoración religiosa que a una efemérides nacio­nal o a un cumpleaños del gobierno.

Como tal se celebró, durante mu­chos años, en la mayoría de los cen­tros obreros de Europa y de América, desde París a Buenos Aires y desde Rio de Janeiro a Berlín. Y no dejó de pre­senciar, a través de los años, la calda de nuevas víctimas de la represión po­licial. Así, para citar sólo dos ejemplos de países muy distantes entre sí, en Fourmies, Francia, en 1891, las fuer­zas policiales dispararon sobre una multitud desarmada y pacífica y die­ron muerte a varios hombres, mujeres y niños; en Buenos Aires, Argentina, en 1904, durante la manifestación convo­cada por la FOA, (Federación Obrera Argentina), un obrero resultó muerto y otros quince heridos (Cfr. laacov Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina • México • 1978 – p. 337).

Tuvo el 1° de Mayo, por otra parte, sus oradores, sus dramaturgos y sus poetas. Charles Grot, Etienne Pédron, Clovis Mugues, Olivler Souetre y Gas­tón Couté (que cantó en argot parisino al día de los trabajadores) en Francia; Emil Szepansky y Errnst Flsher, en Ale­mania; Amadeo Vannucci, Pietro Petrazzini y Pietro Gori (autor de un esbo­zo dramático donde se canta un himno proletario con la música del Nabucco de Verdi) en Italia, fueron algunos de los vates populares de la fecha proleta­ria. Inclusive un escritor célebre en los círculos literarios de su época, Edmun­do de Amicis, el autor de la universalmente conocida y traducida novela Coure (Corazón) escribió sobre el 1° de Mayo, exhortando, un tanto ingenua y senti­mentalmente, a los capitalistas a unirse al socialismo (Cfr. M. Dommanget, “El 1° de Mayo en la canción y la poesía populares”, en op.cit., pp. 193-226).

Sin embargo, poco a poco, el espíritu combativo que floreció en mártires y en poetas, se fue desgastando en las grandes masas obreras.

Con la domesticación de los sindica­tos, ya sea por la complejidad del voto (que eleva a sus dirigentes al parla­mento), ya por la implacable maquina­ria del partido único y del Estado omnipotente, el 1° de Mayo comenzó a per­der su significado prístino de manifes­tación internacionalista y clasista, de rememoración dolorida pero combati­va del martirio de Chicago.

En algunos países, que dejaron de celebrar la fiesta del trabajo el 19 de marzo, día de San José, para trasladarla al 1° de mayo (de acuerdo con el cri­terio de la clase obrera), la fecha se si­gue celebrando con misas y tedeums. En otros, da lugar a desfiles marciales, bajo la paternal mirada de los nuevos amos. En otros, por fin, el 1° de Mayo es recordado en programas de radio y televisión, ocupa las columnas de la prensa burguesa y ocasiona piadosas congratulaciones en las cámaras legis­lativas y en las centrales patronales.

Todo esto comporta una tergiversa­ción que podría considerarse cómica, si no tuviera mucho de trágica. Dice muy bien el anarquista gallego Ricardo Mella: «Los años siguientes al bárbaro sacrificio (de los mártires de Chicago) se luchó valientemente; la huelga ge­neral ganó las voluntades y cada 1ero. de mayo se señaló por verdaderas rebel­días populares. Los aldabonazos de la violencia repercutieron terroríficos en diversas naciones. Y a través de este periodo heroico, las ideas de emanci­pación social han adquirido carta de naturaleza en todos los pueblos de la tierra. No espantan ya a nadie las ideas socialistas o anarquistas. De ellas an­dan contagiadas las mismas clases di­rectoras. En sus bibliotecas hay más li­bros sediciosos que en las casas de los agitadores y de los militantes del obre­rismo revolucionario. Y acaso también en los cerebros de aquéllos, más gér­menes de revueltas y de violencia que esperanzas en los corazones proleta­rios. Ha pasado la época heroica. Se ha falseado el significado del 1ero. de mayo. Se lo ha convertido en un día ritual, de culto, de idolatría. La liturgia socialista no sabe pasarse sin iconos, sin estandartes, sin procesiones» (R. Mella, La tragedia de Chicago, México, 1977, p 136).

¿Puede volver el 1° de Mayo a con­quistar su sentido originario? Evidente­mente no, mientras el movimiento obrero no deje de ser un apéndice de los partidos políticos o un servil instrumento del Estado, mientras no logre enfrentar de nuevo (con otros méto­dos, pero con el mismo espíritu de los primeros años) al avasallante capitalis­mo de las transnacionales y el letárgi­co capitalismo.de Estado, que gusta disfrazarse de socialismo.

Ángel Cappelletti
[Nota: Integrantes del Colectivo Editor de El Libertario han digitalizado por primera vez este artículo, que se publicó originalmente el domingo 11/05/1985 en el Suplemento Cultural del diario caraqueño Últimas Noticias y no está incluido en ninguno de los libros del autor.]
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