Hechos y comentarios y otros escritos. Anarquismo en Buenos Aires (1890-1915) [Libro]

AnarquismoDurante muchos años he vivido muy de cerca la vida del proletariado en la Argentina. He sentido sus ansias y mi corazón ha palpitado al unísono del suyo.

Testigo presencial de sus luchas y copartícipe en no pocas de ellas, me he creído en condición especial para llevar al libro mis impresiones personales, trazando un esbozo de la vida activa de los trabajadores argentinos.

No son estas páginas propiamente historia social, porque de ellas faltan muchos sucesos, falta la crónica de las huelgas una por una, con el resultado adverso, favorable o incierto que han tenido, ni contiene estadísticas que revelen cuántos obreros tomaron parte en los movimientos del proletariado, qué jornales y horarios tenían y cuántos días, semanas o meses duró cada huelga.

Esta labor de estadística, interesante sin duda alguna, no ha estado en mi mano hacerla ni la he creído oportuna, porque al fin y al cabo es labor fría de estudioso y para estudioso, poco apropiada para la generalidad del público y carente, además, de fuerza expresiva que dé una sensación exacta del proletariado y sus luchas, de su modo de ser y sentir, de esa su parte íntima que no se trasluce fácilmente en los números.

He procurado dar una sensación de ambiente, presentar al proletariado en los momentos álgidos de sus contiendas, hacer ver cómo se han ido desarrollando en él las ideas sociales y de qué manera, conflicto tras conflicto, ha llegado la situación a quebrarse violentamente mediante la adopción de medidas represivas que han colocado a la Argentina entre las naciones de legislación más atrasadas del mundo. No es tampoco ésta una página más o menos completa del movimiento obrero solamente.

Lo es también de sus luchas partidistas, de su división en socialistas, sindicalistas y anarquistas y aun de las mismas luchas intestinas que entre estos últimos se han producido. Y además desfilan también en esta obra burgueses, gobernantes y policías, con sus resistencias y represiones, con toda la acción a que la agitación del proletariado los ha incitado y en la que han procedido de acuerdo con su criterio, tan menguado como erróneo, respecto a la existencia de la cuestión social, que confunden con el pauperismo, sin duda porque los que en todo el mundo se agitan y bregan son proletarios. Y es claro; en América el pauperismo no existe o por lo menos su importancia no llega a asumir el carácter de problema, a que pueda ser considerado como una cuestión que es imprescindible solucionar. De esa confusión, de ese creer que cuestión social y pauperismo son una misma cosa, emanan las aposturas bélicas de los gobernantes, las violencias policiales y las leyes represivas. Convencidos de que la miseria no es extrema, atribuyen la agitación del proletariado a la influencia de unos cuantos hombres, para los cuales no encuentran calificativo que los denigre suficientemente, ni medida que sea bastante dura como castigo.

Son los perturbadores, son la hez de la sociedad, son vulgares delincuentes parapetados bajo una bandera social, dicen. Sacando el asunto de este libro fuera de las ciudades y llevándolo a los campos americanos, a las provincias del interior de la Argentina, podríase sin embargo demostrar que hay también en América pauperismo, aunque todavía no haya una cuestión social que tenga sus fundamentos en él, porque precisamente en esas provincias se convive tan familiarmente con la pobreza y la miseria que nadie clama ni protesta, y la cuestión del pauperismo no llega a exteriorizarse, a ser cuestión.

Quien conozca el modo de vivir de los paisanos argentinos, principalmente en las provincias del norte, sabrá si hay o no pobreza y miseria en América.

Quien vea el género de vida de los que se dedican a la recolección de cereales en la región agrícola de la Argentina, sabrá si en alguna parte es posible hallar algo semejante, ni aun cuando esa, en verdad pésima vida, tenga como contrapeso el poder los peones reunir en los tres o cuatro meses de verano unos cuatrocientos o quinientos pesos.

No he querido tratar la cuestión social bajo ese aspecto mísero de la vida del paisano, ni bajo el de la tarea abrumadora y la existencia de bestias de los peones que realizan la cosecha.

Tampoco he tratado de poner en evidencia la bárbara explotación, el régimen de tiranía, sin ejemplo en parte alguna de Europa, de los obreros que en los yerbales argentinos y los quebrachales del Chaco viven muriendo. Nada más atroz, ni aun la vida en los ingenios tucumanos, que sin embargo se le asemeja mucho.

He estudiado la existencia de los que luchan por variar de condición y no me he ocupado de los que aguantan silenciosamente el látigo del capataz y el robo descarado de las grandes empresas.

Por interesante que sea el estudio de esa parte de la vida argentina, paréceme más merecedora de la pluma la historia de los que se levantan para redimirse por sí mismos.

Los otros necesitan, más que el relato de sus miserias, la propaganda que los conmueva, que les haga ver lo muy poco de seres humanos que tienen, lo cerca que se hallan de la bestia, a la que aun se trata mejor porque se le deja comer lo que necesita y se cuida de que no muera, ya que su existencia representa un capital. Paisanos, peones e indígenas, necesitan la palabra del apóstol más que la pluma del historiador.

Por eso aquí se ha prescindido de ellos, para reseñar la acción de los que aun sin estar en situación tan penosa, tan desgraciada, tan denigrante, luchan por elevar su condición de asalariados a la de hombres. Tal vez este relato, que no me atrevo a denominar historia, haya resultado algo sombrío, algo brutal.

La culpa no es mía.

Los hechos se han producido así, de esa manera y así tenían que figurar en estas crónicas.

No sin pena han sido trazadas algunas de estas páginas. Al escribirlas, un montón de penosos recuerdos, de las angustias de ciertos momentos, me ha conturbado.

Y aunque he procurado referir sin apasionamientos y enconos, haciendo el comentario con imparcialidad, e investigando tranquilamente el porqué y el cómo de muchos sucesos, es probable que la pluma se haya dejado arrastrar por la pena y el dolor de lo sufrido. Que no es posible haber presenciado ciertos hechos sin conmoverse al recordarlos.

La veracidad ha sido mi norma al trazar estos renglones.

Y creo haber cumplido con ella, a pesar de mis mismas ideas sociales y de lo que en mí haya podido influir el haber sido actor o testigo en la mayor parte de los sucesos que relato.

El narrador ha desparecido, en todo lo posible, de la narración.

Únicamente el último capítulo es enteramente personal.

Y ello era necesario hasta cierto punto.

Es una página complementaria que acaba de poner en evidencia el modo de ser de la autoridad argentina.

Y la he incluido, utilizándola de paso para dar una ligera idea de Barcelona, de la ciudad de mundial fama anárquica y con la cual va compartiendo Buenos Aires un triste renombre, más por sus autoridades que por sus mismos elementos avanzados, ya que, si éstos se parecen mucho a los de Cataluña, más se parecen las policías de las dos grandes ciudades citadas

Eduardo Gilamón

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Fuente: http://www.fondation-besnard.org/article.php3?id_article=1467
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