[Audio] Pornografía bélica: el nuevo sexo seguro

GuerraLos principios del Siglo XXI son adictos a la pornografía bélica, el principal espectáculo deportivo consumido por el sillón global y las patatas digitales. La pornografía bélica se robó el centro de atención en la noche del 11 de septiembre de 2001, cuando el gobierno de Bush lanzó la Guerra Global contra el Terror (GWOT, por sus siglas en inglés), que fue interpretada por muchos de sus practicantes como una sutil legitimización del terror estatal de EE.UU. en particular contra los musulmanes.

También fue una guerra DE terror, una manifestación de terror estatal oponiendo el poder urbano de alta tecnología básicamente contra la astucia rural, de baja tecnología. EE.UU., por cierto, no ejerció ese monopolio; Pekín lo practicó en Xinjiang, su Lejano Oeste, y Rusia en Chechenia.

Como la pornografía convencional, la pornografía bélica no puede existir sin basarse en una mentira, una representación obscena. Pero a diferencia de la pornografía convencional, la bélica es auténtica; a diferencia de obscenas, baratas películas snuff, la gente en la pornografía bélica, muere realmente, en masa.

La mentira para rematar todas las mentiras en el centro de esta representación se estableció definitivamente con la filtración del memorando Downing Street de 2005, en el cual el jefe del MI6 británico confirmó que el gobierno de Bush quería eliminar a Sadam Hussein relacionando el terrorismo islámico con armas de destrucción masiva (inexistentes). Por lo tanto, como decía el memorando: “la información y los hechos se están amañando en torno a esa política”.

A fin de cuentas, George “estás con nosotros o contra nosotros” Bush fue la estrella de su propia snuff de proporciones históricas, que también al mismo tiempo tuvo la doble función de ser la invasión y destrucción del flanco oriental de la nación árabe.

La nueva Guernica

Irak se puede ver ciertamente como la Guerra de las Galaxias de la pornografía bélica, una apoteosis de secuelas. Por ejemplo la (segunda) ofensiva de Faluya a finales de 2004. Entonces la describí como la nueva Guernica. También me tomé la libertad de parafrasear los escritos de Sartre sobre la Guerra de Argelia; después de Faluya basta con que se reúnan dos estadounidenses para que haya entre ellos un cadáver. Citando Apocalipsis Ya, de Coppola, había cuerpos, cuerpos por doquier.

El Francisco Franco de Faluya fue Iyad Allawi, el primer ministro interino instalado por EE.UU. Fue Allawi el que “pidió” al Pentágono que bombardeara Faluya. En Guernica, como en Faluya, no hubo distinción entre civiles y combatientes: fue la regla de “¡Viva la muerte!”

Los mandos de los marines estadounidenses dijeron oficialmente que Faluya era la casa de Satán. Franco negó la masacre de Guernica y culpó a la población local, tal como Allawi y el Pentágono negaron las muertes de civiles e insistieron en que los culpables eran los “insurgentes”.

Redujeron Faluya a escombros, por lo menos 200.000 residentes se convirtieron en refugiados y mataron a miles de civiles con el fin de “salvarla” (ecos de Vietnam). Por cierto, en los medios corporativos occidentales nadie tuvo la valentía de decir que en realidad Faluya fue el Halabja estadounidense.

Quince años antes de Faluya, en Halabja, Washington era un proveedor entusiasta de armas químicas a Sadam Hussein, quien las utilizó para matar con gas a miles de kurdos. Entonces la CIA dijo que no fue Sadam; fue el Irán de Jomeini. Pero fue Sadam el que lo hizo, y deliberadamente, como EE.UU. en Faluya.

Los doctores de Faluya identificaron cadáveres hinchados y amarillentos sin ninguna herida, así como “cuerpos fundidos”, víctimas del napalm, el cóctel de poliestireno y combustible jet. Los residentes que lograron escapar hablaron de “gases venenosos” y “extrañas bombas que producían humo como nubes en forma de hongos… y que luego pequeños trozos caían del aire con largas colas de humo. Los trozos de esas extrañas bombas estallaban en grandes fuegos que queman la piel incluso cuando les arrojas agua”.

Es exactamente lo que sucede a la gente bombardeada con napalm o fósforo blanco. La ONU prohibió bombardear a los civiles con napalm en 1980. EE.UU. es el único país del mundo que sigue utilizando napalm.

Faluya también suministró un éxito de mini snuff; la ejecución sumaria de un iraquí herido e indefenso en una mezquita por un marine estadounidense. La ejecución, filmada y vista por millones en YouTube, representó gráficamente las reglas “especiales” de enfrentamiento. Los mandos de los marines estadounidenses de la época decían a sus soldados que “dispararan contra todo lo que se mueve y todo lo que no se mueve”; que dispararan “dos balas en cada cuerpo”; si veían a cualquier hombre de edad militar en las calles de Faluya, que «le derribaran» y que rociaran todas las casas con fuego de ametralladoras y de tanques antes de entrar en ellas.

Las reglas de enfrentamiento en Irak se codificaron en un manual de campo de 182 páginas distribuido a todos y cada uno de los soldados y publicado en octubre de 2004 por el Pentágono. Este manual de contrainsurgencia subrayó cinco reglas: “proteger a la población; establecer instituciones políticas locales; reforzar gobiernos locales; eliminar capacidades insurgentes y explotar información de fuentes locales”.

Ahora, de vuelta a la realidad. No se protegió a la población de Faluya; la expulsaron de la ciudad a fuerza de bombas y la convirtieron en una masa de miles de refugiados. Las instituciones políticas ya estaban establecidas: la Shura de Faluya dirigía la ciudad. Posiblemente ningún gobierno local puede gobernar un montón de escombros que tienen que recuperar ciudadanos enfurecidos, por no hablar de “reforzarlo”. Las “capacidades insurgentes” no se eliminaron; la resistencia se dispersó por otras 22 ciudades fuera del control de la ocupación estadounidense y se propagó al norte hasta llegar a Mosul; y los estadounidenses se quedaron sin información “de fuentes locales”, porque convirtieron en enemigos a todo corazón y mente posibles.

Mientras tanto, en EE.UU., la mayor parte de la población ya era inmune a la pornografía bélica. Cuando estalló el escándalo de Abu Ghraib, en la primavera de 2004, yo iba conduciendo por Texas, explorando Bushlandia. Prácticamente todas las personas con las que hable atribuían la humillación de los prisioneros iraquíes a “unas pocas manzanas podridas”, o la defendían por motivos patrióticos (“tenemos que impartir una lección a los ‘terroristas’”).

Adoro a un hombre en uniforme

Teóricamente, existe un mecanismo aprobado en el Siglo XXI para defender a los civiles de la pornografía bélica. Es la doctrina R2P “responsabilidad de proteger”. Se trata de una idea del gobierno canadiense y algunas fundaciones que ya circuló en 2001, pocas semanas después de que se lanzara la guerra contra el terror. La idea era que el concierto de las naciones tenía un “deber moral” de desplegar una intervención humanitaria en casos como Halabja, por no hablar de los Jemeres Rojos en Camboya a mediados de los años setenta o el genocidio de Ruanda a mediados de los noventa.

En 2004, un panel en la ONU codificó la idea, crucialmente con el pensamiento de que el Consejo de Seguridad pueda autorizar una “intervención militar” solo “como último recurso”. Entonces, en 2005, la Asamblea General de la ONU apoyó una resolución a favor de R2P y en 2006 el Consejo de Seguridad de la ONU aprobó la resolución 1674 sobre “la protección de civiles en un conflicto armado”; debían ser protegidos contra “genocidio, crímenes de guerra, limpieza étnica y crímenes contra la humanidad”.

Ahora aceleremos hasta fines de 2008, comienzos de 2009, cuando Israel –utilizando aviones caza estadounidenses para crear un verdadero infierno– desencadenó un ataque en gran escala contra la población civil de la Franja de Gaza.

¿Y la reacción oficial en EE.UU.?: “Obviamente Israel decidió protegerse y proteger a su pueblo”, dijo el presidente Bush. El Congreso de EE.UU. votó con abrumadores 390 contra 5 votos por reconocer “el derecho de Israel a defenderse de los ataques de Gaza”. El gobierno entrante de Obama guardó un estruendoso silencio. Solo la futura secretaria de Estado, Hillary Clinton, dijo: “apoyamos el derecho de Israel a la autodefensa”.

Por lo menos 1.300 civiles –incluidos numerosas mujeres y niños– fueron asesinados por el terrorismo de Estado en Gaza. Nadie invocó la R2P. Nadie apuntó a que Israel no cumplió con su “responsabilidad de proteger” a los palestinos. Nadie pidió una “intervención humanitaria” frente a Israel.

La simple noción de que una superpotencia –y otras potencias menores– tomen sus decisiones de política exterior con base en motivos humanitarios, como proteger a gente sitiada, es un chiste absoluto. Por lo tanto ya entonces aprendimos cómo se implementaría la R2P. No se aplicaba a EE.UU. en Irak o Afganistán. No se aplicaba a Israel en Palestina. Finalmente se aplicaría solo para entrampar a gobernantes “canallas” que no fueran “nuestros hijueputas”, como en el caso de Gadafi en Libia en 2011. Intervención “humanitaria” sí; pero solo para librarse de los “malos”. Y la belleza de R2P era que se podía aplicar al revés en todo momento. Bush llamó a «liberar» a los afganos que sufrían, especialmente a las mujeres vestidas con burkas, de los «malvados» talibanes, configurando en realidad la invasión de Afganistán como una intervención humanitaria. Y cuando se desenmascararon las afirmaciones engañosas sobre los vínculos entre al Qaida y las inexistentes armas de destrucción masiva, Washington comenzó a justificar la invasión, ocupación y destrucción de Irak mediante… R2P: “responsabilidad” de proteger a los iraquíes frente a Sadam y luego frente a sí mismos.

El asesino despertó al alba

El episodio más reciente de la serie de la pornografía bélica es la masacre de Kandahar cuando, según la versión (o encubrimiento) oficial del Pentágono un sargento del ejército estadounidense, francotirador y veterano de la guerra de Irak –un asesino altamente calificado– mató a tiros a 17 civiles afganos, incluidas nueve mujeres y cuatro niños, en dos aldeas a tres kilómetros de distancia, y quemó algunos de sus cuerpos.

Como en el caso de Abu Ghraib, hubo el acostumbrado torrente de desmentidos del Pentágono, como “no somos nosotros” o “no hacemos las cosas de esa manera”; para no mencionar un tsunami de historias en los medios corporativos estadounidenses humanizando al héroe-convertido-en-asesino masivo, como en “es un muchacho tan bueno, un hombre de familia”. Al contrario, ni una sola palabra sobre Los Otros, las víctimas afganas. No son personas; y nadie conoce sus nombres.

Una –seria– investigación afgana estableció que unos veinte soldados pudieron participar en la masacre, como en My Lai en Vietnam; y eso incluyó la violación de dos de las mujeres. Tiene sentido. La pornografía bélica es una subcultura letal y de grupo, junto con asesinatos selectivos, muertes por revancha, profanación de cuerpos, recolección de trofeos (dedos u orejas cortados), quema de Coranes y orinar sobre cadáveres. Esencialmente es un deporte colectivo.

“Equipos de asesinato” estadounidenses han ejecutado deliberadamente al azar a civiles afganos inocentes, sobre todo adolescentes, por deporte, colocaron las armas sobre sus cuerpos y luego posaron con sus cadáveres como trofeos. No es por accidente que hayan estado operando desde una base en la misma área de la masacre de Kandahar.

Y no debemos olvidar al antiguo máximo comandante de EE.UU. en Afganistán, el general Stanley McChrystal, quien el 10 de abril de 2010 admitió, brutalmente: “Hemos matado a una cantidad increíble de personas” que NO constituían una amenaza para EE.UU. o la civilización occidental.

El Pentágono sesga y publicita en Afganistán lo que ya mercadeó en Irak (e incluso mucho antes en Vietnam, en realidad); la idea es que se trata de una “contrainsurgencia centrada en la población”, o COIN, para “ganar corazones y mentes”, y que forma parte de un gran proyecto de construcción de una nación. Es una mentira monumental. La ‘oleada’ de Obama en Afganistán –basada en COIN– fue un fracaso total. Lo que la reemplazó fue una guerra dura, encubierta, tenebrosa, dirigida por “equipos de asesinato” de las Fuerzas Especiales. Eso implica una inflación de ataques aéreos e incursiones nocturnas. Para no hablar de ataques de aviones no tripulados, tanto en Afganistán como en las áreas tribales de Pakistán, cuyos objetivos preferidos parecen que son las bodas pastunas. A propósito, la CIA afirma que desde mayo de 2010, los aviones sin tripulación ultra-inteligentes han matado a más de 600 objetivos humanos “cuidadosamente seleccionados” y, milagrosamente, ni a un solo civil.

Pronto veréis este gran espectáculo de pornografía bélica celebrado en una orgía de próximos éxitos conjuntos del Pentágono y Hollywood. En la vida real, es amañado por gente como John Nagl, quien estuvo en el equipo del general David Petraeus en Irak y ahora dirige el think tank pro Pentágono Centro para la Nueva Seguridad Estadounidense.

Los nuevos súper machos estelares podrían ser los oficiales del Comando Conjunto de Operaciones Especiales (JSOC). Pero se trata de una producción del Pentágono, que ha creado, según Nagl, “una máquina letal de contraterrorismo de dimensión industrial”. La realidad, sin embargo, es mucho más prosaica. Las técnicas de COIN, aplicadas por McChrystal, se basaban en solo tres componentes: vigilancia permanente por parte de aviones sin tripulación (drones); monitoreo de teléfonos móviles y localización de la ubicación física de los teléfonos por sus señales. Eso implica que cualquiera en un área vigilada por drones que utilice un teléfono celular era identificado como “terrorista”, o por lo menos como “simpatizante terrorista”. Y entonces el enfoque de las incursiones nocturnas en Afganistán pasó de “objetivos de alto valor” –miembros de alto nivel y mediano nivel de al Qaida y talibanes– a cualquiera marcado como colaborador de los talibanes.

En mayo de 2009, antes de la llegada de McChrystal, las Fuerzas Especiales de EE.UU. realizaban 20 incursiones mensuales. En noviembre eran 90 al mes. Al llegar la primavera de 2010, eran 250. Cuando despidieron a McChrystal –por un artículo en Rolling Stone (compitió con Lady Gaga por la portada y ganó Lady Gaga)– y Obama lo sustituyó por el general David Petraeus en el verano de 2010, eran 600 incursiones mensuales. En abril de 2011, llegaron a más de 1.000 al mes.

Así funcionan las cosas. No se te ocurra utilizar un teléfono celular en Kandahar y otras provincias afganas. De otra manera, los “ojos del cielo” acabarán contigo. En el mejor de los casos te enviarán a la cárcel, junto con otros miles de civiles marcados como “simpatizantes de terroristas”, y los analistas de los servicios de inteligencia utilizarán tus datos para compilar su “lista de muerte/captura” y capturarán aún más civiles.

En cuanto a los “daños colaterales” civiles de las incursiones nocturnas, siempre fueron presentado por el Pentágono como “terroristas”. Ejemplo: en una incursión en Gardez el 12 de febrero de 2010, mataron a dos hombres: un fiscal local del gobierno y un funcionario de los servicios de inteligencia afganos. Así como a tres mujeres (dos de ellas embarazadas). Los asesinos dijeron al comando de EE.UU./OTAN de Kabul que los dos hombres eran “terroristas” y que las mujeres habían sido halladas amordazadas y atadas. Luego el auténtico objetivo del asalto se entregó para que le interrogaran unos días después y le dejaron en libertad sin acusación alguna.

Y es solo el comienzo. El asesinato selectivo –tal como se practica en Afganistán– será la táctica preferida del Pentágono en todas las guerras futuras.

Pásame el condón, querido

Libia fue una importante exhibición de pornografía bélica completa con un ingenioso toque romano del derrotado jefe “bárbaro” sodomizado en las calles y luego ejecutado, directamente en YouTube.

Esto, a propósito, es exactamente lo que la secretaria de Estado de EE.UU., Hillary Clinton, en una visita relámpago a Trípoli, había anunciado menos de 48 horas antes del hecho. Había que «capturar o matar» a Gadafi. Cuando lo vio en la pantalla de su BlackBerry solo pudo reaccionar con el terremoto semántico “¡Wuau!”

Desde el instante en que una resolución de la ONU impuso una zona de exclusión aérea sobre Libia bajo la cobertura de R2P, se convirtió en una tarjeta verde para el cambio de régimen. El Plan A fue siempre capturar y matar a Gadafi, como en un asesinato selectivo al estilo afgano. Era la política oficial del gobierno de Barack Obama. No había un Plan B.

Obama dijo que la muerte de Gadafi significaba “la fuerza del liderazgo estadounidense en todo el mundo”. Fue tan parecido al “¡lo capturamos!» (ecos de Sadam capturado por el gobierno de Bush) como se podría imaginar.

Con una bonificación adicional. A pesar de que Washington pagó por lo menos un 80% de los costes operativos de esos tontos de capirote de la OTAN (unos 2.000 millones de dólares), era solo dinero de bolsillo. En todo caso, todavía era bochornoso “¡Lo hicimos!”, porque la Casa Blanca siempre dijo que no era una guerra, era algo “cinético”. Y no estaba al cargo.

Solo los ingenuos absolutos pueden haberse tragado la propaganda de las más de 40.000 bombas “humanitarias” que devastaron la infraestructura de Libia hasta devolverla a la Edad de Piedra como en una «Comoción y Pavor» a cámara lenta. Eso nunca tuvo nada que ver con R2P.

Fue tan R2P como el sexo seguro, y la “comunidad internacional” fue el condón. La “comunidad internacional”, como todos saben, está compuesta por Washington, unos pocos miembros arrastrados por la corriente de la OTAN y las democráticas potencias del Golfo Pérsico de Qatar, y los Emiratos Árabes Unidos (EAU), más la Casa de Saud en la sombra. La UE, que poco antes acariciaba el borde de las túnicas de Gadafi, no tardó en excederse con los editoriales sobre los 42 años de reinado de un “bufón”.

En cuando al concepto del derecho internacional, quedó tirado en una alcantarilla tan sucia como aquella en la que se ocultó Gadafi. Sadam por lo menos tuvo un juicio amañado en un tribunal ilegítimo antes de enfrentarse al verdugo (también terminó en YouTube). A Osama bin Laden simplemente lo eliminaron, como en un asesinato, después de una invasión territorial de Pakistán (sin YouTube, de modo que muchos no lo creen). Gadafi lo superó, eliminado en una mezcla de guerra aérea y asesinato. Son las Tres Agraciadas Cabelleras de la Pornografía Bélica.

Dulce emoción

Siria es una declinación más de la narrativa de la pornografía bélica. Si no puedes emprender R2P, invéntala.

Y pensar que todo esto se codificó hace tanto tiempo. Ya en 1997, el War College Quarterly del Ejército de EE.UU. definió lo que llamó “el futuro de la guerra”. Lo describió como “el conflicto entre los maestros de la información y sus víctimas”.

Estaban seguros de que “ya somos los maestros de la guerra de la información…. Hollywood ‘prepara el campo de batalla’… La información destruye las tareas tradicionales y las culturas tradicionales; seduce, traiciona, pero sigue siendo invulnerable… Nuestra sofisticación en su manejo nos permitirá sobrevivir y funcionar mejor que todas las culturas jerárquicas… Las sociedades que temen o que no pueden administrar el flujo de información simplemente no serán competitivas. Podrán dominar los medios tecnológicos para ver los vídeos, pero nosotros escribiremos los guiones, los produciremos y cobraremos los royalties. Nuestra creatividad es devastadora”.

La guerra de la información que va más allá de todo, no tiene nada que ver con la geopolítica. Como el proverbial producto de Hollywood, tiene que ser “engendrada” de emociones en carne viva: “odio, celos y codicia, emociones, en lugar de estrategia”.

En Siria es exactamente el guión que han seguido los medios corporativos occidentales en toda la película; la tácticas de la “guerra de la información” de War College aplicadas a la práctica. El gobierno sirio nunca tuvo muchas posibilidades contra los que “escriben los guiones, los producen y cobran los royalties”.

Por ejemplo, la oposición armada, el denominado Ejército Libre Sirio (un desagradable cóctel de desertores, oportunistas, yihadistas y mercenarios extranjeros) llevó a los periodistas occidentales a Homs y luego insistió en extraerlos, en condiciones extremadamente peligrosas y con muertos a través del Líbano, en lugar de hacerlo mediante la Medialuna Roja. No estaban haciendo otra cosa que escribir el guión para que se abriera un “corredor humanitario” a Homs, impuesto desde el extranjero. Fue puro teatro, o pornografía bélica presentada como un drama hollywoodense.

El problema es que la opinión pública occidental depende ahora de este tipo de guerra de la información. Olvidad incluso la posibilidad de negociaciones de paz entre partes adultas. Lo que quedan son los binarios buenos contra la intriga de los muy malos, en la que hay que destruir al Gran Sujeto Malo a cualquier precio (¡y para colmo su esposa es una perra snob a la que le gusta ir de compras!)

Solo los ingenuos terminales pueden llegar a creer que los yihadistas –incluidos los rebeldes de la OTAN de Libia– financiados por el Club Contrarrevolucionario del Golfo, también conocido como Consejo de Cooperación del Golfo (CCG) sean un montón de reformistas democráticos ardientes de buenas intenciones. Hasta Human Rights Watch se vio finalmente obligado a reconocer que esos “activistas” armados fueron responsables por “secuestros, detención y tortura”, después de recibir informes sobre “ejecuciones de miembros de las fuerzas de seguridad y civiles por parte de grupos armados de oposición”.

Lo que oculta finalmente esta narrativa de pornografía bélica (blanda y dura), es la verdadera tragedia siria: la imposibilidad de que el tan alabado “pueblo sirio” pueda librarse de todos esos pillos, el régimen de Asad, el Consejo Nacional Sirio controlado por la Hermandad Musulmana y el Ejército Libre Sirio infestado de mercenarios.

Escuchad el sonido del caos

Este catálogo –muy parcial– de aflicciones nos lleva inevitablemente al actual exitazo supremo de la pornografía bélica, el psicodrama iraní.

2012 es el nuevo 2002; Irán es el nuevo Irak, y sea cual sea la carretera, para evocar la nueva consigna neoconservadora, los hombres de verdad van a Teherán vía Damasco, o los hombres de verdad van a Teherán non-stop.

Es posible que solo bajo el agua del Ártico podamos escapar del cortejo cacofónico de los derechistas estadounidenses –y sus respectivos perros falderos europeos– salivando por sangre y desplegando el festival usual de falacias como “Irán quiere borrar a Israel del mapa”, “la diplomacia ha llegado al final”, “las sanciones son demasiado tardías”, o “Irán está a un año, 6 meses, una semana, un día, o un minuto de construir una bomba”. Por cierto esos perros de guerra no se preocuparían jamás de seguir lo que hace realmente el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), sin hablar de los Estudios Nacionales de Inteligencia publicados por las 17 agencias de inteligencia de EE.UU.

Porque ellos, en gran medida, “escriben los guiones, los producen y cobran los royalties” en términos de medios corporativos, pueden salirse con la suya con una fusión sorprendentemente tóxica de arrogancia e ignorancia, sobre Medio Oriente, sobre la cultura persa, sobre la integración asiática, sobre el problema nuclear, sobre la industria petrolera, sobre la economía global, sobre “el Resto” en comparación con “Occidente”.

Como en el caso de Irak en 2002, permanentemente se deshumaniza a Irán. La incesante, totalmente histérica, “narrativa” para inducir al miedo de “debemos bombardear ahora o debemos bombardear más tarde” siembre trata de bombas ¡oh tan inteligentes! revienta búnkeres y misiles de precisión que realizarán un trabajo ultra limpio de devastación a gran escala sin producir un solo “daño colateral”. Exactamente como el sexo seguro.

E incluso cuando la voz del propio establishment –el New York Times – admite que ni la inteligencia estadounidense ni la israelí creen que Irán haya decidido construir una bomba (un niño de 5 años podría llegar a la misma conclusión), la histeria sigue siendo inter-galáctica.

Por lo pronto, mientras se prepara -“todas las opciones están sobre la mesa” sigue repitiendo el propio Obama– para una guerra más en lo que solía denominarse “arco de inestabilidad”, el Pentágono también encontró el tiempo necesario para rediseñar la pornografía bélica. Solo requirió un vídeo de 60 segundos que ahora está en YouTube, titulado Toward the Sound of Chaos [Hacia el sonido del caos], presentado solo unos días después de la masacre de Kandahar. Basta con considerar su audiencia objetiva clave, el inmenso mercado de pobres, desocupados y políticamente muy ingenuos jóvenes estadounidenses.

Escuchemos la sobregrabación de la minicinta:

“Donde emerge el caos, emergen los Pocos. Los marines se mueven hacia los sonidos de la tiranía, la injusticia y la desesperación con el coraje y la resolución de silenciarlos. Al terminar el conflicto, imponer el orden y ayudar a los que no se pueden ayudar ellos mismos, los marines enfrentan las amenazas de nuestros tiempos”.

Tal vez, en este universo orwelliano, deberíamos pedir a los afganos muertos sobre los que orinaron los marines de EE.UU., o a los miles de muertos en Faluya, que escribieran una reseña de la película. Bueno, los muertos no escriben. Tal vez podamos pensar en el día en el que la OTAN imponga una zona de exclusión aérea sobre Arabia Saudí para proteger a los chiíes en la provincia oriental, mientras los drones del Pentágono lanzan una alfombra de misiles Hellfire sobre esos miles de arrogantes, medievales, corruptos, príncipes de la Casa de Saud. No, no sucederá.

Más de una década después del comienzo de la guerra contra el terror, el mundo se presenta como sigue: una audiencia perezosa, virtualmente mundial, hastiada, deslumbrada y entretenida de distracción en distracción, impotentemente adicta a la deshonrosa exhibición de atrocidades de la pornografía bélica.

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