El contagio de la hipocresía en Españistán

Sin papelesQuisiera dejar de hallar un motivo, al menos un día, para sentirme indignada y no poder olvidar el sabor característico de la rabia y la ira con la sazón intensa de la impotencia, que no de la resignación o la sumisión. Y no sucede. Un día y otro, con una frecuencia ya dolorosamente presentida como irremediable, leo, escucho, sufro en mi piel y mi identidad, las oleadas de medidas desmedidas, de recortes que transcienden lo material (ya importante) y llegan, consiguiéndolo, hasta la dignidad, la tuya y la mía, y la libertad o lo que nos queda de ella.

Si hace tiempo el acento de quien enunciaba la intencionalidad social, el color de la bandera de la clase política, distinguía el nivel de hipocresía y de corrupción de lo que nos era dicho o “sugerido”, hoy se han difuminado de tal modo las diferencias que unos y otros, en realidad “los mismos”, pelean por llevar el timón de un barco que nos conduce a un mar que nos traga, poco a poco, en un viaje ante el que no oponen más resistencia que, de vez en cuando, recordarse públicamente que unos han heredado la “situación problemática” de los otros, que los “anteriores” parecieron “peores”.

Unos y otros hacen y consienten medidas y acciones, cuál de todas más irracional, aprovechándose de la gravísima situación de shock en la que nos han ido sumiendo. Sin trabajo, sin opciones, con leyes inamovibles que, con sospechosa facilidad ahora cambian “formando parte de unas reformas y paquetes de medidas que…blablabla´”, con unas tijeras que se mueven al antojo de “ellos” y un etc. que nos mantiene en coma inducido en la unidad de cuidados intensivos, sin adivinarse el “hasta cuándo”.

Lo peor, por si fuera poco, es el brote de desvergüenza sostenida que los políticos, a los que han votado los súbditos de ESPAÑISTÁN, padecen y exhiben. Desvergüenza desmedida que les lleva a afirmar, lo acabo de leer, que “la reforma sanitaria y educativa para ahorrar en España 10.000 millones de euros «da la vida» a las comunidades autónomas”. Para más insolencia, por si no nos queríamos dar cuenta de que nos consideran, a ti y a mí, verdaderos estúpidos con tragaderas infinitas e inteligencia cero, añaden que  “lamentamos que se estén «tachando de recortes lo que no lo son”.

La rabia asciende hasta mi garganta  y llego a entender que lo haga, y lo haya hecho, para otros en otros momentos de la historia, hasta las manos, capaces, en este estado de indignación e ira, de empuñar armas y salir con ellas a la calle. Porque ya resulta imposible tragar y aguantar, soportar que los desvergonzados con traje y corbata nos destruyan y nos digan, además, que «no hay ningún plan de recortes», sino «políticas de racionalización del gasto» y «reformas estructurales en la gestión» que, a su juicio, servirán para corregir la «política suicida, mentirosa y despilfarradora» del anterior Gobierno.

En medio de un partido insolente de tenis, pelota lanzada al aire que va y viene, estamos quienes no jugamos (me pregunto si alguna vez nos lo permitieron). Ya no tragamos ese escudo de “los otros nos dejaron un país lleno de problemas que hemos heredado”. Ya no tragamos eufemismos, ni juegos de lenguaje, porque con juegos de palabras no podemos llenar el estómago, comparar un medicamento, educar a un hijo o asistir  a un mayor. Y no. No cuela. Ya no. Hace mucho que no, aunque se empeñen en hacer como que no se dan cuentan.

Pero, déjenme, clase política que no merece la palabra clase junto a su nombre, que también asuma, desde la auto-crítica, mi parte de corresponsabilidad en su desvergüenza: la estoy permitiendo porque tengo la mochila metafórica de una hipoteca, un hijo estudiante al que he de mantener; las letras de un coche; los tickets del depósito de gasolina por pagar; la falta de ilusión, muchas mañanas, porque cada día, unos y otros, ustedes incluidos, me alejan el horizonte al que yo creía que estaba, con mis ilusiones, a punto de llegar.


Les estoy permitiendo su tiranía, no por acción sino por omisión, esa nueva forma de fascismo que, unos y otros, han construido, esa ideología de la ausencia de ideología, ese apretarnos las tuercas imaginarias, el garrote vil que sutilmente ocultan.

Les permito cada día su despotismo, sus declaraciones, con las que nos desprecian, a ti y a mí e incluso, hoy lo admito, me llevan, con un arte maquiavélico, a ponerme a su altura, a su escasísima altura, cuando me hacen, nos hacen, a ti y a mí, ser tan hipócritas como ellos. Y lo somos cuando nos ponemos las manos en la cabeza y decimos que no deberíamos consentir la medida que quieren imponer, en su reforma-destrucción sanitaria, de no atender a los sin papeles, pero, acto seguido, permitimos que, públicamente, los diarios “expliquen” que se teme que esa medida generará la aparición de nuevas enfermedades contagiosas, ya erradicadas, como la tuberculosis, cuando, a partir del 1 de septiembre, los inmigrantes que no coticen  a la (in)seguridad social no tengan acceso a la tarjeta sanitaria.

Somos como ustedes, señores políticos sin ideas ni entrañas, cuando nos “consentimos” reflexiones como esa, en la que lo único que nos preocupa no es la ausencia de solidaridad, sino que “vengan esos miserables de tercera”, los sin papeles,  y nos traigan enfermedades a nosotros, los que, aun habiendo dejado de ser ciudadanos de primera y de segunda, somos todavía los “buenos”, los habitantes con derechos de este ESPAÑISTÁN miserable que se erige frente a nosotros y que, unos y otros, estamos consintiendo.

Pura María García
http://lamoscaroja.wordpress.com/
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