La función de la clase política

En la actualidad la clase política recibe una atención que no merece. La importancia que se le atribuye es exagerada, lo que en gran medida se debe a la atención pública que reciben a través de los medios de comunicación. Televisión, radio, prensa, Internet, etc., se encargan de crear una imagen de la clase política en la que esta es presentada ante el público como la encargada de tomar las grandes decisiones, la que gobierna el país. Sin embargo, todo esto no deja de ser una gran distorsión de la realidad que obedece a una clara intencionalidad política que no es otra que la de alentar la participación política de la población a través de las instituciones establecidas mediante los comicios electorales.

En la práctica nos encontramos ante un sistema de poder encarnado por el Estado en el que las decisiones importantes son tomadas entre bastidores por personas a las que nadie conoce y que tampoco nadie ha elegido. Se trata de la elite dominante que en general suele ubicarse por encima de las confrontaciones partidistas, independientemente de que en ocasiones las aliente y se valga de ellas para el logro de sus propios fines. La elite dominante la integran quienes toman las grandes decisiones en un país al ser los que tienen el control sobre los principales resortes del poder establecido, lo que les permite actuar con una gran autonomía y con especial impunidad al no ser responsables ante nadie. Los altos mandos militares de los ejércitos, los jefes de los servicios secretos, los altos funcionarios de los departamentos ministeriales, los mandos policiales, los magistrados de los más altos tribunales son, todos ellos, el núcleo de la elite dirigente de un Estado que toma las decisiones importantes de un país, y que por ello afectan de un modo determinante tanto a las instituciones que comandan como al conjunto de la sociedad que gobiernan.

El presidente de un país, los ministros de los diferentes departamentos gubernamentales, los diputados de un parlamento o los senadores no son quienes gobiernan la sociedad, pues no son los que toman las decisiones importantes. Por el contrario las decisiones importantes, las que corresponden a la alta política y que afectan a la vida y al futuro de todo un país, son tomadas previamente por otras personas que son quienes constituyen la elite dirigente, el verdadero gobierno. Por tanto, el verdadero gobierno no se ubica en las instituciones oficiales establecidas por los textos constitucionales, sino que por el contrario se localiza en una zona de sombras que permanece fuera de la vista del gran público. Más bien comprobamos que los representantes políticos de un país dependen en todo lo esencial de ese gobierno no electo, hasta el punto de que únicamente son un apéndice de este.

Dicho todo esto es necesario preguntarse cuál es la función de la clase política. En la medida en que ningún sistema de poder se sostiene exclusivamente por medio del uso de la fuerza, sino que también necesita el consentimiento y la colaboración de sus sometidos, la principal función de la clase política es legitimar dicho sistema de poder. Así, la periódica elección de representantes políticos sirve a este propósito ya que una vez ocupan sus cargos en las instituciones se encargan de legitimar las decisiones previamente tomadas por la elite dirigente del Estado. De esta forma el presidente viene a legitimar con su firma dichas decisiones, y lo mismo sucede con los representantes de los parlamentos y senados, o con los responsables políticos de los departamentos ministeriales. La clase política, entonces, se ocupa de ratificar dichas decisiones y de dotarlas de la correspondiente legitimidad que hace que sean formalmente válidas al adoptar un carácter legal. En la práctica la clase política no interviene en las decisiones importantes, a lo sumo en cuestiones secundarias de escasa importancia. La capacidad decisoria de la clase política es muy limitada y se circunscribe a cuestiones de baja política, y que dada su naturaleza no son cruciales para el futuro del país.

Unido a lo anterior descubrimos que la función de la clase política es en la práctica la misma que desarrollan los agentes de relaciones públicas de cualquier empresa. En este sentido la clase política se encarga de vender al público decisiones tomadas por otras personas, y de este modo trata de hacerlas legítimas y aceptables. En este punto juegan un papel crucial los medios de comunicación de masas encargados de centrar y enmarcar la atención del gran público, lo que les lleva a sobredimensionar la importancia de la clase política, y sobre todo de las instituciones de las que forman parte, al prestarles una atención excesiva. Son, en definitiva, un instrumento mediante el que el sistema de dominación facilita la labor de relaciones públicas de sus principales agentes políticos que de este modo tienen acceso directo al conjunto de la sociedad. La clase política desarrolla su propio argumentario con el que explicar y justificar las decisiones tomadas por el gobierno en la sombra, por esa elite del poder que el gran público ignora, de tal manera que elabora todo un discurso público que los medios de comunicación se encargan de aderezar y de difundir masivamente en la sociedad.

Los medios de comunicación son los que se encargan de construir el imaginario colectivo al presentar la realidad en unos términos adecuados para los intereses y exigencias del poder establecido. Esto se ve claramente cuando los medios presentan a la clase política ante el gran público como la responsable de tomar las grandes decisiones, y le atribuye un papel que en la práctica no desempeña al ser una mera comparsa de la elite dirigente compuesta por mandos militares, jefes de los servicios secretos, mandos policiales, etc. Naturalmente los miembros de la clase política participan con mucho gusto en esta escenificación preparada por los mass-media, pues de esta manera se atribuyen decisiones que no han tomado con el propósito de continuar al frente de las instituciones que representan y no verse desplazados por otros rivales políticos.

Como consecuencia de lo anterior la política en general constituye un juego que sirve para escenificar decisiones tomadas y preparadas por la elite dominante que conforma el gobierno en la sombra, y por otro lado para valorizar ante el gran público unas instituciones que en la práctica no tienen poder y cuya función es legitimar esas decisiones ya tomadas. Si la realidad fuese presentada tal y como es, y la población fuese consciente de que los políticos no tienen ninguna capacidad decisoria sobre las cuestiones importantes de un país, las instituciones y la clase política perderían completamente todo su prestigio debido a que la población les daría la espalda consciente de su completa inutilidad.

Los políticos sólo son peones, instrumentos al servicio de la elite dominante, y como tales son sacrificados en el momento en que el capital político que poseen es enteramente amortizado. Las luchas políticas partidistas que lideran algunos políticos sólo son una lucha por ocupar los puestos dirigentes en las instituciones, y de esta forma tener acceso a determinados privilegios con los que beneficiarse personalmente y beneficiar a sus clientelas. Sin embargo, los políticos van y vienen pero el sistema de poder, que es mucho más amplio y que además tiene un carácter impersonal debido a la importancia de las normas que lo regulan y organizan, permanece, y con este también permanece su elite dirigente. Esto explica que a pesar de los cambios que se producen en las caras visibles de la política, sobre todo en los niveles gubernamentales, las políticas imperantes sean esencialmente las mismas y se dé en todo lo importante una continuidad que trasciende las eventuales diferencias que puedan presentar los gobiernos de distinto color político.

Por tanto, la clase política simplemente es la correa de transmisión con la que el gobierno en la sombra se ocupa de dar legitimidad y validez a sus decisiones. La clase política, en definitiva, es la que constituye ese nexo de unión entre la población y el sistema de poder que la gobierna, lo que permite el consentimiento popular de esta relación de subordinación así como de las medidas políticas adoptadas en las altas esferas del orden establecido. Los procesos electorales sirven para renovar ese consentimiento, y crear así sucesivas legitimidades que confirman el sistema de poder vigente junto a su elite mandante. Todo ello es posible en la medida en que la población deposita su confianza en la clase política y en las instituciones que representan, lo que es debido, como ha sido dicho, a su creencia de que son quienes toman las decisiones importantes.

La ruptura del círculo vicioso arriba descrito únicamente puede pasar por una labor de desenmascaramiento del sistema establecido, lo que al mismo tiempo supone la ruptura de la colaboración con los que en la práctica únicamente representan al sistema y su elite dominante. Esto significa no sólo la abstención activa, sino también dar la espalda a los políticos y sus instituciones, y trabajar en la autoorganización popular para crear los medios precisos con los que subvertir el orden establecido. En último término sólo un proceso revolucionario de ruptura del orden constituido que conduzca a la destrucción del Estado, y consecuentemente a la desaparición de la actual sociedad de clases, es lo que puede permitir la creación de un escenario completamente nuevo en el que construir una nueva sociedad basada en la libertad e igualdad para todos sus integrantes.

Esteban Vidal

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