Democracia sospechosa

La esfera de la representación política se cierra. De izquierda a derecha, es la misma nada que adopta las poses perrunas o los aires de virgen, las mismas cabezas de góndola que encadenan sus discursos tras los últimos hallazgos del servicio de comunicación.

La insurrección que llega

Comité Invisible

La importancia de tratar de mejorarnos todos los días, deshacernos de valores tan arraigados en la sociedad como el egocentrismo, el consumismo, la omnipotencia del pensamiento racional, la adoración a la ciencia como verdad absoluta, la sumisión al imperio de la tecnología y las relaciones cibernéticas, son realidades que habrá que afrontar. Intentar restablecer relaciones más sencillas entre nosotras y el entorno, ya que es obvio que en el actual estado de dominación en que vivimos la dependencia absoluta energética de casi todas nuestras acciones nos convierte en esclavos-benefactores del saqueo al planeta en nombre del progreso humano.

Contra la democracia

Grupos Anarquistas Coordinados

Mucho se ha utilizado como argumento movilizador, y siempre en el sentido que conviniera, aquella expresión de los idiotas políticos, tratando de impregnar programas electorales e intenciones de gobierno de la supuesta pureza de una democracia original, allí donde no se puede contar con el doblemente patético concepto de voto útil. No me cabe la menor duda de que cualquiera que junta dos palabras, tiene bien claro cual hace el papel de dedo y cual el papel de luna. Así, es previsible que el respetable opte por la ilusión de la idiocia insinuada, votando cada cuatro años, y no profundice demasiado en la política, que para eso hay democracia y es representativa.

La democracia y el capitalismo conforman, hoy, la epistemología del norte (o de occidente, como prefieran) con la confluencia de otros elementos religiosos, filosóficos y culturales. La identificación es inevitable por dolorosa, o indignante, que le resulte a esa intelectualidad de izquierdas, más pastoril que bucólica. Estademocracia es este capitalismo, y viceversa. De la misma forma que está bien documentada la secuencia histórica del colonialismo, la dependencia económica, el imperialismo y la globalización, también lo está ese pensamiento más razonable, que le acompaña en el expolio y la asimilación de lo otro, con sus dioses y su sistema educativo.

La democracia es un concepto disminuido que nace de la gestión política y no de las personas, y las separa. Es una cuestión de gobierno, de correlación de fuerzas, de -cracia, más que de -arquía. La participación, la decisión y la acción requieren tiempo y energía. La democracia representativa se ofrece para aliviar estacarga, que presenta onerosa, porque no niega que el poder reside en unos pocos, que es exterior al pueblo, y nada hará por cambiar tal cosa. Un pueblo fuerte es un pueblo emancipado, con capacidad, que no permite ser expoliado. Es por eso que la oligarquía se presenta como una ferviente defensora de la democracia que, en su presunción y sin alternativas en el norte, deviene democratismo.

La democracia mercantiliza las necesidades, los deseos y los intereses de individuos y colectivos desde el momento en que las convierte en derechos y les opone deberes que les habrá de reconocer o reclamar algún tercero (esto es, externamente) y siempre que se adecuen a la condición de ciudadanos muy civilizados, según estipule la incierta legislación del momento. No hay más objetivo que homogeneizar, que terminar con la diferencia, y, con ello, con las potenciales negaciones y disidencias. El expansionismo de la epistemología del norte viene limitado por los limites del planeta, hacia el exterior, y por la psique humana hacia el interior.

Desde el momento que algunos políticos dicen reconocer placidez y cierta paz y cierto orden en el fascismo más reciente, cabe preguntarse, con honestidad, a qué distancia se encuentra esta democracia sospechosa de un fascismo paternalista, y hasta qué punto la apatía, la desmovilización y la docilidad no son ya sino las consecuencias de unas políticas en el ámbito de lo educativo, lo económico y lo laboral, con un profundo conocimiento de las tecnologías del yo, que han petrificado las relaciones en todos los ámbitos induciéndonos a una serenidad mineral (Ciorán). ¿Son aquellos fascismos históricos un precedente de expresiones hoy más refinadas?.

No es casualidad que fasciare signifique empaquetar, lo que lleva implícita una dificultad en el movimiento, y todo mecanismo de auto-limitación sostenida y realimentada positivamente por los propios individuos y colectivos es un éxito para el sistema (la culpa, por ejemplo, no es otra cosa más que deuda). Escribe Pedro García Olivo en El Enigma de la Docilidad “que se diría que no es sangre lo que corre por las venas de la docilidad del hombre contemporáneo. Se trata, en efecto, de una docilidad enclenque, enfermiza, que no supone afirmación de la bondad de lo dado, que no se nutre de un vigoroso convencimiento, de un asentimiento consciente, de una creencia abigarrada en las virtudes del Sistema; una docilidad que no implica defensa decidida del estado de cosas. Nos hallamos, más bien, ante una aceptación desapasionada, casi una entrega, una suspensión del juicio,una obediencia mecánica olvidada de las razones para obedecer”.

En el mismo texto, el autor trata de concretar los mecanismos psicológicos de esta docilidad y refiere dos conceptos muy interesantes, la autoanestesia psíquica y la desatención selectiva (Harry Stuck Sullivan, Ralph K White), que transcribo con la certeza de que no habrá lector que no sienta una punzada incómoda reconociéndose en cierta medida, lo que, no obstante, puede servir de punto de partida, o seguido, para el debate:

La autoanestesia psíquica permite al “hombre civilizado”, que ya ha interiorizado unos umbrales estremecedores de contención, hacerse insensible al dolor derivado de la percepción del peligro, de

la constatación de la amenaza —dolor de una comprensión de la iniquidad de lo real—, y al padecimiento complementario de la conciencia de su esclerosis (reconocimiento de aquella “falta de energía” para huir o para oponerse). Autoanestesiado, todo lo acepta: la insidia de lo de “afuera” y la vergüenza de lo de “adentro”; las miserias de lo social y su propia miseria de ser casi vegetal, casi mineral, monstruosamente dócil. Todo se admite, a todo se insensibiliza uno, como mucho con una «ligera mezcla de resignación, miedo, impotencia y fastidio» (Lifton)

Por su parte, la desatención selectiva – un mirar a otro lado, desconectar interesada y oportunamente, pretensión de no-ver, no-sentir y no-percibir a pesar de todo lo que se sabe- quisiera “lavar las manos” de la parálisis y de la docilidad, cuando el sujeto se enfrenta por fin a las consecuencias de su no-movilización: la atención se concentra en otro objeto, cambiamos de canal perceptivo, hacemos zapping con nuestra conciencia. Desatención selectiva por no querer asumir adónde lleva la docilidad… White señala que la desatención selectiva se estabiliza en algunos individuos, ampliando su campo, haciéndose casi general, a través de una “sobreatención compensatoria” (una atención focalizada obsesivamente sobre un único objeto, o sobre unos pocos objetos), sobreatención de índole histérico-paranoide.”

¿Seriamos capaces de transformar ese disconfort en algo constructivo?, ¿es posible que aquellas nuevas políticas que pretendían apelar a la emoción para conseguir un cambio se hayan centrado, entonces, en unos modelos excesivamente limitados?, ¿no es, acaso, que estableciendo tantos límites de partida cualquier posibilidad de cambio se esfumará antes de empezar, que estos límites deben alcanzar necesariamente el exterior del constructo de la democracia?, ¿puede ser que sólo otras políticas pueden oponerse a las viejas políticas, que la novedad de lo mismo sólo sea cosmética, que no haya transformación en la renovación sino en Lo Otro?, ¿no será que Política, Sociología, Filosofía, Pedagogía, Psicología e Historia,… deberían sentarse a la misma mesa en algún momento?, ¿no deberíamos, además, tratar de sacar de los museos al Sur?

Sea como fuere, la democracia resulta sospechosa.

Alejandro Floría Cortés

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