Ecología y cultura

CulturaCuando existe un problema, sea éste del tipo que sea, la premisa inicial para su resolución es la posesión de la conciencia de la existencia de tal problema. Sólo a partir de aquí podrán establecerse los medios para salvarlo. Este conocimiento, sin embargo, puede tener dos formas:

1.- Que el problema sea sólo conocido por un cierto sector de personas, esto es: los técnicos que, según normas establecidas, se encargarán de su resolución.

2.- Que el problema sea conocido por todos aquellos a quienes afecta, siendo ellos los que se procurarán los medios para solventarlo.

De un posterior análisis de estas dos posturas obtenemos, en primer lugar, una forma paternalista (la oficial) de resolución de situaciones anómalas. En este caso quedan justificados los estamentos burocráticos estatales de vigilancia o control, con un derecho otorgado de actuación por encima de las decisiones populares, añadiéndosela una prioridad que, en muchos casos, puede no coincidir con las necesidades de los afectados.

Aunque estos estamentos oficiales pertenezcan a una sociedad de corte democrático, donde funcionasen «organismos y medios de consulta popular» -entiéndase estadísticas, referéndums, etc- aquellos estarían manejados por individuos dependientes directamente de ese poder y cuya primera norma, generalmente, es la de defender al sistema que los sostiene y no aquellos al servicio de los cuales se supone están. La maraña burocrática podía extenderse al infinito, suponiendo una multiplicación innecesaria de «parias», que, en compensación, obligarán a un aumento de las horas de trabajo de quienes realmente producen.

La segunda forma nos lleva a la a utogestión de las comunidades, independientes en principio de cualquier supraorganismo estatal o económico. Es el individuo real, no el ficticio de las estadísticas, quien toma las decisiones en el seno de su ámbito social. Y es, por consiguiente, la comunidad quien carga con su propia responsabilidad frente a las consecuencias derivadas de estas deciones, sean buenas o malas.

Una simple cuestión de número hace más viables las decisiones de pequeñas comunidades que las de grandes estados. La primera puede rectificar en un momento dado su marcha, caso de haberse detectado un error. La segunda se encuentra imposibilitada por su propio gigantismo a cambiar en corto plazo una línea política ya establecida y en funcionamiento, además de que su misma mecánica de mantenimiento del poder se lo impediría, salvo que pretendise entrar en contradicción con sus propios fundamentos. Es el caso de las centrales nucleares: un plan ya en marcha al que el actual gobierno es incapaz de darle unas alternativas. El estado no puede ni tiene derecho a equivocarse.

Para que esta segunda forma pueda llevarse a la práctica es necesario, sin embargo, que se dé la premisa inicial: que exista el conocimiento del problema por parte de los interesados directamente en él. Y posteriormente, que se den también las condiciones técnicas para afrontarlo, siendo los propios individuos quienes o bien las manejen, o bien las controlen. De hecho hay suficiente técnica, conocimientos y capital acumulado para no convertir esta idea en una utopía.

Tanto el conocimiento inicial como el técnico implican, automáticamente, la necesidad de saber: saber, que recorrerá toda la gama del aprendizaje humano: desde psicología a física, pasando por el arte o por la ecología; saber, que perderá el peligro de convertirse en un medio de propaganda y dominio estatales. Así, las últimas técnicas psicologicas en manos del poder amenazan con crear individuos tan artificiales como pueda serlo una máquina. Esto está sucediendo actualmente en USA.

Es aquí donde se olvida frecuentemente en el ecologismo la necesidad de unir este movimiento a una auténtica revolución cultural, enmarcada dentro del cuadro de lo cotidiano. Cierto que hay unos problemas reales que exigen una respuesta inmediata, y que hay que luchar contra ellos. Pero no se debe olvidar la otra cara, mas vulgar o menos espectacular, que es la propagación del saber a todos los niveles, hasta que el individuo se vea dotado de un bagaje que le permita afrontar efectivamente tal problemática. Queda claro que no debe identificarse revolución cultural cotidiana con los nuevos planes de educación estatales.

A esto apunta Yona Friedman: no es la teoría mala, sino su aplicación errónea; errónea en cuanto que se ha olvidado hacerla parte de aquellos que se encuentran embarcados dentro de su posible campo de acción. Si no es con la participación consciente de los implicados, o mejor dicho, si no son estos mismos quienes deciden sobre sí, estamos creando un nuevo grupo, sea partido, sea como quiera lIamársele, que asume y acota un terreno que no es de su propia exclusividad.

Por ello no es incluyendo la lucha ecológica dentro de la lucha de clases simple y llanamente como van a resolverse estas cuestiones, dado que se seguirá arrastrando el problema de base. No se lucha para tomar un poder, sino contra la necesidad de que haya un poder, cualquiera que éste sea. Saber, en todas sus vertientes, es poder. Arrancarle este tesoro y devolverlo a sus legítimos dueños es arrebatarle al poder su única arma legal de permanencia.

Son precisamente nuestras actuales estructuras de convivencia social las que han creado la «necesidad del poder». Es justamente la existencia de grandes aglomeraciones (ciudades, masas obreras, campesinas, etc) la que hace necesaria a su vez la existencia de una burocracia sobre la que se sustenta el estado, impidiéndole al individuo su participación total y abocándolo a una pasividad negativa. Al mismo tiempo crea unos medios de comunicación necesarios, pero fácilmente manejables por pequeños grupos con intereses privados.

Por esto, cualquier alternativa ecológica viable y consecuente ha de orientarse hacia los pequeños grupos o comunidades autónomas en el futuro, barrio, tajo, pueblos…

¿Es utópico? ¿Qué revolución cultural no ha sido abortada por quienes se encontraban cómodamente asentados en sus poltronas de dirigentes? El saber, el saberse con capacidad de resolución tanto a nivel teórico como práctico, es el enemigo mas fuerte de cualquier tipo de sistema represivo, disfrazado incluso bajo el señuelo democrático de las masas mayoritarias, ajenas a los procesos que sufren pero que no controlan. La pretendida objetividad neutral de la ciencia se desenmascara y transforma en lo que realmente es: un arma en manos de quien la posea, cosa que los gobiernos han tratado de disfrazar por todos los medios.

Esto nos lleva inmediatamente a un enfrentamiento entre quiene pretendemos sentirnos al máximo dueños de nosotros mismos con los que quieren seguir ejerciendo su hegemonía y manteniendo sus directrices de «alto nivel». ¿Hablaremos entonces de lucha de clases? Es posible, pero habrá una ruptura de los rnoldes clásicos por los que aquella ha discurrido hasta hoy.

No hay un camino establecido a seguir; no hay un modelo, pues incluso el proceso de recuperación cultural no es más que la recuperación de una herramienta necesaria con la que, después o al mismo tiempo, trabajar. El camino se irá abriendo día a día, paso a paso e individuo a individuo, y entre todos ensancharemos a cada momento el horizonte ante nosotros. El que el individuo se dote de una gran capacidad selectiva de posibilidades a realizar en su propia vida, facilitará una variedad social que ningún gobierno es capaz de absorber por un lado, o de ofrecer o motivar por otro. El camino ecologista no creemos que deba ser un ir hacia algo preestablecido hasta en sus mínimos detalles, lo cual supone abortar la propia creatividad, sino sólo un caminar donde cada uno se va abriendo paso hacia su propia realización global como persona.

La herencia de la mentalidad capitalistaproductivista será un mundo cargado de problemas sin resolver y cada vez mas agudizados. La herencia que nosotros quisiéramos dejar es la de un mundo lleno de posibilidades y abierto constantemente a nuevas realizaciones.

GEL
Revista Bicicleta – Nº9 – 1978
http://www.almeralia.com/bicicleta/bicicleta/ciclo/09/31.htm
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