Ciencia contra animales, no es ciencia

Animales encarceladosValencia ha sido, este año, la sede del Congreso de la SECAL (Sociedad Española para las Ciencias del animal de laboratorio). La su XI edición ha sido organizada conjuntamente con la Universidad de Valencia, que ofrece una web del congreso a través de su portal [1] y cede instalaciones de la Facultad de Farmacia por los talleres del primer día [2]. El Rector Magnífico, Dr. Esteban Morcillo, impartió la conferencia inaugural del Congreso.

Uno de los talleres en la Facultad de Farmacia del Campus de Burjassot trató, durante tres horas y media, la criopreservación de los espermatozoides de ratón. El programa anuncia que cada persona participante realizará una criopreservación ajustada a protocolos establecidos y que, por tanto, el curso implica la manipulación de animales y de LN2 (nitrógeno líquido). Se trata de acumular reservas para la producción de animales de laboratorio con las características deseadas. De extraer el esperma de los machos que ya no tendrán que conservar como en sementales, y se podrán destinar a la experimentación. De obtener esclavos para las investigaciones futuras mediante la inseminación de hembras (sus vientres no pueden ser criocongelados).

Ya en el Palacio de Congresos, y como propuesta de los Debates de actualidad, se hablará de cómo cambiar la opinión respecto a la utilización de animales en experimentación. Probablemente, se propondrá la necesidad de ofrecer una cara amable, como la que muestra el artículo de El Mundo titulado Ratones con historia, y que habla de las contribuciones de los ratones a la ciencia como si participaron voluntariamente los experimentos, casi como si fueran miembros de los equipos de vivisección [3]. Lo que pasa realmente es que viven prisioneros en pequeños habitáculos, sufren toda clase de agresiones, como descargas eléctricas o cortes con bisturí sin anestesia ni paliativos del dolor, y son matados para buscar los resultados de la investigación sobre sus cadáveres. Cualquier persona que ha estado en un laboratorio nos podría explicar que los héroes de la vivisección, los ratones con historia, mueren a manos de los sus compañeros y compañeras de investigación, que disfrazan la barbarie con una bata blanca mientras los sujetan la cabeza con una mano, sobre una superficie plana, y tiran con energía de su cola con la otra mano. Es una forma rápida y barata de romperse el cuello.

La normativa europea y española sobre animales de laboratorio [4] dice que quedan protegidos del dolor innecesario, del sufrimiento innecesario, de la angustia innecesaria y de las lesiones innecesarias. El mal necesario es el pilar de estas normativas y es también, la principal herramienta justificativa de la industria de explotación de animales de laboratorio, que no es otra cosa que un mercado de marcas registradas y sistemas de cría, de captura (de forma legal o ilegal), de venta y de distribución de víctimas para la tortura, con las habituales conexiones parasitarias con los fondos públicos y las correspondientes estructuras clientelares que sustentan esa sangría de dinero. Las universidades y los centros públicos de investigación son la principal fuente de demanda para estas empresas, que incentivan las personas investigadoras para que consideran y defienden la vivisección con la mejor o, incluso, la única alternativa.

Una estudiante de Biología en la Facultad de Ciencias Biológicas de Valencia, por ejemplo, me contó que tenía que hacer unas prácticas de disección con el cadáver de una paloma, como parte de un módulo formativo vinculado al aprendizaje de la fisiología animal. Consultó el profesorado sobre el tema y le informaron que los animales eran sacrificados antes de ser entregados a cada estudiante y, como ella objetaba de estas prácticas, propuso varias alternativas como la de obtener cadáveres de palomas libres, los que se utilizan para colombicultura o los que conviven con humanos porque han sido rescatados o, simplemente, los tienen enjaulados. Sólo había que pedir a la gente que los entregara cuando se produjera una muerte. La persona encargada de impartir la enseñanza rechazó sus propuestas y le dijo que sólo aceptaría cadáveres suministrados por ella misma al alumnado, previamente adquiridos a estas empresas.

La industria utiliza una estrategia bastante simple para mejorar la imagen de la vivisección: en primer lugar, toda ella se esconde detrás de las investigaciones sobre el cáncer o el SIDA, del desarrollo de la cirugía, de la investigación sobre la regeneración medular o de la lucha contra extrañas enfermedades. Y cuando tiene la mínima oportunidad, incluso se esconde detrás de personas gravemente enfermas, de niños en sillas de ruedas o que permanecen en los hospitales soñando con correr por calle. Luego, hace ver que todas estas esperanzas dependen de la investigación con animales y, finalmente, lanza su afirmación desconectada: dice velar por el bienestar animal y garantiza que los individuos ocultos en los laboratorios sólo sufren el mal que es estrictamente necesario para lograr la vacuna por el SIDA, para conseguir que las personas tetrapléjicas levantan y caminan o para vaciar las áreas de oncología pediátrica de los hospitales. Y las normativas de protección animal se adaptan a estas afirmaciones, se hacen a la medida de esta industria.

Todo es manipulación. En primer lugar, esa industria se lucra a través del uso de animales para formación, para pruebas de toxicidad y de comprobación de los efectos posiblemente nocivos de muchos productos y, finalmente, para la investigación científica. La inmensa mayoría de los animales, más del 90% de todos los que se venden y se matan, lo hacen en el seno los dos primeros ámbitos y bien lejos de las manos de los grandes héroes y heroínas de la investigación médica.

Son los animales que se utilizan en todos los niveles de enseñanza, desde de la primaria hasta la universidad, aunque, en la era de la informática, existen muchas alternativas. Son los conejos del Test de Drize, que mueren con los ojos quemados por detergentes y lejías para el hogar, los aceites de coche o los productos de cosmética. Son las víctimas del sistema para medir la toxicidad en miligramos llamado LD (Lethal Dosis), grupos de ratones o conejos que suman de 10 a 60 individuos, y que consiste en encontrar la dosis exacta que mata un determinado porcentaje. El más utilizado es el LD50, que se establece con la muerte de la mitad de los individuos y que se repite una y otra vez hasta que se obtiene ese número exacto, ni uno más ni uno menos. Fuentes científicas, incluso algunas voces vinculadas a la industria de la explotación animal, reconocen que son pruebas escasamente fiables y con una utilidad casi nula.

Del pequeño porcentaje que representa la investigación, la mayor parte está en manos de la industria farmacológica y, dentro de este campo, el protagonismo lo tienen los repetitivos e innecesarios procesos de laboratorio que sirven para cambiar el nombre y el color de la caja de un medicamento, para que un analgésico protagonice un anuncio televisivo donde un joven cuenta que ya no se trata de pastillas efervescentes, sino de unos polvos de muy buen sabor y que ingieren sin agua. Hablamos del negocio farmacéutico, que lleva por delante miles y miles de animales cada año.

El segundo lugar lo ocupan terribles experimentos sobre radiaciones, con los que se expone toda clase de animales en la radiactividad y, incluso, se les obliga a inhalar gas radiactivo; experimentos de oftalmología que implican arrancar y quemar los ojos; investigaciones de psicología que se sustentan en descargas eléctricas y otras formas de castigo por observar reacciones, experimentos de neurología con los que, con siniestros máquinas, se provocan graves traumatismos y, incluso, el rotura medular; experimentos militares (como no) que, muy a menudo, consisten en afussellaments para probar armas ….

Los objetivos de estas investigaciones pueden ser los más inverosímiles: por ejemplo, un experimento para cuantificar el nivel de dolor que se puede dar durante la menstruación de las mujeres, se llevó a cabo abriendo la cabeza de macaques rhessus e introduciendo medidores con forma grandes cilindros metálicos a sus cerebros, que estaban en descubierto durante toda la investigación. Este tipo de experimentos son cuidadosamente escondidos a la opinión pública y, lo que es peor, no implican la vulneración de ninguna normativa de protección animal, porque quien valora cuándo y cómo se infringe el mal necesario es, precisamente, toda la cadena que forma la industria de uso y explotación animal para investigación.

Las grandes luchas contra la enfermedad implican la muerte de un porcentaje mínimo de los animales que mueren a manos de la industria de la investigación y, por tanto, esta industria los utiliza para disfrazar su negocio. Lo que es peor: las personas investigadoras se dejan utilizar, ya que siempre están disponibles para acudir a los debates en defensa de la vivisección como representantes del conjunto de la industria. Los trabajos para la maquinaria de manipulación mediática y de ocultación de información forman parte de su trabajo.

La viabilidad de alternativas a la tortura y muerte de animales durante este tipo de investigaciones, como el desarrollo y uso de modelos informáticos y nuevos recursos tecnológicos, el trabajo con cultivos o, cuando las circunstancias sean las adecuadas, la participación de humanos enfermos voluntarios, abren cuestiones que estas actitudes, siempre servicio de intereses empresariales tan acomodados, tan alejados de el auténtico I + D, no ayudan a resolver.

Y, por supuesto, no sirven para responder a la principal pregunta que nos tienen que responder: la tortura y la muerte de los animales víctimas de las grandes investigaciones, que suponen un 2 o un 3% del total de los que mata la industria de investigación, es una actitud ética? La especie humana tiene derecho a hacer lo mismo que se ha hecho antes con personas de razas inferiores o de tierras sometidas al imperialismo, enfermas o en estado de vulnerabilidad física o psíquica, pobres, encarceladas, población civil o militares capturados al bando enemigo en el contexto de una guerra?

El presidente de EEUU, Barak Obama, ordenó la creación de una comisión de investigación sobre los experimentos realizados con personas de Guatemala entre 1946 y 1948. Se estima que fueron utilizadas más de 5.500 personas para investigar enfermedades venéreas, sin que ni ellas, ni las autoridades ni la comunidad científica tuvieron conocimiento de lo que estaba pasando. Más de 1.700 fueron expuestas intencionadamente la sífilis y la gonorrea (por exposición directa, en través de trabajadoras del sexo infectadas, o por inoculación directa) y sólo unas 700 recibieron algún tipo de tratamiento [5]. Se realizaron un total de 50 experimentos científicos financiados con dinero público, y eran de dos tipos: los que sirvieron para conocer la enfermedad y la su evolución con las personas que no recibían ningún tratamiento, y los que sirvieron para probar medicamentos como la penicilina por vía oral.

Estos experimentos son hermanos de los que se hicieron en Tuskegee (Alabama) con personas negras. Y los que hizo el personal científico que utilizó personas judías de los campos de exterminio bajo el auspicio del régimen nazi de Alemania, o los que hizo el siniestro Escuadrón 731 de el Ejército Imperial de Japón con civiles de China y prisioneros de guerra. De todos ellos, se han obtenido avances médicos de los que disfrutamos hoy: transplantes de órganos, tratamiento de graves quemaduras, capacidad curativa de las sulfamidas …

Y, frente esto, sólo tenemos la ética como respuesta. Estas personas tenían derechos inalienables de los que ninguna otra persona podía disponer, sin que ninguna justificación pudiera servir. Sencillamente, su vida, su libertad y su integridad física no podían ser mediatizadas por ningún equipo de investigación, por ninguno de los científicos que, después, quisieron esconderse detrás de los avances médicos obtenidos. Y los animales víctimas de los experimentos, con la capacidad de sentir y de sufrir las terribles agresiones a las que son sometidos tan a flor de piel como la de la especie humana, también tienen estos derechos inalienable a vivir ya no ser torturados.

Frente a la manipulación de la industria de explotación animal y los prejuicios con los que se quiere justificar la tortura, y que han sido repetidos por enésima vez en el congreso de Valencia, hay un cambio de perspectiva que se fundamente en el reconocimiento de los derechos animales. Este cambio de perspectiva que destruya el prejuicio de la superioridad humana, del supuesto derecho a disponer libremente de los otros animales, es el objetivo del movimiento animalista, y no ningún otro.

Jesús Frare. Iniciativa Animalista

[1] http://www.uv.es/secal/

[2] http://www.uv.es/secal/docs/PROGRAMA_CIENTIFICO_v05.pdf

[3] Elmundo.es, 10/10/2007, Ratones con historia, http://www.elmundo.es/elmundosalud/2007/10/09/biociencia/1191914236.html

[4] REAL DECRETO 1201/2005, de 10 de octubre, sobre protección de los animales utilizados para experimentación y otros fines científicos. http://www.boe.es/boe_catalan/dias/2005/11/01/pdfs/A02481-02506.pdf

[5] LibreRed.net, 29.08.2011, Experimentos Médicos de los EE.UU. en Guatemala dejaron 83 muertos en década de los 40. http://www.librered.net/?p=10062

Fuente: http://www.lahaine.org/index.php?blog=2&p=57950
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