Ni aquí nos libramos de la estigmatización

putaActualmente, los espacios «alternativos» tampoco se salvan de estigmatizar o humillar a otros colectivos sociales.

En la última concentración a la que acudí pude escuchar, entre otros clamores y gritos propios del motivo por el que se convocó, voces que chillaban al unísono «¡Hijo de puta!», «¡Puta!» o «¡Maricón de mierda!», y no ha sido ésta la única vez. Miré a mi alrededor y lo que encontré fueron caras que reflejaban énfasis, rabia y vigor, pero ninguna indignación por lo que se estaba diciendo. Más tarde me topé con una compañera con la que hablé del tema. «Ni aquí nos libramos de la estigmatización», me comentó irritada.

¿Cómo es posible que sigamos arrastrando ese trato machista y ofensivo para quienes son y/o somos putas o maricones? Recuerdo, y supongo que no sólo yo, las amables palabras que le dedicó Eduardo García Serrano, tertuliano de Intereconomía, a una consejera de Salud catalana («zorra», «guarra», etc.) o al escritor Antonio Gala («Un maricón como tú estaría colgado de una grúa en Teherán»). El uso de tales términos y expresiones en clave peyorativa es de lo más habitual por parte de miembros de la cuadrilla neofascista con la que convivimos y también del rebaño de borregos que comulgan con sus ideologías. Algo intolerable, obviamente. Pero igual de inadmisible resulta cuando se escucha de bocas «de izquierda». ¿Por qué ocurre esto?

Los viscosos y asfixiantes tentáculos del heteropatriarcado son tan largos que logran invadir hasta los recovecos «alternativos» donde nos reunimos para compartir, organizarnos y combatir. Es cierto que algunas veces somos seres incoherentes, en tanto que nos manifestamos, por ejemplo, en contra del capitalismo pero la mayoría acudimos al supermercado para comprar verduras. Nuestras situaciones (económicas, personales, etc.) nos «obligan» a pasar por el aro. No obstante, es cierto que existen muchísimas alternativas a la hora de conseguir un pimiento, del mismo modo, y creo que de mayor alcance, que cuando nos comunicamos. El lenguaje, como todo en la vida, es alterable y transformable.

¿Qué tiene de reprochable ser profesional del sexo (o hijx suyo) o no heterosexual? Yo no voy a dar a continuación una lista de insultos «aptos» para cuando nos manifestemos. Ya cada unx sabrá qué hacer con su voz: ofender al políticx/policía/banquerx de turno o despreciar a lxs mismxs que estamos allí mostrando nuestro rechazo con lo que sea que sucede en particular. Se trata de tener consideración y respeto. Ya lo dijo «Prostitutas indignadas»: «Insistimos, lxs políticxs no son hijxs nuestrxs».

Dani Curbelo @Danmarcur

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