Reseña bibliográfica de «Calibán y la bruja»

Título: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria

Autora: Silvia Federici

Editorial: Traficantes de sueños

Lugar y fecha de publicación: Madrid, 2017

Edición:

Páginas: 372

En este documentado estudio Silvia Federici aborda la transformación del papel de la mujer en la sociedad en el proceso de tránsito hacia la formación del sistema capitalista. Como toda obra de investigación posee sus aciertos pero también sus errores. Por esta razón empezaremos con los aspectos más sobresalientes de este ensayo.

En primer lugar hay que destacar que la obra de Federici tiene la virtud de ubicar la cuestión de la mujer en el contexto de la lucha de clases, y consecuentemente en el marco general de la sociedad de clases en la que la mujer no es presentada en unos términos abstractos al margen de las condiciones sociohistóricas específicas que la definen, tal y como sucede habitualmente con los enfoques postmodernos. Por el contrario Federici entiende el género como una especificación de las relaciones de clase.  En lo que a esto respecta Federici vincula el papel de la mujer con las diferentes relaciones de explotación y dominación generadas por la sociedad de clases. De este modo nos presenta un análisis de la evolución de la posición que la mujer ha ocupado a lo largo de la historia en el marco de la lucha de clases, con lo que la atención es centrada en el estudio de las condiciones de vida de las mujeres de la clase sometida.

Otro aspecto positivo de esta investigación es que Federici desmonta la historiografía oficial que presenta a la Edad Media como un período histórico en el que las mujeres vivían en una situación de extrema opresión, y que consecuentemente la modernidad ha contribuido de manera decisiva a una paulatina liberación de la mujer de las viejas ataduras. Por el contrario, Federici va a los hechos concretos con los que desmiente los prejuicios impuestos por la burguesía y el liberalismo y nos muestra una realidad bien diferente. En este sentido la Edad Media, aún sin haber sido idílica, fue un período histórico en el que las mujeres gozaron de una considerable relevancia social, de tal modo que eran respetadas y estimadas. Así lo demuestra su presencia y participación en multitud de ámbitos de la vida económica, laboral y social, pero también el control que tenían sobre la producción y reproducción del trabajo que se concretaba en el dominio de sus propios cuerpos a través de métodos anticonceptivos y abortos, así como de un saber popular que les permitía detentar un importante grado de autonomía.

Silvia Federici nos ofrece una imagen de la sociedad medieval muy distinta de la que se enseña en colegios e institutos. La sociedad de aquel entonces se caracterizaba por un elevado nivel de colectivismo como así lo demuestra la existencia de tierras comunes y diferentes formas de autoorganización en las que la mujer jugaba un papel relevante. Así, Federici viene a confirmar lo ya dicho por diferentes autores sobre las condiciones de existencia medievales del pueblo llano. De esta manera la autora arroja una considerable cantidad de información y de datos que contribuyen a poner en tela de juicio el relato que nos presenta la Edad Media como un período histórico tenebroso y lleno de horror.

Asimismo, la vida del pueblo llano en la Edad Media, con sus formas colectivistas, es relacionado con la lucha de clases en la que eran frecuentes los enfrentamientos con los grupos dominantes: la nobleza, el clero, la corona, la burguesía, etc. En todo esto el trabajo de Federici es bastante meritorio dado que no se limita a explicar algo que es de sobra conocido, como eran las rebeliones campesinas de aquel entonces, sino que nos muestra que en la mayoría de esas insurrecciones las mujeres jugaron un papel destacado: bien como principales protagonistas en primera línea de batalla, o bien como máximos exponentes de dichas luchas que en no pocas ocasiones encabezaron.

Sin embargo, esta obra también tiene sus puntos débiles. La principal debilidad es el uso del marxismo como marco de análisis para el estudio de la evolución del papel de la mujer en la sociedad en su tránsito hacia el capitalismo. Federici explica el tema de su libro básicamente a través de la economía y del mundo del trabajo, lo que le conduce a caer en el economicismo inherente a la práctica totalidad de los autores marxistas. En líneas generales la tesis central de Federici se resume en afirmar que el paso del feudalismo al capitalismo fue posible gracias a la reclusión de la mujer en la esfera puramente doméstica, de tal manera que su función social se redujo a traer hijos al mundo y a desarrollar actividades económicas y laborales no remuneradas dentro del hogar, lo que permitió la acumulación primitiva que posteriormente hizo posible la aparición del capitalismo. A este proceso le acompañaron una serie de acontecimientos violentos dirigidos contra las mujeres, como es la caza de brujas, que condujeron directamente a su sometimiento por los hombres. Todos estos cambios son, a su vez, relacionados con los procesos de desarticulación de la sociedad medieval a través de la privatización de los bienes comunales, y consecuentemente la reorganización de las relaciones sociales conforme a la lógica del capital.

En el análisis de Federici se reproducen los mismos errores de los análisis marxistas en la explicación del origen y surgimiento del capitalismo, de forma que este último es considerado el resultado de un proceso autogenerado por la propia economía en el desarrollo de sus contradicciones internas donde el gran ausente es el Estado. Así, en este estudio el Estado únicamente juega algún papel relevante en lo que respecta a la caza de brujas, pero en modo alguno es tenido en cuenta a la hora de explicar el capitalismo cuyo origen histórico es situado en la Baja Edad Media. Por el contrario, son numerosos los estudios que ubican el surgimiento del capitalismo en la primera revolución industrial en la segunda mitad del s. XVIII, como consecuencia del paso de unas formas de producción de carácter artesanal a otras de carácter industrial y crecientemente mecanizadas. Resulta una exageración situar el origen del capitalismo en la Baja Edad Media, época en la que la economía en Europa era fundamentalmente de subsistencia, donde el mercado se circunscribía sobre todo a unas pocas ciudades, y el grueso de la población residía en zonas rurales donde el trabajo asalariado era minoritario. Por otro lado la mano de obra asalariada se limitó sobre todo a las ciudades, lo que explica que en estas fuera relativamente frecuente la miseria y la mendicidad, además de altas tasas de mortalidad.

Como consecuencia de todo lo anterior el capitalismo es presentado como un sistema social y económico que nace de la Edad Media, de manera que lo que se da entre uno y el otro es un proceso de transición. Esto es lo que conduce a olvidar una serie de procesos históricos ligados a la formación y desarrollo del Estado moderno, y que dan perfecta cuenta de muchos aspectos relacionados con las transformaciones de la sociedad medieval, la formación de los movimientos populares de protesta y el cambio del papel de la mujer en la sociedad.

La crisis demográfica de la Baja Edad Media a la que alude Federici no se explica única y exclusivamente a partir de razones económicas. Además de la peste negra nos encontramos con un contexto internacional bastante convulso en el que las permanentes incursiones militares del imperialismo islámico sobre las costas europeas, con la consecuente esclavización de la población, sobre todo de mujeres que más tarde eran vendidas en los mercados y harenes del norte de África y de Oriente Próximo, produjo un drenaje demográfico considerable. A esto hay que añadir el efecto de las guerras que se hicieron cada vez más frecuentes y destructivas tanto en términos materiales como sobre todo humanos. Indudablemente este cúmulo de condiciones favorecieron un cambio en las políticas de los diferentes Estados para impulsar un crecimiento de la natalidad, lo que indudablemente exigía poner en marcha unos cambios en lo que respecta a la división sexual del trabajo y a la participación de la mujer en la vida social y económica. Todo esto coincidió, a su vez, con un proceso de reorganización y reforzamiento interno de los Estados que autores como Joseph Strayer o Gianfranco Poggi, entre otros, examinaron con bastante detalle.[1] Esto trajo la recuperación del derecho romano con la aparición de diferentes universidades dedicadas a su estudio, lo que conllevó inevitablemente la reemergencia del viejo patriarcado que perseguía el sometimiento de la mujer al reproducir, como bien señala Federici, en el seno de la familia la misma estructura de poder que caracteriza al Estado.

Como consecuencia de la asunción de un modelo explicativo fundamentalmente economicista, Federici reduce el fenómeno del sometimiento de la mujer a una cuestión meramente económica, de tal modo que este fenómeno consistía en arrebatarle a la mujer el poder que había detentado en la época medieval para, a partir de entonces, someterla y obligarla a reproducir la fuerza de trabajo mediante el control de su cuerpo. Aunque es cierto lo que Federici describe en relación a los distintos mecanismos empleados por el poder establecido para reconceptualizar el cuerpo en unos términos completamente nuevos, tal y como lo explica en el capítulo dedicado al estudio de la formación de las filosofías racionalistas, ello no obedeció a exigencias puramente económicas dirigidas a desarrollar un capitalismo que entonces era inexistente y que aún no se atisbaba en el horizonte. Este proceso no consistía únicamente en aumentar la fuerza de trabajo para, así, incrementar la riqueza de la nación, sino que más bien obedecía a la necesidad del Estado de disponer de una demografía floreciente para poder reclutar un número creciente de hombres para la guerra, con lo que los motivos económicos que pudiera haber detrás de estas medidas eran más bien accesorios y en todo lo importante auxiliares a esta necesidad militar del Estado. Además de esto hay que señalar que estas políticas fueron aplicadas sobre todo en las zonas urbanas y en aquellos espacios que las circundaban, y sobre los que el poder de las autoridades era realmente efectivo, mientras que las regiones rurales, donde vivía la mayor parte de la población, tendieron a quedar fuera de esta dinámica o, como mucho, a padecer los efectos de estas medidas de una manera parcial. Por tanto, el problema de la natalidad estuvo históricamente vinculado más a las zonas urbanas, donde la mortalidad era elevada y donde se radicaban los principales centros de poder económico y político, y no tanto a las regiones rurales.

Asimismo, las luchas populares contra los poderosos se explican en el marco del proceso de formación y desarrollo del Estado moderno, que supuso una fortísima alteración de las formas de vida de la población medieval. El Estado creció debido a una mayor concentración, acumulación y centralización de medios de dominación, con lo que su contacto con la sociedad, al inmiscuirse en una cantidad creciente de ámbitos, también creció y originó resistencias de diferente tipo entre las que destacan las rebeliones campesinas, o más comúnmente conocidas como jacqueries. Esta resistencia popular a lo que era un proceso de modernización del Estado conllevó a la postre la criminalización de aquellos sectores de la población que, aún después del virtual triunfo del Estado con la consolidación del poder de la elite dirigente, persistieron en su oposición de una forma clandestina. En este punto es en el que se encuadra la caza de brujas descrita por Federici, al que se le unieron una serie de razones ideológicas vinculadas a la formación de la ciencia moderna y de un nuevo tipo de saber erudito que era contrario al saber popular. Las mujeres, que habían sido las principales depositarias de dicho saber popular, fueron reprimidas y vilipendiadas a través de su demonización con la caza de brujas. Con ello se perseguía no sólo su sometimiento, también poner fin a las rebeliones internas que debilitaban a los Estados europeos en su competición internacional, e instaurar de una vez por todas el monopolio ideológico de los nuevos intelectuales con la denominada ciencia moderna. Las revoluciones científicas, el auge del saber intelectual y la supremacía del conocimiento científico fueron fenómenos ampliamente descritos y explicados, entre otros, por Paul Feyerabend, quien puso de relieve cómo la ciencia moderna logró imponerse frente a otros enfoques de la realidad como ocurrió con los saberes tradicionales, mientras que Thomas Kuhn expuso la lógica de los cambios de paradigma en la esfera del conocimiento.[2]

Las razones económicas que esgrime Federici para explicar la ofensiva ideológica de los siglos XVI y XVII contra las mujeres son con todo bastante secundarias y colaterales. Más bien, a tenor de la información que la propia Federici ofrece, todo obedecía a un proceso mediante el que el Estado perseguía un control directo sobre la población, para lo cual era necesario poner fin a la importancia social que la mujer había detentado hasta el momento, especialmente en la medida en que era portadora de un saber popular y arcaico que la hacía influyente en el seno de la comunidad como partera, curandera, sacerdotisa, etc. A esto se sumó su capacidad para regular y controlar la natalidad mediante abortos y el uso de métodos anticonceptivos naturales. Por estas razones, y como forma de terminar con la resistencia de un sector de la población que no se adaptaba a los cambios introducidos por el nuevo orden social estatista, fue necesario imponer en el lugar hasta entonces ocupado por la mujer a los nuevos profesionales de la medicina, a los intelectuales y a parteras controladas por el Estado para, así, controlar y regular la natalidad.

Federici habla de una división sexual del trabajo como paso previo a la instauración de un sistema social y económico capitalista, en tanto en cuanto dicha división facilitó la acumulación primitiva que hizo posible la aparición del capitalismo. Pero lo cierto es que lo primero, la división sexual del trabajo, fue consecuencia de lo segundo, la aparición del capitalismo. Hasta bien entrado el s. XIX la mayor parte de la población europea vivía en zonas rurales en donde la economía era sobre todo de subsistencia y por ello estaba escasamente comercializada. La industrialización y el propio capitalismo que se desarrollaron en el s. XIX, y que conllevaron la urbanización de la población, originaron una división sexual del trabajo en la que las mujeres de las ciudades, a causa de la extensión y generalización del trabajo asalariado entre los hombres, quedaron recluidas a las tareas domésticas de producción y reproducción de la fuerza de trabajo. Hasta entonces esa división sexual del trabajo fue muy limitada al haberse circunscrito a unas regiones urbanas en las que vivía una minoría, de forma que en las áreas rurales, que en gran medida permanecieron al margen de este tipo de lógicas, las mujeres todavía conservaron una parte considerable de su influencia, algo que indudablemente variaba de país a país.[3] Hasta el s. XIX en las zonas rurales apenas había trabajo asalariado, las relaciones estaban escasamente monetizadas y todavía pervivían ciertos usos y costumbres de carácter colectivista. De hecho, la forma de producción imperante fue la artesanal que sólo tardíamente, especialmente durante el s. XVIII, se convirtió en producción fabril para, más tarde, con la revolución industrial, mecanizarse y dar lugar a la producción propiamente capitalista. Las industrias manufactureras de los siglos XVI y XVII fueron muy limitadas, y en muchos casos implicaron una forma de producción de tipo esclavista en las colonias de ultramar de los países europeos.

Asimismo, Federici se vale del concepto marxista de acumulación primitiva para explicar los comienzos del capitalismo, y lo vincula a la división sexual del trabajo que relegó a las mujeres a tareas económicas y laborales no remuneradas. Pero lo cierto es que este planteamiento demuestra un error de base en su análisis. El origen del capitalismo no se encuentra en una supuesta acumulación primitiva que tiene su origen en las relaciones de producción, y ni tan siquiera en los procesos de privatización de los bienes comunales como ocurrió con los cercamientos en Inglaterra. El capitalismo, por el contrario, tiene su origen en la guerra. Las constantes carreras de armamentos, la permanente rivalidad entre los Estados en su lucha por la hegemonía internacional, el encarecimiento de los medios para preparar y hacer la guerra, el crecimiento de los ejércitos, las innovaciones tecnológicas que incrementaron la destructividad de las fuerzas armadas en el campo de batalla, la mejora de las comunicaciones, etc., fueron factores que estimularon la producción interna al desencadenar una demanda masiva y constante que favoreció la movilización de todos los recursos disponibles (humanos, económicos, materiales, financieros, etc.) para desarrollar las fuerzas productivas. La industrialización y la aparición de las primeras formas de producción capitalistas son debidas a este cúmulo de factores, pues una mayor y más rápida extracción de carbón y hierro de las minas para fabricar cañones en los altos hornos, la tala industrial de árboles para la producción de buques de guerra, la maquinización del sector textil para la fabricación a gran escala de uniformes militares y velas para los barcos, el desarrollo de una vasta industria química para la coloración de los uniformes, velas, banderas, estandartes y la producción de explosivos y municiones estimularon el desarrollo de la ciencia y la técnica en el terreno de la producción que sólo así adquirió una dimensión masiva e industrial. Las formas de producción artesanales, imperantes hasta el s. XVIII, eran incapaces de satisfacer la inmensa y voraz demanda productiva que imponía la guerra.[4] En todo esto el Estado jugó un papel fundamental con el impulso de una serie de cambios en la organización política y económica de la sociedad para, mediante su actividad coordinadora y reguladora, crear las condiciones favorables para un crecimiento y desarrollo acelerado de sus capacidades productivas con las que apoyar la expansión de sus capacidades destructivas para el aumento de su poder militar. El capitalismo fue así un resultado no esperado de la guerra, que surgió para satisfacer estas exigencias de orden político y militar de los Estados como consecuencia de su competición internacional.

La historia de los orígenes del capitalismo que presenta el análisis de Federici es una historia en la que no aparece el Estado por ninguna parte, pues dicho sistema económico es considerado el resultado del desarrollo histórico de una serie de fuerzas económicas y sociales. Tal es así que el capitalismo surge del feudalismo y de las contradicciones que se daban en sus formas de producción específicas, lo que hace que la formación del Estado sea despachada en apenas dos párrafos y que el denominado Antiguo Régimen no sea tomado en consideración en el marco de este proceso. Pero el Estado, lejos de ser fruto de una alianza entre la nobleza y la burguesía urbana para hacer frente a las protestas populares, no tiene su origen en factores de carácter endógeno sino que su formación obedece a las circunstancias histórico-internacionales en las que hizo su aparición, todo ello en el marco de la competición entre las distintas potencias en su búsqueda de la conquista de la supremacía internacional. En este sentido el análisis aportado por Michael Roberts a mediados de los años 50 del pasado s. XX es bastante esclarecedor, ya que presenta al Estado como una institución que nace y se desarrolla a partir de la guerra en tanto en cuanto esta conllevó un aumento de su estructura organizativa central para disponer de los medios necesarios para costearla, así como para reunir grandes cantidades de hombres para nutrir las filas de los ejércitos.[5] Las sucesivas revoluciones militares en el terreno de la tecnología y la organización militar, con el encarecimiento de la guerra, estimularon el crecimiento y desarrollo del Estado que progresivamente se hizo con más y más medios de dominación para disponer de las capacidades precisas para competir con éxito en la arena internacional.[6] Este análisis ha sido confirmado por posteriores investigaciones como las emprendidas por Charles Tilly en diferentes obras, hasta el punto de llegar a afirmar que la guerra hace al Estado y el Estado hace a la guerra.[7] Así, la formación del Estado se encuentra en directa relación con la competición internacional que emprende con otros Estados, y explica, a su vez, multitud de transformaciones que se desarrollan en la esfera doméstica y que afectan directamente a la organización de la sociedad y de la economía, pero también al mundo de las ideas y al papel que históricamente ha sido asignado a los hombres y a las mujeres para la satisfacción de la razón de Estado. El absolutismo y la sociedad estamental constituyen un período histórico que media entre el feudalismo y el capitalismo, y que sin lugar a dudas sirvió para consolidar a la institución estatal y para crear las posteriores condiciones, tanto sociales como políticas, institucionales y económicas, que permitieron la aparición del capitalismo.[8]

Así pues, el libro de Federici resulta interesante por la diversa información y datos que contiene, aparte de ofrecer una perspectiva novedosa y rupturista de la cuestión de la mujer que desmantela muchos mitos establecidos por una parte considerable del feminismo. Sin embargo, su marco de análisis no logra explicar el proceso de implantación del patriarcado y el sometimiento de la mujer a nuevas formas de dominación debido a que su enfoque es esencialmente economicista, y reproduce así los tópicos y lugares comunes propios de la literatura marxista que lo reduce todo a categorías económicas.

Esteban Vidal

Notas

[1] Strayer, Joseph R., Sobre los orígenes medievales del Estado moderno, Barcelona, Ariel, 1981. Ídem, Medieval Statecraft an the Perspectives of History, Princeton, Princeton University Press, 1971. Poggi, Gianfranco, The Development of the Modern State. A Sociological Introduction, Stanford, Hutchinson & Co., 1978

[2] Feyerabend, Paul K., Contra el método. Esquema de una teoría anarquista del conocimiento, Barcelona, Orbis, 1985. Ídem, Adiós a la razón, Barcelona, Altaya, 1995. Kuhn, Thomas S., La estructura de las revoluciones científicas, Madrid, Fondo de Cultura Económica, 1990

[3] A este respecto es bastante ilustrativa la situación de la mujer en la Península Ibérica, lo que se encuentra descrito en el estudio de Esteban, María del Prado y Félix Rodrigo Mora, Feminicidio o auto-construcción de la mujer, Aldarull

[4] Sombart, Werner, Guerra y capitalismo, Madrid, Editorial Svmma, 1943

[5] Roberts, Michael, The Military Revolution, 1560-1660: An Inaugural Lecture Delivered Before the Queen’s University of Belfast, Belfast, M. Boyd, 1956

[6] Parker, Geoffrey, La Revolución Militar. Las innovaciones militares y el apogeo de Occidente, 1500-1800, Barcelona, Crítica, 1990

[7] Tilly, Charles, “Reflections on the History of European State-Making” en Tilly Chalres (ed.), The Formation of National States in Western Europe, Princeton, Princeton University Press, 1975, p. 42. Ídem, Coerción, capital y los Estados Europeos, 990-1990, Madrid, Alianza, 1992

[8] Sobre esta fase histórica son muy valiosas las aportaciones recogidas en Hintze, Otto, Historia de las formas políticas, Madrid, Revista de Occidente, 1968. Ídem, Feudalismo – Capitalismo, Barcelona, Alfa, 1987. También es interesante la información recogida en Mann, Michael, Las fuentes del poder social, Madrid, Alianza, 1997, Vol. 2

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