El tamaño no importa – Debilidades y desafíos en la lucha contra el machismo

El Encuentro Nacional de Mujeres, celebrado hace una semana, ha resultado ser el más populoso de los últimos años. La marcha convocada en su marco, ha desbordado todas las expectativas, ubicándose entre la más numerosa de las últimas décadas. Una semana y 7 femicidios más tarde, una nueva marcha fue convocada, encontrando eco en toda la región latinoamericana.

No faltan motivos para salir a luchar contra la violencia machista, por lo que ver romperse la pasividad al respecto, es un gran primer paso. Sin embargo, la movilización será fútil si permanece en el terreno político, ya sea concibiéndose como una muestra de fuerza electoral, un mensaje ciudadano para los funcionarios, o incluso una nueva organización reformista.

El asesinato, violación, y trata de mujeres son males sistémicos. Puede que la cultura machista exceda, históricamente hablando, el sistema capitalista. Pero en la actualidad, se desarrolla bajo sus normas. Las mujeres son objeto de explotación cuando se las secuestra para su prostitución, cuando se le prohíben tratamientos abortivos buscando mayores ganancias, cuando se busca disminuir su salario maximizando la plusvalía. Pero eso es solo la punta del iceberg, porque hay una gestión mucho más compleja sobre la vida las mujeres –como la de sus pares masculinos. Desde hace siglos, las mujeres son el objeto de la ingeniería política y mercantil. Empresarios, políticos y técnicos de todo tipo crean políticas y tecnologías que permitan un desarrollo más explotable de la población: cuándo y cuánto deben parir, qué deben consumir, a qué deben dedicarse. Este no es una mera política “del cuerpo”, como diría la moda académica. Esto es lisa y llanamente el desarrollo del capitalismo, labrado con la más evidente ideología, y la más naturalizada coerción. Por eso no sorprende que hoy los femicidios se instalen en la prensa con la óptica de “la inseguridad”, depositando la culpa en las “poblaciones peligrosas”, y explotando miedos y desconfianzas. Ni sorprende que la precarización laboral de la mujer se lleve a la lógica del nacionalismo genital: las mujeres compitiendo contra los hombres en la lucha por el terreno laboral. Todo lo contrario, es totalmente esperable que el mismo sistema que genera estos problemas, cree su propia interpretación de los mismos y se posicione como su solución. Es esperable que el reformismo plantee todo como una cuestión de derechos, y la derecha ponga a la mujer como una propiedad privada a cuidar de los delincuentes. Al fin y al cabo cumplen una función ideológica vital para el sistema: la sumisión al Estado y la fragmentación de los explotados.

Por todo esto, la lucha contra el machismo tiene por delante una desafío enorme. Por un lado debe separarse de esa ideología, con la que a veces se siente alineada y pasar a combatirla. Por el otro debe reconocer que la miseria de las mujeres también se profundiza cuando el trabajo asalariado se le presenta como una conquista a lograr, cuando se logra su cooptación electoral, cuando cree que su vida solo puede ser salvaguardada por la policía y los jueces. En definitiva, la lucha contra el machismo debe volverse lucha contra el capitalismo, si efectivamente quiere terminar con la explotación, la vulneración y la muerte de las mujeres en el mundo.

Destruir el actual orden social no es un objetivo a largo plazo, capaz de ser mediado con acciones para su mejoramiento. Si buscamos solucionar nuestros problemas con las fuerzas que viven de nuestra explotación, quedaremos a merced de nuestros explotadores.  La lucha contra el capitalismo es un camino del cual no nos podemos desviar. Si no se asumen propósitos y tareas revolucionarias, la organización es fútil, independientemente de su tamaño.

Anonimo

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