Pornocultura

Antes de comenzar este artículo quisiera aclarar que no soy una persona religiosa (me considero atea). Tampoco voto a partidos de derecha (ni a ningún otro) y no soy ni “pro-vida” ni de quienes demonizan la masturbación, el erotismo y las fantasías sexuales. Con esta aclaración pretendo dejar más o menos claro mi perfil ideológico, y así nos evitamos juicios y comentarios que no se ajustan a la realidad. Soy consciente de que el tema del que pretendo hablar en estas líneas es “delicado” debido a la gran necesidad, por no decir adicción, que muchas personas sienten por entrar a diario en páginas como RedTube. Pero allá vamos. Todas las personas aprendemos y adoptamos las conductas y roles que percibimos en nuestro entorno. En la mayoría de los casos, los primeros referentes son nuestros familiares, de quienes sentimos mayor o menos identificación desde nuestra más temprana infancia. Estas afirmaciones se corresponden con las teorías “ambientalistas” que autoras como la antropóloga Margaret Mead defienden, en contraposición con las “biologicistas”. En el entorno euroccidental, a lo largo de este último siglo, el gran emisor de información en este proceso educativo ha sido la televisión y, progresivamente, la publicidad. Poco a poco, el simbolismo y la mensajería plasmada en carteles y vallas plantadas en autopistas, filmada en Hollywood y emitida en la “caja tonta” se convertía en moldes y patrones que generaciones asumían sin rechistar. Y ya con la globalización que nos trajo Internet ni te cuento: ya no teníamos que resignarnos a la programación de las cadenas televisivas, podíamos buscar sin problemas lo que nos apeteciera. Definitivamente, interiorizamos como “normal” y “aceptable” lo que vemos por cualquier pantalla.

Lamentablemente, muy pocos niñxs reciben una educación sexual adecuada, abierta y no sexista. Incluso esas charlas que se dan por muchos institutos son innegablemente coitocéntricas, obviando por completo el orgasmo clitoridiano y promulgando los roles activo/masculino y pasivo/femenino. Debido a esta pésima educación sexo-afectiva, la industria pornográfica se constituye como “magistra” (educadora) y guía en el desarrollo de nuestras sexualidades y sus prácticas. No obstante, la pornografía refuerza los pilares del patriarcado en tanto que reproduce a la máxima potencia los roles de género: Ella, explosiva, delgada, sin vello (o con el adecuado), joven, sumisa, todo lo acepta, no rechista, a disposición del activo, y objeto. Él, musculoso, atractivo, también joven, se le permite vello en algunas zonas, activo, dirige la situación, dueño. Algunas personas dirán “También hay vídeos donde sale gente gorda, vieja y/o con diversidad funcional”. Es cierto, pero también existe un gran matiz entre ver un vídeo u otro: ver un vídeo estereotipado y comercial es algo habitual, que incluso puedes comentar en un entorno amigable. “Y el tío puso a la rubia a veinte uñas y le dio bien duro hasta reventarla” (que más de una vez lo he oído decir en grupos de machotes), no es lo mismo que decir, por ejemplo, “Pues yo ayer vi un vídeo amateur en el que salía una mujer gorda transexual que se corría en la cara de un anciano”. En ese momento pasas a ser un ser degenerado, un amante del porno bizarro y sucio. No es lo más “aceptable”. La pornografía no heterosexual tampoco se aleja de estos parámetros normativos y patriarcales. Yo también aprendí mucho del porno que consumí en mi adolescencia, y lo que siempre percibí fue una extrema sumisión por parte de la persona sumisa, con la que me identificaba por ser presentada como alguien joven, con una complexión física menor y sin vello, hacia el activo, mucho más, por lo que se entiende, masculino (vello, músculo y rudeza). De este modo pasaron los años creyendo que esta actitud de “objeto” era algo incuestionable, por no decir natural. Cuando tuve mis primeras experiencias sexuales cumplí al 100% ese rol, tanto que muy pocas mantuve prácticas que me interesaran o gustasen, siempre a disposición del otro. Y qué decir del porno lésbico y el boom que experimentó hace pocos años cuando millones de hombres heterosexuales comenzaron a reproducir infinidad de vídeos que satisfacían sus fantasías. Por cierto, la inmensa mayoría de actrices de este género cumplen roles ultra femeninos, pareciendo chicas heterosexuales que se “portan mal”. Muchas lesbianas se manifiestan en contra de éste por considerarlo “irreal” y “forzado”, ya que las actrices son por lo general hetero, pero claro, están trabajando. “Las chavalas y los chavales de 14 ya reproducen esos roles sexistas. En sus primeras relaciones, y por culpa de estos roles, ellas ya intuyen qué comportamiento sexual es deseable que tengan. Se marcan unos roles bien diferentes para el hombre y la mujer”, opina Antonio Rial, profesor de la facultad de Psicología de Santiago, en una entrevista de “La Opinión A Coruña”. Una encuesta de la Comunidad de Madrid desvela que entre 2010 y 2013, un 5,3% de chicas entre 14 y 16 años tuvieron situaciones en las que “el chico con el que salían le había impuesto conductas de tipo sexual” que ellas no querían realizar. Hace unos meses leí un artículo de George Ritzer, profesor de sociología de la Universidad de Maryland, titulado “La McDonalización de la sociedad”, en el que pone de manifiesto cómo nuestro mundo y nuestra cultura ha ido adaptándose hacia lo fast. La “cultura de lo rápido” (fast food, servicio 24h, express money, etc.) se basa en el alcance lo más instantáneo posible de cualquier objetivo o deseo de consumo que tengamos, y esto, según Ritzer, también se ha manifestado en las prácticas sexuales, ya que también se promueve el goce instantáneo de lo que creemos es una relación, pero que en verdad no supera el plano virtual. En la película El dormilón, Woody Allen no sólo crea un mundo futurista en el que McDonald’s es un elemento importante y bien visible, sino que también vislumbra una sociedad en la que incluso el sexo sufre el proceso de la McDonalización. Los ciudadanos de ese mundo futuro podían entrar en una máquina llamada “orgasmatrón” que les permitía alcanzar un orgasmo sin practicar el coito. 

Shirley Zussman, la sexóloga más veterana del mundo, en una entrevista publicada en “El Confidencial”, ofrece siete “lecciones” sobre este tema. En la lección nº 4, titulada La trivialización del cuerpo de la mujer es cada vez mayor, Zussman dice “Hoy en día siento que la mujer está siendo convertida en un objeto sexual. Hablamos de la libertad sexual, pero nuestros cuerpos están siendo usados para todo tipo de propósitos comerciales”. La doctora también cree que la omnipresencia de la pornografía online está causando muchos problemas entre los hombres. “Tengo bastantes pacientes que se sientan en el ordenador a ver pornografía y han perdido el interés por buscar pareja. Veo a muchísimos solteros que no hacen el esfuerzo de conocer a gente para no enfrentarse al posible rechazo y prefieren satisfacer sus necesidades sexuales masturbándose frente al ordenador”. ¿Es Internet y la pornografía un refugio en dónde somos inmunes a la inseguridad que podríamos sentir a la hora de mantener una relación sexual física? ¿Tiene este mundo virtual la capacidad de atraparnos en una interminable espiral de consumo? ¿Qué nos sucede? Por último, quisiera mencionar un texto de la artista escénica y activista chilena ‘Hija de Perra’, fallecida en 2014, publicado en la revista “Punto Género”. “La pornografía ha jugado un rol fundamental en el aprendizaje del ejercicio amatorio, lamentablemente está casi en su totalidad realizado y dirigido por hombres, lo que se traduce en creencias muchas veces enajenadas sobre la sexualidad“, dice. Esta es mi opinión. Lo que he querido comunicar es que, a mi entender, debemos romper ese vínculo que hemos forjado entre el deseo de masturbarse con el uso de la pornografía, para después construir una nueva manera de entender y desarrollar nuestra sexualidad sin caer en estereotipos o roles discriminatorios. Usemos más la imaginación para crear fantasías, y, sobretodo, seamos conscientes de lo que vemos.

* Imagen: Escena de «El dormilón» de Woody Allen

Dani Curbelo (@Danmarcur)
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