La explotación capitalista

En el s. XVII John Locke esbozó la teoría del valor-trabajo con la que básicamente venía a decir que el trabajo es el factor que crea valor a través de la transformación de las cosas. Esta idea fue fundamental para el posterior desarrollo del pensamiento económico por medio de Adam Smith y David Ricardo. Lo importante de esta idea es que el trabajo constituye la única fuente de riqueza. Se trata de una afirmación que se encuentra esbozada en el pensamiento de autores de corte liberal, y para nada sospechosos de influencias socialistas. Esto contradice completamente la burda ideología capitalista hoy imperante que afirma que los empresarios son los creadores de riqueza a través de sus inversiones.

Las estructuras de adoctrinamiento se encargan de reproducir la ideología dominante para imponer, por medio del lavado de cerebro que ejercen sobre la población, el consentimiento a los intereses de la clase dominante. De aquí se deriva una imagen del mundo, y especialmente de la economía, en la que los empresarios son considerados necesarios porque con sus inversiones dan trabajo y crean riqueza. La imposición de esta visión de la realidad que se ajusta a los intereses de la clase capitalista únicamente ha servido para crear individuos dóciles y serviles, quienes todo lo esperan de los empresarios como si se tratase de grandes benefactores. De esta forma la clase trabajadora, o al menos una porción significativa de esta, se siente dependiente de los empresarios al considerarlos necesarios. Así es como la ideología dominante, a partir de una serie de mentiras que distorsionan la realidad, ha hecho que la clase obrera consienta y asuma como natural su condición de clase explotada.

Los hechos, en cambio, nos muestran una realidad bien distinta de la que la ideología dominante nos presenta. En el sistema capitalista la mayoría de los trabajadores no disponen de los medios de producción, es decir, no poseen sus herramientas de trabajo, lo que les obliga a vender su fuerza de trabajo para que un empresario los contrate y puedan obtener un salario con el que ganarse la vida. La causa de que esto sea así se debe a la existencia de la propiedad privada que constituye una creación del Estado por medio de sus leyes. Esto es lo que permitió la apropiación y concentración de los medios de producción en unas pocas manos, lo que generó una desigualdad social y económica sobre la que se basan las relaciones de explotación. Por este motivo la mayoría de los trabajadores son asalariados.

Pero la cuestión está en dilucidar el modo en el que se produce en el sistema económico capitalista. El capitalista es el que dispone de un capital en forma monetaria con el que compra los medios de producción compuestos por maquinaria, materias primas, instalaciones, etc., además de contratar a trabajadores. La combinación de estos elementos es la que realiza una transformación de las materias primas para convertirlas en mercancías que, después, son vendidas en el mercado con un beneficio para obtener, de nuevo, capital. La diferencia entre el capital inicial y el capital final constituye el beneficio del empresario. Se trata de la plusvalía que el empresario extrae del trabajador y de la cual se apropia. La existencia de la propiedad privada en los medios de producción es lo que permite esta apropiación debido a que el trabajador no trabaja para sí mismo, sino que por el contrario trabaja para el empresario que es el que se queda con los frutos de su trabajo. El empresario es el que se queda con la producción para luego comerciar con ella en el mercado y obtener los consecuentes beneficios.

Los beneficios obtenidos por el empresario representan trabajo no pagado al obrero y que es conocido como plustrabajo, mientras que el nuevo valor que es dejado en la mercancía producida es el llamado plusvalor. Así es como el empresario se queda con el plustrabajo (trabajo de más) que realiza el asalariado por encima del valor de su salario, y que queda contenido en las mercancías del empresario en forma de tiempo de trabajo no pagado, es decir, plusvalor. En la práctica comprobamos que el empresario remunera al trabajador por menos horas de las que produjo, lo que constituye la fuente de beneficios del empresario. Esto sirve para demostrar lo siguiente: que la riqueza la produce el trabajador asalariado, que esa misma riqueza se la apropia el empresario, y que la condición de asalariado es injusta en sí misma ya que es la expresión de unas relaciones de explotación y dominación.

A modo de ejemplo para ilustrar lo antes expuesto basta con plantear un caso simple como el del capitalista que dispone de 100 unidades monetarias (u. m.). Con este capital compra herramientas, materiales, instalaciones, etc., por 70 u. m., y contrata a un trabajador al que le pagará 30 u. m. por fabricar una silla. Esta silla la vende en el mercado por 140 u. m. con lo que obtiene un beneficio de 40 u. m. De todo esto se deduce rápidamente que el capital inicial, o lo que comúnmente se conoce como inversión, no cambia de valor por sí sólo sino por efecto del valor que hace que las maderas y clavos se conviertan en una silla que pueda venderse. Es decir, la fuerza de trabajo que introduce valor en la mercancía es la que crea la riqueza que posteriormente el empresario se apropia en la forma de beneficio, y lo que permite la acumulación capitalista.

El empresario vive del trabajo ajeno y como tal constituye un parásito que se apropia de la riqueza producida por los asalariados a su cargo. Es evidente que un empresario cuantos más trabajadores (y más cualificados) tenga a su cargo mayor valor generarán, lo que en última instancia significará un aumento de los beneficios obtenidos en el mercado. Naturalmente los únicos costes laborales son los salarios, el trabajo humano que conforma el llamado capital variable del empresario. A pesar de esto podrá aducirse que el empresario es, a fin de cuentas, el que invierte con la adquisición del capital constante compuesto por las materias primas, las herramientas, las instalaciones, etc. Pero esta afirmación olvida que esas mismas mercancías que constituyen el capital constante del empresario fueron producidas por trabajadores, no por empresarios, y que su precio contiene los gastos del conjunto de salarios que los empresarios de la cadena tuvieron que pagar desde la recolección de las materias primas hasta su venta final. Es decir, el capital constante que el empresario adquiere por medio de su inversión no deja de ser el resultado de un ciclo previo de explotación económica en el que a otros trabajadores se les ha sustraído el plusvalor, el tiempo de trabajo no pagado, que permite que, a su vez, otros empresarios hayan podido conseguir beneficios y enriquecerse.

¿Qué hace posible esta situación?. Básicamente el Estado con la creación, a través de su legislación, de la propiedad privada en los medios de producción. El Estado es el que, de esta forma, brinda a los empresarios una garantía jurídica que, respaldada por una fuerza represiva, asegura que estos puedan apropiarse de lo producido por sus trabajadores asalariados, y con ello acumular riquezas de manera ilimitada. De aquí se deriva la consecuente concentración de la riqueza en manos de una oligarquía y la correspondiente división de la sociedad en diferentes clases. El Estado es, en suma, el que sostiene el capitalismo a través de su legislación y su coerción. Sin el Estado el capitalismo se derrumba debido a que la propiedad privada pierde su protección, con lo que los trabajadores dejan de estar obligados a obedecer a sus patronos.

Después de todo lo expuesto resulta bastante evidente que la clase empresarial no es necesaria, pues se trata de una clase que parasita el trabajo de sus asalariados para vivir y reproducirse como clase a expensas de ellos. Los propios trabajadores, en un régimen de autogestión, pueden organizar colectivamente su propio trabajo y decidir qué hacer con lo producido. No necesitan a los empresarios dado que no son ellos los que producen la riqueza. Sin embargo, esto únicamente es posible en la medida en que sean los propios trabajadores quienes tomen posesión de los medios de producción y dejen de ser explotados. Esto último sólo es posible mediante una revolución social que ponga fin al Estado y a la propiedad privada, de tal manera que sean los trabajadores los que controlen los medios de producción para que el fruto de su trabajo no les sea expropiado. La desaparición de la explotación implica, por tanto, la desaparición del Estado, de la propiedad privada y del trabajo asalariado. De esta manera es como puede ponerse fin a la sociedad de clases y a la desigualdad económica. Sólo entonces la economía dejará de producir para un mercado con el propósito de maximizar beneficios, tal y como ocurre en el actual sistema capitalista, para pasar a satisfacer las necesidades materiales de la sociedad.

Esteban Vidal

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