Tiempo de revolución

a¿Qué es la revolución? ¿Cuál es el papel de los anarquistas? Estas preguntas han vuelto a ser de actualidad ante una crisis económica que se está revitalizando constantemente, demostrando la incapacidad del modo de producción capitalista para satisfacer las necesidades de las grandes masas populares del planeta, provocando por el contrario una creciente acumulación de riqueza en un polo de la pirámide social, el vértice, y una creciente miseria moral y material en el otro polo, la base, el más numeroso.

Las políticas desarrolladas por los diferentes gobiernos están dirigidas exclusivamente a acentuar este proceso, con la represión de toda forma de protesta y con exiguas limosnas allí donde la represión no es suficiente.

La sociedad del «bienestar» había alejado en el tiempo a la revolución, en un pasado violento y autoritario, o en un futuro del que apenas se vislumbraban las formas. La revolución era sobre todo una experiencia interior, tendente a liberar la conciencia del individuo de todos los sesgos autoritarios; era una experiencia de transformación cotidiana, más allá de las lógicas individualistas y mercantiles. Pero ese tiempo ha pasado; la sociedad del bienestar se ha hundido bajo las políticas económicas de la oferta, y la revolución ha vuelto a plantearse con urgencia como solución al continuo empeoramiento de la calidad de vida, a la creciente desigualdad, a la falta de libertad. Incluso si esta urgencia todavía no está difundida en la conciencia colectiva, su amenaza pende de un hilo sobre los gobernantes y los privilegiados de todas partes.

¿Es tiempo de revolución? La prueba del embutido es comerlo, dice un adagio popular. Si las luchas sectoriales, del mundo del trabajo, del medio ambiente, del antimilitarismo y así sucesivamente, no logran parar este proceso que parece imparable, habrá que intentar la revolución. No una explosión de rabia, una o más revueltas que se extinguen como fuego de paja, sino una acción consciente tendente a la transformación radical de lo existente, que sepa basarse en las fuerzas sociales que pueden minar el fundamento del poder de las clases dominantes para construir una sociedad más justa y más libre.

Pero para desencadenar una acción consciente, debemos tener una idea clara de los instrumentos a utilizar. Y uno de estos instrumentos es precisamente la revolución.

Luigi Fabbri escribe Dictadura y revolución en agosto de 1920, es decir, en uno de los momentos álgidos de la oleada revolucionaria. En esta obra, un capítulo entero, el décimo, está dedicado al concepto anarquista de revolución. Dos elementos caracterizan la vertiente anarquista, la cuestión del tiempo y la cuestión del aspecto práctico; elementos que están estrechamente unidos, porque obviamente la posibilidad de realización de un objetivo está ligada a la rapidez de su ejecución, especialmente en las fases desordenadas y convulsas de un periodo revolucionario.

La revolución, sostiene Fabbri, es un movimiento general a través del que las clases dominadas salen de la legalidad y abaten las instituciones vigentes y, derrocando definitivamente el ordenamiento jurídico, instauran un orden nuevo: esta revolución es la conclusión de un movimiento precedente, y finaliza con la vuelta a la vida normal, tanto si la victoria permite a la revolución instaurar un nuevo régimen, como si la derrota restaura total o parcialmente el antiguo.

La salida de la legalidad es el hecho que determina el inicio de la revolución; antes de este hecho puede haber un estado de ánimo revolucionario, una situación más o menos favorable a la revolución, pero mientras la fuerza la detente el viejo poder político, todavía no ha estallado la revolución: la lucha contra el Estado es la condición sine qua non de la revolución.

Estos conceptos básicos evocan el pasaje del Programa Anárquico en el que se afirma: «La rebelión victoriosa es el hecho más eficaz para la emancipación popular, puesto que el pueblo, sacudido ya el yugo, queda libre de darse a sí mismo aquellas instituciones que cree mejores, y el tiempo que media entre la ley, siempre con retraso, y el grado de civilización a que llegó la masa de población, se cruzan de un salto. La rebelión determina la revolución, es decir, la actuación rápida de las fuerzas latentes acumuladas durante la precedente evolución».

Por lo que la revolución es una solución de continuidad, un evento singular, una catástrofe, por usar un concepto matemático, en la evolución de la sociedad; existe un antes y un después, y todo lo que ha sucedido antes, por muy incisivo que haya sido, tiene un valor solo para después, para la construcción de la nueva sociedad. Para realizar una sociedad basada efectivamente sobre la igualdad y sobre la libertad es necesario que, como afirma Fabbri, el pueblo salte el foso y rompa con las ataduras económicas, políticas y culturales que hoy le mantienen esclavo. Por cuanto hoy sea posible construir ámbitos de experimentación de la nueva sociedad, por cuanto se pueda reforzar el movimiento de los trabajadores y sus organizaciones, por cuanto pueda mejorar las condiciones de los desposeídos, hasta que la fuerza vuelva al Estado, estas conquistas se dan siempre al albur de las clases dominantes. El uso que gobiernos y capitalistas hacen de la crisis económica es la demostración de este concepto.

El tiempo también tiene su efecto en el aspecto práctico de la revolución. La formación económica y social que surgirá de la revolución será la resultante de la libre explicación de las fuerzas populares en su seno. El movimiento anarquista identifica en la propiedad privada de los medios de producción y distribución, concentrados en las manos de los capitalistas y de los gobiernos, la causa de la explotación de las clases trabajadoras, y en esta explotación la causa de la miseria material y moral creciente en que vive quien tiene que vender su propia fuerza de trabajo. Por eso, la próxima revolución deberá tener un punto de fuerza en la expropiación, en la abolición de la propiedad privada de los medios de producción y de distribución, y en el sometimiento a los productores reales.

Es necesario que en cada ciudad, como en el campo, una vez vencida la resistencia del poder político, los proletarios se adueñen inmediatamente de la propiedad de bienes raíces, la industrial, la bancaria, y la gestionen a beneficio de todos. Para este objetivo no faltan por cierto los instrumentos -grupos locales, sindicatos, comités- y pueden constituirse otros, como los consejos obreros; no hay que olvidar la propaganda por el ejemplo que pueden desarrollar las experimentaciones autogestionarias, ni el papel que deben desarrollar también los organismos, expresiones de luchas sobre el terreno, necesarios para contrapesar el peligro de una «sociedad de productores», que podría mantener con vida mitos y métodos del capitalismo.

Esta es la experiencia de las grandes revoluciones pasadas. Cuanto ha sido realizado en Rusia por los soviets es el resultado de la acción espontánea de las masas, bajo el empuje de los anarquistas que, únicos entre los partidos revolucionarios, tenían un programa revolucionario práctico que no se limitaba a la conquista del poder.

Por eso la importancia del adverbio «inmediatamente»; el tiempo de la fractura política y de la expropiación revolucionaria deben coincidir, porque la insurrección puede vencer la resistencia armada de una clase económicamente más fuerte, pero para no ser abatida es necesario que los trabajadores cambien las condiciones económicas, para así determinar la eliminación definitiva de los elementos burgueses que quisieran levantar cabeza. Por eso es necesario arrebatar la propiedad a la burguesía desde el primer momento. Karl Radek, uno de los dirigentes de la Tercera Internacional, sostenía que «la dictadura es la forma de dominio en la que una clase dicta sin contemplaciones su voluntad a las otras clases». Los anarquistas piensan que los proletarios no tienen necesidad de dictadura para actuar sin impedimentos en la confrontación con la burguesía; los anarquistas sostienen que el mejor modo de actuar sin problemas es proceder a la expropiación de los capitalistas desde el primer momento, por medio de la acción directa y de la autoorganización. Esperar la formación de un gobierno, esperar los decretos del gobierno, esperar la aplicación de los decretos del gobierno significaría dejar a la burguesía tiempo para reorganizarse y, finalmente, el «gobierno obrero» estaría obligado a tratar con este poder económico. La gente tiene necesidad de comer, de vivir desde el primer día después de la revolución, por eso o lo hace con métodos nuevos, o lo hace todavía a través del mercado, la moneda, la propiedad privada y, en consecuencia, con el Estado.

El anarquismo es un modo de participación activa en el movimiento de emancipación, la parte más importante de su programa es la concepción libertaria de la revolución, de la revolución contra el Estado; los tiempos de crisis hacen que estos temas vuelvan a estar de actualidad.

Tiziano Antonelli
(Umanità nova)
Periódico Tierra y Libertad, Abril 2014
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