Ética y política en el anarquismo

aLa propuesta anarquista se basa, no nos cansaremos de decirlo, en la vinculación entre ética y política. Esta cuestión ya se encuentra presente en William Godwin, según el cual la conjugación de los elementos que relacionan la ética con la política tiene como resultado la aparición de una sociedad integrada por ciudadanos responsables y virtuosos. En el pensamiento de Godwin, muy original en su contexto histórico, se observa una crítica radical a la concepción liberal en la sociedad comercial y el loable intento de conjugar el principio de moralidad con el principio de utilidad. El utilitarismo en este autor puede entenderse como cierto determinismo ético, según el cual el deber sería la mejor aplicación posible de las habilidades de la persona en cada situación y momento determinados; en el caso del principio de moralidad, Godwin se refiere a la existencia de una disposición virtuosa en la realización de las acciones, la cual se explica por el permanente proceso de formación e información del individuo acerca de las causas, modos y consecuencias de los actos que lleva a cabo. En definitiva, en Godwin existe un esfuerzo por conjugar el iusnaturalismo (el derecho natural) con el principio utilitario, algo muy propio del mundo anglosajón de su tiempo; no obstante, lo original en Godwin es la influencia que recoge de la filosofía francesa, lo que le supone adoptar un optimismo antropológico con planteamiento crítico, algo que en última instancia le conducirá hacia el determinismo social y a renunciar prácticamente al derecho natural. El siguiente texto de su Justicia política nos da una idea de la visión moral de este autor: «Ningún hombre tiene otro derecho que la virtud de decir la verdad y sólo la verdad. No hay estrictamente hablando, sino exigencias de apoyar a los demás bajo una tónica de reciprocidad. Muchas cosas tenidas comúnmente como derechos, como la libertad de convivencia o expresión, son, más que un derecho de los hombres, elementos esenciales para el logro de la verdadera moral comunitaria».

Tal y como dirá después Kropotkin, no se trata de realizar una distinción radical entre egoísmo y altruismo, sino de identificar al hombre con la sociedad y en considerar que una vida plena consiste en la identificación del individuo con los que le rodean. Bakunin hablará incluso de una moralidad humana fija e inmutable, algo de alguna manera extraño que empuja a caracterizar la acciones humanas como rectas o virtuosas; aunque en algunos momentos, en Bakunin y en el anarquismo posterior, parece apostarse por una moral y un derecho absolutos, ya este autor deja muy claro que hablamos más bien de algo relativo y particular, inherente a la especie humana y alejados de toda divinidad y trascendencia. El propio Bakunin dice una frase que da una idea de la propuesta anarquista, la cual llega hasta nuestros días: «Es preciso, ante todo, moralizar la misma sociedad». Este proceso de moralización pasa por la revolución social, de tal manera que los seres humanos pasarían a buscar su felicidad  en la igualdad y en la solidaridad; para llevar a cabo esa ideal no basta con la necesidad material, es necesaria una confianza férrea, profunda y apasionada, en lo derechos a conquistar. La moral anarquista se basa, como es sabido en el apoyo mutuo; se trata de una propuesta que quiere renovar al ser humano, tanto en sus circunstancias internas como externas. Tal y como consideraba Herbert Read, la complejidad de la existencia surge de la relación entre el individuo y el grupo, por lo que la conciencia y la moral tienen su origen en esa relación. Tiene toda la lógica que la política, como la religión, sean posteriores al surgimiento de la moral y hayan tratado de determinarla.

En un mundo plagado de privilegios y desigualdades resulta imposible una mejor praxis moral, por lo que el anarquismo está obligado a ser optimista, aunque no de manera ingenua, a confiar permanentemente en la conquista de la utopía y a proponer consecuentemente una moral utópica. Esta confianza irreductible en la cuestión moral es una de las cuestiones que dota al anarquismo de actualidad y permanencia. Insistiremos en que no hay separación posible en la propuesta ácrata entre la política y la moral, lo cual se traduce en que no hay lugar para ningún tipo de maquiavelismo. Tal y como dice Angel J. Cappelletti en El anarquismo y los problemas contemporáneos: «Podría definir el anarquismo como una eticización radical de la política. A partir de Maquiavelo, hay una tendencia en el mundo moderno a separar ética y política. Por el contrario, el anarquismo piensa que la ética es la política y la política es la ética». En tiempos de simple lucha por el poder, el anarquismo adquiere su sentido más profundo y ético; su propuesta se basa en el humanismo y en la solidaridad, siendo al mismo tiempo consciente de la dificultad de encontrar valores universales, pero aceptando la influencia y necesidad de dicha concepción, y reconociendo la existencia de un moral relativa a situaciones locales e históricas. La propuesta ácrata es original e innovadora, también por la hibridación que pide entre ética y política; esa unión se establece por la solidaridad. El ser humano es social, por lo que se propone la superación del antagonismo entre sociedad e individuo mediante la pluralidad, cooperación y solidaridad, se conidera así que un incremento de la libertad personal puede coincidir con una mayor justicia social y libertad colectiva; del mismo modo, se considera que toda política debe ser ética al igual que toda ética conlleva una política. Esa moralización de la sociedad que pretende el anarquismo, al igual que esa imbricación entre ética y política, no supone ninguna perfección social en la que todos los individuos serán profundamente benévolos; sin embargo, esas conductas inapropiadas que pueden existir también en una sociedad libertaria no justifican el uso de la coerción y sí el de la coacción moral (social) basada en la autonomía, la solidaridad y la convivencia libre.

Capi Vidal
http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/
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