Seamos realistas, seamos anarquistas

AnarquíaHay que combatir los prejuicios, sobre todo en política que pueden ser causa de mucho dolor y mucha muerte. Y uno de los prejuicios más tenaces, escandalosos y atentadores contra la verdad es el considerar al ácrata como irrealista. Cuando al que discute con un anarquista se le acaban todos los argumentos suele blandir como el último y apabullante un razonamiento como éste: «Todo eso está muy bien, demasiado bonito para ser verdad, pero no nos engañemos, hay que ser realista…» Y sigue lo que se entiende en (mala) política por eso de ser realista: que no se puede hacer nada sin orden y que no hay orden sin autoridad, sin un rígido sistema de premios y castigos, sin jefes y maestros, sin líderes y capitanes, sin policía y cárceles, sin enchufes y verdugos… que el hombre es egoísta por naturaleza y está lleno de innobles apetitos (de mando y posesión, de vanidad y lujo) y, en su indefensión, de necesidades (de afirmación y seguridad ya desde niño)… que necesita ser o amo o esclavo (Hegel), o padre o hijo (Freud), o sacerdote o fiel, o gurú o papanatas, etc. etc… y que ¡a política es el arte de lo posible, de¡ pacto y del compromiso, del ten-con-ten y la maniobra, del tacto y la táctica, de la estrategia, en fin, de la guerra en la paz como apunta Clausewitz y de la «virtú» del Príncipe por encima del bien y del mal para sujetar a sus súbditos por debajo del bien y por encima del mal -que es lo único que pisan- según Maquiavelo avisa. Si así hablaran tan sólo los fascistas, no nos sorprendería lo más mínimo Entender así la política es abogar por la Gran Solución: la Dictadura. Pero que hablen así también izquierdistas, y no digamos ya revolucionarios, que hablen así los que propugnan y pugnan por una sociedad mejor, es negarse a sí mismo como políticos. Porque política no es arte de lo posible, sino de lo inminentemente necesario entendido como universalmente conveniente y óptimo según consenso social. Que lo posible puede ser igual positivo que negativo, malo que bueno, y aún derivandolo a su acepción vulgar y polémica, el posibilismo, no deja de teñirse de sentido peyorativo, tánto que se acerca a oportunismo. ¿0 es eso lo que nos quieren decir cuando nos hablan de realismo político?

¿Qué es realismo? Hay un realismo conformista que se traduce en esa actitud de atenerse a los hechos tal como son, sin aspirar a modificarlos y menos a violentarlos por medio de los propios deseos; actitud práctica y comodona, norma, o conjunto de normas, para la acción y pasión de una conducta integrada, adaptada a la situación, a la inercia de la gran rueda de la fortuna en sociedad. Es el llamado, a veces realismo político, más o menos impregnado del pesimismo y naturalismo maquiávelicos, pero con su versión más gris: un realismo intranscedente, anodino y parasitario o anquilosado.

Realismo y falsedad

Hay, sin embargo, un realismo volitivo que acuña la idea de realidad con el troquel de verdad. Y a este realismo «verdaderista» se atiene al anarquista desde siempre. Es más: no hay reformador, innovador y renovador ni revolucionario

que no entienda así, en el fondo, su realismo. Es decir, como un reconocimiento de lo real al contraste de lo verdadero. Por consiguiente, todo político que lo sea para reformar, innovar, renovar o revolucionar la comunidad en que vive, con el expreso y confesado propósito de comprometerse en mejorarla, se adscribe ipso facto a ese realismo. Porque, de lo contrario, sería tanto como aceptar la realidad tal cual, sin proyecto alguno de majora o perfeccionamiento, sin empeño de cambio. Mas así no quiere pasar por ser ningún hombre público, puesto que lo que mejor define de boquilla hasta ahora a todo político es aquello de prometer siempre cosas buenas y aún mejores. Ahora, que «una cosa es predicar y otra dar trigo», eso lo ha distinguido muy bien siempre el pueblo.

¿Por qué no decir, pues, las cosas por su nombre? Cuando un político -en ciernes o en ejercicio, es igual- le reprocha a un anarquista el no ser realista, tendría que decir otras cosas, como por ejemplo:

-Hay que ser logrero, como yo;

-hay que ser aprovechado, como yo;

-hay que ser pescador en rio revuelto, como yo;

-hay que ser oportunista y agiotista, como yo;

-hay que ser posibilitas y cuco, zancadillero y trapisonda, como yo;

-hay que ser manipulador y capitán-araña, como yo…

Porque, ¿qué es eso de querer ser justo y hacer que impere la justicia para todos, qué es eso de querer ser libre y que todo el mundo lo sea, de querer igualar los derechos y deberes entre todos y para todos, querer tratar los asuntos públicos en público y directamente, sin trapicheos pingües de intermediarios y querer, en fin, que el pobre pueblo ignaro decida de verdad sobre su modo de vivir su vida? Todo eso está muy bien dicho pero no querido.

Resulta, pues, que todo ese realismo está basado en lo contrario de lo que todas las filosofias han llamado verdad: en la falsedad. Sabido es que la verdad tiene dos vertientes de contraste: frente a mentira, falsía mala fé, embuste, engaño, estafa, fraude, escamoteo, etc. (Con su punto de aplicación teórico; logica, ciencia, filosofía) por una parte; y frente a apariencia, ficción, ilusión, sueño, fantasía irrealidad (con su punto de aplicación práctico: revolución, justicia social, prosperidad común, bienestar y libertad) por otra.

Tanto si nos atenemos al realismo clásico de la «adaequatio re¡ et intellectus», como al de las verdades de razón adecuadas a las verdades de hecho; o aun al principio de verdad en Spinoza: el orden y la conexion de las ideas han de ser los mismos que el orden y la conexión de la cosas; o en fin, como la «verdad-descubrimiento» de Heidegger (para quien la esencia de la verdad es la libertad, aunque una libertad que NO se tiene, sino que NOS tiene), siempre constatamos que no se puede ser realista mintiendo, que la primerísima condición de la verdad es lo real y de lo real lo verdadero; pero que sólo es verdadero lo real hacia el bien, si queremos resumir en una breve fórmula a todas las filosofías de la verdad, desde Aristóteles hasta Sartre, pasando por Willliam James y Wolff, Russell y Wittgenstein.

Sería ya hora de que la filosofía se definiese de una vez cc mo «apta para transformar el mundo» y que acabara así co todas las mentiras y supersticiones engendradas desde Sócra tes y Platón en torno al lenguaje político.. Si algún interé tiene la misión de la filosofía hoy no puede ser más que la d hacer realidad ese desideratum marxiano que Marx mismo no supo llevar a cabo por incapacidad personal (y no filosófo ca): transformar el mundo transformando la idea que ten( mos de la política, pésima idea que les podemos agradecer los platones y hégeles clásicos y modernos. Lo que se impc ne, a filósofos o no, es ir al toro de la realidad, siendo reafi., tas, y cogerlo por los cuernos de la verdad, siendo ácrata (siendo, no llamándose, que se puede ser sin llamarse y al revés).

Acabemos con la Idea del poder

Es curiosísimo que, hasta ahora, la inmensa mayoría de lo filósofos hayan admitido el poder político como algo de cajón. Creo que si a fines de¡ siglo XVIII empez6 a resquebrajarse el imperio teológico sobre la filosofía, ahora, a fines del XX sería ya el momento de que en la filosofía se entrara a saco con la «naturalista» idea del poder, y se quedara el poder filosóficamente solo, incluso sin imaginación y otras zarandajas con que últimamente se le ha querido echar un último cable. Porque, ¿c6mo puede casar esa premisa, peor aún: esa petición de principio del poder, con la proclamación por unos de la libertad humana y por otros del amor? ¿Cómo poder rimar poder con amor, ni con concordia o armonía, ni con desarrollo personal, expansión del individuo y eclosión científica, filos6fica, artística y eso que llaman «espiritual» en el etcétera. A este propósito sería hora de decir, por ejemplo, que la verdadera negación del amor es el poder. Porque el odio es sólo la otra cara o el reverso del amor, pero si el amor es la afirmación del tú, el poder es incontes tablemente su negación. Sobre el mismo eje del amor podríamos pivotar lo que tiene de posesión, y en cuanto tal posesión (o propiedad) hay cierta adhesión positiva al amor, pero jamás podrá adherirse nada positivo en torno al amor que se llame poder.

Pues bien; ¿no es infinitamente más nocivo y criminal el apetito de poder que el de propiedad o posesión? ¿0 no habría sido cien mil veces más revolucionario y liberador hacer que privara la idea de Bakunin contra todo poder y contra el Estado, que la de Marx contra el capital privado y la explotación económica, que de paso también, con el Estado, quedaba eso suprimido, de haberse alcanzado el objetivo bakuniano? Que al fin y al cabo, explotar económicamente a un obrero o campesino no es nunca tan grave como encarcelarlo, torturarlo y matarlo. Que al fin y al cabo, no es el capital privado el que nos hace gastar en armamento en todo el mundo unos 70 miliones de pesetas al minuto, sino el poder; ni es otra cosa que el Estado (o la fatídica pugna entre los Estados) quien nos aboca a la astronómica locura de la bomba atómica, peligro sin precedentes para el mundo entero que puede desaparecer en un santiamén sin resurrección posible. Verdad es que, como decimos en otro lugar, tener conciencia de su capacidad de suicidio podría ser el momento a partir del cual la humanidad podría aprender a ser libre, pero no de ese modo, o sea: no dependiendo de unos pocos que detentan el poder en su nombre y lugar. ¿No bastan esos resultados monstruosos para repudiar y renegar definitivamente de su causa o engendro: el Estado? ¿En qué cabeza cabe llamar realista a Truman y Stalin o a Carter y Breznyef por disponer de centenares de bombas atómicas con que acabar con toda la humanidad en peso? ¿No es este un genocidio en potencia ante el que los del Eje nipo-nazi-fascista se quedan tamañitos?

El poder es el terror organizado y la entronizada violencia. De acuerdo. Son habas contadas: si el hombre es y debe ser libre, todo poder es antihumano. Esta es la realidad. Y la verdad que de esa realidad se infiere es ésta: que la autoridad es siempre una brutal solución de facilidad.

Pues bien; como la ambición de poder ha existido siempre -dice el realista vulgar- no podemos prescindir del poder. Lo mismo debería de decirse el esclavista hasta Lincoln: como siempre ha habido esclavos, no podemos prescindir de ellos (incluso los más «profundos» filósofos de Atenas razonaban así. Y hasta si se me apura, lo mismo puede decir el antropófago o el caníbal en su comunidad: como siempre… 0 del mismo modo podríamos excusarnos diciendo: como siempre han habido guerras… Y en cambio todos estamos contra la esclavitud, la antropofagia y las guerras, y creemos que con derecho y hasta con derecho a ser realistas.

Nos consta que en muchos países ha dejado de privar la privada propiedad, al menos en cuanto sistema de explotación a través de los medios de producción y del truco viejo como el mundo de la plusvalía. ¿Por qué no podría también darse una sociedad sin la explotación -mucho mas grave del poder? El hecho de que el hombre se sienta impelido -por instinto, por herencia, por ambientación (como las alergias) – a mandar, a imponerse sobre los demás, no quiere decir que haya que consentir y menos propiciar semejantes pulsiones, así como no por constarnos cuán egoístas somos todos vamos a cantar loas al egoísmo. Y aquí podríamos abrir una larga e interesantísima disgresión sobre lo aprovechable de lo negativo individual en la sociedad, pero aparte de que el lector ya puede imaginarse a lo que me refiero, no vendría muy a cuento en este contexto.

Si hay algo hasta ahora que distinga, caracterice y tipifique al anarquismo de todos los demás movimientos sociales y políticos, es su lucha contra el poder, contra todo gobierno, contra todo lo impuesto desde arriba, contra toda cracia y autoridad. ¿Es esta lucha irrealista? Sería como preguntarse si es irrealista la lucha contra la injusticia, que es lo mismo que decir la lucha por la verdad y la libertad.

¿Qué es ser realista?

La conquista y mantenimiento del poder hacen cada día innumerables víctimas en nuestro mundo. Mientras haya partidos y banderías cuya máxima razón de ser sea hacerse con -o mantenerse en- el poder, no puede haber una verdadera política, es decir: una actividad inteligente y concertada por el bien común. Ahora mismo los ideales de todos los partidos son traicionados a cada instante por los intereses de sus camarillas rectoras hacia afuera y hasta por los intereses encontrados entre las posibles camarillas que pugnan por el poder dentro. A nivel de intereses no puede haber paz ni armonía. De ahí que intervenga el poder para imponer el interés más fuerte. ¿Es ser realista admitir semejante reñidero que tan fácilmente se resuelve en martirologios sin dios y en carnicerías para la fosa y el muladar? Y, en general, ¿es ser realista aceptar y participar en esa lucha por el poder, so pretexto de que el hombre es ambicioso y dominador, consentir el crimen y el terror generalizados de¡ Estado porque resulta que el hombre es el único animal que gusta de matar por matar?

Y entonces, ¿sería no ser realista combatir esa asesina tendencia del hombre como el siquiatra combate las tendencias destructoras o autodestructivas del sádico y masoquista? Porque en esto del poder bien puede hablarse de anomalías y aberraciones. Por lo general (y por definición, casi podríamos decir) la gente no se interesa mayormente por el poder. Solo a unos cuantos perturbados que pueden ir desde la neurosis a la sicosis, les obsesiona más o menos el poder o deliran menos o más por él. Como bien dice Juan Benet: «Quizá no sea inoportuno recordar que los hombres que buscan -lo consigan o no- el poder son los menos y tal vez por eso una buena parte de ellos lo consigue; la gran mayoría de la humanidad -afortunadamente- es mucho más modesta…»(1)

En cambio, sí que es ser realista (para toda el ala izquierdista-socialista) combatir el apetito de posesión capitalista, de acumulación de propiedad privada. ¿Por qué esto si y aquello no? En última instancia, la placa giratoria sobre la que se opera ese cambio de trato del realismo político está ahí: entre socialismo económico y socialismo político, o entre socialismo estatal y socialismo libertario. El ácrata está convencido de que no se puede gozar verdaderamente de un socialismo económico sin el político y que éste entraña el otro. Se dirá que es una opinión, bien, pero lo que importa por el momento es que se acabe de decir la frase y se haga con sinceridad … y que toda opinión es respetable. Pero, en cuanto al asunto nuclear del poder, no deja de ser grande y sublevante absurdo que, yendo con la verdad más clara, encima le digan al ácrata, los que defienden la mentira y el mal, que ES UN IRREALISTA.

La traición de Marx

En aquel momento decisivo para la historia de la clase obrera que significó la lidia ideológica entre Marx y Bakunin en el seno de la 1 Internacional, se optó en el lado marxista por la autoridad y por seguir al mundo explotador en la vertiente no capitalista, en sus mecanismos políticos (Estado), llevando a los países comunistas a imitar en todo lo político al 11 ancien régime» literalmente corregido y aumentado: en desigualdad económica (salarial y de influencias), en alienación de la clase trabajadora supeditada a la superclase burocrática y en la malversación de los fondos de la naturaleza disponible (crimen ecológico a mánsalva), con la agravante de necesitar de un Estado aún más represivo, sobre todo culturalmente hablando, por no tener el pueblo las compensaciones de posesión y de ilusión «feérica» que tiene en sociedades de libre empresa y democracia parlamentaria con su avalancha de revistas adormideras y sus «gadgets» alimentadores del espejismo de promoción clasista, entre otras cosas.

Es de creer que aquella opción la hizo Marx por profundas tendencias sicopatológicas. Marx (como después Lenin, Sta¡in, Mao y Castro) racionalizó -corno dicen los Castro) racionalizó -corno dicen los -sicoanalistas- sus pulsiones subconscientes y traicionó subjetivamente- lo que la razón objetivamente le había dictado. Esta razón objetiva (científica si se quiere) le había llevado a dos opciones fundamentales: a la necesaria negación del Estado, por una parte, y a la promoción del proletariado al papel de protagonistas de toda revolución y al-de agente único de autoemancipación. ¿No es la 1 Internacional mayormente obra suya, sobre todo en sus formulaciones de doctrina y consignas de lucha? Y sin embargo, ese famosisimo lema internacionalista que dice: «La emarricipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos», lo han negado y renegado los partidos que de él se reclaman porque han renunciado previamente al otro principio del fin del Estado. ¿Y eso por qué? Porque es más fácil mandar y que se haga pronto que dejar hacer a las «masas ignaras». Si, que se haga pronto también, porque ahí se encierra la otra mitad racionalizadora del revolucionario autoritario: la impaciencia, madre del terror y de la violación, del allanamiento físico de todo obstáculo, aunque haya que pasar sobre cadáveres, y de la liquidación de todo estorbo enemigo o rebelde al mandato del jefe visionario. Pero, ¿de que vale precipitarse y FORZAR las cosas? Todo lo forzado no puede dar más que resultados funestos. Bastaría tener esto en cuenta para tener la regla de oro del revolucionario y del político. Porque si han fallado las revoluciones -y en principio han fallado todas- ha sido por forzar las cosas, por hacer de la razón blanca (sobre el papel) una razón de Estado. De ahí que con suprimir el Estado quede suprimida automáticamente esa funesta razón que tantos millones de víctimas tiene en su conciencia.

Pero por encima de lo sicológico (o sicopático) está la mentalidad que recubre todo un mundo a lo largo de milenios enteros. Y esta mentalidad del poder, de que sólo se salvan algunos pueblos no contaminados por el derecho/deber de conquista, se apoya en dos coartadas enormes que escapan a la consuetudinaria y fatalista noción del crimen sistemático y multitudinario que es la política de ayer y de hoy.

Los Ilusos son ellos

So pretexto de que no se puede alcanzar con la mano el ideal o realizar de inmediato la utopía, se niega lo uno y lo otro y, de paso, se niega al ácrata que tiende a esa utopía porque se prejuicia que es radicalmente partidario de un ideal de perfección social en estado absoluto. ¿Hay alguna razón histórica para alimentar este prejuicio?

Frente al marxismo, pongamos por caso, que tiene raíces idealistas marcadísimas (Hegel), el anarquismo portavoceado por Bakunin se apartó desde el principio de toda inspiración idealista (de los grandes sistemas filosóficos del idealismo, seguramente responsables de la deformación de nuestra mentalidad bajo el señuelo del Gran Espíritu, de la Idea Absoluta y del Fin de la Historia, etc. etc.). Bakunin no puso fe más que en la prácti ca revolucionaria y en la voluntad subversiva del pueblo (y no sólo del proletario que, en cierto modo, es la negación del pueblo mismo). Desde el nihilismo hasta el anarcosindicalismo, no hay rastros de actividad ilusionista, beatifica, ensoñada o ingenua, entre los anarquistas: porque si los nihilistas eran idealistas angélicos que baje dios y lo diga, y si los anarcosindicalistas hubieran tenido algo de soñadores o ingenuos no habrían tenido la policía en un puño más de una vez ni habrían sabido movilizar el movimiento popular más importante de la de la historia en sus cuadros sindicales como ocurrió en la España de 1936. 0, sí no, que se lo digan a la patronal española, que no pudo engatusar a los sindicatos únicos armados de su acción directa, tan imposibles de embaucar y manipular, cosas que logran con los sindicatos más o menos marxistas obligados a pactar con la patronal a más o menos arxistas obligados a pactar con Id patronal através de los bonzos y líderes o a dejarse desbordar por su grey, que a veces deja de ser ésta ingenua o mansa y arma una huelga de ésas que llaman «salvaje» los paniaguados delegados a sueldo. En ese sentido, para los políticos que tienen a los sindicatos por masa con que herir su pan de munición sí que los anarcosindicalistas son utópicos y ucrónicos, claro, porque no se dejan coger en la trampa.

Pero a lo que iba, sobre todo, era a denunciar ese juego de manos con que se presenta al ácrata como revolucionario incómodo porque no quiere entrar en el llamado juego político. En realidad, lo que no se puede soportar del ácrata es su radical sinceridad y su actitud frontalista. Esa sinceridad radical le lleva inesquivablemente a hablar en términos de realidad-verdad insobornable, aun a riesgo de parecer descarado e irrespetuoso. Asi, si le parece evidente que el parlamentarismo se presta a la manipulación y cree que explotar una representación falsificándola es peor que explotar el trabajo de un obrero, lo dice y en paz. Entonces, todo el mundo se echa las manos a la cabeza y se proclama en todos los tonos que el sistema de una democracia parlamentaria es un mal menor.

Concedamos que la democracia es el régimen menos malo. Y prescindamos por ahora de la razón que tiene Carlos P. Otero, más que un santo, cuando dice que ya la palabra democracia encierra una absurda «contradictio in terminis» (porque si es posible que mande el pueblo ya no hay cracia posible, ya no manda nadie y es lógico que se pase a acracia) (2). Pero, ¿qué encierra ese truquito del «mal menor»? conformismo puro. Y mentira. Conformismo porque lo parlamentario no entraña forzosamente democracia, ni al revés. Y si vemos que el parlamentarismo no marcha, hay que darle la alternativa a otro sistema. Ahora es mucho más fácil, contando con la electrónica y la cibernética pulsar y sondear al dia a todo pueblo de cualquier nación. Es, pues, ese acatar el mal menor una abdicación a la rutina. Y es además una mentira, porque en nuestros tiempos (y sobre todo desde los movimientos contraculturalistas en E.E.U.U., los provos en Holanda, el Mayo del 68 en Francia, el despertar de la conciencia ecológica y su formidable secuela subsiguiente de reacción furibunda contra los planificadores que estragan los recursos naturales, las centrales nucleares que emponzoñan el mundo habitable y contra todos esos «autores omniscientes» de la novela política) tiene ya más importancia la acción extraparlamentaria que la parlamentaria. Prueba de que el parlamentarismo deja mucho que desear es que hayan brotado por todas partes, como hongos, tantos y tantos comités de acción, comisiones de barrio, – colectivos de estudio, etc, para abordar programas locales y hasta clubes de sabios alertando contra astronomicos desastres en ciernes. Un caso extremo y superescandaloso para las buenas almas capitalizadas y eurocomunizadas es el fenomeno español de COPEL, al parecer de cariz bastante ácrata. Tambien es quijota, claro, empresa irrealista, de seguro. Sin embargo, en toda Europa se habla hipocritamente de los estragos que provoca la carcel en el delincuente que, en vez de desdelinquizarlo, lo redelinquiza, precisamente porque el mal no se evita ni se cura con mas mal, sino con menos mal, si decididamente no se puede con bien. De ahí que tampoco haya que conformarse al mal menor estabilizado y estabilizador, sino que hay que tender a hacer cada vez mas menor el mal.

A la justicia no se puede ir por el poder

Y aqui viene a cuento denunciar mas claramente el error del mundo para con el ácrata cuando se le toma como partidario de un absoluto de libertad, mientras que ser-ácrata no es mas que tender a la mayor libertad posible, tanto en filosofía como en praxis. Por eso el ácrata se opone al político manipulador, no sin sacudir al mismo tiempo al hombre medio, al Pérez que obedece a la ley de la inercia y, con ella, a todas las leyes. Por eso el ácrata se hace cruces de que los marxistas le tengan tanto miedo al pueblo, a que se desmadre, cuando lo que hay que empujarle es a que salga ¿e su rutina y conservadurismo ancestral, como depósito que es de las tradiciones y valores étnicos y folklóricos y todo depósito es estancamiento y conservación. Los autoritarios demófobos olvidan que toda sociedad cuenta con sus propios mecanismos de seguridad (sobre el fondo del instinto de conservación individual y colectivo). De hecho, las minorías «conscientes» no tienen más misión que ir desmontando constantemente esos mecanismos de seguridad que tienen al pueblo anquilosado o tienden a tenerlo.

En resumidas cuentas, el ácrata es el que va con la verdad por delante y no se preocupa de los que te siguen pero sí de lo que puede seguir. El ácrata puro sería incluso el que llevala verdad social a sus últimas consecuencias (lo que hace el santo, el héroe y el genio con su verdad), pero como no creemos en la pureza ni en la perfección, habrá que definir al ácrata como el que tiende a la 11 bertad máxima. Con eso se gana el ácrata el sibilino reproche de «maximalista», que equivale de hecho a llamarle sincero y recto. Y ese lenguaje de lo franco y directo si que lo entiende el pueblo. Por eso cuando el pueblo habla de verdad y del todo lo hace en términos ácratas. Porque entiende que no se puede ser realista más que remitiéndose a la verdad radical, sin ambages ni contemplaciones. No se puede pactar con el mal y el error sin caer irremisiblemente en uno y otro.

El mito de la justicia sin liberta ha estallado como el del fin del Estado por la dictadura. A la justicia no se puede ir por el poder, porque el poder es la negación de la libertad, y sin libertad no puede haber justicia. Quizá no se pueda prescindir nunca del todo del poder, como, jamás será la humanidad completamente justa y libre, pero la justicia y la libertad de la humanidad ha sido, es y será inversamente proporciona¡ a la cantidad o concentración de poder, y directamente proporcional a la influencia de la mentalidad ácrata en el mundo. El tiempo trabaja a favor de la anarquia. Cada dia aumenta el número de anarquistas, aunque muchos no sepan que lo son. En general, todos los trabajadores de todos los paises, cuando están a solas sin líderes y se confiesan honrada y espontáneamente se sienten ácratas, aunque no se lo llamen, porque saben la dura verdad hecha de realidades sin trampa de púlpito ni cartón de tribuno.

(1) J. Benet: «El angel del señor abandona a Tobías».

(2) C. P. Otero: En «Cuadernos de Ruedo Ibérico» nº 58/60.

http://www.almeralia.com/bicicleta/bicicleta/ciclo/11/29.htm
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