Los principios humanitaristas

Preámbulo

Eugen RelgisEugen Relgis, pseudónimo de Eugen Sigler, filósofo y activista rumano de una forma personal de pacifismo anarquista, apóstol del humanitarismo y propagandista de la eugenesia, nació en Iasi, Romanía, el 2 de mayo de 1895 y en 1947 encontró refugio en Uruguay, en cuya capital, Montevideo, falleció el 22 de marzo de 1987.

El Grupo Cultural de Estudios Sociales de Melbourne, Australia se honra en reproducir en formato electrónico esta pequeña obra, folleto ejemplar de este notable escritor, pensador de alcances universales, amigo íntimo de Stefan Zweig, Romain Rolland y Georg Fr. Nicolai, quienes como él, combatieron durante toda su existencia por hacer prevalecer la paz y la fraternidad. Por su constante e inquebrantable labor en pro de los derechos del ser humano y la paz universal (innumerables escritos y muchos libros, amén de una conducta ejemplar); su pasión fue sustraer la humanidad de la barbarie por medio de la paz que, a su vez, constituye el vehiculo ideal de la libertad y la cultura de la especie humana.

«Los principios Humanitaristas», ha sido traducido a varios idiomas europeos, al chino, al japonés y al esperanto.

La primera versión inglesa se publicó en Estados Unidos en 1931, con el titulo «The Principles of Humanism», ediciones «The Oriole Press», Berkeley Heights, New Jersey, con una introducción de Joseph Ishill.

En junio de 1955 se publicó en japonés, traducción de Tanaka Sadami, en «La Riveroj», Hiroshima.

En el diario «Kwang hua Ribao» número especial del año nuevo, primero de enero 1966, de Penang, Malasia, se pública en chino, traducción del Dr. C. S. Wong (de Macao), con un prólogo y un relato del autor por Carmelo de Arzadum. Unos meses más tarde dicha traducción es reproducida en folleto por el grupo de anarquistas chinos refugiados en el protectorado británico de Hong Kong.

Reproducimos a continuación párrafos de una carta del autor donde detalla sus sentimientos sobre la traducción al chino de «Los Principios humanitaristas»:

«…Cuando en mi refugio sudamericano recibí inesperadamente, de Macao, vía Hong Kong, la blanca hoja doblada en la que el doctor C. S. Wong había reimpreso la versión que hizo en chino de mis «Principios humanitaristas», sentí que los diez breves capítulos iluminados por «la vida luz de una lengua mundial» han recobrado como dice Stefan Zweig en su prólogo «un renuevo de vigor». Para los europeos y los occidentales en general, la lengua china, más vieja que ciertos idiomas «modernos y mundiales», parece algo complicado, impenetrable y macizo en su grandeza, como fue la muralla levantada a lo largo de las fronteras por los defensores del Imperio Celeste. Hoy, la muralla china es sólo el vestigio de una historia milenaria.»

«…para mí la versión en chino es como una grieta en la muralla lingüística. Por esta primera grieta, un generoso compañero de ideales humanistas hizo posible la comunicación entre mi pensamiento expresado en idiomas occidentales y la inteligencia atenta, lúcida y también escéptica o reservada de aquellos que leen una de las más sintéticas, más ricas y más difundidas lenguas orientales.»

«…Amistad, fraternidad, amor entre los seres humanos, eso es: cooperación, ayuda mutua, en el tiempo y espacio, en lo material y espiritual, por encima de las murallas ideológicas y raciales, de los dogmas políticos y religiosos. Descubrir la «vida interior» no es más que sacar a luz lo que une a los individuos y los pueblos, y no lo que los separa por soberanías nacionales y orgullos estatales.» «.Para muchos, la «vida interior» es todavía sinónimo de algo oscuro y vacío. Ya lo dijo Lao Tse, hace casi cinco siglos antes de lo que los europeos suelen considerar como su Era histórica: «Un pozo puede parecer vacío; sin embargo, es inagotable». Lo dijo en su inmortal y fulgurante Libro del camino y de la virtud. Y mientras que en Europa, recorrida en aquellos tiempos por hordas de bárbaros, el sabio griego Sócrates, uno de sus pocos contemporáneos geniales, se declaraba Ciudadano del Mundo, Lao Tse enseñaba: «Conocer a los demás es inteligencia; conocerse a sí mismo, es sabiduría». Y advertía: «El que conquista a los demás es poderoso, pero el que se conquista a sí mismo es fuerte». «.La fortaleza del alma y la sabiduría clarividente de la razón, es lo que puede establecer la paz, la justicia y la libertad sobre esta tierra ensangrentada por el odio de los ignorantes y por la furia homicida de los tiranos».

Se publicó «The Principles of Humanism» por primera vez en Australia, en el idioma ingles en Febrero de 1974. Esta edición australiana incluía una carta de Albert Einstein y la introducción de Joseph Ishill que acompañaba la primera edición inglesa publicada en los estados unidos. La edición australiana fue posible gracias al esfuerzo de los núcleos exiliados de CNT-FAI-FIJL, localizados en Melbourne y Sydney. Se prepararon 3,000 ejemplares en los talleres gráficos de «Strawberry Press», imprenta anarquista localizada en Melbourne, para fines de junio 1974 la edición estaba agotada.

Grupo Cultural de Estudios Sociales de Melbourne, Australia
desde el exilio, mayo 2011.

Berlín, 23 de enero de 1930.

Muy estimado Señor Relgis:

Una unión apolítica de todas las agrupaciones pacifistas es tan importante como difícil de realizar. Tal iniciativa podría tener éxito, solamente si fuera auspiciada por las más prominentes organizaciones existentes. Para llegar finalmente a la unanimidad, ya sería necesario limitarse estrictamente a la finalidad puramente pacifista. Pero en este dominio tan restringido, se impone el deber de una actitud radical (la obligación de negarse a todo servicio concerniente a la guerra). Pues, aquel que no manifiesta la firme voluntad de aceptar para si mismo ningún riesgo, no tiene ningún valor como compañero de lucha.

Con mí distinguida consideración.

Albert Einstein

Introducción

Cuando una civilización tan pretenciosa y falsificada como la nuestra se ha hundido en el caótico estado que prevalece hoy, y cuando una humanidad explotada patéticamente lucha para arrojar de sí misma a su inercia y se esfuerza en pos de un ideal social más hermoso, a pesar del desequilibrio existente, el tiempo parece ya maduro para los más amplios conceptos. Los poderosos por demasiado tiempo y muy sagazmente han envenenado las mentes de las gentes; demasiado asiduamente han inyectado sus dogmas jesuíticos, su invocado paraíso para el más allá ha empañado la visión del presente. Han sistemáticamente aplastado los impulsos generosos del alma humana y las aspiraciones hacia un ideal manumisor para toda la humanidad.

A veces me pregunto si la chispa de la justicia se ha extinguido en los representantes de esta época mecanicista; o, quizás, el ser humano es solamente considerado como un cuerpo de sangre y huesos científicamente articulado, de nervios y músculos, una especie de máquina animada para ser empleada en el mayor uso para un reducido número, debido a que la riqueza de este mundo está monopolizada en perjuicio de millones de palpitantes almas, obediente a las interesadas manipulaciones de unos pocos y esquemáticos dedos.

Reside aquí la inequívoca acusación contra los responsables de tan pusilánime estructura social, incluyendo esto a muchos titulados liberales, reformadores sociales, radicales de todos matices y denominaciones, filósofos de todos los «ismos» dedicados a los intereses de la sagrada causa de la humanidad que han traicionado codiciando una ganancia personal.

¿En qué parte se encuentran todos esos agitadores que aman la libertad en estos cruciales tiempos? Apóstatas y renegados, se han ido en pos de Mammon y contra la Humanidad, y su espantoso papel de Judas es irrevocable. Ya nunca podrán volverse hacia el ideal que otrora traicionaron.

A pesar de una gran tergiversación, no deja uno de percibir que los decaídos puntales sociales se tambalean; de que no pueden ser la base permanente de una sociedad donde las llamadas fuerzas «progresivas» y «culturales» están tenazmente minando lo poco de los eternos valores que han sido olvidados por los que construyen para hoy y para ellos mismos. Eventualmente se desplomará este edificio de iniquidad, y con él las alucinaciones e ilusiones de los que trataron de curar raíces moribundas podando las ramas. Esperemos, que encima de los escombros, una humanidad ilustrada y libre surgirá, hermanándose con los vigorosos impulsos de la fraternidad. Nada hay más noble y permanente allende la comprensión de la dignidad ética de nuestros semejantes.

Por la humanidad, que a tientas busca mejores valuaciones, y particularmente para aquellos que ardientemente aspiran hacia la libertad universal y la regeneración integral, de todo corazón recomiendo estos Principios Humanitaristas, aquí expuestos por Eugen Relgis, quien en las últimas décadas tan arduamente ha expuesto el evangelio de la libertad en una más brillante luz del entendimiento universal.

Algunas de las aseveraciones de estos Principios pueden tal vez, parecer demasiado austeras para quienes no pueden enfrentar la verdad sin embellecimiento. No obstante, ayudaran a arrojar los impedimentos de los principios convencionales, y romper el rigor quebradizo de las leyes anticuadas, desbrozando el camino hacia horizontes más amplios y más cercanos.

Es también mi privilegio el informar aquí que estos Principios Humanitaristas han sido publicados, desde que primero y originalmente aparecieron en rumano, en varias otras traducciones, que fueron amplia e internacionalmente difundidas; estas ediciones van acompañadas por ensayos y comentarios del autor. Por razones obvias, estos brillantes ensayos se omiten aquí; pero, han de ser incluidos en una edición inglesa más amplia. Desde su aparición, estoy complacido por notar simpáticos respaldos por algunos de los más famosos intelectuales.

Estimar aquí las potencialidades literarias de Eugen Relgis sería hacerle una injusticia, debido a que el inadecuado espacio de que dispongo me impide dilatarme sobre las perspectivas y las versátiles interpretaciones artísticas de un pensador tan significante y filósofo-poeta, cuyo motivo en la vida es la regeneración del Hombre.

Antes de concluir esta breve nota, es de mi agrado el mencionar un pasaje de los escritos de Henry S. Salt, que ha demostrado ser un veterano en la lucha por la humanidad, desde hace más de medio siglo. También defiende una doctrina similar a la de Eugen Relgis, particularmente cuando dice: «La época presente es incuestionablemente una época de transición, en creencias morales y religiosas; las viejas creencias yacen muertas o están moribundas, y nos encaminamos hacia un nuevo poder que las remplace en el futuro. Este credo venidero, que ha de interpretar el reconciliar a la Babel de conflictuales expresiones en las cuales estamos ahora extraviados, parece que no ha de ser otro que la religión de la humanidad -comprendida en un sentido más verídico que la compasión: amor, justicia hacia cada criatura viviente-, pues en la medida en que semejante nobleza sea de más en más inculcada y practicada, nos acercaremos cada vez más a una nueva civilización, a una verdadera sociedad de vida saludable, de individuos libres, para desarrollarse sin restricciones o trabas…»

La carta aquí incluida del profesor Alberto Einstein, fue escrita al autor de estos Principios y es por primera vez publicada en su forma original. Este gran humanista no necesita comentario introductorio, pues se sabe ha de ser identificado con las científicas y revolucionarias fuerzas cósmicas.

Joseph Ishill

A todos los «combatientes del espíritu», a aquellos que se esfuerzan por la humanización de la humanidad, les dirijo este llamado para que unan sus fuerzas dispersas y hagan de la idea un hecho. E.R.

Bucarest, 27 de julio de 1922

Montevideo, 6 de agosto de 1949

Hiroshima (El Día Mundial de la Paz)

I

«¡Soy un ser humano!» -tal es la respuesta que debemos dar a nuestra propia conciencia y a todos los que nos preguntan sobre la nacionalidad, la confesión o el Estado al cual pertenecemos. Pero esta respuesta significa: -Sé que soy el producto de la evolución biológica; que en mí están el mono, el reptil, la planta el mineral; sé también que debo desarrollar, en mí, la humanidad forjada por los esfuerzos de las generaciones desaparecidas: -conservar la cultura y la civilización heredadas, y acrecentarlas tanto como esté a mi alcance. Pues, mirando en el pasado, presiento el porvenir: -humanizándome a mí mismo, preparo para los que vendrán un nuevo peldaño en la escala del progreso.

II

Dos nociones, que son también dos realidades, forman la base de nuestra humanidad: el Individuo y la Especie, la célula y el organismo. La libertad puede armonizarse siempre con la necesidad: mi voluntad de individuo halla su campo de acción creadora en el cuadro de la especie. Reconociendo las fatalidades naturales, las dominamos. En cuanto a las «fatalidades» sociales, no existen sino para los que no tienen conciencia individual, ni conciencia de especie.

Entre la unidad simple del individuo y la suprema unidad de la humanidad, no hay otras unidades naturales intermediarias – sino formas sociales y políticas: la familia, el clan, la tribu, la clase, la nación, el Estado, la raza. . . Todas estas formas son artificiales, transitorias: no las reconocemos de manera absoluta. Rompamos las cadenas de su tiranía si paralizan nuestra personalidad, y si no corresponden a las tendencias progresivas de la humanidad.

III

La creencia en el progreso es la vida de nuestra humanidad. No es una creencia mística o simplemente idealista. El ideal nace de realidades y no de sueños, halla expresiones cada vez más perfectas – a pesar de todas las catástrofes cósmicas y de todos los derrumbes provocados por la guerra. La base de todos los progresos materiales y espirituales reside en el progreso del cerebro; – una idea superior no germina sino en un cerebro depurado de las brumas de la ignorancia, de los fantasmas de la superstición y de las obsesiones fetichistas. La mayoría de la humanidad tiene el cerebro en letargo; despertemos, por medio de una educación libre y positiva, las posibilidades que oculta. El sentido humano intuitivo, natural, que se halla en nuestros corazones, verá y obrará mejor cuando sea dirigido por la inteligencia.

IV

El mandamiento central de la conciencia humana es éste: Que la idea se vuelva acto. Es el único medio de controlar nuestra sinceridad y nuestras posibilidades. Este mandamiento nos lleva además, a la ley esencial de la armonía. Pues humanidad significa también armonía de los contrarios. Que nos sirva siempre de ejemplo el dualismo universal, en el que todo concurre, sin embargo, a una armonía tan unitaria.

¿Materia y espíritu? ¡espiritualicemos la materia! ¿Individuo y muchedumbre? ¡personalicemos a la multitud! ¿Arte y trabajo bruto? ¡embellezcamos el esfuerzo creador! ¿Religión y ciencia? ¡demos fe a la verdad!

¿Proletariado y capital? ¡socialicemos los medios de producción y distribución! ¿Barbarie y civilización? ¡demos a los pueblos el agua viva de la cultural!

¿Dios e iglesia? ¡divinicemos al ser humano, es decir: humanicemos y universalicemos al ser humano!

Que todas las actividades humanas, al quedar en los limites que les son asignados por la naturaleza, guarden entre si los lazos vitales: que tiendan todas, cada una por su esfuerzo particular, al desarrollo omnilateral de la humanidad individualizada.

V

El pacifismo es el primer eje del humanitarismo. Persuadámonos no sólo de la misión pacifica del ser humano, sino también de su origen pacifico: la sociabilidad primordial, en el tiempo de sus antepasados antropoides y la anatomía de su cuerpo, muestran que el ser humano no tenía al principio otras armas que la solidaridad numérica y el desarrollo de su inteligencia.

Que la acción pacifista tienda, en primer lugar, al despertar del pacifismo primario. El odio se ha injertado en el corazón del ser humano a medida que las guerras se multiplicaron. Por medio del conocimiento del origen humano, de las condiciones de desarrollo de las civilizaciones y, sobre todo, por la ciencia positiva que tenemos del «organismo de la humanidad», fortalecemos el pacifismo individual. Explicando a todos que las guerras, especialmente en nuestra época, son vanas desde todos los puntos de vista -puesto que dan resultados contrarios a los que se persiguen- fortalecemos el pacifismo del pueblo.

Basados en principios científicos – biológicos, técnicos, económicos, culturales – podemos dar al pacifismo el poder de convicción que lleva a la acción. El mandato de la conciencia: ¡No mates! – (que significa respetar la vida de todo ser viviente) – se unirá entonces al anhelo del corazón: ¡La paz sea con vosotros! – (que significa fraternidad entre individuos y armonía entre los intereses de los pueblos libres).

VI

El internacionalismo es el segundo eje del humanitarismo. Surge del pacifismo, como las ramas del tronco de un árbol. Ha existido siempre bajo diversas denominaciones. La solidaridad de horda o de raza, las alianzas entre naciones o clases sociales, la asociación entre grupos dispersos por todos los continentes – y también la división del trabajo entre los individuos y los pueblos, – todas son formas (unas embrionarias, otras híbridas) del internacionalismo, o mejor dicho: de la interdependencia supranacional.

El interés predomina por sobre todo y siempre. El internacionalismo económico hállase reconocido por todo el mundo, aun cuando revista todavía la forma del imperialismo político. El internacionalismo técnico se evidencia con cada progreso, el de los aviones y de la radio – de todas las maquinas que remplazan el trabajo bruto del individuo. El internacionalismo de la ciencia es demasiado evidente: la verdad afluye de todos los puntos cardinales, como el canto de los poetas, como el verbo de los profetas.

La cultura, así como el arte de las diversas naciones, tienen una esencia común; las mismas raíces les sirven para extraer la savia del mismo suelo; tan sólo las flores y los perfumes son distintos. En esto reside la belleza del jardín de la humanidad, en el cual se armonizan, sometidas a un mismo destino, las individualidades nacionales, sociales o personales.

VII

La tendencia a la unidad: -He ahí la significación esencial del pacifismo y del internacionalismo. La paz entre los órganos y la interdependencia de sus funciones, producen la sana unidad del organismo individual. La paz entre los pueblos y la cooperación supranacional – económica, científica, cultural -preparan la unidad de la humanidad. La tendencia a la unidad abarca los progresos locales o específicos: -en la unidad, variedad.

Por medio de la unidad moral, cuya ley es la concordancia entre la idea y el acto;

Por medio de la unidad psicofísica, esto es, el equilibrio entre el cuerpo y el espíritu;

Por medio de la unidad social, que consiste en la comprensión y la coordinación de los intereses de las diversas agrupaciones no parasitarias;

Por medio de la unidad de un país, síntesis de las unidades individuales y de las asociaciones comunitarias de cierta región geográfica, pero sin ningún carácter agresivo hacia otros pueblos;

Por medio de la unidad étnica, de la unidad regional y continental, y luego intercontinental de las «razas», de los pueblos vinculados por la misma civilización, por el así llamado «patriotismo cultural» que implica el intercambio en todos los dominios de actividad positiva, a la vez material y espiritual;

Por medio de todas estas unidades progresivas, nos acercamos a la unidad planetaria de la humanidad.

La «tendencia a la unidad» de la especie existe de hecho, desde la aparición del ser humano; su fuente se halla en la realidad del «organismo de la humanidad». Seamos conscientes de esta tendencia: todas las aspiraciones sociales convergen hacia la Federación mundial de los Pueblos. De los Pueblos solidarios en sus intereses materiales y en sus ideales de paz, justicia y libertad. Al concepto de «Estados Unidos del Mundo», muchos replican desde ahora: «El Mundo unido por encima de los Estados». Esta Federación mundial de los Pueblos – que difiere y se opone de una manera cada vez más evidente al concepto del Estado único y de su gobierno – será finalmente la expresión social de la realidad biológica de la humanidad, de sus adelantos técnicos, económicos y culturales. Los Estados – siempre opresores, totalitarios en su estructura centralizadora y en su parasitismo burocrático y militar – desaparecerán, disgregados y absorbidos en el organismo consciente de la humanidad entera, por el desarrollo a la vez natural y voluntario de las individualidades. De esas individualidades que surgen de las colectividades, y que se manifiestan tan productivas en los terrenos prácticos, y creadoras en los dominios ilimitados del pensamiento libre.

VIII

Evolución civilizadora: – éste es el método y la práctica del humanitarismo. Ella resulta de los demás principios y no es sino una continuación de la evolución natural, dirigida por la fuerza y la inteligencia humanas.

El fruto no aparece mientras no haya habido raíces, un tronco, ramas, hojas, flores y, sobre todo, si antes no se ha tomado la savia de la tierra. Lo propio ocurre con el individuo, con el pueblo, con la humanidad. Es preciso tener todos los elementos y el tiempo necesario. ¡Cada cosa en su tiempo! De un escalón a otro, de una a otra cima, – es así que el ideal se realiza. ¡Pero no definitivamente! Siempre mediante transformaciones imperceptibles, por impulsos naturales, por voluntades conscientes.

La perfección no existe -pero si la tendencia hacia ella. El método revolucionario pertenece a los que creen que el ideal puede ser conquistado integralmente y que es posible anticipar el porvenir. Una revolución da nacimiento a otra revolución, lo mismo que de una guerra surge otra guerra. La verdadera revolución no es más que el término final de la evolución.

Los utopistas y los tradicionalistas son esclavos del Absoluto. El presente debe ser una síntesis viva del pasado y del porvenir: – que el mono y el superhumano fraternicen en el ser actual, que es solamente un eslabón en la cadena de la vida que asciende como una espiral infinita.

IX

Amor y Libertad: – éstas son las herramientas de la humanización, manejables según una sola ley: ¡Conócete a ti mismo! Por la autoliberación de una tradición vuelta parasitaria, de los amores egocéntricos que no se manifiestan sino por el odio – por esa purificación en el vasto río de la vida humanizada, podemos llegar a amar verdaderamente al prójimo y a defender su libertad como la nuestra propia.

La fuerza en el dominio social y la intolerancia en el dominio moral e intelectual, no tienen otros efectos que determinar una fuerza y una intolerancia contrarias. Los tiranos – clases, Estados, razas – que oprimían a la mayoría de la humanidad, han perecido por su propia gigantanasia. Se han engrandecido desmesuradamente, olvidando o negándose a saber que hay también otras tendencias de crecimiento y de conservación. Fue el peso de su propia fuerza el que les aplasto y les mató.

Y los dogmáticos – los fanáticos laicos o eclesiásticos los tiranos del alma y los verdugos del libre pensamiento, han creído (y lo creen aún) que el alma y el espíritu de la humanidad pueden ser prensados en ciertos moldes sociales o ideológicos. Si no corresponden a los meandros trazados naturalmente por las tendencias del individuo y de la especie, el molde «ideal» de los supuestos reformadores y conductores de pueblos se rompe. El progreso de la civilización excede demasiado al progreso moral; – que tu humanidad interior y la de toda individualidad social correspondan a la humanidad real del planeta.

X

Ahora no mañana, comenzarás a humanizarte. No esperes la orden ajena; obedece alegremente a tu propio mandato. ¡Hay tantas generaciones que murmuran en tu corazón y tantos tesoros reunidos en torno tuyo, que esperan para reflejarse en tu conciencia!

Libérate, no sólo de los grillos que entorpecen tus pies: – ¿qué puede un cuerpo libre si el espíritu se halla encadenado?

Ama e ilumina sin descanso a tu prójimo: – ¿qué puede un espíritu libre en una sociedad ignorante y esclavizada?

Sé humano, y tan multilateral como te sea posible – pero, sobre todo, aplícate a realizar tu tarea cotidiana. Y podrás decir a no importa quién y no importa cuándo:

Me he elevado por encima de mi propia Individualidad, harta de malas herencias;

Me he elevado por encima de la Clase, en la cual me situaba mi trabajo;

Me he elevado por encima del Estado cuyas leyes me humillan, me oprimen y me rebelan;

Me he elevado por encima de la Patria, en la que nací casualmente – y por encima de la Sociedad, que especula sobre todas mis necesidades y sobre todos mis actos;

Me he elevado por encima de la Raza que me ha modelado – y, no conservando de todo esto sino lo que es bello, verdadero y bueno, lo he fundido todo en mi humanidad, que permanece activa y fiel en esta Tierra donde mi especie ha crecido.

Y si alguien reclama tu carta de nacionalidad, replícale simple y resueltamente:

– No la tengo. Pero quiero ser, porque es así que me siento, un ciudadano de la humanidad, libre y, sin embargo, solidario, en la suprema armonía del mundo.

Eugen Relgis
¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio