Liberalismo radical, individualismo y «anarquismo de derechas»

Para evitar la confusión, recordamos la tradición individualista dentro del anarquismo, muy emparentada con el liberalismo radical norteamericano del siglo XIX; otras ideas recientes en aquella potencia política y económica, que usan falazmente el nombre del anarquismo, para nada tienen preocupaciones sociales ni son verdaderamente antiautoritarias.

La corriente individualista dentro del anarquismo, creemos, está bien definida. De hecho, es posible considerar al conjunto de las ideas anarquistas como firmes partidarias, de forma radical, de la libertad individual. Lo que ocurre es que el anarquismo considera que esa condición es propia de cada individuo, por lo cual le resulta inadmisible cualquier forma de coerción, dominación y explotación. En cualquier caso, ciñámonos de momento a la llamada tradición individualista, dentro del anarquismo, cuyo principal ideólogo es, con seguridad, Max Stirner. Colin Ward dijo en cierta ocasión que la lectura de El único y su propiedad, es cierto que objeto de rechazo en algunos anarquistas por su llamado «egoísmo consciente», le resultaba incomprensible. No obstante, matizaba, anarquistas individualistas le aclaraban que las propuestas egoístas de Stirner eran, en realidad, muy sociales y altruistas al tener un respeto profundo cada persona por sí misma (y reconocer esa condición en los demás). Una postura libertaria a tener en cuenta.

Aparte del alemán Stirner, para conocer la tradición individualista hay que conocer el contexto cultural e ideológico norteamericano del siglo XIX. Se trata de un liberalismo radical, que merece también mención por su defensa de la libertad individual frente a la coerción del Estado. Hablamos de autores previos a la propaganda anarquista que llevaron numerosos inmigrantes europeos al continente americano. Hay que recordar a Thoreau, cuyo idea de la desobediencia civil y de resistencia a toda arbitrariedad del poder ha sido y es muy influyente. Otros autores norteamericanos, que sí se consideraban anarquistas, son Josiah Warren o Benjamin Tucker. Hay quien considera a Warren como uno de los pioneros de lo que hoy quieren denominar «anarquismo de mercado», pero la cosa se presta a confusión si conocemos que fue uno de los fundadores de la colonia Harmony junto a Rober Owen (¡un socialista utópico!). En cualquier caso, Warren, muy influido por William Godwin, era un feroz partidario de la soberanía individual y la sociedad para él debía garantizar a cada uno sus intereses y necesidades; para ello, los individuos deben acceder libremente a los recursos naturales y poseer los productos de su trabajo libremente intercambiados con los demás. 

Tucker estará también en esa línea, pero ensalzará aún más la llamada «libre competencia». El punto de partida para una sociedad anarquista debería ser la libre asociación entre productores, pero Tucker coloca por encima de ello su concepción librecambista, con el problema de decidir cómo se distribuirá el producto íntegro del trabajo de cada uno ni de concretar cómo se forma el capital (cuyo libre acceso Tucker reclama). Este autor, como resulta lógico, identificó siempre al mal con el Estado, pero a pesar de ser testigo de una evolución del capitalismo hacia el sistema monopolista siguió alabando la llamada «libre competencia». Para comprender la mentalidad política norteamericana, hay que conocer que nunca se produjo en aquellas tierras un movimiento obrero de masas revolucionario. Ni siquiera un partido político de corte socialista, al estilo europeo. Por muy progresista que se considere, una figura política en Estados Unidos no cuestiona la empresa privada, la competencia y el libre cambio. En ese contexto, hay que comprender la influencia que Tucker y Warren ejercieron en círculos radicales.

Otros nombres destacables, en esta tradición norteamericana individualista y libertaria, son Lysander Spooner o Stephen Pearl Andrews, contrarios a la esclavitud y partidarios de la autonomía de los trabajadores. Hay quien ha dividido a los anarquistas, o libertarios, entre derecha e izquierda. Los primeros rechazarían al Estado por limitar el derecho de propiedad, los segundos, por todo lo contrario, por considerar que la defiende para los privilegiados. En nuestra pinión, no es justo considerar a todos estos autores, del siglo XIX y comienzos del XX, simplemente como «anarquistas de derecha», ya que sus ideas eran enormemente progresistas, antimilitaristas e igualitarias. Podemos considerarlos partes de una tradición anarquista, en un contexto cultural muy diferente al europeo. La preocupaciones sociales del anarquismo, innegociables, ya que la libertad individual está vinculada a la de los demás (no es un límite, sino un enriquecimiento que todo el mundo sea libre), hacen que indague siempre en formas organizativas y económicas, que podemos denominar «socialistas» (por supuesto, desprendido el término de cualquier connotación totalitaria). 

En las últimas décadas, al menos desde los años 70, ha habido una serie de obras norteamericanas que han reivindicado un anarquismo que sí podemos llamar de derechas (o pseudoanarquismo). Su supuesta oposición al Estado ha alimentado, paradójicamente, a gobiernos de derecha, por lo que ha supuesto en realidad una mayor sumisión al poder centralizado. Autores como David Friedman o Murray Rothbard han contribuido a la confusión, reivindicando en ocasiones la tradición antiautoritaria, cuando sus propuestas acaban en la sumisión, e incluso la esclavitud, de gran parte de la sociedad. Todo la verborrea crítica hacia el Estado, que al menos ha supuesto en algunos casos que las personas se planteen que es posible una sociedad sin gobierno, esconden medidas bien poco sociales y, al margen de lo político, nada antiautoritarias. Estas «ideólogos» recientes nada tienen que ver con esa rica tradición individualista norteamericana, que va de Thoreau a autores explícitamente anarquistas, llegando a Emma Goldman o alguien con un pensamiento tan lúcido y social como Paul Goodman. Preocupaciones sociales, junto a búsqueda autonomía (por ejemplo, la liberación femenina o la de los negros), eran parte de la condición de esa tradición liberal radical y anarquista. Friedman, Rothbard y otros académicos, para nada activistas sociales, lo que hacen es poner las bases para un capitalismo sin límites usando fraudulentamente el nombre del anarquismo

Capi Vidal

http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es/

¡Haz clic para puntuar esta entrada!
(Votos: 0 Promedio: 0)

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Scroll al inicio