El trabajo: Una idea-fuerza debilitada

Resumen:

El artículo presenta una breve secuencia del camino por el que se ha llegado a concebir al trabajo como la esencia del hombre y los conflictos que se derivan, en el orden individual y social, ante la disminución de las fuentes de trabajo resultado de los adelantos técnicos. Se explora una posible vía de solución que obliga a una revisión de los fundamentos de nuestra concepción del individuo y de la sociedad.

Uno de los grandes cambios que veremos en este el XXI, que afectará no sólo a la organización social y política de los tiempos porvenir sino a la misma concepción del ser humano, es el referido al trabajo y al lugar de la noción de trabajo entre nuestros valores. El estatus del trabajo ha sido central en las sociedades occidentales (medievales, industriales y post-industriales) llegando a constituir una de las ideas-fuerza de nuestra cultura. Despreciado en sus orígenes, con un largo período en el que fue considerado denigrante de la naturaleza humana, se enalteció en el Renacimiento y la Modernidad, exaltado por Descartes que suplantó el saber por saber por el saber hacer o por Hobbes que justificó la necesidad del estado para asegurar la supervivencia y la industria. Progresivamente llegó a ser no sólo fundamento de la sociedad occidental sino que, para varias corrientes de pensamiento, el trabajo constituye la esencia del ser humano. Pero en nuestros días, dada entre otras cosas por la creciente expansión de procedimientos técnicos, sucede que no hay trabajo. [1]

El trabajo se ha convertido en una noción sin la cual pareciera que no puede entenderse la humanización del hombre ni la organización de la sociedad: para el cristianismo es la versión terrenal de la creación divina; para el humanismo es la más alta expresión de la libertad; para el capitalismo es fuente de riqueza y prosperidad; mientras que para el marxismo es la vía para alcanzar nuestra plena realización, al punto de reivindicarse como una filosofía del trabajo. Por su importancia, la sociedad lo ha remunerado, siendo medio no sólo de la producción sino también de la distribución de bienes necesarios para la supervivencia y confort, por lo que es norte del sistema educativo y motor principal de las relaciones interpersonales. También desde el medioevo se lo estima como la mejor arma contra el vicio, contra las tentaciones generadas por el descanso y lejos ha quedado el elogio al otium de los padres griegos para ensalzar su negación, el neg-otium y el trabajo. Es opinión común que el que no tiene trabajo, que no tiene oficio o empleo, es un marginal, alguien que se encuentra fuera de los cánones sociales, fácil de caer en la degradante miseria material y espiritual. Pero no hay trabajo.

Lamentablemente, ni el capitalismo ni los fundamentalismos religiosos ni los socialismos que intentan reivindicarse, para nombrar a tres corrientes que actualmente lideran el pensamiento y la acción de millones de personas, parecen abordar el problema en su justa perspectiva y dimensión que, sin embargo, puede revolucionar el modo de vida prevaleciente en los últimos siglos así como la estructura de lo que se ha dado en llamar la civilización occidental porque es un hecho innegable que cada vez se produce más con menos trabajo humano. Tampoco la filosofía parece interesada ya que no vemos dedicarle atención a los asuntos, estrechamente relacionados entre si, que están en el centro de este aprieto de nuestro tiempo: la evolución de los sistemas económicos vigentes, el puesto de la noción trabajo en nuestros valores, y el avance de la técnica, que llevan a uno cuarto más importante todavía, la concepción del ser del hombre. Pero todo apunta a que el trabajo es una idea-fuerza debilitada o. como bien dice Mèda, un valor en vías de desaparición.[2]

Del trabajo maldito al trabajo productor

A pesar del enaltecimiento actual del trabajo, en la Biblia aparece como un castigo que le sobreviene al hombre como consecuencia de una falta grave, de un pecado de desobediencia y soberbia.[3] El trabajo, la necesidad de ganarnos el pan con el sudor de la frente resulta de una sanción por un yerro, por lo que trabajar no estaría en la naturaleza humana originaria como bien lo refleja G. Courteline cuando dice con humor que el hombre no fue hecho para el trabajo y la prueba está en que eso, lo fatiga.[4] De manera que el trabajo se presenta como castigo a un acto moralmente abyecto y trabajar es señal de una degradación derivada del pecado, es recordatorio de nuestra maldad, es lo propio de un hombre caído, en especial el trabajo de la tierra y de la técnica, el de Caín, el más maldito de todos. Los espíritus superiores, los ángeles, no trabajan y no se supone que los que alcancen la salvación vayan a trabajar en el Paraíso, precisamente porque el trabajo es un castigo.

Esta perspectiva veterotestamentaria fue alterada por el cristianismo ya que Jesús-Cristo fue hijo de un carpintero y sus discípulos fueran pescadores, artesanos o contables, es decir, trabajadores. De allí que para los primeros cristianos, ávidos de integridad, el trabajo devino vía para integrarse al plan de Dios como El Salvador había señalado con su vida y su mensaje, manera de evitar los vicios, abatir el orgullo, medio de purificación.[5] Este cambio de actitud se refleja en la conseja de San Benito, símbolo de las primeras comunidades religiosas, ora et labora, reza y trabaja, un trabajo que se realizaba mancomunadamente en el taller, en el campo, en la viña, que da lugar a la cohesión entre los seres humanos y es simiente de las relaciones en la comunidad.

Tampoco el trabajo fue la manera en que la filosofía griega clásica entendió el modo de ser propio del humano. Al contrario, el trabajo era considerada una actividad física y espiritualmente indigna que, por estar vinculada a la satisfacción de necesidades, coartaba la libertad propia de los seres humanos por lo que los trabajadores debían incluirse entre los seres inferiores, los esclavos.[6] El trabajo era fuente de enfermedades, de deformaciones por lesiones mal curadas, fealdades consecuencia de las labores manuales, causa de un deterioro espiritual que no se encontraba en el descanso, indudablemente de elección si la meta es la exaltación de la vida humana.[7] Señal de estos inconvenientes que ocasiona el trabajo es que todavía hoy se compensan los accidentes de trabajo pero causa gracia hablar de accidentes por reposar.

En la Edad Media, se enriqueció la reflexión en torno al trabajo abriéndose en tres campos: una apreciación cualitativa, el operare, opus, u operatio, entendido como el ejercicio de una actividad, la ejecución de una acción, que se aplicaba a todo y se dividía sólo en aspectos descriptivos; opus manuales, opus divinum, opus mechanicum; un segundo, la industria, ministerium, cura o ars, que acentuaba la experticia en el hacer, la habilidad requerida para la acción y el servicio que se rinde con la misma. Cuidar de las almas, ejercer un oficio, enseñar gramática requerían de un homme de l’art en cuyo horizonte se dibujaba el artifex, el resultado, que podía ser intelectual, artístico, eclesiástico o material. Finalmente, laborare nombraba el trabajo que se vinculaba con la fabricación de algo, con la expresión concreta de un esfuerzo generalmente penoso destinado a producir una cosa. Los laboratores eran los trabajadores en general y su actividad se relacionaba con poena y tribulatio dada la dificultad y el esfuerzo necesario para llevarlo a término. Para expresarlo en término adámicos, antes de su caída Adán operat, luego de ella, laborat. [8]

Estas distinciones, que no tenían un carácter peyorativo, muestran un desplazamiento en la consideración del trabajo que pasó de ser una maldición a ser vía para la salvación, proceso que culminó en el período carolingio cuando se consolidaron los santos que protegen a los trabajadores y trabajar pasó a ser centro de la actividad terrenal del cristiano. Los hombres, además de dividirse entre castos y casados, o monjes, sacerdotes y laicos, pasaron a integrar alguno de los tres grandes grupos de trabajadores, con una reminiscencia de la división platónica de la sociedad: los oratores, que se dedicaban al trabajo pastoral y la oración, los bellatores que trabajaban defendiendo a los demás con la espada y los laboratores que lo hacían con sus manos. [9] Un sacerdote dando su homilía, un caballero asaltando un castillo o un agricultor sembrando, todos eran trabajadores, todos producían un efecto, traían a la presencia algo que antes no estaba, eran responsables de un cambio respecto del estado anterior mediante un esfuerzo, que es el sentido de agere, actio, actum. El resultado podía ser conveniente para el individuo y para el grupo o contrario a sus intereses, pero nadie negaba el valor de producirlo, que no se asociaba necesariamente con una contrapartida material. En el orden social el equilibrio de esta tripartición brindaba la satisfacción adecuada de las necesidades ineludibles: salud espiritual, seguridad y mantenimiento de la paz, y provisión de bienes materiales.[10]

Hacia mediados del siglo XIII, Jacques de Vichy reforzó la relación del trabajo con la supervivencia revitalizando el dictum paulista el que no trabaja, no come. [11] De esta forma, quienes no trabajaban, sea por propia decisión o porque no tenían dónde hacerlo, se vieron llevados a la indigencia y la mendicidad conformando el grupo de los miserables, los pobres, los marginales, los desamparados. Esta situación despertó dos actitudes que en buena medida todavía alcanzan a nuestros días: por un lado la compasión, encabezada originalmente por algún sector de la Iglesia, aunque no toda y no siempre, estimulando la caridad y benevolencia para con ellos, germen de lo que hoy llamamos asistencia social; por otro, el desprecio, haciendo a cada uno responsable de su situación, culpables ellos mismos de no trabajar, causa de su propia miseria y hasta símbolo de rebeldía frente a la sociedad reunida en torno al trabajo. Ésta sigue siendo una actitud muy difundida entre los miembros exitosos de la sociedad, especialmente en Latinoamérica en la que la asistencia social es tan deficitaria, posición que en su momento también adoptaron importantes grupos de cristianos protestantes, como el calvinismo, y está a la base de una manera de entender el capitalismo que segrega a los que no se adhieren al esfuerzo o no son exitosos en sus términos. [12]

No encontramos al trabajo como tema de las preocupaciones iniciales de los padres de la Modernidad, centradas en el progreso, el bienestar y el conocimiento, una vida buena pero sin vincularla al trabajo. En este sentido, es posible señalar a la obra de Adam Smith La Riqueza de las Naciones como la que da el primer paso en la larga marcha que ha de culminar haciendo del trabajo la esencia de lo humano. El libro fue esencialmente un estudio, o mejor reflexiones, acerca de la creación de la riqueza, tema que ya había preocupado a mercantilistas y a fisiócratas. [13] Mientras que los primeros creyeron que la riqueza derivaba de una balanza comercial favorable y los segundos de la tierra, Smith sostuvo que la riqueza procedía del trabajo y que la fortuna de una nación radica en su producción y no tanto en los bienes que dispone. [14] Smith, suponiendo que los recursos naturales de todas las naciones eran más o menos limitados, percibió claramente que la verdadera fuente de riqueza, concebida más como un flujo que como una magnitud fija, había que buscarla en la dinamicidad de la actividad humana productiva, lo que en Francia se llamó el Tercer Estado.

Smith, a partir de algunas reflexiones de Locke, [15] identificó el progreso con el trabajo haciéndolo (aplicado a la agricultura y a la industria, organizado en forma eficiente, y estimulado en su inventiva) el motor del crecimiento de la riqueza y lo que otorga valor a lo producido.[16] El valor, que el trabajo aportaba a las cosas y quedaba fijado en ellas, podía ser cotejado y permitía sentar las bases para el intercambio, solucionando el problema de la comparación entre formas de actividad con características diversas.[17] Para establecer criterios de comparación Smith consideró dos: el tiempo y la experticia. Como la experticia era de difícil paralelo paulatinamente el peso de las diferencia se centró en el tiempo con lo que quedó delineada una identidad entre trabajo y tiempo origen de muchas discusiones y también de serias consecuencias.[18] Esta identidad, que hizo posible la comparación de toda práctica humana en términos de tiempo y producción condujo a que, dado que el tiempo es dinero como sentenció Benjamín Franklin, la fuerza de trabajo se pudiera cuantitavizar y convertirse en mercancía. El trabajo tenía un precio y hasta el día de hoy, para la mayoría de los trabajadores, ese precio se establece principalmente por tiempo dedicado. Es un trabajo homogeneizado, trabajo general abstracto como lo llamó Marx que, por su identificación con el tiempo, se puede dividir, fraccionar, y por sobre todo ahorrar, reduciendo el tiempo-costo necesario para producir algo, haciendo que las tareas se reduzcan a operaciones simples de experticia equivalente y que Smith ejemplificó con el famoso caso de la fabricación de alfileres.

Debido a este vínculo con la producción de riqueza material, el trabajo arrastra otra controversia que ha de tomar variadas formas. Puesto que el trabajo ha de dejar su valor impreso en la cosa, se refiere al trabajo productivo, el laborare medieval, por lo que el pensador, el docente, el gobernante, el artista, el sacerdote, el guerrero, el científico quedan fuera de la categoría de trabajadores estrictamente hablando. Esta dualidad, productivo-improductivo tomó distintas formas, práctico-teórico, manual-intelectual, hacedor-pensador, artes mecánicas-artes liberales, siendo siempre el segundo componente de estos pares el que llevó la peor parte, especialmente en nuestras regiones.[19] A pesar de que con el tiempo fue progresivamente mejor considerado, el mérito del trabajo intelectual parece seguir adherido a su transformación en un artículo de consumo como un libro, una publicación científica, un cuadro, una pieza musical, un filme. A pesar de esto, los científicos, los teóricos, los poetas, o los filósofos no parecen formar parte plena de las riquezas de una nación al punto que no se incorporan en las mediciones de su patrimonio.[20]

En esta identificación del trabajo con la producción encontramos una pretensión de fijación, de hacer perdurable la acción humana, siempre efímera y transitoria, ya que lo producido es muchas veces más permanente que el esfuerzo para hacerlo y hasta que el trabajador mismo. Pero también, al acentuar el producto, hace que el trabajo termine circunscrito al marco de la economía política y, en primera instancia, al programa de una sociedad capitalista. Sin embargo el marxismo, a pesar de su crítica al capitalismo, tampoco concibió otro modo de riqueza sino la basada en la producción de bienes materiales sin suministrar alternativa real a esta concepción, a pesar de todas las consideraciones referidas a los modos de producción.[21] Toda dialéctica de la producción, toda consideración acerca del trabajo abstracto/concreto, valor de cambio /valor de uso o forma/producción no hizo sino reforzar esta perspectiva centrada en, o reducida a, la consideración de la actividad humana en el marco de la economía política. En estos términos, el hombre universal pasó a ser concebido como la dualidad necesidades/fuerza de trabajo siendo la producción el movimiento fundamental de la existencia humana al punto que la vida productiva es… la vida genérica. Es la vida que crea vida. En la forma de la actividad vital reside el carácter dado de una especie, su carácter genérico, y la actividad libre, consciente, es el carácter genérico del hombre.[22]

Aparece así al trabajo productivo como una idea-fuerza que constituye el carácter genérico del hombre. Varias son las figuras, de vertientes diversas, que contribuyen a esta concepción, como el idealismo alemán, el materialismo marxista y el socialismo utópico, gestando una interpretación de cómo el hombre de occidente se ve a sí mismo, y a su vida colectiva, centrada en el trabajo. Pero en nuestros días sucede que no hay trabajo.

Del trabajo productor al trabajo esencia del hombre

La filosofía hegeliana fue la primera en dar una interpretación de las transformaciones de la técnica y del trabajo y, aunque no haya sido un tema central en sus tratamientos, en ella se inició el camino a la concepción del trabajo como la esencia del ser humano. Hegel desarrolló su sistema en términos de una vasta triada dialéctica: idea, naturaleza y Espíritu. La idea es primero Idea pura, equivalente al pensamiento divino, que se aliena de sí misma, se hace Idea exteriorizada, Naturaleza, para retornar a sí misma como Espíritu real conciente de sí. Con ello Hegel introduce en la noción de Espíritu, hasta entonces inmóvil, eterno, ajeno incluso a su propia obra, la dinamicidad propia de la historia. El Espíritu, lo que es-en-si, ha de expresarse para conocerse, es decir, para ser-para-si y este conocimiento es una acción, y esta acción es la historia, que es también la historia del hombre, de las producciones del hombre y de las representaciones que se ha hecho de Dios a lo largo del tiempo (como un ente físico, como múltiple, como colérico o como Espíritu puro). Este proceso de conocimiento del Espíritu de sí mismo, este autoconocimiento, esta acción por la que el Espíritu se sumerge en la historia y se hace historia, es lo que Hegel llama trabajo, un trabajo que el Espíritu realiza sobre sí mismo.[23] El trabajo es la actividad por la que el Espíritu niega su negación en lo que le es ajeno para asimilarlo y alcanzar la espiritualización de toda la naturaleza, cuyo logro constituiría el fin de la historia.[24]

La consideración del trabajo humano se funda en esta misma idea por lo que su objeto primario no sería la utilidad, ni la riqueza, ni la abundancia, ni el placer, sino la humanización de la naturaleza, la humanización de lo que se enfrenta al ser humano y que el hombre debe transformar para conocer sus propias capacidades, para conocerse. El trabajo deviene autocreación del hombre, mediador entre la naturaleza y el Espíritu, naturaleza a la que debe negar, modificar con su acción para hacerla humana.[25] Por eso este trabajo no se limita al trabajo manual sino que se identifica con lo que el hombre es en esencia, un espíritu a conocerse que, si bien tiene una etapa productiva, ésta podría y debería superarse gracias a la máquina porque en esencia de lo que se trata es de un desarrollo espiritual.[26] Hegel enriquece así la noción de trabajo al hacerlo factor de la creación y realización del Espíritu.

Marx, cuando pone de cabeza la propuesta hegeliana, retoma esta noción pero, en lugar de hacer al Espíritu el motor del mundo, le asigna este papel al hombre en su propia historia de obtención de bienes materiales para la subsistencia. El sujeto del trabajo es el hombre en su tarea de producir cotidianamente bienes para la subsistencia, realizado con sudor, con dolor, con sus herramientas y sus invenciones. Puesto de esta forma, aunque el tema se sitúa en el ámbito de la economía y sus condiciones, el hombre hace su historia y se hace a si mismo mediante su trabajo productor. El trabajo es lo que hace hombre al hombre, su esencia y es el trabajo y no Dios lo que separó al hombre del mono.[27] El hombre no es hombre sino trabajando, transformando lo natural y creando lo que necesita, imprimiendo su sello humano en todas las cosas, con lo que habría una transmutación del cogito, erg sum cartesiano en laboro, ergo sum. El ser humano es el ser que hace de sí mismo y de toda la naturaleza el objeto de su trabajo que así supera la fragilidad derivada de su animalidad con lo que transforma la naturaleza en una prolongación no-orgánica de sí mismo. De manera que el trabajo, un trabajo que siempre se realiza en colectivo, se hace centro de una triple relación: la del individuo con lo natural, la del individuo con los otros individuos y la del individuo consigo mismo.[28]

De esta forma, hombre y trabajo pasan a ser términos intercambiables. El trabajo es lo que permite al hombre expresarse tanto en su singularidad como en su relación con el otro y para el otro y, al par que satisface sus necesidades personales, afirma su pertenencia al colectivo del género humano. El trabajo que realizamos es el espejo donde nos vemos con el otro de forma que el trabajo es la manera por la que no sólo se realiza la individualidad de cada quien sino también la que establece el vínculo social bajo la forma de la mutua dependencia, los intercambios recíprocos y las relaciones voluntarias, que constituyen los verdaderos cimientos de la clase social a la que se pertenece. De esta manera el trabajo cumple la triple función de transformar el mundo, establecer las relaciones sociales y la autocreación del individuo. Sobre esta base, aunque Marx desarrolla sus propuestas claramente confinadas al terreno antropológico y al de la economía política, Marcuse la exalta, trascendiendo el marco económico, y sostiene que el trabajo no es un concepto económico sino ontológico, vale decir, que capta el ser mismo de la existencia humana en cuanto tal. [29]

Cuando Marx atendió a las condiciones de trabajo en su tiempo puso de manifiesto que el trabajo se apartaba de estos destinos para orientarse solamente al enriquecimiento y el lucro del capital, lo que lo tornaba ajeno a su esencia, alienado y alienante. El trabajo real y concreto en lugar de humanizar la naturaleza animalizaba al hombre y lo reducía a un simple medio para el enriquecimiento, conflicto derivado del desequilibrio en la relación entre el trabajo como productor de riqueza y el trabajo como la expresión de la esencia de lo humano.[30]. La acción tenía como meta conformar el trabajo real y lograr que reporte la alegría que acompaña a nuestra realización como seres humanos, para lo cual Marx estima que había que hacer una revolución en la estructura social, política y económica del modelo vigente.

Por su parte, el socialismo utópico también propugnó una glorificación del trabajo, pero su discurso tuvo un carácter más sociológico. En los primeros pensadores de esta corriente, como Saint-Simón, se aprecia el impacto que la técnica tuvo en sus reflexiones en torno al progreso, el bienestar y la utilidad. El trabajo se presentaba como una energía, un poder transformador que la humanidad necesitaba actualizar para lograr la felicidad y proponía un nuevo mandamiento: el hombre debe trabajar, entendiendo al trabajo en términos de industria, a la que consideraba el camino para alcanzar los más altos logros y una nación feliz sería aquella en la que no hubiera desocupados, en la que todos contribuyeran a la abundancia y el bienestar, sentando así el ideal del pleno empleo. [31] El trabajo deviene fundamentalmente una moral, un ethos social, padre de todas las virtudes mientras que la política debía reducirse a ser una ciencia de la producción, que permitiera la actividad de los trabajadores mediante una administración adecuada, por lo que toda otra función del poder político se tornaba superflua en esta mancomunidad de industriales.

Análogamente a lo que Descartes decía del buen sentido, para los socialistas utópicos la capacidad de trabajo está igualitariamente distribuida entre todos por lo que ella debía fundar la igualdad entre los que libremente contribuyen al bienestar social sentando la solidaridad entre los individuos y eliminando la noción de una lucha de clases. Para Proudhon, el valor agregado a un objeto corresponde proporcionalmente al trabajo provisto que borra así todo tipo de distinción de nacimiento, ideología o rango. El trabajo, principio de vida, la fuerza plástica de la sociedad, expresa la libertad humana, la igualdad entre todos, la fuerza creadora, la potencia del colectivo para alcanzar la felicidad, está a la base de los principios de la justicia y la educación.[32] Aceptando entonces que el trabajo es la más excelsa actividad humana, generadora de felicidad, también los socialistas utópicos criticaron las insoportables condiciones reales de trabajo que lo apartaban de su esencia y por cuya reivindicación lucharon.[33] Se inició entonces un período de luchas de los trabajadores por metas que podemos resumir en tres principales: si el trabajo es la fuerza creadora, entonces es el trabajo y no el capital el que ha de ser mejor recompensado; en segundo lugar, siendo la industria una actividad colectiva es el colectivo el que ha de ser remunerado asumiendo la dirección que no puede quedar en manos de un pequeño grupo privilegiado; y tercero, si el trabajo se ha transformado en la fuente de subsistencia de los trabajadores la producción ha de organizarse para responder a sus necesidades, evitando el despilfarro de unos en perjuicio de otros. En resumen, siendo el trabajo una expresión de la esencia humana y de su libertad, su ejercicio ha de estar consolidado y recompensado por igual de manera de asegurar una vida digna para todos.

Además, el trabajo también deviene un derecho ya que, si todos tenemos derecho a la vida, este derecho se concreta en el derecho a trabajar por lo que no es justo que quede en manos de los que se asignaban la función de administrar y proporcionar trabajo en función de sus intereses particulares (sean privados o estatales), que lleva a que haya muchos tengan que vender sus vidas y unos pocos la compran lo más barato posible. La libertad de trabajar se perdía en las desfavorables relaciones de contratación durante las frecuentes situaciones de crisis del siglo XIX. La misma libertad exigía la defensa del derecho al trabajo y fueron las discusiones acerca de quienes habían de asumir esta defensa las que constituyeron las grandes diferencias entre los trabajadores.[34]

A su vez, las nuevas condiciones de trabajo, cada vez más apoyadas en el esfuerzo dividido y coordinado, consolidaba la posición de quienes defendían que el resultado del trabajo, los productos, era el efecto de un esfuerzo colectivo que no se retribuía justamente. Como decía Proudhon, anticipando la noción de que un sistema es algo más que la suma de partes, el salario que se recibe es individual pero el producto de una fábrica surge de la acción colectiva y armónica de todos esos individuos, y esto no se remunera. De allí la necesidad de que los trabajadores debieran unirse en asociaciones que reflejaran esa armonía colectiva en la contribución a la producción y también sirviera para la persecución de los beneficios, sin que fuera el Estado el que asuma su defensa puesto que, si así sucediera, los trabajadores serían doblemente dependientes, del patrón y del estado ya que tanto gobernantes como patrones actúan en pro de sus beneficios particulares.[35]

La crisis en torno al trabajo

Hemos visto sucintamente el desarrollo de una sociedad occidental centrada en el trabajo y la manera en que el trabajo llegó a identificarse con la esencia del hombre, lo que expresa su libertad y capacidad creadora, lo que le permite vincularse socialmente con los otros y contribuir a la transformación el mundo al par que es su medio de subsistencia. El trabajo sobreviene, como principal idea-fuerza antropogénica, el invariante por el que nos hacemos humanos, transformadores de una naturaleza que nos es hostil, en unión de otros seres humanos junto a y para quienes realizamos nuestras acciones. El trabajo devino la condición que debemos satisfacer para ser plenamente humanos, no sólo para las corrientes socialistas y marxistas sino también para el cristianismo y la sociedad occidental en general.[36] Mas aún, negarse al trabajo productivo llegó a ser considerado absurdo, o resultado de alguna patología, hasta por los movimientos defensores de los trabajadores.[37]

Cuando decimos ser plenamente humanos nos referimos a que el trabajo se presenta como aquello que nos permite ser el yo de uno mismo y el yo integrante de un colectivo social, expresión más alta de nuestra humanidad, que patentiza tanto nuestra propia finitud como nuestra capacidad transformadora de lo dado gracias al esfuerzo mancomunado. Esta manera de ver al trabajo queda reflejada en la expresión con que nombramos el esfuerzo de la mujer durante el alumbramiento, trabajo de parto, encerrando en ella el dolor y el amor en el acto creador por excelencia, dar vida. También se hace la base por la que se valoran socialmente las empresas, públicas o privadas, en tanto dadoras de empleo que, independientemente de los beneficios que pudieran obtener de sus empleados, son las que brindarían las condiciones que hacen posible la humanización de los humanos mediante el trabajo, lo que sin duda va más allá del salario. Aunque el empleo sea mal remunerado, da lugar a esta inapreciable consecuencia contribuyendo a exaltar y justificar la función del patrón, privado o estatal.

Pues bien, el hecho incontrovertible que se registra en el último medio siglo lo podemos resumir en que cada vez se produce más con menos trabajo humano y se puede anticipar que esta tendencia, lejos de atenuarse, se verá incrementada.[38] Si todavía no se registra urbi et orbe no es por imposibilidad técnica sino porque el trabajo humano se ha hecho paulatinamente tan barato que en muchos lugares es todavía más ventajoso que la tecnificación de las tareas, aunque sea desventajoso en cuanto a la productividad. Esto, no cabe dudarlo, muestra una verdadera crisis ante la desaparición de aquello que es la fuente de ingreso de millones de personas pero más aún, como hemos visto, de lo que se considera como el sustentador de la mismísima  humanidad del hombre. Pero la indetenible disminución de ofertas de trabajo lleva a poner en tela de juicio la concepción del hombre como un ser cuya esencia es el trabajo.[39] Si la esencia del hombre es el trabajo ¿Qué sucede si no trabaja porque no hay trabajo? ¿Dejaría de ser humano y no cabría entonces preocuparse por su bienestar, su subsistencia, sus derechos, su dignidad de persona? Si el trabajo es fundamento de relaciones sociales ¿El hombre sin trabajo volverá a la condición de animal aislado o reducido a su entorno familiar también debilitado? Ante la ausencia de trabajo para millones y millones de seres humanos ¿Cómo se gestiona la adquisición de los medios para la subsistencia de cada uno? ¿Estamos ante la situación de modificar lo que se concibe como la esencia del hombre? Si así fuera ¿La esencia del hombre cambiaría con las circunstancias?

Esta crisis se aprecia fácilmente en múltiples y visibles consecuencias como la secuela de miseria y desamparo de la desocupación, la progresiva disminución del porcentaje correspondiente al trabajo en la distribución de la riqueza, la pérdida de seguridades sociales colaterales asociadas, la pérdida de influencia de las asociaciones sindicales de trabajadores, desesperanza, desilusión y ausencia de sentido en la vida, falta de motivación en la educación y el estudio, imposibilidad de planear la existencia, desinterés en la vida colectiva, caída en las peores formas de la manipulación política favorecida por la mendicidad a la que los ciudadanos son sometidos, sumisión ante las diferentes formas de poder, degradación intelectual y moral, y a serios riesgos de supervivencia para gran parte de la población del planeta. Hemos llegado al punto que, lo que en los años 70 se denunciaba como paradójico, perder la vida trabajando para ganarse la vida, hoy se presenta como un desideratum, sin posibilidades de alcanzarlo.

Hay intentos por resolver el trance sin abandonar la primacía que ostenta el trabajo y las respuestas han estado orientadas a salvar puestos de trabajo con recursos varios como aumentar el crecimiento macro económico, facilitar la generación de empleo, promover el desplazamiento de ocupaciones de un sector deprimido a otro más floreciente, disminuir las horas de trabajo, sostener a los desocupados mediante ayudas económicas, desplazamientos de grandes masas de población a países donde hay oferta de trabajo, es decir, empeños por frenar lo que parece inexorable, pero sin modificar el modelo de sociedad y la concepción del ser humano fundados en el trabajo. Si bien en algunos casos algunos paliativos se han logrado, en general los esfuerzos han resultado insuficientes, lo que muestra que lo que debe solucionarse es un problema más de fondo que afecta los cimientos de nuestro modelo civilizatorio.[40]

Desde la perspectiva filosófica, si el trabajo fuera constitutivo de la esencia humana en lo individual y lo social, como hemos mostrado que hay inclinación a considerarlo, la progresiva disminución de oferta de trabajo haría que millones de personas no sólo estuvieran privadas de ejercer sus capacidades y poder vivir dignamente sino, lo que en muchos sentidos es peor, de hacerse plenamente humanos o permanecer como tales. Por ello es que, en las posiciones más extremas de liberalismo económico, no faltan quienes proponen que, tal como los antiguos no se alarmaban por la vida de quienes no eran humanos plenos, en estos tiempos habría que dejar de preocuparse por los que no trabajan para que, los que si pueden hacerlo, alcancen la humanidad y vivan en mejores condiciones.[41] Según esta línea de pensamiento hemos de aceptar que una parte de la población del mundo debe pagar, incluso con su vida y seleccionada con criterios variados (fe religiosa, poder económico, identificación ideológica, u otros), para que otra parte pueda sobrevivir y progresar. Esto se presenta como una conclusión doblemente monstruosa, para los individuos y para el colectivo, luego de casi medio milenio de aspirar a construir una cultura centrada en el valor del ser humano individual en su vida en la tierra. Por otra parte, esta misma actitud de desvalorización de la importancia de la vida e intereses de los individuos en favor de otras instancias también la encontramos en algunos movimientos calificados como neo-socialistas que priorizan embelesamientos como la revolución, el partido, el estado o el pueblo. Son los que proponen sacrificar a cuantos hombres sea necesario para salvar a la Humanidad, o un encanto equivalente.

Pero también cabe pensar, que es la tesis que sostengo, que la sociedad fundada en el trabajo humano está llegando a su fin como consecuencia de sus propios éxitos, entre los que destaca el desarrollo de la técnica. Con ello se hace necesaria una revisión de los fundamentos de nuestra concepción del hombre, en lo individual y en lo colectivo, dada la identificación que, desde una perspectiva marcada por la economía política, se ha hecho de la esencia del hombre con el trabajo productivo. Como consecuencia de esta revisión, es de prever la modificación de las condiciones en que se ha de asegurar la subsistencia, la manera con que se ha de concebir la realización personal, la socialización, la educación, la razón de ser, estructura y metas de las empresas e instituciones que hemos construido a partir de esos fundamentos, dando lugar a una nueva institucionalización con la que los seres humanos organicen sus vidas en el futuro cercano. A pesar del vertiginoso desarrollo tecno-científico del que hemos sido testigos, la sociedad occidental sigue apoyada en la noción de trabajo como aquello por lo que nos entendemos, nos hacemos inteligibles a nosotros mismos y orienta nuestra vida y es lo que la mantiene en la situación que Max Weber llamaría encantada. Si hemos de desencantarla, esto no significa otra cosa que hay que encantarla de manera diferente, incorporarla a otro orden, en otra secuencia diferente de la que estaba inmersa, crear otro paradigma cuyo diseño es el desafío que tenemos. El primer paso es, precisamente, reconocer que nuestra esencia, la esencia del hombre es variable y epocal, y que, a lo largo del tiempo, nos hemos entendido a nosotros mismos y a los demás de manera diferente, aunque nuestro punto de partida sea una misma dotación congénita desde donde nos construimos de manera diversa. [42] Por lo que, si en el último siglo hemos llegado a concebir al ser humano como idéntico al trabajo, es posible, o necesario, hacerlo de otra manera. Este empeño pasa, a mi entender, por otro también necesario como es la de reconsiderar nuestra relación con el producto principal de nuestro trabajo y que nos ha traído a este punto, la técnica.[43]

La búsqueda de solución

Como un aporte positivo en este cuadro, aunque sin pretensión de definitivo, quiero recordar lo que podría ser una conjunción de los avances de la técnica y su relación con la falta de trabajo en las palabras que Sir León Bagrit presentó su Primera Conferencia Reith: [44]

Tengo la certeza de que el único y verdadero propósito de la automatización es ayudarnos a alcanzar la plenitud como seres humanos. …Pese a ciertas diferencias de detalle respecto al siglo XVI, el concepto fundamental es hoy el mismo: para ser un hombre completo es preciso ser un hombre variado. Debemos cultivar la mente y desarrollar y educar el cuerpo. Este fue también el concepto de los griegos.  Más la civilización griega pudo ascender a tan altas cimas sólo porque el trabajo rutinario y embrutecedor corría por cuenta de los esclavos, a quienes ni siquiera se los consideraba como seres humanos: eran lo mismo que máquinas. Hoy, si utilizamos los servicios de nuestros siervos, los sistemas automatizados, con inteligencia y valentía, tenemos la oportunidad de construir una civilización verdaderamente superior para todos.  Digo para todos, porque quiero recalcar que ha de ser para la comunidad íntegra, y no para una pequeña élite como sucedía en Grecia.  Tal es el propósito de la automatización.

En la cita se destacan varios aspectos que bueno sería formaran parte de las discusiones por venir. Por un lado, la identificación de la plenitud humana con la diversidad, con extremar las variadas capacidades de cada uno de nosotros que hoy se facilita gracias a la larga esperanza de vida que tenemos y por los adelantos técnicos que permiten viajes, comunicaciones, acceso a los más diversos logros del hacer humano, estimulantes de nuestra para visualizar nuestras propias posibilidades. Tres cuartos de siglo de expectativa de vida son muchos años a enfrentar sabiendo que el trabajo no ha de poder llenarlos todos ni darle sentido. En consecuencia, si hemos de educar a los jóvenes, educarlos solamente para el trabajo es, a todas luces, un desacierto.

Segundo, hemos de recuperar el ocio creativo gracias a la liberación que la técnica permite de la tarea necesaria y rutinaria. Al modo de los griegos, que desde Homero lo consideraron una actividad brutalizante, no es el trabajo el que ha de permitirnos realizarnos sino el cultivo corporal y espiritual, rescatando lo Descartes signaba como la meta que deberían perseguir las invenciones humanas y la máquina; confort, disfrute, salud. Para lograr este objetivo algunas condiciones prelan, como disminuir la importancia que ha adquirido lo que Carlyle denunció como constituyendo el principal nexo de la sociedad contemporánea, el dinero. Tan o más importante, hemos de distinguir el trabajo de las funciones que soporta (riqueza, relaciones sociales y con la naturaleza, generación de novedad) para tomar conciencia de que esas mismas funciones las pueden realizar otros sistemas centrados en otras ideas-fuerza.

En tercer lugar, lo que Méda llama la liberación del espacio público que equivale al renacer del ágora ateniense, desarrollando nuevas formas de convivencia social que no estén mediadas por el trabajo ni sus divisiones, ni por el salario, ni por el acceso a bienes sino por la comunicación racional y educada, el rescate de los afectos como la amistad o el amor claramente abandonados en el último siglo dado el predominio del trabajo en la formación de las relaciones sociales, trabajo centrado en una perspectiva económica.[45]

En cuarto, es necesario volver a considerar al humano como un ser cuya creatividad puede expresarse de múltiples maneras y no sólo mediante el trabajo productivo como bien lo expone Hannah Arendt cuando distingue entre trabajo y acción y destaca que s bien hemos mejorado las condiciones de vida en muchas partes del mundo, nos hemos olvidado que lo que significa vivir. Si bien el capitalismo ha logrado valorizar al mundo, se ha pagado el precio de la reducción del ser humano a un paquete de trabajo, a lo que el marxismo ha contribuido en forma significativa. Pero vemos que esta idea-fuerza que liderizó la marcha en los últimos siglos, se debilita progresivamente porque no hay trabajo, y no lo habrá en el futuro a menos de un indeseable cataclismo.[46] El hombre es un conjunto de capacidades que no se limitan al trabajo productivo ni a la utilidad material sino que también es posibilidad de arte, religión, moral, conocimientos, filosofía, gestación de nuevas formas de placer, de emociones y afectos, fuente de una diversidad capaz de emplear todas las potencias del ser humano para acercarnos a la felicidad, a la que hemos confundido con el entretenimiento. Quizás el empeño haya que orientarlo en encontrar la armonía que Leibniz definió como la suprema unidad de la mayor diversidad.

Como dice Bagrit hemos de recuperar, con las adecuadas modificaciones, algo del espíritu de los griegos que consideraban que el trabajo productivo, entendido como modo de satisfacer necesidades, no era lo propio de los humanos sino de los siervos, empresa que ahora pueden hacer las máquinas eliminando la degradante sumisión y esclavitud.[47] Se trata de recobrar en el ser humano el deliberar, decidir, prever, elegir, imaginar, conocer, disfrutar de placeres humanos, pensar en sentido amplio, crear y no estar limitados a cubrir necesidades que es a lo que el trabajo lo ha reducido. Como dice Ortega y Gasset, el objetivo de la técnica no es satisfacer necesidades, ganarnos económicamente la vida, sino eliminar esas urgencias para que, en la vacancia que esto produce, podamos ganarnos metafísicamente nuestra existencia. Puede que haya llegado el momento de modificar la identificación del hombre como animal laborans y retomar el animal rationale, el Cogito cartesiano o delinear alguna nueva propuesta que rescate la capacidad del hombre para forjar su propio ser junto con los otros.

Si bien esto se esboza en el horizonte, si se ha de marchar en esta dirección, en el camino hemos de tener que superar el enorme peso que acarrea la reducción que se ha hecho al distinguir al hombre de los otros seres vivos solamente porque trabaja. Por primera vez en la historia parece que la respuesta a la kantiana pregunta ¿Qué es el hombre? depende de nosotros, de nuestro hacer, de la técnica, que hizo perder fuerza a la idea que concibe al hombre como un ente cuya esencia es el trabajo y de mover la búsqueda de otra opción. En el siglo XXI tocará construir la vida, individual y colectiva, frente a este novísima situación, vivir sin trabajo, sin que por eso tengan que sufrir y morir millones sino que, por el contrario, nos impulse a delinear una nueva forma de ser humano, como la que dibuja Beethoven en su sinfonía Heroica, rica, diversa, compleja y armónica. Una empresa que sólo el anarquismo puede abordar como lo ha hecho siempre, sin prejuicios, orientado a buscar lo mejor de y para este finito y frágil ser que somos.

Alfredo D. Vallota

avallota@gmail.com

https://www.nodo50.org/ellibertario/

[1] El origen habitualmente atribuido a la palabra trabajo viene del latín tripaliare. Tripaliare viene de tripalium (tres palos), un yugo hecho con tres (tri) palos (palium) en los cuales amarraban a los esclavos para azotarlos. La relación de trabajo con tripalium no es la de pegar sino la de sufrir y se aplicaba a cualquier actividad que producía dolor. Este concepto se repite en otra lengua no indoeuropea, el euskera o idioma vasco, pues la palabra para trabajador rural esta compuesta por la raíz –nek, neke dolor, cansancio, asociada con –zale, tzale– que significa afecto, afición, por lo que la palabra sería nekezale, aficionado al dolor y al cansancio.

[2] Así titula precisamente D. Méda su libro Le Travail, une valeur en voie de disparition, Flammarion, París, (1995).

[3] Génesis, 3, 17: Con trabajo sacarás de ella [la tierra] tu alimento todo el tiempo de tu vida.

[4] En la Biblia también es posible encontrar una posición contraria a ésta ya que en Génesis 2, 15 Yavé Dios manda al hombre a cultivar y guardar el Edén, por lo que el trabajo no sería una maldición sino un mandato. Sin embargo, este trabajo no sería duro ni penoso como el de luego del pecado. Cfr. Cayra Quispe, A; De la etimología Trabajo, Aportes Andinos N. 10 en http://www.uasb.edu.ec/padh/revista10/actualidad.

[5] Cfr. Castro Aguayo, F.: Catecismo de la Iglesia Católica, Síntesis, Parroquia Sagrada Familia de Nazaret y San Josemaría Escrivá de Balaguer, Baruta, (2ª edición 2008), p. 27: El hombre tiene obligación de trabajar porque así lo dispuso Dios haciéndolo partícipe de la obra de la Creación. El hombre que no trabaja sin una causa justa ofende a Dios, al prójimo y a la Patria.

[6] Hannah Arendt aclara que esta conducta de los griegos no debe entenderse con un talante capitalista del que carecían, es decir, aprovecharse del esfuerzo de otros seres humanos sino que era resultado natural de que hubiera seres inferiores que debían hacerse cargo del indigno trabajo, degradante para todo aquel que pretendiera alcanzar la más altas cotas de humanidad. Cfr. Arendt, H.: Condition de l’homme moderne, Calmann-Levy, París, (1961), p. 128.

[7] Cfr. Aristóteles, La Política, Libro VII, Cap. 9, Editora Nacional, Madrid, (1981), pp. 292,293.: Puesto que nos encontramos investigando sobre el régimen más perfecto y éste es aquel con el que la ciudad sería especialmente feliz, y la felicidad se ha dicho antes que sin virtud no puede existir, es evidente a la vista de esto que…los ciudadanos no deben llevar una forma de vida propia de obreros ni de comerciantes (pues esta forma de vida es innoble y contraria a la virtud) ni tampoco ser campesinos los que vayan a habitarla (pues se necesita tiempo libre para el nacimiento de la virtud y para las actividades políticas).

[8] Cfr. Dossier, R.: Le Travail au Moyen Age, Hachette, París, (2000), p. 14.

[9] Cfr. Dossier, R.: Le Travail au Moyen Age, Hachette, París, (2000), p. 25.

[10] Estas necesidades no están lejanas de las 6 que señalaba Aristóteles: alimentos, oficios brindar lo necesario para vivir, armas para la defensa, reservas para hacer frente a períodos de escasez, cuidado del culto divino y, el más necesario de todos, justicia que atienda a lo que conviene a uno y a otro. Cfr. Aristóteles, La Política, Libro VII, Cap. 8. Editora Nacional, Madrid, (1981), preparada por García Gual, C y A. Pérez García, pp. 291, 292.

[11] Cfr. Dossier, R.: Le Travail au Moyen Age, Hachette, París, (2000), p. 23. San Pablo sienta este dictamen en Carta II a Tesaloniences, 3, 10.

[12] Reflejo de esta diferencia fue la llamada Ley de los Pobres o Ley Speenhamland, vigente en Inglaterra desde 1795 hasta 1834, que estableciía una ayuda económica a los obreros de menores recursos y familia numerosa pero que no incluía a los desocupados, al contrario de nuestros días en que la ayuda social se orienta, precisamente, a los desocupados. Cfr. Bouvier, P.: Le Travail, PUF. Paris (1991), p. 34.

[13] Cfr. Ferguson, J. M.: Historia de la Economía, FCE, México, (1948), p. 63: Por ejemplo, en este libro [La Riqueza de las Naciones] se citan aproximadamente un centenar de autores … y lo mismo es cierto que Adam Smith utilizó muchísimo la obra de sus predecesores…Pero ningún escritor anterior poseyó su sorprendente equilibrio de pensamiento, o amplitud de visión, o su habilidad, para fundir en un todo coherente los productos más admirables de otras inteligencias.

[14] Smith, A.: An Inquiry Into The Nature And Causes Of The Wealth Of Nations, Introducción, http://www.bibliomania.com/2/1/65/112/frameset.html: El trabajo anual de cada nación es el fondo que originalmente aporta todas aquellas cosas necesarias y útiles para la vida que consume anualmente y que consisten siempre o en el producto inmediato de aquel trabajo, o en lo que con aquel producto se adquiere de las demás naciones. (Trad. Propia)

[15] Para Locke la propiedad no derivaba de un orden pre-establecido sino del trabajo. Dado el derecho a nuestra propia conservación, el ejercicio de nuestras facultades, el trabajo, es el recurso que cada uno dispone para poseer lo suficiente para vivir. Cfr. Locke, J.: Ensayo cobre el gobierno civil, Cap. V, 26, Ed. Porrúa México, (1998), p. 19: El trabajo de su cuerpo y la obra de sus manos podemos decir que son propiamente suyos. Cualquier cosa, pues, que él remueva del estado en que la naturaleza le pusiera y dejara, con su trabajo se combina y, por tanto, queda unida a algo que de él es y así se constituye en su propiedad.

[16] Cfr. Baudrillard, J.: El Espejo de la producción, GEDISA, Barcelona, (1996), p. 9: La consigna general es la de un Eros productivo; riqueza social o lenguaje, sentido o valor, signo o fantasía, nada hay que no esté producido según un trabajo.

[17] También aparecía así una de las paradojas del trabajo ya que por un lado el trabajo es lo que aporta valor a lo producido pero, por otro, cuanto menos trabajo menor será el precio y mas fácil su colocación en el mercado. Dicho en otros términos, el trabajo es riqueza, pero cuanto menor sea el trabajo para producir algo, o lo que se pague por él, ,as ganancia produce.

[18] Cfr. Marx, K.: Miseria de la filosofía, Jucar, Barcelona, (1974), pp. 107 y ss.

[19] Estas distinciones, consagradas luego de Kant, tuvieron opositores antes de su tiempo. Diderot defendió la conjunción de la tarea intelectual con la práctica en su artículo Arts de la Enciclopedia y también lo había hecho Descartes cuando promovía una filosofía práctica en lugar de la especulativa que se enseña en las escuelas. Cfr. Descartes, R.: Discurso del Método, parte VI en Descartes, Obras Escogidas, Ed. Charcas, Buenos Aires, ¡1980), p.184.

[20] Puede que ésta sea una de las razones por la que la riqueza de un país se mide en términos de Producto Interno, pero Bruto.

[21] Baudrillard, J.: El Espejo de la producción, GEDISA, Barcelona, (1996), p. 25: Por no concebir otro modo de riqueza social que el basado en el trabajo y la producción, el marxismo…ya no suministra alternativa real al capitalismo

[22] Marx, K. Manuscritos Económicos y filosóficos de 1844, Primer Manuscrito, [El trabajo enajenado], en http://www.marxists.org/espanol/m-e/1840s/manuscritos/man1.htm.

[23] Hegel, G. W. F.: Fenomenología Del Espíritu, FCE, Madrid, (6ta reimpresión 1985), p. 10 en la versión digital en http://www.iade.org.ar/modules/descargas.

[24] Cfr. Valls Plana, R. Del Yo al Nosotros, Laia, Barcelona, (2da ed 1979), p.53.

[25] Cfr. Hegel, G.W.: Rasgos fundamentales de la Filosofía del Derecho, UCV, Caracas, (1976),.# 196, p. 220.

[26] Cfr. Hegel, G.W.: Rasgos fundamentales de la Filosofía del Derecho, UCV, Caracas, (1976),.# 194, p. 219.

[27] Cfr. Engels,F. El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, http:// www. marxists.org/espanol/ m-e/index.htm: El trabajo es la fuente de toda riqueza, afirman los especialistas en Economía política. Lo es, en efecto, a la par que la naturaleza, proveedora de los materiales que él convierte en riqueza. Pero el trabajo es muchísimo más que eso. Es la condición básica y fundamental de toda la vida humana. Y lo es en tal grado que, hasta cierto punto, debemos decir que el trabajo ha creado al propio hombre.

[28] Cfr. Méda, D.: Le Travail, une valeur en voie de disparition, Flammarion, París, (1995), p. 104.

[29] Marcuse, H.: Cultura y Sociedad, http://www.infoamerica.org/documentos_pdf/marcuse1.pdf

[30] La consecuencia fue el reclamo por la reducción de horas dedicadas a la primera de estas acciones a favor de las otras, que estuvo a la base de las luchas por la famosa triple 8 (8 horas de trabajo, 8 de descanso y 8 de socialización). El reclamo, sin embargo, no deja de ser paradójico ya que si el trabajo es la esencia del humano, lo que nos hace humanos, cuanto más se trabaje mejor sería, y señala una debilidad en la propuesta del trabajo como la idea-fuerza vigente. Agravado porque Marx nunca dejó de sostener que no debemos liberarnos de la dedicación al trabajo productivo para desarrollarnos solamente en una dirección espiritual o en el ocio.

[31] Cfr. Saint-Simon, H. de: Le Nouveau christianisme, Seuil, París, (1969),. P. 57

[32] Cfr. Proudhon, P.J.: Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria, Jucar, Barcelona (1975), p. 104.

[33] La concepción del trabajo como expresión de la esencia humana y como modo de subsistencia animó los conflictos de 1848 en Francia, resultado de períodos de expansión industrial y períodos de depresión en que miles de personas eran arrojadas a la miseria de la desocupación. Si en 1789 la revolución tuvo como objetivo compartir la propiedad, 60 años después se trataba de asegurar fuentes de trabajo y una justa distribución de sus beneficios.

[34] Las corrientes socialistas de estado, que asignan la custodia del derecho al trabajo al estado, orientaron la meta de la actividad política a apoderarse del gobierno que pasó a ser el principal, y hasta único, objetivo dada las claras ventajas que se derivaron para los dirigentes cuando se transformaron en patrones. Dado el enorme poder en juego y los grandes beneficios derivados se terminó perdiendo todo escrúpulo, toda ideología, toda aspiración a promover beneficios, impulsar el progreso, o generar nuevas propuestas en el afán de la conquista del gobierno dueño del trabajo de todos. Frente a esta reivindicación, los anti-estatales como los anarquistas asumieron que eran los trabajadores mismos los que debían defender su derecho, aponiéndose a esta transferencia que otorga al estado un beneficio que no le corresponde y permite a los gobernantes, administradores de ese derecho, expandir su poder hasta hacer perder libertad al patrón y a los obreros para establecer los términos de su relación. Además, el estado se hace juez y parte en los conflictos con sus propios trabajadores sin contar que, dada su configuración burocrática. se corre el riesgo de que se pierda la capacidad creadora en empleos sometidos a intereses políticos circunstanciales, generando a la larga una sociedad empobrecida y opresora.

[35] Cfr. Proudhon, P.J.: Sistema de las contradicciones económicas o Filosofía de la miseria, Jucar, Barcelona (1975), p. 74.

[36] Cfr. Castro Aguayo, F.: Catecismo de la Iglesia Católica, Síntesis, Parroquia Sagrada Familia de Nazaret y San Josemaría Escrivá de Balaguer, Baruta, (2ª edición 2008), p. 27: El hombre que no trabajaa peca porque no se desarrolla como persona y no contribuye el bien de la sociedad. Además una vida perezosa es una fuente de muchos males para uno y para los demás.

[37] Enrico Malatesta, uno de los grandes dirigentes del anarquismo italiano comenta: Si nos dicen que habrá hombres que no querrían trabajar, abundamos en seguida en óptimas razones para demostrar que el trabajo, es decir, el ejercicio de las propias facultades y el placer de la producción, es condición del bienestar humano y que por lo tanto resulta absurdo pensar en hombres sanos que quieran sustraerse a las necesidades de producir para la colectividad, cuando el trabajo no sea, como lo es hoy, oprimido, explotado y despreciado. Cfr. Richards, V.(Sel) : Malatesta, pensamiento y acción revolucionarios, Proyección, Buenos Aires, (1965), p. 191.

[38] Uno de los ámbitos con resultados más espectaculares es el agrícola-ganadero. En EE.UU. en 1910 había 25.000 tractores, en 1920 llegaban a 246.000, en 1940 a 1,6 millones y en 1960 a casi 5 millones. Paralelamente, en 1850 en EE.UU. el 60% de su población estaba empleada en este sector y a finales del siglo XX era menos del 2,7 % favoreciendo la economía de escala. En cuanto a productividad, en 1850 un agricultor producía alimentos para 4 personas mientras que en la actualidad lo hace para 80. Cfr. Rifkin, J.: El fin del trabajo, Paidós, Buenos Aires, (7ª reimpresión 2002), pp. 141-143. El capítulo se llama No más granjeros. En Francia, en 1945 la agricultura absorbía el 30 % de la población mientras que en 1975 sólo el 10 %. Cfr. Bouvier, P.: Le Travail, PUF. Paris (1991), p. 59. Como ejemplo puntual uno de los saborisantes de mayor consumo es la vainilla, que se produce en casi el 98% en las islas Madagascar, Reunión y Comores en el Océano Indico y en cuya producción laboran más de 100.000 agricultores y resulta en un costo de casi 3.000 dólares el kilo por la complejidad de su extracción. En la actualidad, la producción mediante transferencia de genes y/o cultivo de tejidos permite producirla a un costo 100 veces menor. Cfr. Rifkin, J.: El fin del trabajo, Paidós, Buenos Aires, (7ª reimpresión 2002), pp. 155-156.

[39] Cfr. Vallota, A. D.: La técnica y el desafío del siglo XXI, El Cuervo # 31, Universidad de Puerto Rico, Aguadilla, (2004), p. 56 y ss.

[40] En esta parte del mundo en la que vivimos la opción parece haber sido menos elaborada ya que nos hemos limitado al discurso quejumbroso contra enemigos que nos acechan y fuerzas abstractas que nos acosan, o a cubrir la situación con la retórica a la que somos tan proclives, mientras presenciamos en Latinoamérica el incremento de quienes viven en situación de pobreza y franca miseria sin que haya ninguna reflexión ni propuesta coherente ni constante ni proyecto alguno firme y claro para resolverlo, salvo la denigrante, ocasional y arbitraria limosna estatal, aunque está lejos de ser una asistencia social ordenada generadora de derechos. Más que soluciones, nos hemos dedicado a buscar explicaciones de por qué no las buscamos y culpables sobre los que volcar la responsabilidad. Sin duda que esto se presenta como socialmente insostenible cuya explosión y consiguiente situaciones de conflicto y violencia parecen insoslayables.

[41] Cfr. Stolerú, L.: La France à deux vitesses, Flammarion, París, (1982): Cook, R.H y P,J.: The winner-take-all society, Free Press, New York, (1995)

[42] Cfr. Vallota, A. D.: Meta-técnica, antropocentrismo y evolución, Revista Hispanismo Filosófico # 3, FCE, Madrid, (1998), p. 91.

[43] Cfr. Vallota, A. D. : De la metafísica a la meta-técnica, Revista de la Sociedad Argentina de Filosofía, Año X-XI, Nº 11, Córdoba, 2001,, pp. 175-201.

[44] Las Conferencias Reith de la BBC de Londres, que llevan el nombre de Sir John Reith su primer director, son charlas radiales realizadas desde 1948 por grandes figuras de la cultura para promover los más altos logros del pensamiento. Su primer conferencista fue Bertrand Russell y han participado Arnold Toynbee, J. K. Galbraith, Robert Oppenheimer, John Searle entre otros. En 1964 estuvieron a cargo de Sir Leon Bagrit (1902-1979), industrial pionero de la automatización cuyo tema fue La Era de la Automatización. Nacido en Kiev de familia judía, estudió en la Universidad de Londres, encabezó la Elliot-Automation Ltd. fabricante de computadoras, fue miembro del Council for Scientific and Industrial Research, director de Royal Opera House y fundador de Amigos del Covent Garden.

[45] Cabe señalar que, en nuestra América, la manera en que la delincuencia y los grupos violentos cobran auge sin que interese tomar medidas para eliminarla, ni en sus causas ni en sus efectos, hace de este proceso un impensable ya que su materialización requiere que los detentadores del poder lo permitan, lo que no pareciera ser un futuro cercano pues mucho se han beneficiado de esta incapacidad que tiene la gente para gozar de lo público y la estimulante compañía.

[46] En muchas regiones de Latinoamérica somos testigos del desprecio por la vida humana no productiva cuyo ejemplo más dramático es la situación de nuestras cárceles. Cfr.. CNA, Oficina de Prensa-Venezuela, cnavzl@yahoo.es

[47] Cfr. Arnalte, A.: Cadenas invisibles, La Aventura de la Historia # 107, Año 9, Unidad Editorial, Madrid, (2007), p. 89:: Hoy hay más esclavos en el mundo, 27 millones según los cálculos más optimistas, que en cualquier otro momento de la historia.

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