Alaska en Libertad Digital

AlaskaCuando me lo dijeron no me lo creía. Alaska, el icono de la movida y artista mayor del reino colabora en Libertad Digital. Era cierto. Desde enero del 2008, Alaska y su marido firmaron un contrato con Libertad Digital para insertar un blog en la página web de la compañía de Losantos. Desconectado de la actualidad del espectáculo, no me di cuenta de que desde hace años, Alaska se prodiga en entrevistas e intervenciones en medios que han hecho del insulto, la calumnia y el saboteje político su razón de ser. Debe ser que a ciertos niveles de inserción en la industria hay que aparcar las convicciones y todo vale.

Aún así no me queda claro cómo se puede insertar un personaje como Alaska en un público tan rancio. Alguien que como ella ha hecho bandera de la causa LGTB y que se declara abiertamente antitaurina, pueda compartir ventana con ultras nacional-católicos, libertanianos seguidores de Hayek, coreada de los aprendices a Cesar Vidal, a Pio Moa y a Pérez Reverte de este estado. Si bien es cierto que me había percatado de que el personaje no le era del todo desagradable a la España nacional y que se sorprendían mucho de «lo bien que hablaba», creía que un tango entre Rouco y Bibí Andersen era uno de los límites que marcaba mi imaginación.

Ignoro si la estrategia ha sido atraer al portal a un público despolitizado o descerebrado arrastrado por el magnetismo de la diva, si se trata de dar una pátina «progre», esa palabra que tanto usan y que tanto detestan, a la imagen de la compañía o si el asunto no va más allá de añadir contenido al sitio como se hace con la Liga BBVA. Los anunciantes no conocen de ideología sino de números, de visitas y de audiencia. Y si diez mil personas como yo han entrado en este dudoso portal para corroborar la increíble información, Federico ha ganado no menos de 50.000 visitas.

Lo cierto es que Alaska ha hecho una apuesta muy fuerte con Libertad Digital y no parece que haya repercutido negativamente en su imagen, sino todo lo contrario. La operación se vende como una nueva puerta para la visibilidad homosexual y la consiguiente aceptación del colectivo. Lo cual puede tener sentido para Alaska, Bibí Andersen o Mario Vaquerizo. Es decir, si eres rico y famoso podrás ser aceptado por los de tu clase. Mientras no lo seas, seguirás en la marginalidad, la invisibilidad y la inexistencia social. Porque dentro del espectáculo, también se aplican los mecanismos de clase.

Mucha gente piensa que la modernidad o la libertad son una cuestión de actitud, de desparpajo, de afirmación de la individualidad, con el objetivo de destacar de la masa gris y borreguil para convertirse en alguien «especial». Necesitamos ad-mirar (mirar a) y ser admirados para considerarnos «plenamente realizados». Alaska misma reconoce en la entrevista anunciadora de su contrato con Losantos, su carácter sociópata. Esta actitud, que pasa entre la gente supuestamente «de izquierdas» completamente desapercibida, presupone que el terreno artístico es un limbo al margen de la lucha política y de la ideología. La máscara sería en sí fundamentalmente inocua, no un instrumento más por el que se vehiculan ciertas ideas. La cultura equivaldría al espectáculo, y éste no sería más que divertimento, evasión, pasatiempo.

El Rock ha sido un ejemplo de contestación perfectamente integrada por el sistema. Y éste es uno de los factores que contribuyó a la desintegración social del comunismo real. «No lo aplastes, hazlo partícipe», pareció ser el lema de la inteligencia capitalista. Así, se difundió la idea de la libertad occidental frente al muermo soviético. Se trata de una impostura más que la propaganda capitalista ha logrado convertir en verdad. Nos intentaron VENDER que el capitalismo era rock and roll y que el rock sólo pudo aparecer bajo el capitalismo. Y en cierta manera tenían razón ya que el rock nace cuando blancos norteamericanos empiezan a cantar y a versionear música hecha por negros, siendo difundidos al principio tímidamente en las ondas. El mismo Elvis Prestley fue un plagiador en serie. Pero era lo habitual. Los ejemplos de robo, desposesión, contrato abusivo y explotación intensiva de la música negra por los blancos anglosajones son tan abundantes que sólo basta escarbar un poco para documentarse. Hoy, muchos de los que empezaron en este mundo difícil donde muchas veces se pasaba hambre, son ricos millonarios que, al igual que algunos actores, se codean con financieros, políticos y aristócratas. De hecho, algunos son aristócratas, como Sir Mick Jagger, Sir Paul McCartney, Sir Elton John, etc. Qué pena que a Manolo Escobar, con todo lo que ha hecho por España, no se le haya hecho marqués.

Van Morrison habla en su disco «Too long in exile» (demasiado tiempo en el exilio) de las presiones a las que tuvo que hacer frente al querer introducirse en la escena neoyorkina, intentó del que desistió precisamente por este motivo. Que la música en la sociedad capitalista es un juego sucio que se parece mucho a la prostitución ya lo sabíamos. Chantajes, extorsiones, explotación sexual, drogas. Hay un enorme negocio montado mediante el circuito de promocionar a niños, improvisar grupos de mentira o a viejas glorias caducas, difundirlo de forma intensiva a la manera Goebbels por las ondas, convencerte de que te gusta el detrito sonoro que oyes y vendérselo luego a los supermercados, las cafeterías y todo kiski porque sus agentes comerciales les convencen de que eso es lo que se lleva, lo que gusta y que o lo pinchas o estás fuera. Y que no te pillen tocando o pinchando en una fiesta uno de esos temas protegidos. Puedes ir a la cárcel.

Me quedo con la imagen de Alaska, hija de un republicano exiliado en México, reconociendo ante Federico que «la República perdió la guerra» y tachando a su padre como hombre brutal y estricto frente a la dulzura de su madre apolítica. Y es que, antes de que te acepten en sus clubes, los plebeyos deben hacer acto de sumisión frente a los magnates patricios. Olvido, es su nombre.

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