La escuela como imposición de valores

El presente texto es un apartado de un artículo que realice bajo el nombre de «Meritocracia: revisión crítica desde una perspectiva anarquista». Podéis visualizarlo entero aquí.

Reproducción social: el Estado

Pedagogía libertaria: una pequeña crítica desde el anarquismo

Collins (1971, p. 1011. T. P.) afirma que “los empleadores usan la educación para seleccionar a las personas que han sido socializadas en el status de la cultura dominante”, por lo cual se entiende que “las escuelas proveen o entrenamiento para la cultura dominante, o respeto hacia ella”. Intentaremos replicar esta idea, pero bajo un nuevo enfoque, y distintos términos conceptuales. Nuestra idea parte desde una percepción anarquista de la educación, la pedagogía libertaria, que encuentra su fundamento en los sus preceptos sociopolíticos. Lo que proponemos en el siguiente apartado es, pues, que el Estado, instituido por la clase dominante y consecuente, por lo tanto, a los intereses de la misma, se sirve del sistema educativo como un mecanismo para legitimar tanto la sujeción de los individuos a su amparo, como las desigualdades económicas producto del modo de producción capitalista.

Una de las formas de reconocer el adoctrinamiento estatal de los niños es a través del contenido programático, donde la formación en ciudadanía, o lo que es más o menos lo mismo, la enseñanza en valores, toma particular importancia. Es difícil, sin duda, imaginar un escenario de tal apoyo incondicional al Zeitgeist (el “espíritu de los tiempos”) democrático como el que existe hoy en día sin tener en cuenta el bombardeo de mensajes positivos hacia el mismo que todos los individuos recibimos en nuestro período de educación, sobre todo en las etapas iniciales, donde la capacidad de manipulación e imposición sobre el niño se maximiza debido a la poca capacidad crítica inherente a la niñez, período vital en el que la figura de autoridad de los padres es replicada por los maestros, y en la vida adulta, lo será por las funciones del Estado democrático. En este contexto se entenderá que “la finalidad de la educación social y de la educación para la ciudadanía ha sido y sigue siendo la de socializar al alumnado para que acepte, sin discutir, las ideologías, las instituciones y la prácticas existentes en su sociedad y en su estado” (Escudero Rodríguez, 2011, p. 150), “fomentando con ello las actitudes pasivas por encima de la acción política […]” (p. 150, citando a Gómez-Chacón, 2003).

En cuanto a España, la enseñanza de la democracia desde una perspectiva mesiánica y providencial es una constante del sistema educativo actual, y esto no es algo ajeno al interés de la clase dominante. Consuelo Calderón España (1989) daba increíble cuenta de ello, aunque pareciera que sin darse cuenta, ensalzando la importancia de los valores de la democracia y su carácter monolítico como único régimen garantizador de la paz y el progreso. Según esta autora, el rol de la escuela en cuanto a la educación en valores es construir en el educando “actitudes positivas hacia valores positivos” (p. 22), entendiendo por ellos los que “faciliten la convivencia y los valores democráticos” (p.21). Y de no existir este proceso de iluminación moral en los niños, pareciera que nos vemos reducidos o a tolerar, a nuestro pesar, unas irreconciliables diferencias, o a llevar a la práctica la máxima hobbesiana, homo homini lupus: “a menos que haya alguna medida para evaluar las diferencias en términos de mejor o peor y que esa medida sea universalmente aceptada, nuestra única alternativa es la tolerancia o la guerra perpetua” (p.23). Personalmente, considero que los valores que se busca enseñar son eminentemente positivos: la autora habla, en concreto, de sinceridad, respeto, lealtad, responsabilidad y justicia, y la forma en que habla de ellos me parece, en la mayoría del artículo, bastante razonable. Sin embargo, la forma en que son transmitidos les quita todo resquicio de bondad, y les otorga un carácter adormecedor, preparando el futuro sometimiento al Estado de derecho y otras instituciones. Puede verse a través de matices y de ciertas formas de entender estos valores que lo que se busca no es tanto la formación del “propio y querido libre-sistema de valores” (p. 29), sino la sumisión a un sistema ético liberal, con la democracia como eje legitimador del discurso. En cuanto a la enseñanza de la sinceridad, “lo primero que hay que enseñarles es a ver la realidad objetivamente”, entendiendo por realidad objetiva una meritocracia que, como vamos comprobando, poco de objetivo tiene: “hay una finalidad en sus vidas, que solo puede ser alcanzada con el esfuerzo personal basándose en las cualidades y capacidades propias” (p. 24). En cuanto a la lealtad, el niño la aprende cuando se esfuerza en cooperar con los otros, pero debido a su falta de comprensión, se basa en “hacer todo lo que pueda para cumplir con lo que sus padres o profesores le dicen que es bueno y evitar lo malo” (p. 26); por lo tanto, el niño entenderá que actúa correctamente en cuanto haya alguna autoridad que se lo reafirme constantemente. En la enseñanza de la justicia, algunas cuestiones destacables son “respetar la propiedad ajena” (el énfasis por el respeto de la propiedad puede visualizarse a lo largo de todo el artículo, si bien en algunos casos muy matizado) y “cumplir las órdenes expresas de sus maestros y padres” (pp. 27-28); en la adolescencia, “conviene enseñar a los chicos lo que es la ley, pero no solo la ley civil, sino también la ley natural” (p. 29).

¿Realmente es esta una enseñanza en la libertad? En tanto que la libertad es entendida como esclavitud, sí, afirmo que lo es. No existe la “enseñanza en valores”: por su propia naturaleza, su carácter primordialmente subjetivo, un valor solo puede ser impuesto. El profesor, a través de la ardua actividad de inducir al niño el bien, la ciudadanía y los valores democráticos, le está inculcando de manera violenta la ética liberal dominante. Y cuando dicho niño intenta actuar fuera del marco normativo que se le impone, inmediatamente se encuentra sujeto al castigo, a la sanción, a la reprobación del maestro, de los padres, del resto de sus pares. El acto punitivo se traslada ahora del mundo material al ideal: no golpeamos más el cuerpo de los niños, pero asediamos su mente para engendrar un ciudadano obediente y consecuente a los intereses del Estado y del sistema hegemónico. Contra esto, sólo una “educación antiautoritaria [que] pone al niño en el centro de la relación educativa, es decir, [que] tiene un carácter paidocéntrico” (Cuevas Noa, 2003, p. 183) puede significar la verdadera manumisión de los individuos. Esa es la verdadera libertad: la educación de individuos, no de siervos.

Referencias

Calderón España, M. C. (1989). Necesidad de la educación en los valores democráticos. Cuestiones Pedagógicas: Revista de ciencias de la educación. Vol. 6-7, pp. 21-30. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=1335555

Collins, R. (1971). Functional and Conflict Theories of Educational Stratification. American Sociological Review. Vol. 36 (no. 6), pp. 1002-1019. Disponible en: http://www.communicationcache.com/uploads/1/0/8/8/10887248/functional_and_conflict_theories_of_educational_stratification.pdf

Cuevas Noa, F. J. (2003). Anarquismo y educación: la propuesta sociopolítica de la pedagogía libertaria. Madrid: Fundación de Estudios Libertarios Anselmo Lorenzo. Disponible en: https://periodicohumanidad.files.wordpress.com/2009/01/francisco-cuevas-noa-anarquismo-y-educacion.pdf

Escudero Rodríguez, A. (2011). Ciudadanía y educación para la ciudadanía. Trabajo de grado, Doctorado en Derecho, Universidad de Castilla la Mancha: Albacete. Disponible en: https://ruidera.uclm.es/xmlui/bitstream/handle/10578/2956/TESIS%20Escudero%20Rodr%C3%ADguez.pdf?sequence=1

Juan Martín Rojo Condomí Alcorta

juanmartinrojo2012@gmail.com

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