Una caja de cenizas, el Estado y la próxima revolución en Cuba

Cuba sin Fidel Castro. El hecho que venían cocinando en su imaginación adeptos y enemigos durante años ya es una realidad consumada. Sin hacer mucho esfuerzo para sentirlo, se ha percibido un intenso silencio público que ha tenido relativa vida propia frente a la imponente maquinaria estatal de duelo nacional. Los voceros oficiales insistieron en que ese silencio fue una expresión palpable de consternación de masas. Los opositores anti-castristas recalcar  que ese mutismo fue otra muestra del  temor a las represalias que pudieran sufrir aquellos que celebraran el hecho en medio del luto oficial.

Pero ni la consternación, ni el júbilo reprimido fueron los únicos ingredientes que se pudieron percibir en ese momento en Cuba. En el dialogo cotidiano con vecinos, amigos, familiares y personas comunes en la calle, tuvimos la certeza de que la muerte de Fidel Castro pudo ser un hecho trascendente para Cuba, para el mundo y hasta para la llamada Historia Universal, pero a la misma vez no dejó de ser una noticia de escasas consecuencias prácticas para la agobiante cotidianidad sin esperanzas que, como en todos lados, vivimos los que dependemos de la salud de la dictadura salarial.

Tampoco había mucho que festejar, teniendo a la vista el incierto panorama que deja tras de sí Fidel Castro, con un hermano que en diez años gobernando ha tenido los grandes méritos de aflojar las tensiones autoritarias que dejó Fidel Castro para que lo esencial del sistema siga igual y crear las condiciones generales para que vuelva a parecer  novedoso el razonamiento de aquel otro general-presidente proveniente de Holguín:

“(…) es que hay dos tipos de socialismo. Uno significa anarquía y el otro funciona bajo la disciplina del gobierno. Uno debe ser realista (…) queremos enseñar al pueblo que los obreros y el capital son necesarios y deben cooperar. Queremos desterrar las ideas utópicas que no funcionarán, pero en las cuales nuestro pueblo cree”[1]

Es que la implementación de este tipo de socialismo en Cuba ha tenido una historia más larga que la que nos cuentan los actuales seguidores de la familia Castro. El anterior dictador, Fulgencio Batista, hizo una contribución fundamental para el socialismo autoritario en la Isla, como lo expresó con claridad meridiana en la reflexión anterior, que si se sigue ignorando  no podremos tener una idea cabal de la función histórica de Fidel Castro en la historia de Cuba.

El 20 de noviembre del próximo 2017 se cumplirán 80 años del primer evento político para masas convocado y gestionado por el sargento coronel Fulgencio Batista, para lo cual se valió de la entonces Secretaría del Trabajo, que le  garantizó  la asistencia obligatoria al menos de los empleados públicos de La Habana; el ejército le permitió reclutar por la fuerza  trenes, camiones, tranvías, automóviles, para lograr concentrar entre 60 mil y 80 mil personas en el Stadium La Tropical, como propaganda mediática para promover lo que fue el llamado Plan Trienal del anterior dictador[2].

Fue aquel el primer acto en Cuba de lo que se convertiría en una tecnología dramatúrgica de movilización permanente de masas en función de los intereses exclusivos del Estado cubano, que después sería manejada durante más de medio siglo con una maestría insuperable por Fidel Castro. Lo que en 1937 fue una balbuceante iniciativa autoritaria apenas gestionada por la Secretaría del Trabajo y el Ejército Nacional, después de 1959 aquella iniciativa fundacional de Batista se convirtió en una técnica de uso cotidiano que abarca a la totalidad de las instituciones del país y a  millones de personas en todo el territorio nacional hasta hoy.

Los procederes gubernamentales que en Cuba inauguró Fulgencio Batista y que heredó y desarrolló hasta la perfección Fidel Castro, deja ahora con su muerte ampliamente abierto el camino para que sus candidatos a sucesores redescubran, con sorprendente actualidad para ellos, lo más auténtico del pensamiento político de Batista y las aportaciones  de su Comandante en Jefe a ese gran propósito compartido por los dos gobernantes de lograr el control total de Cuba, por medio de la maquinaria del Estado nacional.

Si Fulgencio Batista no tuvo el coraje, ni la pretensión, ni la oportunidad epocal, de plantearse una ruptura con la hegemonía imperial yanqui en Cuba para llevar a cabo la realización plena del Estado Nacioanl, Fidel Castro sí tuvo la inmensa audacia y la coyuntura histórica favorable para desafiar directamente el dominio de EE.UU. sobre Cuba. Bajo el efecto sublimante de ese colosal propósito, más su soberbio talento de príncipe maquiavélico, logró convertir en sistema lo que fue una simple frase demagógica de Batista: un socialismo bajo la disciplina del gobierno, que ha sobrevivido a los más grandes desastres del último medio siglo y que ha convertido al Estado Cubano en una maquinaria imponente que no tiene reservas ningunas en afirmar como el 1 de mayo de 2008 que “socialismo es soberanía nacional”, es decir… Nacional-Socialismo.

Es que Fidel Castro fue el gran arquitecto no sólo de “La Revolución” , sino de algo que sus millones de acólitos no  pueden definir con precisión todavía pero que a todas luces es el Estado de Bienestar en su versión estalinista en Cuba, un modelo de gestión gubernamental surgido de la particular ubicación de la Isla en el escenario de la Guerra Fría, como aliado privilegiado  de la URSS en América Latina, lo cual le permitió al Estado cubano contar con excepcionales recursos para poner en práctica  los emblemáticos programas de educación integral desde el pre-escolar hasta la enseñanza superior, un sistema de salud universal y gratuito, el pleno empleo, urbanización masiva,  mejoras civilizatorias fundamentales para los millones de excluidos por el capitalismo neocolonial que han distinguido a Cuba del resto de los países de la región.

Como en todos lados donde se han implementado estas políticas, ellas permitieron una mejoría sustancial en los niveles de vida de las masas más postergadas, pero junto a ello y simultáneamente, -intensión estratégica-,  un fortalecimiento sin precedentes del entramado de instituciones gubernamentales, que han conducido a una verdadera apoteosis del bienestar del Estado en Cuba.

Pero Fidel Castro hizo mucho más con el uso de esos cuantiosos recursos que adquirió de la relación privilegiada con la URSS, convirtió al Estado cubano en un influyente actor en política internacional, en la descolonización de África, Asia y en la expansión de los movimientos antiimperialistas en América Latina, haciendo de Cuba un epicentro activísimo de las tendencias con intensiones socialistas no alineadas a la hegemonía soviética.

Después cuando se desplomó la potencia imperial soviética Fidel Castro y su inmenso prestigio internacional resucitaron un nuevo movimiento anti-neoliberal en América Latina que llegó a convertirse en gobiernos en importantes países de la región y junto a ello la puesta en práctica de un programa sin precedentes  de servicios médicos-sanitarios del Estado cubano para los más excluidos del mundo que llevó a los inestimables médicos cubanos a lugares tan remotos como el Himalaya pakistaní o el más cercano pero catastrófico Haití.

Sin embargo hay que decir también que todos esos movimientos anti-coloniales y anti-neoliberales que aupó Fidel Castro desde Cuba se encuentran una década y media después en una profunda crisis política, moral, epistemológica etc., desde Sudáfrica, Angola, Argelia, hasta Venezuela, Brasil, Argentina y en camino de adentrarse en esa misma crisis en Nicaragua, Ecuador, Bolivia, El Salvador o Viet Nam. Por otro lado, aquel inédito y admirable programa de servicios-médicos cubanos para los países del Tercer Mundo hoy es simple y ordinariamente  la principal fuente de ingreso de la burguesía fidelista que maneja el Estado cubano.

II

La muerte del Líder Máximo ocurre en momentos en que la maquinaria estatal cubana resucitada en 1959-60, se adentra en otra crisis de reproducción material, hundida en gastos de inversión y control social que la hacen insostenible, pero con una legitimidad popular que se mantiene altísima a pesar de todas las deserciones. Esta peculiar y favorable situación las élites gubernamentales la están aprovechando a fondo para desmantelar el Estado de Bienestar Cubano de la época de Fidel Castro y la Guerra Fría, “sin prisa pero sin pausa”, como ha afirmado el general-presidente Raúl Castro. Para ello se verán precisados a vender al país en pedazos por tal de sostener su Estado, por eso prefieren mejor aliarse con los más grandes grupos financieros del mundo que refinancien sus deudas, antes que dar un solo paso firme en avanzar en una socialización de las escalas de decisión y de las capacidades de gestión de las personas y los colectivos sobre sus vidas, que encarnen en realidades concretas, y no en abstracciones de propaganda, los pasos modestos pero precisos hacia la comunización de la vida cotidiana y la extinción del Estado burocrático y parasitario.

En aras de este perfeccionamiento y racionalización del capitalismo estatal en Cuba los herederos de Fidel Castro cuentan con dos herramientas fundamentales legadas también por Fulgencio Batista: la Central de Trabajadores de Cuba, organización sindical fraguada en enero de 1939 producto de la alianza entre el aparato político-militar batistiano y los estalinistas cubanos, garantiza hasta hoy  el control total del movimiento obrero cubano por parte del Estado y los gobiernos de turno.

Si en 1939 fue un cuadro del Partido Comunista llamado Lázaro Peña –luego conocido como el “capitán de la clase obrera”- el encargado por Batista de gestionar esta alianza, en 1960 recibió ese mismo encargo de Fidel Castro y tuvo el tiempo suficiente de crear una escuela de oportunistas y aprovechadores que ha dado lugar a personajes clonados de Lázaro Peña como Pedro Ross Leal o Salvador Valdés Mesa, que han dedicado su vida a mantener y vivir del legado de Fulgencio y Fidel Castro de hacer un socialismo bajo la disciplina del gobierno.

El Código de Defensa Social de abril de 1939, pieza clave que retrata el espíritu fascista batistiano, es otro instrumento heredado del sargento-coronel Batista que ha sido ratificado con nombres distintos y vigorizado hasta el infinito bajo el poder de Fidel Castro. Desde su puesta en vigor ha servido para regularizar la pena de muerte por delitos políticos, el protagonismo de los tribunales militares y la arbitrariedad represiva en general; pieza jurídica olvidada interesadamente por todas las tendencias políticas tanto pro-demócratas como pro-dictatoriales, el Código de Defensa Social no fue formalmente anulado ni por la Constitución de 1940, ni la de 1976, ni la de 1992, por lo que  ha mantenido y mantiene su total utilidad frente a los conflictos sociales que generarán el desmantelamiento del Estado del Estado de Bienestar estalinista cubano en los próximos años.       

Después de tantas vidas destrozadas  en medio de supuestos antagonismos, después de tantas torturas infernales para provocar demencia y desmoralización, después de tantos fusilamientos sumarios, amargos exilios, largas penas en cárceles horrendas, de tantos discursos encendidos y sublimes, después de tanta soberbia e intolerancia, se irá haciendo cada vez más visible con silencioso cinismo que lo más depurado e inconcluso del espíritu batistiano, puede hacer aportaciones sustanciales a eso que ahora los hombre de Estado en Cuba  han logrado finalmente definir como la actualización del modelo económico del socialismo cubano.

III.

En una fecha tan temprana como el 10 de enero de 1959 el periódico El Libertario que recién salía de la férrea clausura que le había impuesto la policía política batistiana, publicó un texto del hoy olvidado militante anarquista Antonio Landrian donde por primera vez intuyó estas confluencias:

La Revolución Fidelista del 26 de julio ha triunfado. ¿Triunfará su ideal? ¿Cuál es su ideal? Principalmente la libertad o dicho en imperativo: la liberación. ¿De qué? Del yugo batistiano. El yugo batistiano era violencia, imposición, peculado, despotismo, coacción, tortura, obcecación, autoritarismo y sometimiento en cadena. Era centralismo, soborno y servilismo incondicional… Mientras quede en pie uno de estos pilares del derrocado régimen de Batista, no habrá asegurado su victoria la revolución encabezada por Fidel Castro.

Excepto la violencia y la tortura policiaca, que hace unos años han pasado temporalmente a un rol menos público y visible en Cuba,   todos los demás factores señalados por Landrián no sólo han quedado en pie después de 1959, intactos de la dictadura anterior, sino que han tenido un reforzamiento y un desarrollo exponencial desde aquellos días hasta hoy, lo que condujo a que el propio Landrián y los compañeros que animaban El Libertario, no pudieran disfrutar de los aires de libertad de esa Revolucion Fidelista más allá de mayo de 1960, en que fueron otra vez clausurados, encarcelados, exiliados y prohibidos por la nueva policía política, ahora “revolucionaria”.

La imposición, el peculado, el despotismo, la obcecación, el autoritarismo, el sometimiento en cadena, el centralismo, el soborno y el servilismo incondicional a la maquinaria estatal han seguido teniendo una activísima existencia en Cuba más allá de la derrotada tiranía de Fulgencio Batista. Esa personal intuición que tuvo nuestro compañero Antonio Landrián, perdido en el torbellino de la historia, se ha convertido en la base estructural del funcionamiento de la vida cotidiana en Cuba hasta el momento en que están ocurriendo los funerales de Fidel Castro.

Unos amigos que estando en el parque central de la ciudad de Artemisa a la hora en que murió Fidel fueron expulsados del sitio por la policía y agentes de la Seguridad del Estad, porque “ahora no es momento para estar sentado en el parque conversando”; estudiantes becados  en una universidad habanera que los policías encubiertos que pululan en esas instituciones les cerraron las puertas de acceso a sus habitaciones la tarde del 28 de noviembre, porque “tienen que ir a la Plaza de la Revolución o irse para la calle hasta que se acabe la actividad”; la paralización total del transporte estatal en la capital desde el mediodía del 29 de noviembre para  lograr que la población sólo estuviera en la calle para ir al acto masivo de las 7:00 pm, la prohibición de  toda actividad deportiva en las áreas verdes colindante a cualquier avenida importante, multas de hasta 1500 pesos, (tres meses íntegros de salario) para el que agarraran consumiendo bebidas alcoholicas en público en los días de luto… son una ínfima muestra de cuáles son los procederes cotidianos con que operan los defensores estatales del supueso socialismo en Cuba.

Fidel Castro nos deja un país con uno de los niveles de instrucción, de salud y calidad de vidas más altos de América, pero todo ello atravesado por el interés estratégico del funcionamiento estable de su maquinaria estatal, en nombre de la lucha contra el imperialismo yanqui y sus lacayos locales. En la realización de ese propósito dio lugar a una sociedad que se encuentra al borde de una crisis migratoria permanente y un colapso demográfico en el horizonte. En esto las políticas imperiales yanquis han tenido un rol decisivo, pero no menos determinante ha sido que  la dictadura sobre el proletariado cubano conducida por Fidel Castro ha convertido a Cuba en un territorio poblado por un “… inmenso rebaño de esclavos del salario (…) que piden ser esclavos para mejorar su condición”… en cualquier parte del mundo, haciendo realidad las más dolorosas pesadillas del ex anarquista cubano Carlos Baliño allá por 1897 en su texto Profecía Falsa.

Ese inmenso rebaño de esclavos del salario, antes pueblo revolucionario, ya estaba en pleno proceso de degradación moral y desposesión material, cuando Fidel Castro pronunció en su discurso del 1 de mayo de 2000 su último concepto de Revolución, sacado del olvido los días de sus honras fúnebres, en el cual afirmó, entre otras cosas, que: “Revolución es cambiar todo lo que debe ser cambiado”. Hace cincuenta años era pragmáticamente inferible que el sujeto omitido de esa definición era sin dudas aquel pueblo revolucionario que alguna vez existió; en el año 2000 el sujeto omitido  de esa oración no es otro que el propio Fidel Castro, con su  capacidad de maniobra y su imponente aparato ideológico-policiaco, que ya en ese año  no muestran rubor alguno de omitir a aquel pueblo revolucionario de su concepto de Revolución, conscientes de que ya lo habían castrado de su capacidad de cavilación y decisión propia y, por tanto, ya no está en condiciones de ser sujeto de una oración y mucho menos de ser sujeto de su propia historia.

En las largas jornadas de duelo oficial que vivimos en Cuba se fue haciendo visible que emergía una nueva consigna de masas: “¡Yo soy Fidel!”, que expresa muy bien el estado de esa amputación colectiva. Y entre el inmenso mar de banderas, fotos y carteles auto-elaborados que se vieron por televisión desde Santiago de Cuba, había uno portado por una mujer que decía “¡Yo soy Fidel! ¡Ordene!”. Semejante desajuste gramatical y existencial será crecientemente frecuente en el pensamiento de un pueblo que ha tenido la chocante experiencia de ver a la encarnación más soberbia del poder en la historia de Cuba convertida en una simple cajita de cenizas, un pueblo que tendrá que aprender a vivir sin las órdenes de su Comandante en Jefe y tal vez descubra por ese camino que no necesita ni más comandantes, ni más ordenes, sino más fraternidad, más auto-organización, menos vileza y miseria moral entre los de abajo, más responsabilidad sobre nuestras vidas, más imaginación comunizadora, para derrotar al espíritu y a los representantes de la nueva burguesía fidelista, parasitaria y burocrática, que hoy está reconstruyendo íntegramente en Cuba el capitalismo y sus viejos horrores ante nuestras propias narices y disimulan llorar cuando realmente están de fiesta.

Todo lo que facilite ese aprendizaje será una contribución directa para la próxima revolución en Cuba. Todo lo que obstaculice ese descubrimiento popular será la expresión más precisa y actualizada de la contrarrevolución. Las proporciones que en lo adelante logre alcanzar el fidelismo como corriente de ideas dentro del izquierdismo fuera y dentro de Cuba serán la expresión exacta de cuanto habrá avanzado la bancarrota moral de las izquierdas autoritarias, estatistas y desarrollistas en el mundo y pondrá sobre la mesa nuevamente la necesidad de seguir fraguando “…los modos más seguros de sacarle los cimientos al orden social de hoy y ponerles otros más seguros sin que se venga abajo la casa…”, como apuntó en enero de 1890 José Martí, reflexionando a propósito de “…aquel tierno y radioso Bakunin”[3].  

Marcelo “Liberato” Salinas

Notas:

[1] Gracias al acucioso investigador norteamericano Robert Whitney podemos tener acceso a este documento que está por demás  disponible en el libro Estado y revolución en Cuba, tranquilamente publicado por la editorial Ciencias Sociales de La Habana en 2010, p.230

[2] Toda la prensa de la época en Cuba cubrió esta inédita noticia y el acusioso investigador Robert Whitney en el mismo libro Estado y revolución en Cuba. Ob.Cit. pág 283, da cuenta de este hecho por medio de fuentes gubernamentales norteamericanas.  Ver: Archivo del Congreso de los EE.UU.  Grant Watson  a Eden, La Habana, 2 de diciembre, 1937. PRO/FO/A/9019/65/14, no.171.

[3] “Desde el Hudson” Obras Completas, tomo 12, pág. 378. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1982.

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