«Las verdaderas armas son las ideas y las acciones»: Crónica del 4° aniversario de la CRSJ-PCP en Alacatlatzala, Guerrero

Demián Revart

Llegamos por la mañana del fatídico #1DMX. Las mujeres de la comunidad destazaban los pollos para la comida, los hombres colocaban mantas a lado de las ollas para que los rayos del sol no molestaran durante la jornada matutina. En la Comisaría Municipal, los instrumentos de banda, las armas, las sonrisas y todo listo para el 4to aniversario de la Coordinadora Regional de Justicia y Seguridad – Policía Ciudadana y Popular (CRSJ-PCP).

«¿Y son una nueva guerrilla?, ¿también son autodefensas?», tendría que babear alguien con el dedo apuntando como Minos al entrar al Infierno. Venga, es re-fácil juzgar cuando no se ha vivido la extorsión, la exclusión y el hacinamiento político en carne propia, al que son arrojadas las comunidades indígenas y las que quedan a años luz del «progreso», es decir, estos pueblos son hacinados en un mismo balde de promesas y retóricas. Los partidos y sus políticos de bronce son como el marido maltratador; convence con dulces palabras, pero después golpea, humilla y controla cada centímetro de mujer. Y bueno, la respuesta a esa pregunta aletargadora es NO. Los compas no son guerrilleros (porque mucho se ha dicho de que su fundación sea en la fecha en la que el profesor Lucio Cabañas fue asesinado), simplemente son un movimiento político que se autoprotege ante la violencia generalizada, se autogestiona por la seguridad, le grita al Estado y a los grupos del narcotráfico que se vayan de sus tierras: «las armas deben ser las ideas y propuestas. Las escopetas de calibres bajos son únicamente para protegernos y defender la vida», dicen en el decimoquinto punto de su Manifiesto.

Nos recibió uno de los integrantes de la nueva célula de la PCP en Alacatlatzala. Bajo de estatura, con el corazón más grande que el ego de los artistas de T.V. y sus páginas de Facebook. Comenzamos a pintar un mural alegórico, la idea tendría que ser colectiva, por lo que compartimos los saberes e historia de los habitantes de la comunidad sobre su visión de lucha, de naturaleza, de dignidad. Esta es nuestra escuela. Cambiamos la pizarra por la palabra.

-¿Y para usted qué significa vivir en comunidad?-, le pregunté a uno de los compañeros.

-Compartir todo esto que nos da la tierra, el desayuno, la comida, la cena, el café, esta charla. La gente no comprender cómo vivimos por acá, porque pienso que nosotros SÍ vivimos, pues-, me responde. Quedé atónito. Ningún libro o «intelectual» me lo podría haber explicado de mejor manera.

Seguimos echando la ‘chocha’. La mayoría son indígenas y hablan la lengua tuun savi. Algunos ensayaban el paso redoblado y las palabras que dirigirían a los movimientos sociales que llegarían al día siguiente. Despertaba la noche, arribaron camionetas con los integrantes de la PCP de otros municipios: Temalcatzingo, Cualac, Olinalá, etc. Se saludaron como si hace años no se vieran (esa calurosa armonía que tanto nos hace falta con nuestros cercanos). Continuamos el mural, el café había reemplazado a la sangre. El aguardiente nunca falla como regulador anatómico. La madrugada se resbaló del cielo…

Varios muralistas no durmieron para terminar la obra comunitaria. Llegó un camión con estudiantes y maestros de la UACM, además de diversas organizaciones sociales de la Ciudad de México. Nos llevaron al comedor comunitario de Malinaltepec, allí se repartió el pozole que las mujeres prepararon desde nuestra llegada. Nos congregamos a las afueras de un museo natural sin sede: montañas, nubes, azules, mirlos, verdes, cafés, el espectáculo no necesita siempre ser televisado o estar en un edificio, lo tenemos a flor de pupila pero no sabemos apreciarlo.

Se formaron los contingentes, hasta adelante los voceros de la PCP de Alacatlatzala, después los integrantes de los demás municipios, le siguieron la banda de guerra de la telesecundaria, jóvenes de otras escuelas y del bachillerato de la comunidad, que con pancartas, también sueñan con un mundo mejor donde la violencia no camine las comunidades, sino, la palabra.

«Mientras siga habiendo injusticias, el pueblo se seguirá organizando. Como pueblo naa’ savi, hemos decidido en asamblea conformar nuestro propio sistema de seguridad y justicia indígena y popular», se escuchaba trote a trote en el megáfono de hasta adelante de la marcha. Las personas salían de sus casas como si se le hubiera olvidado quitar la ropa en día de lluvia. Con el smartphone tomaban fotos, algunas con niños en brazos, otras veían desde lejitos mientras daban de comer a sus burros y gallinas.

Los tambores y las cornetas marcaban los pasos. Los medios libres subían a sus redes los gritos del pueblo -necesitaremos más que hashtags para ganar esta batalla-; era evidente que ni Televisa, TvAzteca ni el recién nacido Imagen Televisión se mancharan sus trajes para informar lo que pasaba por acá. La montaña nos protegía. Los sombreros firmes y descarapelados (¿acaso no estarán ocultos en estos valientes luchadores los espíritus de Zapata, Magón o de Lucio Cabañas?).

En el undécimo punto de su Manifiesto, a manera de auto-conciencia política, los compañeros expresan que «la CRSJ-PCP, comprende la necesidad de quienes compiten y  pretenden conseguir canonjías o curules en el aparato estatal y que se sientan encumbrados por las palmaditas de sus tutores. Pero les debe quedar claro, que en territorio comunitario, se han modificado las circunstancias y el pensamiento de sus potenciales votantes; los pueblos hemos decidido  ya no quedarnos en la inercia de esos sainetes electorales; ningún miembro del movimiento será presa ya del chantaje o manipulación política.» En ese sentido, la ceremonia de inauguración fue un contundente acto de dibujar una línea entre el Estado y los movimientos populares, entre el chantaje y la honestidad, entre lograr la paz o abrirle las puertas -por más tiempo- a sus guerras. Con una ofrenda cíclica y redonda como el orden de la vida, una orquesta agrícola de chilacayotes, chayotes, mandarinas, maíces, ayocotes, flores de cempaxúchitl y sahumerio con copal, una de las autoridades lanzó a la Madre Tierra unas cuantas oraciones por la protección de los integrantes de la PCP y de sus familias: «te pedimos dar la fuerza, paz, salud, armonía, para nuestros hermanos y hermanas que a diario luchan contra la injusticia cometida por el mal gobierno», recitó con una sabihonda voz, algo traqueteada por el uso.

Unas decenas de voluntarios erigieron una protesta colectiva, las hileras bien derechitas, los brazos en alto. «Este es un momento histórico, compañeros», se escuchaba en el micrófono. La comunidad de Alacatlatzala se sumaba firmemente al compromiso del cuidado de su territorio y seguridad. Se fundó ese 2 de diciembre de 2016 un nuevo grupo de la Policía Ciudadana y Popular en ese patio neblinoso y grisáceo en el que un día, todos fuimos hermanos, y esa es la afrenta: seguir siéndolo desde -como dicen en las bodas- la enfermedad y las adversidades. Más que por un triunfo político, pienso que nuestros combates también deben ser existenciales y por el triunfo del afecto.

«Nuestra lucha también es contra la avaricia, la envidia y el egoísmo que nos implanta el sistema» decía Citlali Pérez en un emotivo discurso. Tomó la palabra uno de los padres de los 43 normalistas: «su lucha también es la nuestra», exclamaba. Hicimos un conteo del 1 al 43 para decirle al tiempo-espacio que aún no los olvidamos. Jovencitas recitaron un cuadro poético, algunas otras bailaron una coreografía con electronic dance music. Los más pequeñitos montaron danzas típicas de Nuevo León. En el patio; helados, botanas, frutitas con chile y aguas naturales.

  

Una hilera se formó de repente para la comida. ¡Cómo olvidar esas tortillotas ‘tamaño universo’ y el sazón del caldo de pollo! Continuaron las actividades culturales con los compas de CLETA-UNAM que entretuvieron a la gente con canciones disidentes, de un momento a otro, todos sonreían a la síncopa rebelde de la guitarra. La tarde se extinguía como fumarola de volcán. Presentamos el mural por fin, se tituló «Ñuu kumi ta tyiñu, koo kdaayi, kunami kuatyi, ña koo vaa’yo, tasaá vií yo», que traducido sería «Soberanía popular, libertad, justicia, seguridad y paz». Más que nombres para enmarcarse en oro, estas eran las consignas convertidas en vértices y veladuras de colores.

-Nuestro mural también es acompañado por una serie de trabajos autogestionarios desde la historia, la escritura, el periodismo de investigación, la filosofía, lo audio-visual. Volveremos compas-, dijo un joven tras los aplausos de la comunidad.

-Gracias compañeros. Nos apena no tener con qué pagarles-, decía con un gesto de grima uno de los habitantes.

-¡Qué va!, ustedes nos pagan con el simple hecho de luchar y organizarse. No se detengan, no claudiquen, con su ejemplo «nos cobramos». ¡HASTA LA ARMONÍA SIEMPRE!-.

En un parpadear, el lugar quedó vacío, pero las páginas de la historia quedaron llenas.

Alacatlatzala, Malinaltepec, Guerrero, 02 de Diciembre de 2016

Fotografías: Demián Revart

Publicado el 05 de Diciembre de 2016 en:

http://rupturacolectiva.com/las-verdaderas-armas-son-las-ideas-y-las-acciones-cronica-del-4-aniversario-de-la-crsj-pcp-en-alacatlatzala-guerrero/

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