Romper con la «dominación justa»

Con este texto, queremos recordar las diferentes concepciones de la libertad y cómo, en el mundo moderno, se ha acabado consolidando la idea de una dominación justa, enmascarada de liberalismo y democracia, aliada de toda una maquinaria de explotación económica; la única excepción política en la sociedad contemporánea: el anarquismo.

Según Benjamin Constant, existen dos tipos de libertad: la libertad de los antiguos griegos (democrática, pero que acaba generando despotismo) y la libertad de los modernos (también llamada libertad liberal, que se considera supuestamente «garantía de libertad»). Los dos modelos, como síntesis, dieron lugar a los regímenes liberal-democráticos, en los que se desarrolló ferozmente el capitalismo y aparece por ello este sistema económico inevitablemente ligado al modelo sociopolítico llamado también «democracia representativa». Dijo Constant: «La finalidad de los antiguos era la partición del poder social entre todos los ciudadanos de una misma patria. Era eso lo que llamaban libertad. El objetivo de los modernos es la seguridad en los disfrutes privados, y llaman libertad a las garantías acordadas por la instituciones a esos disfrutes». Puede decirse que la libertad de los modernos es negativa (libertad «para», frente a la libertad «de» positiva), ya que supone que los individuos son libres antes de instaurar la sociedad y urge defender esas libertades ante el peligro que supone el pacto social (los que conozcan mínimamente las ideas anarquistas sabrán que nada más lejos de su propuesta esta libertad «liberal» o «moderna»).

Esta ya vieja distinción entre dos únicos modelos de libertad sigue siendo útil para el sistema vigente. La libertad democrática de los antiguos supondría, según estos ideólogos del poder, el germen de lo que en el siglo XX fueron los totalitarismos (fascista o comunista). La libertad liberal, aun dando lugar a una forma de dominación política, se basa supuestamente en una soberanía popular que da lugar al sistema representativo y que está unida interesadamente al capitalismo. Naturalmente, la difusión grotescamente simplificadora de dos únicos modelos, aprovechando la ignorancia política y la apatía social de la mayoría de los sujetos en la sociedad capitalista, es una de las grandes bazas que posee el modelo sociopolítico vigente.

No es cuestión de alabar el modelo democrático de la Antigua Grecia (es recurrente hablar del sexismo y del clasismo imperante en aquellas sociedades), pero sí es necesario aclarar algunos puntos. La polis griega (a partir del sigo VII a.c., coincidiendo con el desarrollo de la filosofía) supone una ruptura con el mundo arcaico precedente al tomar conciencia los hombres del hecho de que son ellos los únicos causantes de las instituciones sociales y políticas. No existía el Estado, en su sentido moderno de una instancia política separada del cuerpo social, y lo original de la polis era su condición de autoinstituyente mediante un espacio público en el que los hombres son iguales y la palabra es libre (la famosa «ágora»). No existían los representantes, ya que el voto mayoritario expresado en esa asamblea servía para tomar una decisión. Para los libertarios, los de verdad, lo criticable en este modelo es que la ley de la mayoría sigue produciendo excluidos y supone también una ley de la fuerza para los que no quieren seguirla o no participan. Era un modelo socipolítico que no estaba basado en una instancia externa que produjera la ley, que tuvo una corta duración histórica; la heteronomía será propia de cualquier régimen hasta la modernidad.

Hay que recordar (para los expertos, al parecer, resulta ridículo hacerlo) que el proceso de secularización, que supone dejar a un lado toda garantía metafísica de la legitimidad del orden social, no empieza con la modernidad. Como ya vieron los antiguos, son los hombres, de manera inmanente, los que dan lugar al mundo sociopolítico. Por lo tanto, hay que desterrar la idea preescolar de que es la modernidad (o el liberalismo o el capitalismo) la que provoca la idea de que la sociedad civil es una creación humana producida por convención. Los regímenes liberal-democráticos, nacidos después de la Revolución, son consecuencia de la lucha con la monarquía por derecho divino; sobre el pensamiento de Hobbes, Locke, Montesquieu y Rousseau se edificará la forma institucional que da lugar al moderno Estado (unido al liberalismo político y a la democracia representativa). El liberalismo político se basa en gran medida en la defensa de la propiedad privada, en el atomismo social, en la alienación de una parte de la libertad (ya que suponen que los individuos son libres antes del pacto social), en el gobierno representativo y en la separación entra la «sociedad civil» y el Estado. Sería absurdo negar el gran progreso que supuso el liberalismo frente al Antiguo Régimen, pero muy pronto la cosa desembocará en un modelo autocomplaciente que supondrá liquidar cualquier atisbo de transformación social. Es más, el modelo liberal-democrático se basará en la creencia expandida de que es un modelo de dominación justo y se seguirá apoyando en una instancia abstracta separada del cuerpo civil, el Estado.

Hay quien dice, seguramente con plena razón, que sin Bakunin no existiría el anarquismo moderno tal como hoy lo conocemos. Y el gigante ruso considerará la libertad como el resultado de la asociación humana. Por lo tanto, la libertad es una creación del hombre (no nos meteremos en un terreno delicado, pero tal vez más pensadores modernos de los que suponemos son recuperables para la posmodernidad), un valor positivo, es la consecuencia de la acción de todos y de cada uno. Bakunin: «la humanidad es un todo colectivo, en el cual cada uno completa a todos y tiene necesidad de todos; de modo que esta diversidad infinita de los individuos humanos es la causa misma, la base principal de su solidaridad, un argumento todopoderoso en favor de la igualdad».

El paradigma de la «dominación justa» es el que hay romper hoy en día, debe considerarse la autonomía como una posibilidad y ello pasa por romper con un modelo en el que no quepa la hetoronomía (según la cual, la norma mana de una instancia separada de la sociedad). Por mucha palabrería que se emplee (liberalismo, libertad, democracia, derecho…), no creemos posible negar que los Estados modernos siguen siendo «oligarquías» en las que la participación es muy limitada y detrás de las cuáles se encuentran élites mundiales de diverso pelaje. Por más que se enmascare, continúa siendo la norma la explotación, la miseria de una mayoría, la guerra (maquillada de no se sabe qué), e incluso el fomento de la ignorancia y del fanatismo (que adoptan diversas formas, también en individuos supuestamente ilustrados, de ahí la trampa de la modernidad). No podemos dejarnos engañar por libertades adquiridas en determinades sociedades supuestamente avanzadas, libertades que suponen carencias en tantas partes del planeta; es nuestra obligación, si nos consideramos anarquistas, profundizar en todos las cuestiones, especialmente en «lo social». En la cuestión social siempre insistieron los libertarios, los de verdad, y en la constante evolución, que pasa por darle un sentido social más perfecto a la palabra «libertad».

Capi Vidal
http://reflexionesdesdeanarres.blogspot.com.es
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