Los que emigramos y nos fuimos quedando lejos

Esto no lo hubiera podido escribir de recién emigrada, recién llegada un caos me absorbía: emociones encontradas, rechazo al suelo extranjero, a la cultura, al sistema, a la diáspora. Y esa profunda depresión post frontera me habitaba.

¿Por qué se quedan? Me preguntaba constantemente, con mi nostalgia por Guatemala a flor de piel. ¿Qué les da este país que ya no regresan? ¿Acaso olvidaron? Un alud de preguntas sin respuestas, por más que las buscaba no encontraba dar con éstas. Era como darme cabezazos contra la pared, era como gritarle al viento y escuchar cómo mi voz se perdía en la nada. Como permanecer bajo de agua buscando respirar.

La razón de la emigración de las masas hacia Estados Unidos tiene como factor principal la pobreza extrema, la violencia y la falta de oportunidades en el país de origen. Nadie se va porque no ame su país. Vendrán las otras razones; oportunidades laborales para los egresados de universidad, el amor, el deseo de crecer, hay tantas como seres humanos en el mundo. Los que buscan asilo político, los que huyen para salvar sus vidas. Estados Unidos está lleno de personas de todo el mundo que sufrieron torturas en sus países de origen, y aunque parezca difícil de creer no tuvieron nada que ver con la política exterior de este país. Y Estados Unidos les abre las puertas y aquí logran el desarrollo que en sus países les fue negado.

Yo emigré por decepción y depresión. Haber intentado todo en Guatemala y no haber tenido una sola oportunidad para realizar mi sueño. Llegó el momento en que me encontré encerrada después de haber dado todo de mí sin que se abriera esa puerta de la oportunidad. El país al que emigraría era lo de menos, lo que yo quería era salir y poner tierra de por medio, Estados Unidos se me cruzó en el camino. Ése es mi caso personal, cada persona tendrá el suyo y no tiene que ser parecido al mío.

Tal vez porque mi razón de emigrar nunca tuvo que ver con dinero ni con sueños de lujos económicos este país aún no ha logrado comprarme. Lo encaro y he aprendido a andar entre las sombras como los millones de indocumentados, he aprendido a conocerlo desde la invisibilidad y desde mi realidad de paria. Desde aquí abajo no hay poralizado que logre burlarse en mis narices, son aguas turbias en las que he aprendido a nadar. Un día cualquiera me echan para Guatemala con una patada en el culo y llegaré en ese avión; engrilletada y enchachada a enfrentarme con esa realidad de deportada con el país que me negó la oportunidad de mis sueños. Con ese país que amo. ¿Por qué sigo aquí? Porque esta realidad para mí también es una universidad, la universidad de la vida y aprendo día a día. La indocumentación es como estar cursando un doctorado, esta experiencia tan enriquecedora nunca la hubiera podido vivir en la Universidad –de mis amores- de San Carlos de Guatemala, con todo y mi reverencia hacia ella.

A mi país he aprendido a amarlo desde fuera, desde la lejanía se logra ver el panorama completo, en el mapa es apenas un granito de arena y es asombroso que dentro de algo tan pequeño quepa tanto racismo, odio, discriminación, tanto clasismo y apatía y arrogancia. Que contradictoriamente sea tan hermoso, con una tierra milenaria siempre preñada de ilusiones, con tantas etnias que lo llenan de colores. De ahí vengo yo. Yo vengo de la miseria extrema, del trabajo infantil, yo vengo de caminar kilómetros con mi hielera al hombro ofreciendo helados, viviendo en carne propia la discriminación y el hambre y el frío.

A mí nadie me va a venir a decir que me agringué, que los “toros se ven mejor desde fuera”. Que si soy tan valiente que me regrese a intentar cambiarlo junto a los que están echando punta dentro. Aquí afuera también hay miles que echamos punta, cargando en los hombros la nostalgia, la discriminación, la diáspora, el idioma extranjero el sistema y el andar indocumentado. ¿Nosotros entonces no tenemos derecho porque estamos fuera?

Y partiendo de ahí viene el señalamiento, ¿por qué nos quedamos? Para entenderlo a cabalidad hay que estar en nuestros zapatos. Siempre es más difícil para el que se va que para el que se queda. El que se va lucha contra la diáspora, el que se queda tiene los recuerdos que afloran en cada esquina. Los que nos vamos tenemos que luchar por reconstruirlos, para abrazarlos constantemente y que nos den la fuerza para continuar.

Viniendo de un país como Guatemala y viviendo en la pobreza extrema es muy fácil que alguien pierda el rumbo, aquí los espejismos están en todos lados, es tan fácil resbalar y caerse. Más cuando se añora, cuando la soledad lapida, cuando el invierno se instala en los huesos, cuando por todo trabajo toca limpiar porquería, pero esa porquería es la que da para enviar las remesas y que la familia que se quedó pueda superarse. Aquí se dejan los pulmones trapeando pisos, restregando ventanas, bañeras, sanitarios, cortando frutas, cargando bloques de cemento. La diáspora en un país como Estados Unidos con todo y sus espejismos logra desorbitar la razón y es cuando las emociones hacen los estragos que quién se quedó no lograría comprender ni explicado con manzanas.

Llevo once años estudiando detalladamente el comportamiento de los indocumentados, de los hijos de indocumentados que nacen aquí, de los estadounidenses, de los emigrantes de otros países, llevo todo este tiempo observando culturas y aprendiendo de éstas, porque en la vida todo es aprendizaje, todo nos sirve tarde o temprano.

Camino a pasos lentos entre los rascacielos y la luces de neón y bajo a las alcantarillas atestadas de indocumentados, ambos mundos apestan: uno de arrogancia y desperdicio y el otro de sacrificio y desconsuelo.

He llegado a comprender que la gente se va quedando lejos porque de pronto el amor que es tan frágil se perdió en la transición, en el tiempo, en la tribulación. Sin amor un ser humano es una astilla cualquiera en una serrería, no tiene forma de reverdecer y retoñar. Sin amor es agua vuelta sal. Y en este país el amor se consume y se evapora en soledad dejando huérfanos a los emigrantes.

Sin el amor que lo es todo, ¿qué más da morir lejos, evaporarse lentamente en la lejanía? Y el amor muere desangrado cuando el tiempo, la necesidad y las circunstancias vuelven un simple proveedor a quien se va, los abrazos quedan como recuerdos, las reuniones familiares como añoranza. Cuando el que emigró pasa a ser una simple remesa que lo significa todo.

Cuando se pierden las ilusiones es como estar muerto en vida, y aquí hay millones de muertos en vida cargando sobre sus hombros a este país y sus países de origen. Ellos son los indocumentados. Para entender a un indocumentado hay que ser uno de ellos. No se vale tratarnos como objetos de estudio desde una pluma fina y un escritorio y portafolios.

La gente se va quedando porque la depresión consume y convierte en andrajo a todo ser humano. Porque la alegría la convierte en llanto y los recuerdos en punzadas dolorosas que vaporizan cualquier intento de resistencia. Es esa agonía perenne.

De pronto lo que queda es trabajar como mula y afanarse con los espejismos que brinda este país porque es ése el disimulo de alegría y superación personal. El progreso lo demuestran con el fraude de comprar un carro de último modelo aunque dejen de comer para pagarlo. Eso le aminora la desolación y así poco a poco caen en el abismo del consumismo. Pero para entenderlo hay que se indocumentado y vivir la experiencia en carne propia. De pronto y llegan los documentos que en nada cambian el estado emocional y sentimental de una persona, éstos ayudan a dar rienda suelta al consumismo y al afán.

A mí no me atacó por el lado del consumismo, creo que mi infancia fue una tremenda escuela, vivo con lo básico pero traté de combatir mi depresión post frontera con sexo y alcohol, ese vacío que no se logra llenar con camas un con juergas, finalmente fueron las letras las que me dieron la libertad. Y cuánto quisiera que esos miles también encontraran su razón de ser, pero cada persona lleva su propio proceso y es a su tiempo. La diáspora es una vórtice mortal.

La gente se queda no porque no ame a su país de origen es que de pronto la patria también es recuerdo de un pasado en el que bien pudo haber sido feliz o experimentado la amargura de su vida. Los recuerdos amargos son tormentosos y ese vacío se pretende llenar con lo material que es a simple vista lo despampanante. Por muchas razones Estados Unidos es el primer cliente de las drogas, y no solo los estadounidenses la consumen.

He aprendido en todo este tiempo que las personas andan bien vestidas, tienen casas grandes, carros de lujo, pero trabajan hasta 19 horas al día los 7 días de la semana y con y todo el alma se les pudre en la inmundicia de la diáspora.

Solo quién ha estado fuera del país de origen lo sabe, esos embates son suicidas.

La próxima vez que pensemos en señalar a alguien porque decidió quedarse fuera y no regresar pensemos un poquito en el significado real de la diáspora y en los estragos que ocasiona en el ser humano. Tal vez así dejemos de señalar y acusar porque no tenemos derecho alguno. La gente puede decidir quedarse fuera de su país y esto no lo convierte en rajona, en desertora, en traidora y en agringada. Al final la patria es el mundo entero. Para quienes estamos fuera es un enorme orgullo y un privilegio ser en cierto modo embajadores de nuestros países en el extranjero, que no quepa la menor duda.

La próxima vez que veamos un deportado o sepamos de alguien que se fue y que ya no regresó, pensemos un poquito en el estragos que ha vivido y tal vez eso nos enseñe a respetar a todas las personas porque todas están librando una batalla muy difícil. Aprendamos a ver el lado humano…

Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.
Marzo 04 de 2015.
Estados Unidos.
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