Feudalismo académico

INTRODUCCIÓN

feudalHablar de “Feudalismo Académico” puede provocar, en un primer momento, la impresión de un cierto anacronismo, en la medida en que coloca en discusión una noción bastante arcaica. A fin de cuentas, se sabe que el feudalismo fue un tipo de relación social o de sistema social que ha preponderado en las sociedades, sobre todo europeas, entre el siglo V y el siglo XIV. De ahí que al oírse la palabra feudalismo la primera cosa que nos viene a la cabeza es una realidad remota, lejana y obsoleta. Este desaliento sobrevenido de la imagen de una cosa anticuada evocado por la palabra feudalismo, es aún nutrido por una especie de sombra sobre él proyectada: la sombra de la barbarie, de lo que es primitivo, de la estupidez y de la caducidad. No se puede olvidar que Augusto Comte (1973), al describir lo que él llamó marcha de la civilización en su Curso de Filosofía Positiva, caracterizó la época en la que existió la institución feudal como un estadio “teológico y ficticio”; para Comte, se trata de una época cuyo pensamiento perteneció a la infancia del Hombre, en la que la Humanidad estuvo sumergida en las tinieblas de la Edad Media.

Al ubicar la Edad Media en la noche de los tiempos, Comte no hacía otra cosa que reproducir el gran mito del Renacimiento: el famoso esquema tripartito a través del que la historia se nos ha sido enseñada. En este esquema, esto que nosotros llamamos razón, pensamiento racional, racionalismo, habría habitado el mundo grecoromano hasta el siglo V d.C., desapareciendo a continuación repentinamente durante un periodo de mil años para solamente reaparecer alrededor del siglo XIV en aquello que es conocido bajo el nombre de Renacimiento. Se encuentra figurado en este esquema tripartito del racionalismo: 1º) Razón: del siglo V a.C. al siglo IV d.C., Cultura greco-romana; 2º) Ignorancia: del siglo V al siglo XIV d.C., Edad Media; y finalmente, 3º) Razón: a partir del siglo XV, Renacimiento (Murray, 2002). En esta tripartición histórica de la Razón, la Edad Media aparece como una especie de meollo vacío y sin contenido, algocomo una mancha negra en la albura del racionalismo occidental. En el intervalo de aproximadamente mil años, ubicado entre la cultura greco-romana y el Renacimiento, se ha situado el mundo medieval y se ha creado en torno a él la alegoría del eclipse de la razón, de la noche del saber, del sueño de las inteligencias. Desde muy pronto aprendemos en la escuela que la Edad Media, sumergida en la superstición teológica, fue la edad del error, la edad de las tinieblas, la edad de la ignorancia.

De este modo, aquello a lo que se aspira con el título “Feudalismo académico” es a defender precisamente lo contrario: penetrar en las tinieblas de la Edad Media para buscar el valor heurístico que puede tener la noción de feudalismo en una discusión sobre la universidad. En fin, ¿en qué medida la noción de feudalismo, con toda su carga negativa, se puede emplear como hipótesis de trabajo en un estudio sobre la universidad y para qué finalidades? ¿Por qué colocar lado a lado la “sombra” feudal, las “tinieblas” del feudalismo, y el “brillo” académico?

Existen algunas razones para hablar de feudalismo académico. La primera de ellas, ciertamente, es que fue en el interior de las tinieblas del feudalismo en donde la Universidad, tal y como la conocemos, emerge, se gesta, viene a la luz. Por lo tanto, comencemos por precisar un poco la noción: feudalismo es el nombre que se da a un conjunto de lazos sociales que dentro de una jerarquía unen a los miembros de una sociedad.

Estos lazos sociales propios del feudalismo se constituyen concretamente por el beneficio que el señor feudal concede a su vasallo a cambio, obviamente, de un cierto número de servicios; pero a cambio también –y este es el elemento considerado significativo en esta discusión– de un sermón de fidelidad. Así, concretamente hablando, el feudalismo se constituía por el feudo entendido como complejo de derechos: tierras, bienes, rentas etc., y por prácticas de reverencia, de veneración, de respeto, en suma, esto que se ha conocido como relaciones de vasallaje (Weber, 1999).

Prácticas de veneración, reverencia, respeto: estos son los elementos básicos, concretos, que componen el contrato de vasallaje. Este contrato tomaba la forma de un pequeño ritual muy significativo. Según Le Goff (Le Goff, 2004, 71): el vasallo coloca sus manos unidas bajo las de su señor, que las envuelve firmemente, y expresa su gana de entregarse al señor pronunciando la siguiente fórmula: ‘Señor, me hago vuestro hombre’. Este curioso ritual del contrat vassalique sellaba la obediencia del vasallo para con su señor.

Aquí es preciso mencionar, como fue señalado por Weber (1999:298 et seq.), cuánto la práctica de sometimiento del vasallaje se distingue del tipo de sometimiento propio al régimen de dependencia esclavócrata. El vasallaje es una relación contractual “libre” y extraña al tipo de subordinación patrimonial del esclavismo en el que el esclavo es parte del patrimonio de su señor. Precisamente, esa relación contractual libre exigió que las relaciones de vasallaje fueran reglamentadas por un sentimiento de deber extremadamente riguroso organizado bajo la forma de relaciones de fidelidad que son estrictamente subjetivas y personales, y que eran objetivadas y fijadas en un contrato de derechos y deberes. La gran paradoja del feudalismo es que el vasallo fue, en toda parte, un hombre libre.

Se trata de un aspecto importante, sobre el que es preciso detenerse. La característica fundamental que no solamente distingue, sino que opone la dominación feudal a la dominación patrimonial esclavócrata, es que en esta última el sistema de la autoridad asume la forma general de órdenes objetivas y de deberes administrativos claramente determinados. En el interior de ese sistema, el esclavo se coaccionaba con un conjunto prescriptivo muy evidente de órdenes y prohibiciones directas establecidas por el señor. En relación a la dominación feudal, el sistema de la autoridad asume una forma muy diferente: la forma de deberes que son subjetivos. En la dominación feudal existe una relación de obediencia que es pactada: el vasallaje asume la forma de una unión corporativa y de relaciones asociativas de la cual resultó la dominación política más perenne y de extraordinaria longevidad que se tiene noticia. Unión corporativa y relación asociativa quiere decir, fundamentalmente, que las personas involucradas están sujetas al mismo estatuto o normativa. Se ve, por lo tanto, cuánto se diferenciaba el vasallo del esclavo por las formas de obediencia con respecto al señor, muy distinta una de otra: la obediencia del esclavo asumía una forma pasiva, el esclavo era el elemento pasivo en la relación de obediencia con su señor, que le poseía como un patrimonio; por el contrario, la obediencia del vasallo, asumía una forma necesariamente activa en una relación de obediencia que él mismo escogió, decidió y declaró voluntariamente establecer con un señor, y gracias a la cual él preserva su estatuto de hombre libre.

Obediencia coaccionada, obediencia voluntaria: fue esta última la que constituyó el cimiento del feudalismo y le confirió una duración de aproximadamente mil años: la longevidad más excepcional que una dominación política ha conocido. Un joven escritor francés, Étienne de La Boétie, admirado por esta extraña forma de obediencia voluntaria, escribió alrededor de 1540 un libro titulado Discurso sobre la servidumbre voluntaria. En este discurso, se preguntaba cómo era posible que la servidumbre fuera voluntaria; qué hace a alguien obedecer voluntariamente: ¿qué nombre se debe dar a esta desgracia? ¿Qué adicción, qué triste adicción será esta: un número infinito de personas no sólo dispuestas a obedecer sino a servir? […] Es extraño que dos, tres o cuatro se dejen aplastar por una única persona, pero es posible; podrán dar la disculpa de haberles faltado el ánimo. Pero cuando vemos cien o mil sometidas a una sola, ¿aún será posible decir que no quieren o no se atreven a desafiarla? […] Cuando vemos a no ya cien, no ya mil hombres, sino a cien países, mil ciudades y un millón de personas sometiéndose a una sola […] qué nombre es lo que esto merece? (La Boétie, 1997, 19-20). No puede ser cobardía, dice La Boétie, ya que hasta la cobardía tiene límite.

Me parece que la respuesta a la cuestión de La Boétie se debe buscar en el hecho de que la dominación feudal ha sido un tipo de dominación que ejerció una fuerte influencia en el hábito de las sociedades a través de la convicción moral que ella creaba. ¿En qué medida estaría permitido afirmar que la servidumbre voluntaria fue posible, entre otras cosas, gracias al llamamiento a la honra y a la fidelidad personal transformadas en prácticas espontáneas, motivos constitutivos de la acción y de la conducta de los individuos por el feudalismo de vasallaje libre? El elemento de la subjetividad permite, si no responder, al menos resituar la cuestión de La Boétie: el hecho de que el feudalismo haya sido un sistema que hizo de la “fidelidad del vasallo” el centro de una concepción de vida, transformándola en principio de conducta que orientó a las más diversas relaciones sociales; en el feudalismo la fidelidad de vasallaje se transformaría en el principio que orientó los más variados aspectos de la vida social.

Para tener idea de la fuerza de esta convicción moral que resultó del vasallaje como principio de conducción de la vida, se tiene el ejemplo del guerrero medieval. Como es sabido, en la Edad Media, en este periodo que comprende el feudalismo, no existió ejército como fuerza armada constituida tal y como hoy se conoce. El ejército es una invención moderna, como también fue una invención de la modernidad el sujeto que lo integra: el soldado de profesión del que se exige un tipo de obediencia ciega y mecánica. En la Edad Media, el sujeto encargado de la protección del señor feudal es también la figura del vasallo, pero vasallo guerrero. Así, la fidelidad del vasallaje también implicaba el deber del servicio militar para con el señor o para con el príncipe; el vasallaje fue la forma típica de garantizar fuerzas armadas, de reclutamiento. El personaje del guerrero medieval ilustra bien hasta dónde pudo llegar la fuerza moral de la fidelidad del vasallaje. Como observó Gros (2006), el guerrero medieval era alguien que establecía una relación activa con la muerte, alguien que arriesgaba deliberadamente su propia vida y la de otros, aquel que, en suma, despreciaba su propio instinto de supervivencia. ¿Qué permitió al guerrero suprimir el miedo, el sentimiento de lasitud, el agotamiento, delante de la muerte? ¿Cómo se puede despreciar, olvidar, trascender, vencer la piedad, la repulsa y el temor de la guerra y de la muerte? Eso le fue posible al guerrero medieval por medio de una postura moral.

Gros (2006) sugirió que la fi delidad del vasallaje confería al guerrero medieval una moral de la responsabilidad que, según Nietzsche, hace del hombre un animal capaz de hacer promesas. El vasallo es un animal que promete fidelidad al señor, y lo hace contra su propio futuro, desafiando los azares del destino y las circunstancias imprevisibles, para declarar: yo, que hoy estoy hablando, prometo que, de ahora en tres días, de ahora en tres meses, de ahora en tres años, cumpliré con mi tarea. El vasallo no sólo debe responder por aquello que es él en el presente, ni solamente por aquello que fue él en el pasado, sino que debe responder también por aquello que será él en el futuro. En este acto, la responsabilidad es la fidelidad del vasallo proyectada en el futuro; ser responsable es prometer para el futuro la misma fidelidad prestada en el presente. La fidelidad proyectada en el futuro bajo la forma de responsabilidad, es lo que hace del vasallo un hombre confiable y fiel. Por medio de la promesa, la fidelidad se grabó en su memoria e inteligencia; se fijó, hecha omnipresente e inolvidable en su sistema nervioso e intelectual (Nietzsche, 1988). De tal modo y con una fuerza tamaña que posibilitó la existencia de este personaje dispuesto a morir y a matar por su señor a través de una promesa de obediencia que suspende la propia incertidumbre del tiempo.

De este modo, no por casualidad el feudalismo, y no la esclavitud, estaba destinado a una duración de aproximadamente mil años en Occidente: la fuerza de su perennidad fue extraída de la moral. Su extensa longevidad se debe al hecho de que la dominación feudal, al contrario de la dominación esclavócrata, fue una dominación cuya obediencia pasaba por la convicción y por el consentimiento; obediencia en la que el vasallo no se coloca como sujeto pasivo, tal y como el esclavo, sino que era una obediencia que el vasallo tuvo que efectuar sobre sí mismo de manera activa. Se trataba, por lo tanto, de una obediencia terriblemente voluntaria y personal, encarnada en el sentido mismo de ser hecha carne, hecha cuerpo, hecha hombre. Obediencia que no podría emanar de un orden exterior, de un mando externo; obediencia que emana de sí mismo.

Nildo Avelino (Universidad Federal de Paraíba, Brasil).

– Traducción: Bruno Ruival.

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