Entre futbolistas y desaparecidos

Antropológicamente colgando entre «dionisismo nietszchiano» y «opio del pueblo» de marxiana memoria, el uso político del fútbol en Sudamérica, de Argentina a Brasil, de Uruguay a Perú, etc., se ha encarnado poco a poco en múltiples modelos identitarios, eventos funestos, macabras evocaciones simbólicas.

Si nos abstraemos de su pura contemplación estética, ofrece un rico conjunto de desmentidos a la ilusoria teoría, surgida desde el restaurador de las Olimpiadas modernas, Pierre de Coubertin, según la cual el deporte sería un fenómeno neutral por naturaleza, apolítico. Una auténtica falsedad fácilmente desenmascarable. Y nada mejor que los países de América Central y meridional para estudiar, a amplia y diversificada escala, el paradigma «fútbol y dictadura»: una historia, de hecho, muy sudamericana. En esa línea ha observado Franklin Foer: «Las dictaduras militares son históricamente las grandes vencedoras del Mundial: en los años setenta y ochenta estaban tras las victorias de Brasil y Argentina. Son sucesos fáciles de explicar: las dictaduras militares se nutren de un espíritu colectivo en el que los hombres fuertes son expresión de un vasto aparato. En cierto sentido, un buen equipo de fútbol es una Junta».

Y Marc Perelman, en su ensayo Sport barbare, ha descrito así la función política del Mundial argentino de 1978: «Los mundiales de fútbol en Argentina permitieron al régimen dictatorial y torturador de Videla reforzarse reprimiendo cualquier revuelta, sofocando toda lucha, multiplicando las detenciones y asesinando a los opositores a tan solo trescientos metros del estadio River Plate de Buenos Aires. El clamor de los espectadores cubrió los gritos de los torturados. Con la conciencia mutilada por el fútbol, los forofos se enfervorecieron y aplaudieron a su equipo, que salió vencedor de la liza, consolidando aún más la dictadura. El fútbol, esta especia de peste emotiva moderna, hace su parte».

Aquel primer mensaje intencionado

Incluso el caso argentino, el «Mundial de los Desaparecidos», ofrece el ejemplo más preciso de la fuerte instrumentalización alcanzada por el fútbol en ese continente: un caso de «escuela» que merece ser sintetizado en sus líneas esenciales. En agosto de 1975, Jorge Rafael Videla fue nombrado comandante en jefe del Ejército por Isabelita Perón, y ya en el mes de noviembre, ante una conferencia de jefes de Estado Mayor sudamericanos, afirmaba sin ambages: «En Argentina morirá el número necesario de personas para garantizar la seguridad del país». Una advertencia a la que siguió, el 24 de diciembre de 1975, este ultimátum: «O el Gobierno corrige su política dentro de los próximos noventa días o nos ocuparemos de hacerlo los militares».

Una promesa mantenida con el golpe producido, inexorablemente, el 24 de marzo de 1976.

El día de la toma de poder de los generales golpistas suspendieron todas las transmisiones televisivas, sustituidas por proclamas de música militar, menos una. Se salvó, con el comunicado número 23 de la Junta, la retransmisión del partido Polonia-Argentina disputado en Chorzow y ganado 1-3 por los «blanquiazules». Los militares pretendían lanzar un mensaje de serenidad y, sobre todo, hacer entender que el campeonato mundial de fútbol asignado anteriormente al país, no sería tocado en absoluto por el nuevo orden.

Por lo demás, a la FIFA este mensaje simbólico le pareció más que suficiente. Para confirmar la situación, el 28 de marzo de 1976, el vicepresidente alemán de la FIFA, Hermann Neuberger, realizó un viaje relámpago a Argentina del que trajo esta lapidaria sentencia: «El cambio de gobierno no tiene nada que ver con el Mundial, somos gente de fútbol, no políticos». El apoyo incondicional de la FIFA no podía sin embargo poner a Videla al abrigo de los peligros de una información internacional objetiva e independiente; y esto, de hecho, fue el mayor riesgo inmediatamente temido y combatido por el régimen.

Desde entonces, para mejorar la imagen de Argentina en el exterior, los generales confiaron en una conocida agencia publicitaria y de relaciones públicas de Nueva York: la Burso-Masteller. La agencia se encargó de redactar un informe (que costó 1.100.000 dólares) titulado emblemáticamente Lo que vale para los productos vale también para los países. Se podía vender el producto «dictadura argentina» como cualquier otro artículo que se lanza al mercado. Los americanos sugerían en primer lugar dirigirse a distintos objetivos: mensajes a los sectores de la cultura y la información (prensa, funcionarios del gobierno, universidades), de las inversiones privadas (banca, responsables del comercio internacional, empresarios), de los viajes y del turismo. Respecto a la prensa, el elemento más crítico, la agencia proponía intervenciones sobre los periodistas de buen nivel, elaborando un «sistema de infiltración en los periódicos y revistas de vanguardia, que pudiera ayudar a modificar o corregir tergiversaciones».

«Hemos apuntado preferiblemente -proseguía el informe- a la prensa comercial, de viajes y apolítica, incluyendo solo redactores políticos de concepciones moderadas o conservadoras».

Para los periodistas agraciados e invitados antes del Mundial, estaba previsto este denso programa de entretenimiento: facilitación de material propagandístico en abundancia, una gira turística remarcando los atractivos del lugar, organización de comidas con empresarios argentinos por parte de la Secretaría de Información del Estado, una tarde en el teatro Colón de Buenos Aires y en otros lugares nocturnos de moda y, finalmente, «encuentros personales con la juventud argentina» para ofrecer un «catálogo de la variedad de diversiones existentes en el país» y de la «normalidad de la vida cotidiana».

La operación El Barrido y los ríos de dinero

Una «normalidad» que en realidad era una vulgar mentira, tanto que el campeonato del mundo estaba vigilado por ocho mil militares, aparte de las fuerzas ordinarias de policía, y de media cada componente de los equipos presentes en el torneo (desde los jugadores hasta los masajistas) gozaba siempre de la vigilancia de siete soldados con equipo de guerra. En el interior del país se dieron varios cursos de «preparación militar» destinados a los civiles con el fin de adiestrar a la población a salvaguardar la propia identidad en el curso del evento deportivo, y en una conferencia de prensa en marzo de 1978 el coronel Aldo Maspero, del Ente Autárquico Mundial (EAM), lanzó una auténtica campaña de delación masiva, manteniendo que cualquier ciudadano podría convertirse en la «principal figura de la operación-seguridad, si cumple su misión de observar y denunciar cualquier anomalía tendente a alterar la tranquilidad pública y el éxito del campeonato mundial». Y en cualquier caso, para evitar el más mínimo tumulto en la opinión pública exterior e interior, se procede preventivamente a realizar auténticos pogromos.

Como ha escrito el premio Nobel de la Paz de 1980, Adolfo Pérez Esquivel, «antes de la Copa del Mundo, los militares desarrollaron la operación El Barrido, irrumpiendo en las casas y haciendo «desaparecer» hasta doscientas personas al día. No querían que los sospechosos políticos anduvieran libres para hablar con los periodistas extranjeros. Al acercarse las fechas del Mundial, muchos detenidos fueron asesinados, para descartar que se descubriera todo, y algunos campos secretos fueron trasladados a localidades remotas, donde los periodistas no los descubrieran, o a gabarras». Pero no es suficiente. El Mundial de Videla fue también la ocasión para grandes, oscuros negocios, y ajustes de cuentas en el interior de la mismísima Junta. Ríos de dinero movilizados por el evento, que desencadenaron enormes apetitos y profundas divergencias entre las fuerzas armadas para hacerse con el control del EAM (con una directiva compuesta por cinco militares y un civil), creado a propósito en junio de 1976 para la gestión completa del acontecimiento. Tanto es así, que como primer presidente del EAM fue nombrado el general Omar Actis, que al poco tiempo, el 19 de agosto del mismo año, cae víctima de un extraño atentado. Una muerte bastante sospechosa, y reconducible a una guerra intestina entre aparatos militares además de a un ataque terrorista realizado por los opositores. Formalmente, el puesto de Actis es ocupado por el general Antonio Luis Merlo, pero el verdadero jefe del EAM era su vicepresidente, Carlos Alberto Lacoste, que ya formaba parte de la maquinaria organizativa del Mundial en agosto de 1974, antes del golpe de Estado.

Una vulgar mentira

Tras la aparente cohesión se escondía de hecho una fuerte conflictividad entre jerarquías militares. Por un lado estaban las «fuerzas de tierra», representadas por Videla y paradójicamente consideradas como las más «moderadas», y por otro las de «mar», más puras y duras, «filopinochetistas», que pedían otra vuelta de tuerca contra los subversivos. Con el Mundial en pleno apogeo desaparece por ejemplo Luis Delgado, director de un periódico cercano al ministro «videliano» de Economía, José Alfredo Martínez de Hoz. Desaparición que, según algunos, fue decidida por las altas esferas. Es decir, de las facciones militares subterráneas hostiles a Videla, que con el Mundial estaba cobrando una fama excesiva tanto personal como en detrimento de la Marina: la componente golpista que se identificaba con Lacoste y Eduardo Emilio Massera, un miembro de la logia masónica P2 de Licio Gelli. Lacoste que, con toda probabilidad, complotó contra Juan Alemann: el secretario de Estado bajo cuya casa, el 21 de junio de 1978, se hizo explotar una potente carga explosiva, mientras en Rosario Leopoldo Luque marcaba el cuarto gol argentino a los dóciles peruanos (la famosa «mermelada peruana», que permitió a Argentina eliminar a Brasil por una mejor puntuación a tiros a puerta). Un acto intimidatorio con el fin de acallar las críticas lanzadas a la gestión, cualquier cosa menos alegre, del Mundial.

Al respecto, en dos entrevistas de la agencia France Press realizadas el 8 y el 15 de febrero de 1978, Alemann había afirmado: 1.- que sin la organización del Campeonato del Mundo, Argentina tendría menor déficit, menor emisión de moneda y menor inflación; 2.- que las obras para celebrar la Copa no tenían rendimiento económico y enseguida se convertirían en monumentos inútiles; 3.- que los gastos organizativos estaban aumentando notablemente con respecto al presupuesto inicial. Por otra parte, habiéndose impuesto claramente la visión «política» sobre la utilidad del Mundial, es decir, la línea Merlo-Lacoste, sobre la puramente «económica» de Alemann, el EAM desde ese momento en adelante podrá actuar prácticamente sin injerencias, más allá de cualquier control administrativo. Un «cuerpo separado» del que Lacoste obtuvo ingentes beneficios privados.

En lo concreto se comprobó que ese alto grado de la Marina, posteriormente a 1978 adquirió en Punta del Este (Uruguay) un inmueble valorado en 128.000 dólares y, para alejar las dudas sobre la procedencia de tan crecida suma, declaró que en gran medida se derivaba de un generoso préstamo de 90.000 dólares por parte del millonario Joao Havelange, el presidente brasileño de la FIFA entre 1974 y 1988, que confirmó la defensa de Lacoste. Havelange que, con motivo de la inauguración del Estadio Monumental de Buenos Aires, fue condecorado por Videla y, tras concluir la Copa del Mundo, llevó a Lacoste primero a la vicepresidencia de la Confederación Sudamericana de Fútbol y, desde el 7 de julio de 1980, a la FIFA, sin despeinarse. Lacoste y Havelange que, «yendo del brazo» durante el Mundial, encontraron tiempo para «beatificar» al anticomunista visceral Santiago Bernabéu (presidente del Real Madrid durante treinta años, desde 1943). El franquista Bernabéu, voluntario de la 150 División Marroquí durante la guerra civil española, que murió mientras se celebraba el Mundial, fue honrado por la FIFA con tres días de luto, haciendo preceder un minuto de silencio en todos los partidos jugados durante esas setenta y dos horas.

Y el fútbol lo tapó todo

Volviendo a Lacoste, fue presidente interino de Argentina del 11 al 22 de diciembre de 1982 (entre Roberto Eduardo Viola y Leopoldo Fortunato Galtieri, el general forofo del River Plate que condujo a la nación a la desastrosa guerra irredentista de las Malvinas) y, también a causa de la colosal bancarrota acumulada por el EAM, fue imputado por el gobierno de transición democrática de Raúl Alfonsín. Procesado sin que se le condenara, murió como hombre libre en Estados Unidos el 24 de junio de 2004.

Este fue el verdadero rostro de aquella Argentina que el 25 de junio de 1978, como narcotizada, en un estado de hipnosis colectiva, festejó desenfrenadamente la victoria final -en la prórroga- por 3 a 1 contra Holanda.

Un formidable triunfo público para Videla, un baño de nacionalismo desmedido, cifrado en los lemas del régimen: «25 millones de argentinos jugaremos el Mundial», «Argentina contra todo el mundo», «El Campeonato Mundial es Prioridad Nacional», «Marcar un gol para Argentina».

Pero la verdad, lo sabemos bien, era muy otra. Fueron los Mundiales de los «desaparecidos» en la nada, de los arrojados en los «vuelos de la muerte». Y el fútbol, una vez más, lo tapó todo.

Sergio Giuntini

Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, Marzo de 2017

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