La CNT en el gobierno de la República: Un colaboracionismo autodestructivo

Federica Montseny
Federica Montseny
Se cumplió en 2010 el centenario de la fundación de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), cuya historia ha dado a la vida española y catalana de la época contemporánea (siglos XIX, XX…) una relevancia singular en el marco de los avatares europeos y, diríamos, que del mundo al que llaman Occidente. Vinculada la CNT a las actitudes (yo prefiero este concepto al de «ideología») anarquistas y/o libertarias, es imposible en este espacio resumir su complejidad y, por ello, hemos elegido el momento histórico que expresa el título de este trabajo, momento que en sí mismo asume -y valga la redundancia- una extraordinaria complejidad, pues resucita y concita, aún hoy, las diversas actitudes que han proporcionado tanto a la CNT como al anarquismo en general un especial atractivo como hecho social y cultural, inédito en otros espacios europeos. Un testimonio poco sospechoso de partidista, pues su autor fue un hombre ligado a la III Internacional, nos lo ha proporcionado Franz Borkenau (El reñidero español, Ruedo Ibérico, París, 1978): «Comencé mi estudio a partir de una equivocación, muy corriente, la de ver en la revolución española un incidente más en la lucha entre izquierdas y derechas, entre socialismo y fascismo, en el sentido europeo de la palabra; mis observaciones me han convencido de que eso no es así y desde entonces he intentado descubrir bajo las apariencias externas, las cuales la presentan como una lucha política cuya forma es común a toda Europa, las verdaderas fuerzas motoras que, en realidad, se diferencian enormemente de los moldes convencionales europeos, a pesar de ser éstos los utilizados generalmente para describirlas… Sin embargo, durante meses, hasta mediados de 1937, el combate lo fue entre el viejo mundo de la opresión y el alumbramiento de un nuevo mundo impulsado por el sentido anarcosindicalista..»

A partir de mediados de aquel 1937, los comunistas stalinistas se encargarían de aniquilar la revolución social e implantar la hegemonía «burguesa» (como complemento de esa realidad, ver Burnett Bolloten, El gran engaño, Caralt, 1961). Y aquí añadiría yo que, ciertamente, la Segunda República española fue «burguesa», en tanto que liberal, pero sin burgueses que la sustentaran en tanto que clases social). La burguesía catalana (industria ligera; el textil), con Francesc Cambó y Joan Ventosa i Calvell como dirigentes más significados, se opuso a la República liberal y luego apoyaron y financiaron la sublevación fascista del general Franco, mientras que la gran burguesía vasca (industria pesada) también optaba contra la democracia liberal.

Del resto de España no cabe hablar de «burguesía» en el sentido industrial: Madrid era ciudad con predominio de funcionarios y, desde luego, de intelectuales, y Andalucía, las Castillas, Extremadura… dominadas por la nobleza, propietaria de las tierras en forma de latifundismo, y a través del caciquismo, tara endémica en España desde tiempo inmemorial y denunciada en su día por Joaquín Costa.

Trazado el marco global y regresando al tema que indica el título de este trabajo, es cierto que al participar en el Gobierno de la Generalitat, la CNT quebró la lealtad a sus propios principios anarcosindicalistas. ¿En qué nivel de la organización se tomó esa decisión? ¿Dónde se decidió y quiénes lo decidieron? Joan García Oliver, cuyo extraordinario El eco de los pasos (Ediciones de Ruedo Ibérico, París 1978) es, sin duda, uno de los ejes centrales de referencia en la historia del anarcosindicalismo, no aclara esos interrogantes. Tampoco José Peirats, en su monumental Historia de la CNT (Ruedo Ibérico, París, 1978). Pero es precisamente el mismo Peirats quien en sus memorias recién publicadas con el título De mi paso por la vida (Flor del Viento, Barcelona, 2009) proporciona algunas pistas. Vayamos, pues, por partes y con la prudencia que exige la distancia temporal y el propio tema.

García OliverEn principio, cabe señalar que a finales de abril-principios de mayo (1936) en un congreso de la CNT celebrado en Zaragoza, en el cine Iris-Park, se debatió el dilema «revolución social o colaboracionismo político» con la Generalitat presidida entonces por Lluis Companys, congreso al que concurrieron personalidades anarcosindicalistas tan destacadas como Federica Montseny, Joan García Oliver, Cipriano Mera, Josep Peirats, Eusebio Carbó y Joaquín Ascaso entre muchos otros. En esta reunión se apostó por la implantación del comunismo libertario y el rechazo del colaboracionismo político. Dos meses después, el 18-19 de julio (1936), las fuerzas militares sublevadas en Barcelona eran aparatosamente derrotadas en diversas batallas urbanas por las fuerzas anarcosindicalistas y obreras, desplegándose en Catalunya el proceso revolucionario al que se refería Borkenau: el «mundo nuevo» había nacido implantando sus dos ejes fundamentales: la autonomía obrera y la autogestión económica y social.

Mientras, en el Madrid otoñal, el Gobierno republicano salía de su letargo y Francisco Largo Caballero, representante del sector izquierdista del Partido Socialista Obrero Español (PSOE), asumía el cargo de jefe del Gobierno, nombrado por Manuel Azaña, presidente de la República. Consciente de la enorme energía que representaba el anarcosindicalismo catalán, Largo Caballero invitó a la CNT a participar de su Gobierno. Fue suprimido el Comité de Milicias Antifascistas y disuelto luego el Consejo Nacional de Defensa, ya que en palabras de García Oliver «ya no era necesario puesto que había un Gobierno», en tanto que Federica Montseny consideraba que se vivían unas «circunstancias gravísimas como nunca había presenciado la CNT y que ante ellas había que dar la cara y abandonar las piruetas doctrinales de otros tiempos.» (Peirats, José: ob. cit., pág. 316).

Y fue precisamente en nombre de ese realismo profundamente discutible, por no calificarlo de oportunismo, que cuatro anarcosindicalistas se incorporaron al Gobierno republicano: Federica Montseny (ministra de Sanidad), Joan Peiró (ministro de Trabajo), Juan López (ministro de Comercio) y Joan García Oliver (ministro de Justicia). El sacrificio del ideario anarcosindicalista en aras del colaboracionismo político no serviría a la postre ni a la revolución ni a la victoria en la Guerra Civil. Es más, esa vía acabó culminando en la contrarrevolución y finalmente en la derrota frente al fascismo. Ya no se trataba de combatir al Estado como forma de dominación y opresión burguesas: ahora, en la coyuntura de las concesiones, se trataba de combatir a un tipo de Estado, el fascista. Una apostasía que, finalmente, como decimos, habría de destruir a la propia organización cenetista. Esto es, mientras en Catalunya obreros, artesanos y profesionales ocuparon y asumieron el funcionamiento de fábricas y empresas para socializarlas y/o colectivizarlas, aquellos -y otros- dirigentes anarcosindicalistas ocuparon susmentes con la dimensión y el discurso político, y llegarían a tomar iniciativas incluso contrarrevolucionarias: no en vano, el propio García Oliver acabaría siendo apodado «anarcobolchevique».

Conociendo las claves de la cultura anarcosindicalista y la historia de aquellos tiempos críticos, no es ninguna proeza preguntarse cómo fue posible que, existiendo unas militancias de base confederal tan masivas y convencidas de la necesidad revolucionaria, una elite surgida de sus entrañas asumiera la apostasía del colaboracionismo político sin que ello generase protestas ni rechazos radicales. Quizá la respuesta esté en considerar que las fuerzas más vivas del anarcosindicalismo habían optado ya entonces por aislarse del laberinto en que se hallaban los colaboracionistas urbanos y marchar al verdadero frente de guerra antifascista: ciertamente, Buenaventura Durruti y otros muchos compañeros que le siguieron a Aragón optaron por el combate militar directo y forjar simultáneamente la revolución colectivista para proporcionar al campesino elementos que defender.

Quisiera acabar estas líneas con una referencia metodológica que nos legó el pensador alemán Friedrich Nietzsche: «cuando tengamos un dilema entre manos, bueno es desdoblarse y contemplarlo desde su propio interior y al mismo tiempo contemplarlo desde fuera fuera.» Si analizamos desde dentro, es decir, desde la opción política, quienes como García Oliver, Federica Montseny, Joan Peiró quedaron en retaguardia y gobernaron desde el cargo de ministros o «consellers», lo mismo da, desplegaron una labor digna desde el punto de vista político. Pero si analizamos la cuestión desde fuera, observaremos que lo hicieron en tanto que gobernantes y/o dirigentes políticos, es decir, utilizando los medios del poder, y en este caso concluiríamos señalando que no lo hicieron en tanto que anarcosindicalistas. Y las preguntas inmediatas, a modo colofón, serían: ¿Por qué asumieron realizar aquella labor colaborando políticamente con los Gobiernos del momento? ¿Por qué, teniendo el dominio de las calles y las instituciones, no decidieron abordarla desde las actitudes y fundamentos del anarcosindicalismo?

Bernat Muniesa

Bibliografía

Bolloten, Burnett. El gran engaño (2fi ed.). Luis de Caralt editor. Barcelona, 1984.

Borkenau, Franz. El reñidero español. Ruedo Ibérico. París, 1971.

Edo, Luis Andrés. La CNT en la encrucijada. Memorias de un heterodoxo, Ed. Flor del Viento. Barcelona, 2006.

García Oliver, Juan. El eco de los pasos. Ruedo Ibérico. París, 1978.

Mera, Cipriano. Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista. Ruedo Ibérico. París, 1978.

Peirats, Josep. De mi paso por la vida. Ed. Flor del Viento. Barcelona, 2009.

Richards, Vernon. Enseñanzas de la Revolución Española. Ed. Campo Abierto. Madrid, 1977.

Número especial Solidaridad Obrera: 100 años de anarcosindicalismo
http://www.soliobrera.org/pdefs/centenario.pdf
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