Juicio contra Franco

Preámbulo

Para que no quede olvidado como muchos otros incidentes en la lucha contra el Franquismo, el Grupo Cultural de Estudios Sociales de Melbourne, Australia, reproduce en los párrafos que siguen texto escrito por el fallecido compañero Víctor García (Germinal Gracia Ibars) y editado por la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias, radicada en Caracas, Venezuela, en 1963.

Entre las fechas del 29 al 30 de junio de 1962 estallaron en Barcelona tres bombas: una en las proximidades de un local de la Falange Española, otra en el Colegio Mayor Monterols, se sospechaba en esos años que pertenecía al Opus Dei, la tercera en el Instituto Nacional de Previsión. Ninguna produjo víctimas y los daños materiales fueron mínimos.

El 19 de septiembre de 1962 fueron detenidos tres jóvenes libertarios acusados de ser los autores de dichos atentados: Jorge Conill Valls, estudiante de química en la Universidad de la Ciudad Condal; Marcelino Jiménez Cubas y Antonio Mur Peirón, ambos obreros. El día 22 de septiembre estos tres jóvenes fueron juzgados por un Consejo de Guerra.

El «Gruppo Giovanile Libertario» de Milán, para intentar salvar la vida de los tres militantes españoles secuestró al vice cónsul de España en Milán.

El tema de este folleto trata del juicio celebrado en Varese, Italia en 1962, contra militantes de este grupo juvenil libertario de Milán y varios más simpatizantes que se incorporaron a la acción del secuestro. Tal juicio concluyó con una rotunda protesta contra el régimen franquista. Las llamadas democracias ignoraron dicha protesta y continuaron apoyando la política que se estaba desarrollando en la España fascista del palmoteo, los toros, la taberna y la iglesia. ¿Por qué no?, después de todo, esa era la España que les facilitaba una zona turística bien barata, mano de obra barata y para completar el juego, todas las bases militares que quisieran.

Mientras tanto, para salvarse de una inminente quiebra económica en aquellos años, el franquismo sólo vio una salvación posible: el ingreso en el Mercado Común Europeo. Por eso volcó todos sus esfuerzos diplomáticos, influyentes y propagandísticos para la obtención de ese objetivo, convirtiéndose el franquismo en un nuevo Frégoli, en un febril empeño de transmutaciones que deberían convencer a los países demócratas que integran el M.E.C., de la raigambre «democrática» del régimen imperante en España.

De ahí la limitación de la censura en la prensa, la elección de los delegados sindicales mediante asamblea en los comicios verticalitas, el barajeo en la escena política española de un insólito vicepresidente del Consejo y la anticipación de la regencia y la coronación del Borbón. De ahí, también, y en primer grado, la machacona cantinela de que «En España no hay presos políticos», que algún iluso y numerosos agentes a sueldo trataron de afincar en el exterior. El mentís más rotundo al slogan: «En España no hay presos políticos» se pronuncio en la pequeña localidad de Varese con motivo del proceso realizado contra los jóvenes estudiantes libertarios que secuestraron al vicecónsul franquista de Milán.

En el juicio de Varese, a medida que iban desfilando los testigos y los imputados, un condenado ausente iba perfilándose con mayor intensidad: Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios.

Por ello, el corresponsal de «La Stampa», de Turín, Gigi Ghirotti, en el número correspondiente al 16 de noviembre escribió: «. . .se había levantado, detrás del banco de los acusados la sombra de una dictadura que a los jóvenes de todas las creencias políticas les reserva juicios que no escuchan defensores, sentencias que no admiten apelación, tribunales que no tienen la gallardía de anunciar su veredicto a los condenados…»

desde el exilio abril 2011.

El Primero de octubre de 1962 la agenda de información italiana «ANSA» recibía, en su sucursal de Milán, un comunicado que, en su parte más saliente decía: «La juventud del mundo libre debe tomar conciencia de los atropellos cometidos cada día por el gobierno español contra la libertad y la vida de los jóvenes de allí. A fin de despertar en aquella juventud la solidaridad y la ayuda fraternal hacia los hijos más buenos y más puros de España ha sido raptado el vice-cónsul de Madrid en Milán. . .» El comunicado hacia referencia al hecho que durante tres días acaparaba las columnas de la prensa italiana y extranjera y la atención de todos sus lectores: la desaparición del diplomático Isu Elías de origen búlgaro, ciudadano milanes y nacionalizado español en funciones de vice-cónsul franquista en la capital de la Lombardia.

Los detalles hasta entonces conocidos eran pocos. El viernes, 28 de septiembre, en el curso de la mañana el señor Isu Elías recibía una llamada telefónica en la que se le invitaba a almorzar. La invitación, creía, la realizaba el segundo alcalde de Milán, «Onorebole Meda» y Elias se apresuro a prevenir a su casa de que aquel mediodía estaría ausente. A las 12 y 30 un automóvil recogía al vice-cónsul y desde aquel momento ya no se supo más de él salvo unas noticias tranquilizadoras que los «secuestradores» hicieron llegar hasta los familiares del vice-cónsul escritas por la propia mano del raptado. Era un billete breve: «Estoy bien. Y os ruego que estéis tranquilos. . .» El sobre, llegado por correo, había sido depositado el 29 en Orly, cerca de Paris. 80 horas más tarde, Isu Elías estaba de nuevo con los suyos.

Dos hechos de mucha mayor trascendencia sirvieron, en realidad, como prólogo y epílogo a esa aventura de «week end» que el diplomático pasaría en una vivienda campestre de la Val Ganna, que fue donde permaneció escondido hasta que unos periodistas «amarillos» del «ABC» italiano periódico marcadamente reaccionario lograron localizarlo.

El primero, el prólogo, tuvo lugar en Barcelona y hace referencia, concretamente, a otra condena a muerte que los tribunales militares dictaron, esta vez, contra Jorge Conill Valls, miembro de las Juventudes Libertarias, estudiante y de 23 años de edad.

El epílogo ha sido un proceso de importancia capital para el antifascismo el cual tuvo lugar en la localidad de Varese, cerca del lago de Como, a fin de enjuiciar a los jóvenes libertarios italianos que raptaron a Elías. El proceso, que duro desde los días 13 al 21 de noviembre inclusive, fue un proceso contra Franco y su régimen, como lo fue, unas semanas antes, el proceso celebrado en Ginebra con motivo de enjuiciar a los anarquistas que arrojaron una bomba contra la sede consular franquista en la ciudad de Calvino.

El objetivo de los jóvenes anarquistas era el de denunciar al mundo, como bien lo señalan en el comunicado que entregaron a «ANSA», la injusticia y el crimen que Franco estaba a punto de perpetrar por enésima vez. Lo lograron plenamente y Jorge Conill Valls no fue, entonces, asesinado. Sin embargo la mayor ira del franquismo en todo este acontecer, no la motivó el hecho de tener que soltar la presa de las garras de la muerte es un decir: Jorge Conill continuó condenado a 30 años de cárcel sino el referido juicio, al que damos la condición de epílogo, en el que juristas, abogados y testigos coincidieron todos en poner de manifiesto el régimen medioeval que impera en España.

LOS HECHOS

El núcleo promotor de la hazaña lo integran cuatro estudiantes: Luigi Gerli, de 21 años, conocido por «Chico», hijo de un alto funcionario, estudiante en Filosofía y Letras; Vittorio de Tassis, de 22 años, conocido como «Vik» en el argot estudiantil, hijo del presidente de la Cámara de Comercio de Trento, estudiante también y que la policía señala como de una «spiccatissima intelligenza» (inteligencia sobresaliente); Amedeo Bertolo, de 21 años, hijo también de familia desenvuelta, económicamente hablando, estudiante en agronomía, y Gianfranco Pedron, de la misma edad que Gerli y Bertolo y también estudiante en agronomía; su alias es «Pedro».

Los cuatro, estudiantes y con corazones rebozando inquietudes, amigos desde las jornadas liceístas en las que compartieron «las primeras lecturas de Bakunin en las horas despejadas de Livio y Cicerón», como señala Gigi Ghirotti, corresponsal de «La Stampa» durante el proceso, se sublevan al leer el 20 de septiembre en «Le Monde», llegado de París, la condena a muerte de Jorge Conill.

En el cafetín «Giamaica», cerca de la Academia de Brera, acuden como cada día pero su semblante no es el risueño y jovial de siempre. Piensan que hay que hacer algo en favor del estudiante catalán y prueban los trámites clásicos que en tales casos se emplean: acudir a las redacciones de los periódicos de izquierda para que denuncien el crimen; entrevistarse con dirigentes políticos, también de izquierda, para que movilicen la opinión popular; dirigirse a aquellas instituciones susceptibles de simpatizar con la causa antifranquista. . .

Gestiones inútiles. La indiferencia frente al atropello franquista es total, los acontecimientos nacionales tienen más trascendencia y lo mismo ocurre con los de índole internacional con la pugna permanente Este-Oeste y sus escollos de Cuba y Berlin.

Había que idear algo nuevo. Algo que atrajera la opinión pública, local, nacional y mundial sobre un hecho desestimado por una humanidad de sentimientos entumecidos. Algo que hiciera abrir los ojos al mundo como lo consiguiera, por ejemplo, la celebre «Operación Dulcinea» que trece españoles y once portugueses realizaran, desde Venezuela, apoderándose de la nave «Santa María» (convertida por ellos en «Santa Libertade») para denunciar al mundo la presencia de una dictadura salazarista ignorada de muchos.

Era reciente también el juicio que contra el anarquista Ferrua y sus compañeros se había llevado a cabo en Ginebra con motivo del atentado contra el consulado franquista de aquella ciudad y aun resonaban las acusaciones que contra el régimen de Franco se levantaron desde el banquillo de los acusados y desde la defensa. Aquello había sido un proceso condenatorio contra el franquismo. De ahí que surgiera en ellos la idea de tomar como blanco de su ira justiciera a la máxima autoridad franquista radicada en Milán. Otros compañeros, entre tanto, se han sumado al grupo: Giorgio Bertani, Gianbattista Novello-Paglianti, Aimone Fornaciari y Alessandro Sartori, todos ellos animados por un sentimiento en el que andan revueltos odio, conciencia, impotencia, desprecio y deseos de actuar. La cohesión del núcleo inicial quedaba un algo diluida: la célula motriz continuaba sien-do el ideal libertario pero, bien que determinados, ingresaban otros compañeros de sentimiento antifranquista, es cierto, pero comulgando con ideologías no libertarias como es el caso del que ayudo, con el automóvil, al rapto: Alberto Tomiolo, socialista. Tomiolo puso en peligro, inclusive, el éxito de la empresa al exteriorizar, con una ligereza manifiesta, el plan del rapto a dos periodistas del «Stasera», (1) diario de marcada influencia comunista. Estos periodistas: Aldo Nobile y Giampiero Dell’Aqua, también fueron inculpados junto con el chofer de «Stasera», Vincenzo Vaccari, sumando, de esta forma, en doce la totalidad de los acusados.

La presencia de Tomiolo y un dinero que aceptó de los citados corresponsales -140,000 liras-quienes esperaban conseguir una exclusividad de la hazaña a través de Tomiolo, sin que los demás compañeros lo supieran, y que fue aprovechado por la revista «Lo Specchio» del 14 de octubre para publicar un artículo cuyo titular decía «Los libertarios aceptan propinas», es un factor que algunos han tratado de explotar para intentar desprestigiar un gesto realizado con guante blanco. Las declaraciones hechas en el proceso de Varese han puesto en evidencia a Tomiolo y en ridícula postura a Nobile y Dell’Aqua quienes perdieron la «exclusividad» en favor de «ABC» y se vieron condenados por si fuera poco, a una condena de cuatro meses de cárcel.

El conjunto, pese a todo, era un cuerpo de cierta homogeneidad en el que predominaba una marcada inspiración libertaria y se caracterizaba por un sello esperanzador: el de la juventud. Una juventud discrepante de la que marcaba pauta en la sociedad, es decir la de los «teddy boys», los «blousons noirs», los «huligans», los «beatniks», los «gamberros», los «petiteros», los «pavitos», los «rebeldes sin causa». Una juventud polemista y descontenta, eso sí, amargada por la incapacidad de los «mayores» en todos los ordenes, en el político, en el económico, en el cultural, en el científico, en el pedagógico, en el ético. Una juventud que no encuentra asideros ni cayados para iniciar su camino en la vida porque la guerra y la inmediata post-guerra hicieron trizas de todo un andamiaje social que las pasadas generaciones legaran a sus padres.

Juventud, aunque pareciera paradójico a primera vista, más allegada al ambiente burgués que al proletario ya que la mayoría de los jóvenes pertenecen a familias de las conocidas como de clase media, lo que hace escribir a Gigi Ghirotti, en «La Stampa» de Turín, en el número correspondiente al 13 de noviembre que: «.. .el complot nace de una pequeña cuadrilla de hijos de papá en su primer bautismo de fuego con el anarquismo militante. . .»

Junto a la irresponsabilidad de Tomiolo se presentó otro hecho que colocaba la operación del rapto en las proximidades del fracaso: el cónsul general, Conde de Altea, no se hallaba en Milán aquel viernes 28 de septiembre, día considerado como el más oportuno por ser el último día activo de la semana. Las cuarenta y ocho horas del «week end» tenían que convertirse en aliadas del grupo juvenil gracias a la casi total paralización de las actividades en la ciudad.

El dilema tenia que decidirse: o posponer para un futuro viernes el rapto o bien llevarlo a cabo con el vice-cónsul Isu Elías. Los escapes que el trazado del plan había tenido, no del todo desconocidos por Bertolo, «Vick», «Chico», «Pedro» y el resto, no permitían una suspensión «hasta otra mejor oportunidad» y, sobre todo, la condena a muerte contra Jorge Conill no permitía más demoras. No quedaba otra solución que efectuar la operación con todas sus consecuencias.

Fue así que Isu Elías entro en la historia del anti-franquismo, muy a pesar suyo, colaborando en  salvar una vida humana» como le diría durante el secuestro, Gianfranco Pedron.

La operación ya ha sido esbozada anteriormente: una llamada telefónica que dice ser del segundo alcalde de Milán, señor Meda, invita a Isu Elías a almorzar en un restaurante «chic» de Milán y le señala que pasará a recogerlo por las oficinas del consulado entre las doce y la una del mediodía. El vice-cónsul advierte a sus familiares para que no cuenten con el en la comida y recibe, inclusive, otra llamada en la que el «onorebole Meda» le señala que tiene unos trámites urgentes y que en lugar de ir él personalmente a recogerlo manda a un empleado por lo que se encontrarán a la una en el restaurante.

De esta manera, cuando un automóvil, conducido por Alberto Tomiolo y en el que se hallaban dos jóvenes más, de Tassis y Pedron, se dirigió, a las 12,30 hacia el consulado franquista, paro frente a la puerta y dijeron en la recepción que venían de parte del señor Meda a recoger al señor Isu Elías, nadie abrigó la menor sospecha de que se trataba de un rapto. A Isu Elías se lo dijeron durante el trayecto que fue, según su propia confesión, la parte más angustiosa de su aventura porque el automóvil iba demasiado rápido y temía un volcamiento o choque. El trayecto sirvió para informar al vice-cónsul del motivo de su rapto. El mismo lo declara más tarde frente al tribunal de Varese: Presidente. «¿Que le dijeron sus raptores?».

Isu Elías. «Que no tenían nada en mi contra; que me soltarían dentro de tres o cuatro días; que no me harían ningún daño y que aquello lo hacían para salvar a un amigo español condenado a muerte» (Primera audiencia del 13 de noviembre).

Cuando el automóvil llegó a la Val Ganna, lugar donde se hallaba la cabaña que con anterioridad habían alquilado los estudiantes libertarios, Isu Elías respiró y ya no volvió a tener más miedo. Estaba convencido de que se hallaba en manos de gente decente y hasta simpática al extremo que sus deposiciones durante el juicio sirvieron más para la defensa que para el fiscal. De la confianza que le merecieron los estudiantes libertarios da prueba fehaciente el hecho de que cuando los periodistas del periódico «ABC» fueron al refugio para «rescatarlo» e incorporarlo a la vida normal, Isu Elías acepto a condición de que Vick de Tassis lo acompañara, «porque me fiaba más de él que de los otros», añadirá en la primera audiencia durante su interrogatorio. Efectuado el rapto los jóvenes anarquistas empezaron a movilizarse a fin de que la prensa tomara conocimiento del hecho, no sin previamente hacer llegar hasta la familia del vice-cónsul la nota que tenía que tranquilizarlos: «Estoy bien. Os ruego que estéis tranquilos».

En uno de los mensajes enviados a la prensa decían: «Demasiadas veces la justicia de los dictadores ha podido asesinar a patriotas sin que el mundo supiera nada. Ha llegado la hora en que los verdaderos amigos de la libertad e inclusive aquellos que fingen ignorar tales cosas tomen conciencia de estos hechos. Tres jóvenes, en España, han sido condenados, con artilugios judiciales, por la sola causa, que en la España de Franco es delito: amar la libertad y batirse por ella». Pronto se dio cuenta la juventud implicada en la aventura que el haber raptado a un vice-cónsul, en lugar de un cónsul, no alteraba en nada los resultados.

La prensa italiana mostró el mayor interés en propagar el asunto y ello con marcada simpatía hacia los raptores. La noticia rebasó sobradamente la periferia de la bota italiana y las agendas internacionales de información la hicieron llegar a los rincones más apartados del mundo. Mientras tanto el periódico «Stasera», esperanzado por los contactos que había venido manteniendo con Tomiolo, continuaba pensando en la exclusividad del relato que para dentro de poco obraría en su poder. Esta ilusión se desvaneció muy pronto cuando los periodistas del «ABC», semanario derechista que pertenece a Gaetano Baldacci, después de múltiples indagaciones, lograron dar con la residencia de Isu Elías en la Val Ganna, en el pueblo de Cugliate Fabiasco exactamente, el lunes 1 de octubre. 80 horas, ni una más ni una menos, había durado la odisea del vice-cónsul de Franco en Milán.

La de los jóvenes estudiantes se prolongaría hasta el día 21 de noviembre en medio de vicisitudes, incertidumbres y hasta calumnias.

Voluntariamente se van entregando a la policía salvo Amedeo Bertolo que logra escapar a Francia impulsado, no propiamente por el miedo sino por la necesidad de que quede alguien en libertad para poder hacer frente a las tergiversaciones interesadas que seguramente iban a presentarse con la pretensión de convertir una gesta libertaria en algo muy diferente.

Desde el momento en que el público exteriorizó su manifiesta simpatía en favor de los jóvenes estudiantes, surgieron en Italia los oportunistas de turno apoyando la campaña a favor de Jorge Conill. Los mismos que habían vuelto la espalda desdeñosamente a Pedron, a Bertolo, a de Tassis y a Gerli cuando éstos fueron a llamar a todas las puertas, antes de volcarse a la solución desesperada del rapto, firmaban ahora documentos y manifiestos en favor de Conill y de los estudiantes. Hasta manifestaciones políticas, además de las genuinamente populares, se llevaron a cabo. Los oportunistas por antonomasia, los comunistas, desplegaron una tremenda campaña solidaria a través de «L’Unitá» y lo mismo llevaba a cabo «Stasera» a pesar de lo mal parados que habían quedado los reporteros Nobile y Dall’Agua.

Automáticamente, la reacción y la prensa amarilla aprovechó la ingerencia comunista para tratar de encarrilar la hazaña libertaria como siendo de marchamo comunista y de ahí que toda la irresponsabilidad e inconsecuencia de Tomiolo fuera tan bien aprovechada por cuantos deseaban mancillar de lodo algo que, gesta y actores, llevaba un marco de pureza.

Hacer frente a estos hechos era misión de Bertolo y de ello nace su comunicado entregado a la France Presse de París una semana antes de abrirse el proceso en Varese: «El martes próximo, día 13 del presente mes, se abrirá el proceso por el secuestro del vice-cónsul español de Milán. El citado día me presentare porque quiero contribuir plenamente a esclarecer algunos puntos fundamentales y compartir la responsabilidad con mis compañeros, para situar el hecho en su justo lugar, después de todas las tentativas para confundir el acto y mezclarlo con personas y movimientos extraños:

1. La iniciativa ha partido del «Grupo Juvenil Libertario» de Milán que efectúo el secuestro, vista la vergonzosa indiferencia de los sedicentes antifranquistas y dada la extrema urgencia de hacer cualquier cosa para salvar la vida de Jorge Conill Valls con quien estábamos ligados por la amistad y comunión de ideales.

2. Dado que somos anarquistas era y es inconcebible cualquier especulación de tipo partidista, periodística, monetaria, etc.

3. Si no hemos liberado al vice-cónsul Isu Elías el día previamente señalado ha sido por la intromisión imprevista de los periodistas de «Stasera» que han trastocado nuestros planes y nos han impedido efectuar su liberación con seguridad. De haber sido detenidos mientras llevábamos al vice-cónsul a cualquier lugar de la campiña, para liberarlo, y la cosa no era improbable, dado el número de personas extrañas que ya estaban en conocimiento del lugar del secuestro, estábamos seguros de que habríamos sido acusados de intentar sustraerlo de los periodistas para entregarlo a cualquier grupo de peligrosos y sanguinarios anarquistas».

Bertolo cumplió su palabra y cinco minutos antes de abrirse la audiencia se constituía preso a la policía para formar filas junto a sus compañeros.

El día 13 de noviembre, empero, caso de que se deseara llevar a cabo un primer inventario y el correspondiente balance de las operaciones, veríamos que éstos eran abiertamente positivos. En primer lugar Jorge Conill Valls en un principio condenado a muerte veía su pena permutada a la de 30 años; en segundo lugar, la opinión publica, tanto italiana como internacional, se había sacudido por unos días su desesperante abulia, y, en tercer lugar, la gesta de los jóvenes anarquistas había provocado también, en los medios anarquistas italianos, un resurgimiento como queda patente en una carta de Pío Turroni cuando dice: «Evidentemente hay un resurgimiento del movimiento anarquista. Los compañeros parecen más activos y numerosos son los que participan en las reuniones. Sin lugar a dudas se sienten animados por los últimos acontecimientos italianos. Las huelgas en la FIAT, en la Olivetti de Puzzuoli (Nápoles), los albañiles de Bari, han hecho ver claro a los obreros y han desbancado a los partidos y a las Centrales Sindicales supeditadas a éstos. Los secuaces ya gritan «¡Dále al anarquista!» lo que prueba como se sienten incómodos delante de estas manifestaciones poco corrientes…» Después de citar diversos detalles sobre la gesta de Milán y la gran actividad que prensa, radio y televisión desarrollaran durante los cuatro días del secuestro, Turroni continúa: «Creo que nunca, en lo que va de post-guerra, se haya oído hablar tanto de anarquismo como ahora. La confabulación del silencio ha sido siempre activa en lo que a nosotros respecta, y cuando todos nos tienen por muertos o casi, se ven de nuevo huelgas en las que los compañeros libertarios logran, por lo menos en el inicio, dominar la situación y sucede el hecho llevado a cabo por los jóvenes intelectuales que pone de nuevo en escena la situación de España, hecho que desconcierta a todos porque al secuestro no ha seguido ningún acto violento».

En lo que respecta al primero de los resultados del balance citado, la propia intervención del 8 de octubre del cardenal Montini, obispo de Milán, debe estimarse como consecuencia de la sacudida tremenda que en la opinión pública efectuara el secuestro de Isu Elías. En cuanto a las afirmaciones del Ministro del Exterior franquista Castiella, señalando que Jorge Conill Valls nunca había sido condenado a muerte, éstas han sido positivamente refutadas en la tercera audiencia cuando se dio lectura a una carta del vice-decano de la Facultad de Derecho de Madrid, Doctor Juan de Rosal, en la que dice textualmente: «Efectivamente el joven Conill fue condenado a muerte pero sucesivamente su condena fue permutada a la de 30 años de reclusión».

EL JUICIO

Amedeo Bertolo, momentos después de haberse constituido voluntariamente preso para compartir la suerte de sus compañeros, cuando hablaba con un guardia. A pesar de hallarse frente a un sentimiento del público totalmente favorable y de simpatía hacia ellos, los jóvenes libertarios sabían que debían afrontar a una justicia frígida que, descartando toda la subjetividad del caso, podía aplicarles plenamente el articulo 605 del Código Penal que dice: «Quien prive a alguien de su libertad personal será castigado con la reclusión de seis meses a ocho años». Con el agravante de que a su cargo se habían acumulado diferentes delitos también comprendidos en el referido Código: el secuestro estaba agravado con daños al señor Elías, señalaba la requisitoria fiscal; había también la acusación de apropiación y hurto de una placa de automóvil, el porte ilegal de armas y el haber arrojado las mismas al río Naviglio que, parece ser, también jugaba un papel de agravante.

Toda una semana, del 13 al 21 de noviembre exactamente, fue necesaria para que el magisterio público rindiera veredicto sobre el caso del secuestro del vice-cónsul franquista Isu Elías. Doce abogados iban a defender a los doce acusados; aquellos, algunos de ellos diputados, concejales y hombres volcados a la vida política del país, vieron una ocasión única para el realce de su popularidad. Ellos eran los doctores Boneschi, D’Ajello, Dall’Ora, De Luca, Donello, Gallo, Guerrini, Luzzato, Oldrini, Polcaro, Spazio y Zaboli. El tribunal lo integraban: el presidente Eugenio Zumin y los doctores Garibaldi Porrello y José Cioffi. La parte acusatoria fue a cargo del doctor César de Giacomo. Los testigos citados serían en un total de dieciocho, seis para el fiscal y 12 para la defensa.

Una narración detallada rebasaría las páginas que queremos dar a este trabajo pero si consideramos conveniente el detenernos lo suficiente para poner de relieve los importantes testimonios rendidos por tres testigos de la defensa y nos referimos, concretamente, al príncipe Felipe Caracciolo di Castagneto, el abate Alejandro Glassberg y el jurista español, radicado en Ginebra, Antonio Dieste Carasol.

El primero de los testigos mencionados es un noble italiano: todo un príncipe y, paradojalmente, su testimonio es utilizado por la defensa en favor de los anarquistas: «Existe una organización dice Felipe Caracciolo di Castagneto de carácter europeo llamada Conferencia de la Europa Occidental. Se me pidió formar parte de una comisión internacional que se proponía solicitar de Franco la amnistía de los presos políticos y yo accedí a ello. Estaba integrada por cinco miembros es decir, Leslie Plunner y John Mendelson, ambos diputados ingleses, Emilio Lauger, ex secretario adjunto a la ONU, Julio Wolf, jurista belga y yo».

«En noviembre de 1961 nos dirigimos a España para tomar contacto con el ministro de Justicia español y explicarle los motivos por los cuales era oportuno conceder una amnistía. No conseguimos hablar con el ministro ya que la audiencia que, en un primer momento nos fuera concedida nos fue, posteriormente, revocada».

«Estuvimos en España durante una semana y en ese periodo tomamos contacto con diferentes abogados españoles y con familiares de algunos detenidos políticos. Conseguimos, de hecho, las informaciones necesarias para darnos cuenta de la situación político-jurídica vigente en España e hicimos un informe que fue depositado en la sede de la conferencia en Paris». «Aquello que me impresionó mayormente fue la ausencia de justicia en la manera por nosotros entendida. De hecho, bajo el término de «rebelión militar»‘ caen todos los delitos, desde la difusión de manifiestos hasta la discrepancia de opiniones políticas, pasando por la organización de una huelga, etc. Sólo el tribunal militar puede decidir sobre la competencia de los delitos». «La defensa en el proceso es confiada a oficiales de grado siempre inferior al del que asume el fiscal; muy a menudo, toda la documentación del juicio es entregada al defensor pocas horas antes del mismo solamente. Las sentencias que emanan del tribunal militar deben ser supervisadas por el gobernador militar de la región el cual puede modificar, para bien o para mal, la decisión del tribunal».

Después del príncipe Caracciolo le tocó el turno al abate Glassberg, miembro también de la Conferencia de la Europa Occidental. Se expreso en francés y un intérprete iba traduciendo sus manifestaciones:

«Formo parte de la Conferencia Europea por la concesión de amnistía a los condenados políticos españoles. La misión de interceder directamente a través del gobierno español fue confiada a una comisión que precedió mis tareas. Mi misión era la de estudiar como se desenvuelven los enjuiciamientos y los procedimientos penales políticos así como verificar si los republicanos españoles eran aun perseguidos».

«Con respecto a los enjuiciamientos por los delitos políticos puedo referir lo siguiente: El proceso se lleva a cabo delante de un tribunal militar con la forma propia a esta clase de juicios. El tribunal tiene función consultiva por cuanto sus decisiones pueden ser confirmadas, modificadas o anuladas por el gobernador militar de la región en la cual se desenvuelve el juicio y que tiene un poder discrecional en la materia».

«El abogado defensor es un oficial, y no tiene por qué ser necesariamente jurista, y cubre siempre un grado inferior al del fiscal. Generalmente es la autoridad militar la que abastece un elenco de oficiales entre los cuales puede ser hecha la designación del defensor».

«Puesto que la nomina se hace solamente tres días antes del proceso, es difícil que el defensor pueda entrar con eficacidad en la médula del caso y en estrecho contacto con el defendido. Además, la elección que hará el imputado deberá siempre verse ratificada por el tribunal».

«Las audiencias son públicas en cuanto que el público puede asistir; pero la prensa nunca señala la fecha de los juicios. La probabilidad de poder asistir a una audiencia depende de la posibilidad de ser informado previamente; de modo que a las audiencias están presentes solamente aquellas pocas personas que se han interesado por propia cuenta y que han tenido la oportunidad de ser informados de la fecha del juicio en algún lugar competente».

«La fecha de la audiencia es señalada en el último momento. Yo, por ejemplo, he sabido a las 11 de la noche que a las 9 de la mañana del día siguiente tendría lugar un proceso. Aquellas personas que asisten a los debates deben entregar a la policía los documentos de identidad, incluido el pasaporte. Estos documentos permanecen en poder de la policía durante todo el proceso». «La sentencia no es pronunciada al final de la causa. El tribunal se retira a deliberar y de esta deliberación no trasciende nada a la sala. La única noticia sobre la decisión es conocida a través de un ejemplar mecanografiado que se pone en la puerta de la audiencia después. Este comunicado está expuesto muy pocos minutos y en un momento que nunca se anuncia. Debido a ello los corresponsales de la prensa extranjera pagan a un soldado a fin de que permanezca presente hasta el momento de la fijación y tome nota del dispositivo de la sentencia emitida. La fijación de las sentencias puede tener lugar en el mismo día de la decisión, al día siguiente o hasta más allá. No sé en qué modo la sentencia es comunicada al imputado».

«La obra llevada a cabo por la Conferencia de la Europa Occidental creo que ha podido reducir sensiblemente la pena de diferentes detenidos políticos. De modo particular nuestra tarea ha permitido la libertad, después de 22 años de cárcel, del poeta español Marcos Ana quien fuera encarcelado cuando tenia 19 años».

«Un abogado del foro español nos ha dicho que todo lo que se sabe en Occidente en relación a la situación de los imputados políticos españoles tiene su importancia y, en particular, puede influenciar no solo en la decisión de los gobernadores militares sino también en la de los tribunales militares».

«El presidente de la Orden de los abogados españoles me ha señalado que sería de importancia esencial el que el mundo occidental conociera cuales son las normas de los enjuiciamientos penales españoles en este campo».

«En lo que respecta al trato de los presos puedo decir que sus sufrimientos son de muy triste semblanza a los que padecieran los cristianos en la antigua Roma».

Los testimonios del príncipe Caracciolo y del abate Glassberg tenían, indudablemente, una importancia no desdeñable para la defensa que trataba de romper el cerco que el presidente del tribunal colocaba tendiente a marginar «la justicia española» la cual no podía ser enjuiciada por un tribunal italiano lo que permitió una brillante intervención del abogado defensor Dall’Ora «…para definir el carácter de sus acciones refiriéndose a los jóvenes secuestradores, no se pueden ignorar las vicisitudes judiciales de Conill como si el joven español hubiese sufrido un proceso por hurto de gallinas en la vecina república de Suiza».

En realidad, y eran las aspiraciones mutuas de imputados y defensores, el proceso no podía limitarse a enjuiciar un secuestro, porte ilegal de armas y apropiación indebida de una placa de automóvil. Se trataba de levantarle juicio a Francisco Franco y a su régimen y la defensa tenía que romper la barrera que el presidente del tribunal, Zumin y el fiscal de Giacomo trataban de interponer entre Varese y España. Por ello, la presencia de Caracciolo y Glassberg, como testigos, fue de un valor muy importante para la defensa.

Sin embargo, el testimonio que más fuertemente iba a pesar en la balanza de la defensa seria el del doctor Antonio Dieste Carasol quien fuera llamado a deponer en la tercera audiencia que tuvo lugar el día quince.

Carasol había sido profesor de Derecho en la Universidad de Zaragoza y actualmente ejerce la abogacía en Ginebra. Sin necesidad de intérprete, con un italiano casi perfecto, Dieste Carasol lapidó al franquismo en una larga deposición de la que son estos párrafos: «La legislación originaria, en materia de enjuiciamientos penales políticos de los años inmediatamente posteriores a la victoria franquista, fue sustituida por una serie de artículos del Código Penal de 1944 pero, en la realidad, las leyes abrogadas continuaron siendo siempre aplicadas. En fecha 21 de septiembre de 1960 aparecía un decreto según el cual pasaban a ser considerados delitos de rebelión militar: la difusión de noticias falsas y tendenciosas que pudieran turbar el orden disminuir el prestigio del Estado y de sus instituciones, del gobierno y de su autoridad, así como las conspiraciones, participación en reuniones, conferencias y manifestaciones con los ya citados fines. Para estos delitos el código penal militar prevé la pena de muerte para los jefes y la reclusión mayor (es decir de 20 a 30 años) para los demás participantes». «En el procedimiento sumarísimo por lo dispuesto en el articulo 922, es obligatoria la custodia preventiva del imputado. Durante el procedimiento el defensor debe ser elegido entre los oficiales de grado inferior al del fiscal y de los componentes del tribunal. Terminada la instrucción, actas y documentos son entregados al auditor que es un magistrado de la justicia militar. De allí la documentación es transferida al fiscal, que también es un magistrado de la justicia militar, el cual en el término de cuatro horas debe leer el enjuiciamiento y redactar las conclusiones provisionales. Por último, y con plazo de cuatro horas, la instrucción pasa a ser conocida del abogado quien debe también redactar la defensa junto con el imputado que debe, de puño y letra, suscribirla».

«Durante el debate un componente del tribunal militar hace la relación del proceso. No son reexaminados los testigos, los cuales ya hicieron deposición durante la instructoría salvo en el caso que el tribunal lo considere necesario. Fiscal y defensa exponen sus argumentos y el tribunal se retira a la cámara de consejo para deliberar».

«La decisión es comunicada, tanto al fiscal como al abogado, en la propia cámara de consejo. Estos tienen entonces dos horas para poder hacer las eventuales observaciones. El dispositivo de la sentencia se fija en la puerta del aula de la audiencia en el mismo día y por espacio de media hora. Todo el debate se lleva a cabo de manera a dar la menor publicidad posible». «Las sentencias son inapelables por parte del imputado el cual puede solamente hacer las observaciones de las que ya he hablado. La sentencia no pasa a ser ejecutiva hasta el momento en que el comandante militar de la zona no da el «placet». En el caso de que el «placet» sea concedido, una sentencia de condena a muerte puede ser ejecutada dentro de las 24 horas a partir de la decisión del comandante de la zona que, a su vez, puede seguir de pocas horas a la sentencia emanada del tribunal militar. Si el comandante de zona, por no importa que motivo, no concede el «placet»,(2) el proceso es trasmitido al consejo supremo de la justicia militar de Madrid, el cual puede reformar la sentencia para bien o para mal. Este tribunal decide sin debate público y sin necesidad de «placet» por parte de otra autoridad».

«El testigo es escuchado en instructoría bajo el vínculo del juramento. El enjuiciamiento no prevé expresamente la obligación del defensor de comunicar al condenado el tenor de la sentencia. En la práctica, puesto que existe el derecho de hacer, dentro de las siguientes dos horas, las observaciones por parte del imputado y de la defensa, el defensor se pone inmediatamente en contacto con el condenado. Le comunica las decisiones del tribunal militar y concuerda las alegaciones a llevar a cabo».

«Regularmente, no por expresa disposición de ley, durante la cámara de consejo el imputado es custodiado hasta un local cercano a donde se halla el tribunal militar lo que permite al defensor comunicarse inmediatamente con él durante el breve tiempo que la ley pone a su disposición». «Puede darse el caso que el defensor se aleje del edificio del tribunal militar, antes de las decisiones, por negligencia o por ignorancia de las normas de proceso y de las obligaciones que se le han confiado. En tal caso el defensor es convocado por el tribunal militar mediante un soldado encargado de localizarlo y las dos horas empiezan a contar desde el momento en que ha recibido la comunicación».

«De la decisión del Gobernador militar de la región, respecto a la ratificación de la sentencia del tribunal militar, toma conocimiento el condenado en la cárcel a través de un sub-oficial afectado al consejo de guerra quien se dirige al interesado acompañado del director de la prisión. Si, por el contrario, la decisión no es ratificada el condenado no recibe ninguna clase de noticia y, de hecho, no recibe ninguna comunicación hasta la decisión del consejo superior de Madrid».

(En este instante el abogado defensor Boneschi interrumpe al testigo, que está contestando con la máxima objetividad a las preguntas del Presidente del Tribunal de Varese y dice: «Es decir, si es que hemos comprendido bien, ¡el condenado a muerte recibe la noticia directamente en la espalda por parte del pelotón de ejecución!»).

«La decisión del consejo supremo continúa Dieste Carasol es hecha pública mediante fijación delante de la puerta del aula del dispositivo de la sentencia, fijación ésta que, creo, también dura brevísimo tiempo. Tal decisión es comunicada después al gobernador militar de la región quien, a su vez, la trasmite a la autoridad competente para que se encargue de la ejecución. La autoridad lo comunica al condenado a través de un sub-oficial del auditor que va acompañado del director de la prisión».

«Ni el propio fiscal tiene derecho de impugnación contra la sentencia del tribunal militar. Puede solamente hacer las observaciones en el mismo término de las dos horas de que dispone el abogado defensor. Las normas relativas al enjuiciamiento sumarísimo están comprendidas en la parte del código de justicia militar».

«En lo que se refiere a los delitos militares ordinarios existe un procedimiento diferente al que acabo de señalar y que prevé la posibilidad de tener un abogado profesional, libre, como defensor y puede también, apelar».

El testimonio de Dieste Carasol, el más extenso de todos, fue, salvo la interrupción que provocara el abogado Boneschi, ya casi al final de la deposición, el que mantuvo más en vilo a un auditorio en el que se podía escuchar la respiración de los presentes.

Dirá Gigi Ghirotti, el corresponsal de «La Stampa» en el número correspondiente al 16 de noviembre: «Mientras el aula escuchaba la deposición del jurista Carasol se había levantado, detrás del banco de los acusados, al que protegían doce abogados, la sombra de una dictadura que a los jóvenes de todas las creencias políticas les reserva juicios que no escuchan defensores, sentencias que no admiten apelación, tribunales que no tienen la gallardía de anunciar su veredicto a los condenados, todo «plenamente normal» como escribe el vice-decano de la facultad jurídica de Madrid».(3)

Y a esto precisamente tenía que llegar, en forma racional, el proceso de Varese: a colocar en el banco de los acusados al verdadero delincuente, al régimen imperante en España, reflejo fiel de una mentalidad medioeval.

«Estamos aterrorizados dirá el profesor Dall’Ora por lo que acabamos de aprender sobre las condiciones del Derecho en España. Estamos sumergidos en pleno medioevo. Cuanta razón han tenido estos jóvenes en temer por la vida de su amigo. También en el Medioevo la publicidad en los procesos estaba limitada a la ejecución, es decir a la pira… En España uno se ve perseguido por el delito de opinar. Inclusive cuando las personas deciden no tomar el tranvía por que las tarifas son aumentadas pueden ser conducidas frente a un tribunal militar en concepto de atentado al orden interno del Estado. Todo esto es de locura».

Exactamente: de locura. De locura rayando con lo absurdo y por ello todo lo que ocurre en España escapa al discernimiento del mundo porque rebasa los límites de la razón. Había sido necesaria otra «locura», la de los muchachos estudiantes, para que mediante este procedimiento homeopático trascendiera al mundo que se halla al otro lado de los Pirineos algo del trajinar dantesco que vive el pueblo español.

Colocado en este terreno, el juicio de los jóvenes anarquistas, iban poniéndose de manifiesto los atropellos de lesa humanidad del régimen español. Quedaban implícitamente violados los artículos 3, 8 y 10 de la Declaración de los Derechos del Hombre, tanto por la ingerencia arbitraria de la justicia militar como por la actividad casi nula que se le permite a la defensa.

«Mientras se observa una moralidad internacional que se expande de país en país dirá Dall’Ora en otra parte de su brillante intervención y no conoce fronteras ¿Se nos prohibirá acaso en Italia el criticar un Estado que practica el canibalismo?».

«El Ministro de Asuntos Exteriores español ha mentido cuando en su respuesta al telegrama del cardenal Montini ha afirmado que ningún joven había estado en peligro de muerte. En realidad, la conmutación de la pena de muerte en pena detentiva, a favor de Conill, fue decretada como consecuencia a la sublevación de toda la prensa internacional sobre el caso, puesto delante de los ojos del mundo entero gracias al secuestro del vice-cónsul de España en Milán».

Antes de dar inicio al proceso, el corresponsal del «Corriere de la Sera», Alberto Grisolia afirmaba en el número correspondiente al 13 de noviembre que no lograrían, la defensa y los imputados, arrastrar al proceso hacia una causa condenatoria contra el franquismo. «Ningún tribunal decía se dejaría arrastrar hacia un terreno tan lejano de lo que es el episodio en sí». Alberto Grisolia, que por el resto supo dar excelente información a sus lectores durante las jornadas del juicio, se equivocó de lleno: la condena que recibiera el franquismo en el proceso de Ginebra era ratificada nuevamente, con más virulencia si cabe, en Varese.

La generosidad anarquista ganaba otra batalla. Los jóvenes libertarios e intelectuales, desde el banquillo de los acusados veían sus esfuerzos coronados por el éxito y desde el público un representante de una generación ácrata más vieja, Michelino Comiolo, les ratificaba la victoria con un grito a la vieja usanza: «¡Viva España Libre! ¡Abajo los tiranos!». . .

La escena fue de una efimeridad de relámpago. La policía obligo a Michele a abandonar el recinto pero se había producido un relevo simbólico en el que el anarquista anciano, obrero, de violencia brusca a lo Bresci, daba el espaldarazo al libertario joven, estudiante, capaz de una violencia de guante blanco. De haber estado presente Pedro Gori, el proceso hubiera dado igual importancia al anarquismo que a la condena del franquismo. Sin embargo la defensa demostró en todos los terrenos una capacidad admirable que fue lo que obligó, en definitiva, convertir un juicio por tres delitos comunes, prosaicos e intrascendentales, en el juicio más importante que haya tenido Franco en estos últimos tiempos.

El empeño de un Presidente de Tribunal y de un fiscal en circunscribir los hechos en la topografía que va desde Milán hasta Val Ganna fracasó. En realidad el propio fiscal, de Giacomo, se pasaba, «volens o novolens», a la defensa en repetidas ocasiones: «No estamos frente a una proeza de «teddy-boys» dirá en la audiencia del día 16. – No es un caso de hamponato lo que estamos examinando. Son jóvenes. Vienen de un ambiente familiar sano. Nunca han dado motivo de censura. . .», ratificando así los testimonios del profesor Franco Riva, director de la biblioteca comunal de Verona; del profesor Morpurgo Tagliabue, de la Universidad de Milán, del profesor Tomazzoni del liceo de Trento, del profesor Brambilla del liceo Berchet, confirmando todos, según palabras textuales de Ghirotti: «La alta madurez intelectual del grupo, el inmaculado pasado de los acusados, su activa participación en los problemas más dramáticos de nuestro tiempo…»

Volcado el propio fiscal a la defensa de los imputados, los abogados no podían pecar de timidez y en las intervenciones, la mayoría de ellos, reconocida la solvencia moral, intelectual o ideológica de los jóvenes libertarios, dirigieron sus baterías al baluarte del medioevo y del canibalismo como ya catalogara previamente al franquismo el profesor Dall’Ora.

«Es verdad señalara el abogado Gallo que estos jóvenes se han movilizado para salvar la vida del amigo Conill, pero este gesto generoso, sólo representa la chispa que ha posibilitado la presencia de una llama intensa: la solemne protesta contra la barbarie del régimen franquista».

El doctor Alberto Zoboli dirá a su vez: «Más allá de la España de las castañuelas y de las corridas hay otra España que los turistas no ven pero que algunos de los imputados pudieron avecinar y escuchar, en sus voces sufridas, en sus sentimientos afligidos».

Cuando le tocó el turno al abogado Livio Oldrini, éste señaló: «Nos sentimos orgullosos de estar hoy aquí, defendiendo a estos queridos muchachos que han actuado para que sea restablecida la libertad allí donde ésta yugulada».

El último en intervenir fue Mario Boneschi, posiblemente el más impetuoso de todos. Boneschi, aludiendo una amonestación del Presidente Zumin en la que objetaba el que se convirtiera la causa en torneo de política, dijo que «de política no se ha hecho bastante aquí». Para probar sus afirmaciones se remontó al proceso que en 1950 se llevó a cabo contra los anarquistas que habían incendiado los archivos del consulado español en Génova; citó los procesos celebrados durante el fascismo, uno en Bruselas contra De Rosa quien atentara contra el príncipe Umberto y el otro en Lugano contra Bassanesi, procesos éstos, que vieron desfilar, entre los testigos, las figuras más notables y descollantes de la emigración antifascista y en cuyas audiencias fuera acusado duramente el régimen fascista de entonces.

«El que Conill haya sido salvado «in extremis» concluye Boneschi, debido sobre todo al movimiento conmociónalo que han sabido suscitar estos jóvenes, no hay duda alguna al respecto. Desde entonces, inclusive, no se han pronunciado más condenas a muerte en la España franquista. La empresa de estos jóvenes no fue una muchachada diletante y mal organizada: fue un acto de bella generosidad, una prueba de seriedad y empeño moral que es, inclusive, una censura a nuestra sabiduría estéril. Y es precisamente con esta tenacidad que nosotros quisiéramos ver crecer a todos nuestros hijos».

El tribunal estuvo dos horas y diez minutos deliberando en la cámara de consejo. Las penas dictadas fueron de 7 meses de cárcel para de Tassis, Bertolo, Pedron, Gerli y Tomiolo. Por tenencia de armas De Tassis sufre un recargo de un mes de arresto y Bertolo, Pedron y Tomiolo 20 días. Bertani y Novelli Paglianti recibieron 5 meses con un mes de arresto el primero por tenencia de armas también. Todos ellos, salvo Bertolo, se hallaban encarcelados desde el 1 de octubre. Las demás condenas fueron: Sartori a 5 meses, los periodistas Nobile y Dall’Aqua a 4 meses y Fornaciari a cuatro meses y uno de arresto. Hubo una absolución, la del chofer de «Stasera»: Vicenzo Vaccari.

Sin embargo el tribunal ordeno para todos la suspensión total de la condena, la no inscripción de los condenados en los ficheros judiciales y la liberación inmediata de todos los detenidos.

Condenado irremisiblemente, inscrito en los archivos de la humanidad como el más sanguinario de los bárbaros y blanco de todos los odios de los seres que aman la libertad quedaba, en Varese, para todos los efectos, el nombre de Francisco Franco y su régimen medioeval.

Notas.

(1) «Stasera» publicaba, con fecha de domingo 30 de septiembre, una especie de primicia sobre el secuestro. Se trataba de tres misivas anónimas cuya procedencia se estimaba que era la de los secuestradores. Había, inclusive otra nota de Isu Elías dirigida a sus familiares nuevamente. Las notas, inclusive, fueron confiadas a dos grafólogos que, como siempre ocurre en estos casos, no llegaron a ponerse de acuerdo. El primero dice del que las había escrito que «se trata de una persona de ideas algo exaltadas y de escaso equilibrio. No ti ene un carácter abierto. Obra con cierta ambigüedad. Ideas más bien confusas y en cuanto a su actuar sufre la influencia de otras personas». El segundo, mucho más breve señal a: «El autor de las cartas está dotado de u na capacidad intelectual superior a la normal. Se trata de un sujeto reservado, taciturno, idealista» (Corriere de la Sera. Milán 2 de octubre de 1962).

(2) Es lo que sucedió, precisamente con el caso de Jorge Conill Valls. Este fue condenado a muerte por un tribunal militar de Barcelona pero el gobernador militar de la región no dio el «placet» y Conill, junto con Antonio M ur Pei ron, y Jiménez Cubas fueron enjuiciados de nuevo por el Consejo Supremo de Madrid. Mientras, empero, ya había tenido lugar el rapto de Isu Elías, las agencias internacionales habían difundido la noticia de la condena a muerte y el cardenal Montini había mandado su telegrama a Franco.

(3) Ghirotti hace referencia a la carta que a requerimientos del tribunal de Varese  andar a el vice-decano de la Facultad de Derecho de Madrid, Juan de Rosal, la cual ya hemos citado anteriormente en el párrafo que confirma el que Jorge Conill sí había sido condenado a muerte. El doctor de Rosal había añadido, acto seguido, que todo ello había sido llevado en forma «plenamente normal».

Víctor García
Agradecimientos a Vicente Ruiz (hijo) por facilitarnos este excelente artículo 
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