Federica Montseny y las contradicciones del paradigma libertario

1. Introducción

El 12 de febrero de 2005, hizo un siglo del nacimiento de Federica Montseny. Cuando falleció a los 89 años en Toulouse se puede decir que la mayor parte de las necrológicas tuvieron un enfoque básicamente arqueológico.  Con el pretexto del centenario se organizaron diversas mesas redondas, y se han editado algunos libros, en particular Federica Montseny, La indomable. (Temas de Hoy), la biografía de Susanna Tavera (Madrid, 1945), doctora en Historia Contemporánea y profesora de la Universidad de Barcelona, que ofrece un importante trabajo de investigación, así como Federica Montseny, una anarquista en el poder. (Espasa), obra de Irene Lozano (Madrid, 1971), periodista de El Mundo y como su título indica, se centra sobre todo en su experiencia ministerial, tema que también aborda Dolors Marín que en otro libro, prepara Plaza&Janés, engloba además de Federica a los demás ministros provenientes de la CNT (1).

FedericaEsto sucedía en un momento en el que el ideal libertario (las comunas y las colectivizaciones) parecían consagrarse como pruebas de hecho, pruebas que, en no poca medida, resultaban (al menos doctrinalmente) contradichas por un «circunstancialismo» que en el congreso de Zaragoza de 1936 había defendido el «todo» de una revolución destinada a conmover los cimientos de «el orden establecido»…

Esta paradoja marcaría el resto de su vida, la de una mujer con un destino marcado por el hecho de ser la única hija de Federico Urales y Teresa Mañé (2), y haber sido educada «integralmente» siguiendo las premisas del ideario pedagógico libertario. Ideario que trató de aplicar vehementemente durante su larga vida, tratando de ser coherente con sus grandes exigencias prácticas y morales como propagandista y escritora, como militante y como mujer. Se puede decir que esta fidelidad fue para ella una auténtica obsesión.

Ahora dicha fidelidad parece quedar bastante lejos, baste señalar que tanto el libro la Susanna Tavera como el de Irene Lozano han sido presentados por ministras o antiguas ministras que no tuvieron ningún problema con ocupar el cargo, antes al contrario y que desde luego, no realizaron ni una mínima parte de las reformas efectuadas por Federica, vaya por Dios.

2. La Revista Blanca

Ella misma contará que sus recuerdos son los de una infancia, una adolescencia y una juventud feliz y apasionante. Alejada de las escuelas oficiales hasta los 18 años, su educación transcurrió en casa, siendo inducida al amor por la Botánica y la Geología, y seducida por la gran biblioteca familiar en la que conviven los divulgadores científicos, con los grandes reformadores e inconformistas de la literatura, sin olvidar los diversos clásicos del anarquismo, muchos de los cuales fueron traducidos por los padres y no pocos mantienen relaciones de amistad con la casa. A los 18 años asiste a unos cursos en la Facultad de Letras de la Universidad de Barcelona, ciudad en la que viven desde que cumplió los 13 años.
Ya entonces Federica era una «niña prodigio» capaz de confundir a los doctores sociales. Así, a los 17 años se mostraba capaz de escribir una novela al estilo de las de su padre. Sobre esto inicios escribe ella misma: «…Empecé a escribir desde muy joven, colaborando en Nueva Senda de Madrid, Tierra de La Coruña, y Redención de Madrid. Mis padres hicieron aparecer La Revista Blanca (3) y les ayudé en su empresa editorial y de propaganda, alternando este trabajo con la lucha sindical y mi participación en la vida de la organización y en la propaganda. Pronto llegué a ser una figura muy conocida en la CNT a causa de la gira de conferencias y de mítines realizados, sobre todo después de la proclamación de la República. Esto explica el relieve adquirido en el período de 1936-39».

Se puede decir que en la adquisición de este relieve, el hecho cultural y literario precede al organizativo y será en este ámbito donde más nítidamente se manifestará la continuidad familiar. Durante la segunda etapa de La Revista Blanca, pasará a ser su más activa componente. Su firma será la más prolija, como autora del espacio «Efemérides» que había hecho popular su padre, bien en el amplio espacio dedicado a las mujeres, en las que, igualmente, retoma la senda familiar, en este caso de su madre, aportando igualmente numerosos escritos en los que comenta la situación política, y en los que se puede ver su creciente interés por el curso que va tomando la República y por los debates entre faístas y trentistas en la Confederación.

No han faltado plumas que han exaltado con entusiasmo esta peculiar dimensión suya, tan extraña por lo demás en el ambiente de la militancia política. Éste es el caso, por ejemplo, de la escritora feminista Carmen Alcalde que afirma: «Federica, que tuvo a su alcance todos los libros de la extraordinaria biblioteca de su padre, se enfrentaba a un doble destino: et de la lucha revolucionaria llevada con todas sus consecuencias, con la lucha armada si fuera preciso, y el de realizarse como escritora profunda y magistral que culmina en su obra escrita, más allá de su engagement político. Es la palabra escrita en una literatura honda y apasionada lo que en el fondo, desde su juventud, late en su corazón. De no haber vivido aquellos años claves para nuestra historia, hoy sería una de las mejores escritoras que ha producido nuestro país, tan huérfano en mentes preclaras». Sin embargo, no parece que, a la luz del tiempo este entusiasmo se justifique, y resulta por sí significativo, que el olvido en que ha caído esta literatura sea prácticamente total, incluso en los rangos libertarios.

¿Se trata como se pretendía, de una literatura que desciende al terreno del trabajo, a las profundidades de la vida social? La respuesta es negativa. No hay en toda su literatura ningún acercamiento mínimamente riguroso a la realidad, que resulta más bien contemplada a la luz de un esquema teórico muy simplista, en el que la burguesía y el industrialismo tienen su reverso en el colectivismo y en la vida agraria. No se trata desde luego, de una prolongación de aquellos títulos clásicos que enfocaron con vigor la situación de la clase trabajadora bajo el capitalismo. No hay un esfuerzo por acercarse a grandes modelos como el Germinal, de Emile Zola, tan influyente en los medios libertarios, como La jungla, de Upton Sinclair, o El talón de hierro, de Jack London, por no hablar de otros ejemplos próximos como los de el Blasco Ibáñez más radical de La bodega o el Pío Baroja obrerista de La lucha por la vida. La literatura de «mensaje libertario» de la familia Montseny-Mañé y de tantos otros escritores afines, entronca más bien con los folletines socializantes del siglo XIX, tan atractivos para obreros autodidactas, valiosos seguramente para incidir en sus inquietudes primarias, pero sin duda carente de cualquier valor que no sea el sociológico.

Las suyas no difieren una pulgada de las escritas, unas décadas antes, por sus padres. Son novelas sencillas y baratas, asequibles para trabajadores que hacen sus primeras letras, de venta militante, espejo idealista en el que se quieren mirar la gente «consciente», con situaciones en las que el bien y el mal se distinguen tan claramente como la noche y el día, idóneas sin duda en el ambiente en el que surgieron, pero irrecuperables desde cualquier posición crítica. Inmersa en este mundo de la «contracultura» ácrata, Federica se sintió como una «trabajadora intelectual», una productora de novelas «ejemplares», un quehacer sobre el que se contempló un tanto autocríticamente en 1938, cuando en plena guerra civil en el prólogo para La indomable -evidentemente, ella misma imaginada-, habló de su obra «juventud, de egolatría por tanto, empapada en mí misma, con fidelidad angustiosa a mis problemas, mis inquietudes, al pasado vivo de mi infancia, de mi adolescencia, de una plenitud que comenzaba solamente».

Durante el período que va entre 1923 y 1929, Federica se ocupará con cierta predilección de la cuestión femenina, tanto en sus artículos -que luego convertirá en folletos- como son «La mujer, problema del hombre» y «El Problema de los sexos», como en algunas de sus novelas más elaboradas, este es el caso de «La Victoria», que se presenta como una obra «en la que se narran los problemas de orden moral que se presentan a una mujer de ideas modernas», y que tendrá una segunda parte en «El hijo de Clara». También se puede encontrar una amplia ilustración de sus concepciones sobre este tema en otras novelas suyas de tintes biográficos (francamente idealizados) como «La indomable».

3. No al feminismo

También aquí funciona el hilo de la continuidad: Federica no tiene otro horizonte que el de Teresa Mañé. Al igual que en sus novelas no revela interés por ningún análisis concreto, por los datos objetivos, ni tan siquiera en cómo se plantea el problema en los propios rangos militantes entre los que es reconocida como una excepción («los tiene como un hombre», decían los militantes). Sus planteamientos se desarrollan en un terreno primordialmente especulativo y no es difícil encontrarles aspectos marcadamente contradictorios. Así por ejemplo, mientras que en algunos momentos parece tener una opinión muy desfavorable de la mujer, a la que le atribuye un espíritu gregario que se opone al activismo social de los hombres y manifiesta claramente que le corresponde a éste el papel central en la lucha emancipatoria que, por sí misma, solventará sus problemas (ya que, no duda, el anarquismo liberará al individuo tanto hombre como mujer), en otros casos afirma que «el hombre ha de mantenerse al margen de nuestras discusiones, cuando estas sólo atañen al problema exclusivamente femenino. Es decir, cuando se trata de determinar las inquietudes, las nuevas modalidades, las nuevas formas de existencia moral y social femeninas».

Tildada fácilmente de «feminista», podemos decir que este adjetivo le cabría, sí acaso, malgré elle. No aceptaba ninguna premisa del feminismo activo; así por ejemplo lo de conseguir el voto femenino le parece abominable: «!Gobernar, he aquí toda la idealidad, toda la ética, todo el valor, porque las pobres nunca han sido ni serán feministas, ni las dejarían serlo!». En el caso hispano es mucho peor, ya que «en realidad no existe feminismo de ninguna clase, y sí alguno existiera, habríamos de llamarlo fascista, pues sería tan reaccionario e intolerante, que su arribo al Poder significaría una gran desgracia para los españoles». Empero, dentro de este rechazo se desarrollan ciertas matizaciones. Federica había ya mostrado una gran admiración por feministas «independientes», como lo fueron las populistas rusas que ofrecían su vida para atentar contra el zarismo o por Isadora Duncan, sin olvidar el respeto que tenía por Margarita Nelken, y en algún momento aboga por un feminismo «racional y humanista» en una disyuntiva que plantea en los siguientes términos: «Igualdad absoluta en todos los aspectos para los dos: independencia para los dos; capacitación para los dos; camino libre, amplio y universal para la especie toda. Lo demás es reformismo, relativista, condicional y traidor en unos; reaccionario, cerril, intransigente y dañino en otro …¿Feminismo? ¡Jamás! ¡Humanismo siempre! Propagar un masculinismo es crear una lucha inmoral y absurda entre los dos sexos, que ninguna ley natural toleraría».

En otra ocasión, subraya dos elementos de superación para el problema «humano», el primero es el amor que «ha de ser siempre superior a nosotros, porque es la superioridad y superación de la vida futura y de todas las futuras vidas. y toda mujer y todo hombre habría de rechazar, ha de rechazar, todo amor que no representa en sí mismo y en sus frutos, superación». No admite por lo tanto el amor libre que considera grosero y materialista, porque el sexo sin amor resulta «deleznable». Sin amor «la vida se empobrece». El amor es igualmente perjudicado por la incorporación de la mujer al trabajo. El segundo es el problema de la maternidad. Federica repite una y otra vez que una mujer sin hijo es «como un árbol sin frutos». Entiende que «la maternidad tendría que ser considerada como una de las Bellas Artes, la madre ha de ser una artista, una poetisa de la forma y de los sentimientos, y el hijo, la culminación artística, la obra legada a la posteridad, concepto verdaderamente augusto de la madre, que la colocaría en un plano sublime».

No existe por lo tanto ningún problema específico que requiera mediaciones organizativas o reivindicativas. Ella ha deseado «para la mujer la libertad que deseaba para el hombre en general (…) Cuando el hombre fuera liberado lo sería la mujer». Se trata, como en su propio. caso o en el de su madre, de que la mujer tuviera «un medio independiente», a partir del cual le pudiera hablar de tú a tú al hombre. No considera -como hacen las feministas más avanzadas- que, en la realidad, el hombre -incluidos los más radicales- se opone férreamente a posibilitar las condiciones para la independencia femenina. Está persuadida que todas las mujeres podrían hacer lo mismo si se lo propusieran, y las que militan en el anarcosindicalismo podrían acceder, lo mismo que ella, a cargos de responsabilidad. Con estos puntos de vista, resulta comprensible que se opusiera al desarrollo de la organización de las Mujeres Libres, y que, en el mejor de los casos, las tratara con indiferencia. Al igual que la actividad literaria, Federica no modificó un ápice sus posiciones sobre la mujer y cuando en los años setenta una nueva generación trató de reconstruir las Mujeres Libres, se encontraron con su rechazo más o menos encubierto.

Bajo la dictadura de Primo de Rivera, la familia Montseny centró sus actividades en La Revista Blanca y en las novelas, un tanto al margen de las tareas de oposición abierta y de resistencia. Esta distanciación no estaba motivada por factores de prudencia -como indicaron algunos adversarios-, sino por las diferencias que subsistían entre sus inclinaciones «anarquistas sin adjetivo», pero de hecho, marcadamente individualistas, y las de la organización sindical que tenía que responder a necesidades reivindicativas mucho más amplias. Tampoco fue ajeno el hecho de que, mientras la familia se amparaba en su quehacer netamente intelectual, en la CNT primaban sentimientos obreristas y pragmáticos que le permitieron emerger a la hora de II República, como la organización más potente y mejor encuadrada del vasto movimiento obrero de la época.
Como organización implantada, la CNT sufrió una doble influencia a la hora de fijar su actuación. De un lado, el indiscutible apoyo social con que partían las instituciones republicanas, justificaba a los ojos de algunos (los firmantes del Manifiesto de los Treinta, con Ángel Pestaña y Joan Peiró al frente) una orientación más a largo plazo, de preparación para batallas futuras, sin negarse en el momento en pactar alguna forma de colaboración con las izquierdas o con la Generalitat catalana, otros, (la FAI), vieron llegado el momento de acelerar la actividad revolucionara, de poner en marcha una gimnasia en la que las huelgas insurreccionales se hicieron práctica normal. Este dilema entre la parte y el todo iba a dividir el anarcosindicalismo en una disputa que no se cerró formalmente hasta el Congreso de Zaragoza de 1936.
En este momento, Federica se plantea otro dilema, reflexiona entorno a las diferencias entre Rusia («país mísero, país hambriento y desprovisto de la construcción íntima de principios morales y de postulados puramente del espíritu, de lo más noble y de lo más evolucionado de nosotros, sólo puede realizar esa idea rudimentaria, esa aspiración grosera del comunismo, que satisface la necesidad primaria, primitiva del cuerpo, y deja insatisfechas todas las necesidades superiores del alma y de la dignidad humana»), y la nueva España en «democracia (que) es la realización del ideal de un pueblo harto, que puede permitirse el lujo de exigir delicadas cosas superfluas». Pero, el horizonte no parece claro: «… la tragedia, y a la vez la fortuna, es que cuerpo y espíritu y los grandes orgullos del alma satisfechos dejan el estómago vacío». para concluir contundentemente: «Ni Rusia ni España, con sus dos ensayos dispares y sus dos realizaciones antagónicas, podrán estacionarse».

4. La República no era suficiente

Se trata de una vía que trata de no comprometerse con ninguna de las dos grandes tendencias, de mantener un equilibrio como personalidad más allá de las disputas, oscilando entre el faísmo y los trentistas, de Joan Peiró en particular. Así lo explicará en uno de sus artículos: «Siempre he pensado, sin hallarme imbuida de ese famoso fatalismo o determinismo ideal de Kropotkin, que en el mundo las cosas vienen todas por su paso. Siempre he confiado, con una confianza inalterable y serena, que todas las ideas que concibe la mente humana, que todos los principios y formas de vida que alcanzan categoría de universalidad en el pensamiento humano, se realizan (…) Esto me da cierta tranquilidad de espíritu (…) pero como soy de un carácter esencialmente inquieto y dinámico, ello me estimula y me da esa hermosa fe, grave y profunda de los creyentes y de los mártires. Tampoco pertenezco a la raza de los místicos, ni creo que el martirio sea mi vocación propia. Contrariamente, a esa fe se une una tendencia más o menos peligrosa a la violencia y a las impaciencias espoleantes».

Se trataba por lo tanto de que el ideario anarquista se fuera imponiendo gradualmente, aunque la decepción de las masas y las acciones ejemplares de los faístas, la animan a plantear la cuestión de la quiebra de las instituciones -la revolución- no coja al movimiento desprevenido. Con esta posición se emplea a fondo como agitadora de la CNT entre 1932 y 1933. Predica una revolución que será «obra colectiva de todos» y que comenzará en el campo para extenderse luego por las ciudades, siempre animada por una minoría de «hombres» en los que «cuando están en la calle, sólo cabe la solidaridad». Está claro, ha optado por Durruti, García Oliver y Ascaso, y cada vez se mostrará más dura con los trentistas y más ardiente radical, sin embargo en su interior anidan las dos almas de la anarquía: la posibilista y la rupturista.
Su evolución organizativa coincide con momentos históricos claves: hasta 1931 no ingresa en la CNT, y hasta 1936 no lo hace en la FAI. Entre ambas fechas, Federica combina una especial atención por la definición práctica de la alternativa comunista libertaria con una mayor entronización en las alturas del movimiento.

Como ideóloga, su voz se manifestará ante cada acontecimiento como una de las más autorizadas. Se le escuchará defender el abstencionismo electoral con ocasión de las legislativas de 1933, también será la principal opositora a la tentativa de unificar el movimiento obrero en la Alianza Obrera: no hay nada que hablar con los marxistas. En el transcurso del Congreso de Zaragoza, en vísperas de la guerra civil, será, junto con el doctor Isaac Puente, una de las principales animadoras de las ponencias en las que se detalla minuciosamente el futuro comunista agrario. Un comunismo que debía tener la libertad individual como principio motriz, que, obviamente, prescindiría del Estado. Su punto de apoyo no son los sindicatos sino las comunas libres y la libre federación entre los productores asociados y los municipios. No hay en todo su planteamiento ninguna reflexión táctica, nada que hable del ascenso del fascismo y de su concreción nacional, nada sobre el resto del movimiento obrero, sino que se trata nada menos de «responder a -los afanes de todos los corazones, a la evolución moral y científica de la humanidad, (y) responde a la tradición de la especie humana, porque en un régimen de interés común vivía la gente antes de venir a perturbarla los sacerdotes, los generales, los caudillos, los jefes y los ambiciosos».

El estallido del levantamiento militar-fascista coge a Federica tan desprevenida como a la mayoría de la izquierda. Como tantas otras mujeres, se batió en sus barricadas hasta que la organización la reclamó como una autoridad que debía de responder a una situación excepcional. La guerra había provocado una revolución cuyo centro espiritual era Barcelona; los anarcosindicalistas se convirtieron en la fuerza dominante en buena parte del campo republicano. Empero, su poder no era reconocido; la administración seguía estando a nombre del Gobierno del Frente Popular, al que la CNT-FAI eran ajenas…
Federica, junto con otros dirigentes libertarios, formó parte del petit comité que tuvo que decidir el rumbo del movimiento, al que le vieron exclusivamente dos alternativas: o efectuar un «golpe de Estado» al «estilo bolchevique», o restaurar el Gobierno frentepopulista, con el que la CNT había mantenido graves diferencias. En ningún momento se plantea una alternativa con el conjunto del movimiento obrero, ni la posibilidad de un sistema de mayoría democrática, por lo que entre la dictadura anarquista y el gubernamentalismo, escogieron lo segundo, porque, dirá la misma Federica, «no querían caer en el descrédito en el que cayó el Partido Bolchevique. No había otra opción: de una manera u otra, teníamos que dejar circunstancialmente, parte de nuestra ideología».

Desde este momento se abre un cisma entre los fines anarquistas y los medios circunstancialistas. Por un lado, su extensa y creativa base social trató de compartir la guerra con la creación de colectividades autogestionadas y de otro, su cuadro rector trató de adaptarse como mejor supo al proceso de reconstrucción gubernamental, tratando de neutralizar las tentativas de otras formaciones, en particular del PCE, por arrinconar al anarcosindicalismo. Nadie vivió con tanta tensión como la CNT-FAI la dualidad de poderes, de dinámicas, una para abajo -la colectivista- y otra parte arriba -la circunstancialista-, y posiblemente nadie lo sufrió tanto personalmente como Federica cuya presencia en el gobierno de Largo Caballero fue una condición sine qua non, impuesta por los demás candidatos anarquistas para aceptar. En un análisis ulterior, ella misma explica el hecho histórico como una encrucijada personal y familiar:

«Hija de una familia adherida al anarquismo desde muchos años, descendiente de una dinastía enemiga del autoritarismo (…), mi entrada en el Gobierno no tenía por fuerza que significar algo más que un simple nombramiento de ministro. Para nosotros, que siempre habíamos batallado contra el Estado; que siempre sostuvimos que el Estado no podía llenar ningún objetivo; que las palabras Gobierno y Autoridad significan la negación de toda posibilidad de libertad para el individuo y los pueblos, nuestra incorporación en calidad de organización y como individuos, a un programa de Gobierno, sólo podía significar un acto de osadía histórica de fundamental importancia o una corrección teórica, a la vez que táctica, de toda una estructura y de un largo capítulo de la historia (…). Fue algo que me obligó a realizar un enorme esfuerzo y me costó muchas lágrimas. y yo acepté. Acepté venciéndome a mí misma… Fue de ese modo como entré a formar parte del Gobierno y me trasladé a Madrid…».

Obviamente, la polémica quedó así abierta (de hecho, no se ha cerrado todavía), y Federica volvió -no sin sentimientos contradictorios- una y otra vez al asunto. Llevó su pasaje por el Ministerio de Sanidad de la mejor manera que supo, tratando de ser al máximo consecuente con sus afanes reivindicativos y procuró «…prevenir las enfermedades para no tener que curarlas (…). En Asistencia Social, que era donde mejor y más podía trabajar de acuerdo con mis ideas y con mi interpretación de los hombres y las cosas, pretendí hacer la obra rehabilitadota, la obra reconstructora y la obra moralizadora de las relaciones humanas. Pretendí arrinconar para siempre el espíritu cristiano que es humillación, que es resignación, que es mutilación de la personalidad humana. Pretendía infundir confianza, crear confianza en sí mismo en los pobres, en los defectuosos, en los miserables, en los desvalidos física y materialmente». La pregunta natural que surge de todas estas intenciones es obvia, ¿se podían desarrollar bajo en el marco de Estado? y si la respuesta es afirmativa, ¿qué quedaba de todo el bakuninismo que proclamaba que el Estado estaba maldito?

La respuesta que se suele dar es que, a pesar de los obstáculos que, obviamente, le puso la burocracia y de la escasa dotación económica de su Ministerio, se está de acuerdo en valorar muy altamente el hecho de que legalizara el aborto, y que facilitara el conjunto de las tareas de las organizaciones de mujeres. Pero Federica fue más allá de justificar una actuación coyuntural, explicó en medio de las polémicas que el Gobierno en que participaba «ha dejado de ser una fuente de opresión contra la clase trabajadora, así como el Estado no representa el organismo que separa la sociedad en clases. y ambos dejarán aún más de oprimir al pueblo con la intervención en ello de la CNT». Esta idea, de claro sesgo socialdemócrata, la llevó a descalificar los esfuerzos de las colectividades y a tratar de buscar un modus vivendis con el PCE. Es clarificador en este sentido su intervención en los acontecimientos de mayo de 1937, cuando su prestigio sirvió para desmovilizar a los trabajadores. Habló de una paz sin vencedores ni vencidos que no podía de ningún modo garantizar, y que los hechos negaron a continuación. Sería después, ya en pleno gobierno de Negrín, cuando volvió a recuperar su habitual actitud desafiante denunciando la desaparición de Andreu Nin, clamando que la «CNT y la FAl tienen el derecho de plantear al pueblo español este dilema. «España es un pueblo que ha demostrado que sabe morir por su libertad. ¡Ni Roma, ni Berlín, ni Moscú!».

Después de perder la revolución se perdió la guerra, y también correspondió a Federica teorizar en libros y artículos sobre el por qué de ambas derrotas. Sus razones pueden resumirse así: la guerra se perdió en el terreno militar porque Franco contaba con los medios técnicos más potentes, con un ejército profesional y con el apoyo del eje Berlín-Roma, amén del más encubierto del capitalismo internacional… Todo, escribirá, «fue independiente de nuestra voluntad. Si todo el mundo nos hubiera ayudado, si todos los que tendrían que habernos ayudado lo hubieran hecho, no habríamos perdido», pero la República tuvo que enfrentarse a un boicot internacional, a la cobardía de sus amigos. Otra cosa hubiera sido si en su lugar hubiera existido «… una República federal, una República verdaderamente socialista que hubiera emprendida las reformas fundamentales, (entonces) es muy posible que esta República hubiera podido vivir».

Su balance se orienta hacia los factores externos, hacia las condiciones objetivas, mientras que sus propias responsabilidades quedan resguardadas. En este sentido, escribe: «… Desde el punto de vista de las ideas, el anarquismo no tiene nada que rectificar (…) Pueden y deben, eso sí, esforzarse en extender su radio de acción y de influencia entre todas las clases de la sociedad, ampliando sus métodos y dando multiplicidad a sus tácticas, organizando su enorme fuerza espiritual y trabajando con la psicología de las multitudes. Al lado del filósofo, del revolucionario, del místico, del vengador, del militante obrero, han de crearse y adquirir fuerza y desarrollo la figura humana del organizador y la personalidad colectiva de la organización, que consigan realizar, por etapas, en constante progresión ascendente, el ideal anarquista, resumen y síntesis de los anhelos y las posibilidades vitales -moral y políticamente hablando- de la humanidad moderna».

5. El «federiquismo»

El exilio fue para Federica, como una buena parte de los republicanos españoles, un verdadero vía crucis. No consintió en marchar a América Latina, donde sin duda hubiera estado más segura y conoció los avatares más dramáticos durante la ocupación nazi en un suelo que se había mostrado ya bastante ingrato con los españoles refugiados y no digamos con los anarquistas. Sobrevivió con su familia después de mil avatares para emerger como la figura más- relevante del anarquismo en el exterior y vivió en primer plano las maniobras políticas de los gobiernos republicanos en el exilio, pendientes de un pronto restablecimiento de las libertades en España como consecuencia de la victoria militar de los aliados. No obstante y como es bien sabido, las potencias vencedoras desconfiaron de una República con sus alas comunistas, socialistas y anarquistas y no estaban para descoyuntar a su Ejército y a su clase dominante en un país atravesado por gravísimas desigualdades sociales. El fin de esta esperanza -compartida plenamente desde las filas cenetistas- agravó todavía más la crisis interna de un movimiento que ya había conocido la división antes y durante la guerra, y que se enfrentaba ahora al simple y terrible dilema de la supervivencia.

Partidaria de la colaboración con los políticos primero, retraída a la fracción antipolítica junto con su compañero, Germinal Esgleas, Federica se mostró desde esta óptica como una dura adversaria de las aventuras guerrilleras de militantes tan capacitados como Massana, Facerías y Sabater, y se centró en una línea oficial que acabó siendo reconocida como federiquismo en los medios políticos de la oposición. Había que mantener las tradiciones, los principios inalterables. Con este planteamiento, Federica participó desde Toulouse como una autoridad moral e intelectual unificadora y opuesta a todos los posibilismos y disidencias, consiguiendo mantener a su alrededor el núcleo duro y tradicional del anarquismo hispano, con unas premisas que, por ejemplo, le enfrentaron en mayo del 68 -y directamente en septiembre del mismo año- al entonces irreverente Daniel Cohn Bendit y a otros representantes del neo anarquismo con ocasión del Encuentro Libertario de Carrara (Italia). Reapareció con los mismos criterios de ortodoxia a los principios de la llamada transición política, en un momento -efímero- en que todo parecía indicar que el renacimiento libertario era imparable.

Pero los tiempos de la gran CNT ya eran cosas del pasado, el presente sé presentaba ahora con nuevas complejidades y el propio ideario era libérrimamente interpretado por las nuevas generaciones, y Federica, aunque mostrando una vitalidad sorprendente para su edad augusta, persistió en sus esquemas. Se fue apartando progresivamente del escenario para escribir la primera parte de sus memorias, con el título optimista de «Mis primeros cuarenta años». Finalmente se replegó con sus recuerdos a su hogar de Toulouse, donde siguió todavía recibiendo visitas de amigos e historiadores hasta muy recientemente. En una de sus últimas intervenciones públicas al comentar la victoria electoral felipista, dijo con un fresco toque proudhoniano: «Los socialistas no han tomado el poder; ha sido el poder el que les ha tomado a ellos».
Después de regresar a España con las conquistas de las libertades, Federica liderará la CNT-AIT en el mismo sentido tradicional que mantuvo contra viento y marea en el exilio, negando el derecho de mantenerse en su interior a los discrepantes. Sin embargo, cada vez se fue haciendo cada vez más evidente que la CNT no resurgiría «debajo de las piedras» como tanta gente anarcosindicalista soñaba. Es más, la crisis se transmitió como un castigo. Los hechos comenzaron a demostrar que -en contra de otra ilusión-, no se trataba de un estigma exclusivo del exilio, y que ahora se reproducía en el «interior», cuando era ya posible efectuar grandes mítines, organizar manifestaciones, organizar cotizaciones y publicar toda clase de literatura… Esta nueva fase cogió a Federica, ya visiblemente agotada, y se retiró a un discreto segundo plano.

Ahora está siendo recuperado como un símbolo. Como la primera mujer ministra, y como ya es propio de nuestro tiempo, se suele olvidar que antes que nada fue una mujer que creyó y luchó por una revolución

NOTAS 

(1) Convertida en un mito viviente, Federica fue durante largo tiempo objeto de numerosos estudios, como: Federica Montseny. Palabras en Rojo y Negro, de Carmen Alcalde (Argos-Vergara, BCN, 1983), Converses amb Federica Montseny, de Agustí Pons (Laia, BCN, 1977), Mujeres de España, de Antonina Rodrigo (Plaza&Janés, BCN,1979; Social and Political thought of FM. Spanish Anarchist, 1923-1937 (tesis doctoral. University of New México, 1972, Inédita), amén de los números 31 y 52 de Tiempo de Historia y el 90 de Historia y vida, le dedican aproximaciones biográficas, sin olvidar trabajos como el de Marta Pesarrodona, Frederica Montseny. Un retrat con fotos de Pilar Aymeric…Entre sus obras publicadas cabría registrar: El éxodo, pasión y muerte de los españoles en el exilio Seis años de mi vida.1939-1945 (Galba, BCN, 1977, en catalán y castellano), Vida y obra de Anselmo Lorenzo (Dogal, Madrid, 1977), ¿Qué es el anarquismo? (La Gaya Ciencia, BCN, 1977), Crónicas de la CNT (col. Letras Confederales, Toulouse, 1974, Jaque a Franco. (Universo Toulouse, 1950), La indomable (idem, 1951). También ha escrito un gran número de introducciones y prólogos.

(2) El olvido de esta intrépida y pionera anarquista ha llegado hasta el extremo de que ni siquiera en la ciudad en la que sus padres y ella vivieron durante mucho tiempo, Vilanova i la Geltrú, se tenía noticia de ella…no fue hasta la publicación de un artículo mío en el Diari de Vilanova que se tuvo noticia de su existencia y de su importancia. Ulteriormente una investigación local ha descubierto que el lugar de nacimiento de su madre fue en la localidad vecina de Cubelles, y no en Vilanova i la Geltrú como creía la propia Federica.

(3) Sobre esta revista auténtica legendaria se puede consultar Els anarquistes, educadors del poble: La Revista Blanca (1898-1905), edición del equipo E.R.A. 80 (Curial. BCN, 1977, y Literatura popular libertaria, de Mariza Siguán Boehmer (Península, BCN, 1981. Entre sus escritos publicados antes de la guerra cabe citar: El sindicalismo y la Anarquía Política y sociología; Las Diosas de la vida, y La sociedad futura, aparecidos como suplementos de La Revista Blanca.

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