Permanece a(bs)tento al espectáculo

En pocos momentos de la historia los políticos profesionales han estado más desprestigiados que en la actualidad; sus corrupciones, abusos y desprecio hacia aquellas gentes que los han elegido son hoy más evidentes que en cualquier otra época. Sin embargo, la ciudadanía acepta con resignación estos hechos y a cada llamada acude sumisa a las urnas, sabiendo que nada va a cambiar y que ningún representante de los que salgan elegidos va a cumplir sus promesas.

Ha sido tan profunda y constante la labor del sistema para convencernos de la necesidad de los gobernantes, que el personal prefiere seguir manteniendo la farsa de las elecciones, antes que romper con la tradición y buscar auténticas vías de participación y fórmulas solidarias de avanzar hacia una sociedad libre y justa.

No se trata de cambiar de partido, y luego esperar otros cuatro años para retirarle el voto si, como es natural, nos traiciona. No, de lo que estamos hablando es de cambiar el sistema. El parlamentarismo ha tenido suficiente tiempo para demostrar su eficacia y, en realidad, la ha hecho. Lo que ocurre es que siempre se gobierna en contra de los electores; el poder tiende siempre a perpetuar la injusticia, a perpetuarse. Poco importa que los partidos que ganen las elecciones sean de derechas o de izquierdas, tengan un singlo de historia o acaben de nacer; el resultado inevitablemente será el mismo.

Y es que quienes gobiernan realmente no son los diputados y senadores; los que detentan el poder real son otras castas que, como los banqueros, militares y empresarios, tienen en sus manos las riendas del mundo, dejando a los políticos el montaje del espectáculo, pero reservándose ellos siempre las decisiones importantes. Por tanto, poco importan los programas de los partidos, si es que los tienen, irremediablemente los abandonarán en cuanto lleguen a las instituciones.

Votar, en esencia, es renunciar a nuestra capacidad de decidir sobre los asuntos que nos afectan como personas libres, depositando la confianza en una candidatura que gobernará en nuestro nombre, pero sin consultarnos jamás, por lo que la mayoría delas veces se tomarán decisiones contrarias a la voluntad de aquellos que los han elegido.

En contra de lo que se dice, la democracia no es el gobierno de la mayoría, ya que los que no votan suelen ser más numerosos que los que votan a cualquiera de los partidos, y los que lo hacen no deciden absolutamente nada; el partido suplanta la voluntad de la minoría que los ha nombrado, el comité confederal sustituye al partido y la ejecutiva decide por el comité, con lo cual el poder sigue estando en muy pocas manos, y estas manos, lógicamente nunca son inocentes ni están limpias. Es una ilusión pensar que eso ocurre porque no llegan al poder partidos realmente honestos y revolucionarios; pero inevitablemente para ganar las elecciones necesitarían el apoyo del Capital y tendrían que renunciar a su programa para conseguirlo.

El individuo, después de tantos años siendo dirigido, se siento protegido por el Estado y tiene miedo a pensar y actuar libremente, prefiere creer que es mejor lo que hay que la incertidumbre de la duda y el riesgo de tener que decidir. Pero como el ser humano está dotado de inteligencia y sentimientos, se rebela ante la injusticia y la opresión; y esa lucha interior entre el conformismo y al rebeldía es la que tiene sumida a la sociedad de nuestra época en la desesperación y la zozobra.

El Estado, con su principio de autoridad, es una institución ajena a la naturaleza humana, que ni ha existido siempre, ni en todas las culturas. Incluso en una sociedad tan jerarquizada como en la que vivimos, la mayoría de nuestras actividades y relaciones las mantenemos al margen del poder establecido, dándose en la actualidad numerosos ejemplos de autogestión y de economías alternativas. Y si el Estado es una institución contraria a los deseos humanos de libertad e igualdad, nosotros venimos obligados a no colaborar en absoluto con él y a vivir en una permanente desafección al sistema.

Para ello, no tenemos ni queremos disponer de recetas mágicas. Sólo te proponemos que rompas con la sumisa pasividad y allá donde te encuentres: en el barrio, en el aula, en el trabajo, busques a otras personas y te unas a ellas para luchar de la forma más lúdica que encontréis. Declárate, desde hoy mismo, en rebeldía permanente y no dejes que tu vida cotidiana, tus derechos y libertades, tus ilusiones y tus sueños, en manos de los profesionales del ilusionismo.

Cuando, en fin, el Parlamento (o cualquier otra institución de gobierno resultante de esas elecciones) demuestra ser una estúpida farsa, totalmente manipulada y mediatizada por el poder ejecutivo y que sólo consigue hacer bostezar a los leones de la entrada, cuando los cosas se ven así, entonces lo mejor es no participar en la ceremonia de la confusión, lo mejor es no votar(los).

Como los que acampan bajo los puentes húmedos a la entrada de las ciudades. Como los que pudren su locura en los psiquiátricos, como los que purgan su rebeldía tras las rejas del talego, como los hombres-escaparate venidos de África –barato, paisa, barato-, como los que buscan su cena en los contenedores de basura del supermercado o el restaurante, como los inmigrantes que sacan naranja de sol a sol por cuatro duros, como todos esos y muchos más que nos callamos, nosotros; no votamos a nuestros dominadores. ¡Queremos decidirlo todo!

ATENEO LIBERTARIO AL MARGEN
Valencia, 1989 / 2015
 http://www.ateneoalmargen.org/
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