¡Vaya! Contaminar es pecado

«Los mandamientos verdes del papa Francisco», «revolución cultural verde y resistencia inmediata», «grandiosa panorámica del mundo», «una encíclica de cinco estrellas»… Celebraciones universales para la segunda encíclica de Bergoglio, Laudato si, difundida en junio del año pasado en dosis masivas. En Italia, la revista Famiglia cristiana, con una tirada de 350.000 ejemplares, la publica inmediatamente; Credere, y los periódicos profanos también, con tiradas estratosféricas, dan acceso a la edición íntegra.

Todo el mundo parece haber acogido favorablemente, considerándolo novedoso, este texto simple cuya excepcionalidad en realidad viene dada, a mi parecer, más por el tema que por la forma en que se trata.

Si el tono de la encíclica es excepcionalmente grave, ya que concuerda con la hipótesis científica de una catástrofe medioambiental en curso, no lo es la técnica expositiva ni lo son los contenidos principales, que retoman y cuidan conocidas argumentaciones.

Si nos fijamos, al leer el texto en su totalidad -algo que muchos «exégetas» no han hecho- nos damos cuenta de que se ajusta al método típico de una encíclica moderna, definible en tres fases: descripción de un problema actual (con citas solo de textos sagrados y de doctrina católica), examen de las posibles soluciones (con enorme tendencia a discriminar las laicas y, por ello, «incompletas» y nada apreciables), presentación de las líneas resolutivas (aprobadas por Dios) y plegaria final.

Existe un catálogo de encíclicas de «emergencia», es decir, referidas a problemáticas sociales de urgente resolución; basta con recordar el prototipo, la Rerum novarum de León XIII (1891) que sentenciaba la necesidad de una fructífera relación entre Capital y Trabajo, y la Quadragesimo anno de Pío XI (1931) que se afanaba en advertir que no era lícito el colectivismo al estilo socialismo real. El método de la encíclica social continúa después en una línea más «inclusiva»: se describe un tema dando una visión panorámica y haciendo incluso análisis profanos; es el caso de la encíclica Centesimus annus (1991), con la que Karol Wojtyla, tras un minucioso análisis de los males de nuestra sociedad, culpaba con superioridad al Estado corrupto, como si los políticos católicos no tuviesen nada que ver.

Los osos hormigueros

El trabajo de los papas parece consistir esencialmente en nutrirse de ideas y de hechos como los osos hormigueros de hormigas, asumiendo para sí todos los datos necesarios para una reelaboración en clave católica, y dominante, de los problemas sobre los que considera necesario trazar una directriz.

En el caso de la ecología, varios experimentos de otros papas la habían asumido. Benedicto XVI en su Caritas in veritatis (2009) condenaba la degradación de la Naturaleza por culpa humana; el mismo Wojtyla ya había tratado sobre la «ecología humana» y la «conversión ecológica», y también de alguna manera Juan XXIII y Pablo VI. Pero Bergoglio opta, como «Francisco», por la posibilidad de crear tendencia en este campo, no limitándose a definir «un crimen contra la Naturaleza como crimen contra Dios» sino tiñendo de religiosidad el ecologismo al completo, con la pretensión habitual de que está visión sea más «integral» y completa que las otras.

Eco-batido in nomine Patri

Desde mucho antes del protocolo de Kioto (1997), las potencias mundiales se enfrentan a cuenta de la aplicación más o menos dura del concepto de sostenibilidad medioambiental; este término, del conocido Informe sobre los límites del crecimiento (1972), debería definir cuánto se puede ejercer la acción humana sin dañar el ecosistema.

Los movimientos ambientalistas, unidos a otros muchos empeñados en contrastar el capitalismo, se han implicado desde hace más de cincuenta años en proponer soluciones y en contrastar opiniones consumistas y nocivas. Pero la encíclica de Bergoglio, si se excluyen algunos agradecimientos apresurados, se interesa en analizar el problema a partir de un escenario vacío; el primer sujeto es el Padre y la escenografía es la Creación: «Quiero expresar reconocimiento, animar y agradecer a todos aquellos que, en los más variados sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección de la casa que compartimos».

Con estos agradecimientos de parte de Dios, y la frase «el movimiento ecologista mundial ha recorrido ya un largo y rico camino, y ha dado vida a numerosas agrupaciones de ciudadanos que han favorecido una toma de conciencia», evitando citar cualquier texto o fuente histórica del ecologismo, el Papa redefine las fronteras de una emergencia que en su opinión solo puede resolverse recurriendo a una alianza y a una solidaridad en la que los líderes religiosos ciertamente harán el papel de inspiradores. Se trata de una nueva «autoridad mundial»: No por casualidad son frecuentísimas las citas de cartas, reuniones y documentos episcopales de todos los países.

Algunas citas de Romano Guardini, uno de los teólogos más nombrados incluso por Ratzinger, flanquean las páginas que resumen toda la problemática ecológica insertándola en un contexto religioso. Del humo nocivo de las cocinas («quien enferma, por ejemplo, a causa de la inhalación de elevadas cantidades de humo producido por los combustibles utilizados para cocinar o para calentarse») al de las fábricas, el problema medioambiental está relacionado con la temática del capitalismo de forma que no se menciona como tal sino como «explotación», ligado al pecado de la avaricia.

Ejerciendo su oficio, el Papa intenta incluso una relectura del Génesis que no describa nuestro planeta como alternativa infernal al Paraíso terrenal; lanza la idea de un paraíso terrenal natural, citando a Francisco de Asís, con una visión integradora de naturaleza y seres humanos. No se cita ningún otro autor, ni laico ni creyente, entre tantos que han tratado este tema, y no solo de los místicos sino tampoco de los científicos.

Por una ecología para nosotros, los bastardos

Podremos, desde estas páginas, apreciar la lanza rota a favor de la gestión pública del agua («mientras la calidad del agua disponible empeora constantemente, en algunos lugares avanza la tendencia a privatizar este recurso escaso, transformado en mercancía sujeta a las leyes de mercado»). Podremos incluso alegrarnos del intento de reinterpretación de aquel trozo del Génesis (1,28) en el que Dios invita a los humanos a «sojuzgar la tierra», invitación que, releída en clave Siete Enanitos, ofrecería una visión más alegre de la extracción minera.

Pero la constante referencia a la benévola mano del «Padre» nos recuerda que la visión nuevamente «divinizada» de la naturaleza es tal para Bergoglio desde una visión de primacía de la fe sobre la ética, o de una ética religiosa, porque quien no la tenga acabará «por adorar otras potencias del mundo», mientras que el espíritu religioso otorga libertad. Para confirmar esta tesis están presentes en la encíclica graciosas inserciones que afirman la voluntad bergogliana de tener la encíclica llena y a las masas borrachas. Hablo de los puntos en se tratan la experimentación animal, el control de la natalidad, el aborto, el género y el uso de OGM en la agricultura.

La vivisección, por ejemplo, se considera, como en el Catecismo, legítima si contribuye a «salvar vidas humanas»; la decisión al respecto corresponde a los religiosos, ya que «cualquier uso y experimentación exige un religioso respeto a la integridad de la Creación». El control de la natalidad es seguramente inútil, ya que no existe problema demográfico: «La desigual distribución de la población y de los recursos disponibles» será el verdadero problema. Ni hablar de aceptar preservativos ni políticas de libertad femenina: «en vez de resolver los problemas de los pobres y pensar en un mundo diferente, algunos se limitan a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales sobre los países en vías de desarrollo que condicionan las ayudas económicas a determinadas políticas de salud reproductiva». Aquí, la demonización de los programas de la ONU a favor de las mujeres es evidente, y aparece más clara en el caso del derecho al aborto: «Desde el momento en que todo está en relación, no es compatible en absoluto la defensa de la Naturaleza con la justificación del aborto». ¿Desde el momento en que todo está en relación? Pero en este maremágnum no solo las mujeres no son bien aceptadas; tampoco las personas LGBT, sobre todo si no entonan el mea culpa: «Incluso apreciar el propio cuerpo en su feminidad o masculinidad es necesario para poder reconocerse a sí mismos en el encuentro con otro diferente de sí (…) no es sana una relación que pretenda cancelar la diferencia sexual porque no sabe enfrentarse a ella». Aquí es evidente una malévola relectura, descaradamente superficial, de la cuestión del género social en la Historia y en la cultura.

En este periodo crucial para la cultura, en el que el adjetivo «bastardo» resume su pleno significado en las frases que los católicos de la Jornada de la Familia imprecan contra las familias que no están compuestas por un padre y una madre biológicos, es importante entender las raíces culturales de la tragedia humana de la normalización. Y nosotros, «bastardos», no somos ecológicos.

¿Pasamos a las palabras del Gran Experto en referencia al peligro OGM? El discurso sobre la comida no podía faltar en esta revolucionaria encíclica, y así se expresa el ambivalente jesuita: «Si bien no disponemos de pruebas definitivas acerca del daño que podrían causar los cereales transgénicos en los seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha producido un crecimiento económico que ha contribuido a resolver algunos problemas, se hallan dificultades significativas que no deben minimizarse».

Soluciones chinas

A pesar de todo, Bergoglio, llenándose las manos de ecologismo, quiere hacer suyas las tesis de Murray Bookchin, e incluso las libertarias antiglobalización; el escenario de la encíclica es extremadamente retórico y no presenta ideas nuevas no solo para los laicos, a quienes se pretende enseñar («igualmente resulta necesario un diálogo abierto y respetuoso entre los diferentes movimientos ecologistas, entre los que no faltan las luchas ideológicas») sino tampoco para la Iglesia, a la que la replanteada receta de la sobriedad y del sacrificio parecerá una patata recalentada e indigesta.

¿Qué soluciones propone este manual lastrado de buenas intenciones? La reunión sobre el clima ha finalizado con la buena intención china de construir seis centrales nucleares al año, ¿cuáles son sus recetas? Seguramente aconsejando el método del consenso en las decisiones referentes a los territorios, mientras que no las aplica a sus sínodos («hay que abandonar la idea de intervenciones sobre el medio ambiente para dar paso a políticas pensadas y debatidas entre todas las partes interesadas»), Bergoglio vuelve a Santa Marta, con consejos más prácticos: ecologismo es «pararse a agradecer a Dios antes y después de comer». El horizonte del ayuno de protesta está todavía muy lejos.

La contemplación franciscana de la naturaleza, por su parte, se convierte en spot publicitario: «Hay un misterio a contemplar en una hoja, en un sendero, en el rocío, en el rostro de un pobre», así es como la humanidad, tras la pobreza, se convierte en fenómeno natural, en toda su capacidad mediática.

Francesca Palazzi Arduini

Publicado en el Periódico Anarquista Tierra y Libertad, Junio de 2016

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