El contradictorio Dios cristiano, infinitamente misericordioso e infinítamente cruel

diosLos dirigentes católicos afirman sin justificación de ningún tipo la existencia de “su Dios”, consideran que éste tiene el derecho de prescribir a los hombres qué deben y qué no deben hacer, y que el hombre tiene la obligación de obedecer sus mandatos, los cuales podrían llegar hasta el absurdo de exigirle el sacrificio de sus propios hijos, tal como, según la Biblia, habría sucedido en el caso de Abraham, a quien Yahvé habría ordenado que le sacrificase a su hijo Isaac para saber hasta qué punto llegaba su nivel de sumisión, como si no lo supiera, de acuerdo con la supuesta omnisciencia y predeterminación que al mismo tiempo le atribuyen. Pero precisamente y como consecuencia de tal supuesta predeterminación, la pretensión de que Dios exija al hombre que le obedezca libremente es contradictoria, ya que de acuerdo con tal poder divino todos los actos humanos, incluido el de sus decisiones libres (?) de obedecer o no las órdenes divinas, habrían sido programados por ese Dios1 y, por ello, implicaría suponer que el hombre pudiera dejar de hacer o dejar de querer hacer lo que Dios quisiera que hiciera o quisiera hacer, de acuerdo con una voluntad propia e independiente de Dios, escapando por ello a su predeterminación.

Además de esta contradicción, cuando uno se pregunta cómo es posible que se pueda defender la absurda creencia de que un Dios pueda interesarse por las acciones de los hombres, la respuesta puede encontrarse en la fantasía humana que desde tiempos remotos ha conducido al hombre a crear a los dioses a su imagen y semejanza, de manera que, del mismo modo que los señores, los reyes o los faraones egipcios imponían sus órdenes y caprichos, y los súbditos llegaban a asumir la obediencia a tales órdenes como una auténtico deber moral, igualmente la clase sacerdotal impuso su doctrina de que los dioses serían seres sobrenaturales con un derecho y un poder absoluto sobre la vida y la muerte de los hombres, sus súbditos, que con mayor motivo tendrían esa misma obligación de obedecerles.

La justificación de aquel derecho, tanto en el caso de los señores terrenales como en el de los supuestos dioses, no era otra que la de su poder. Y, por ello mismo, desde que los sacerdotes judíos proclamaron la existencia de Yahvé como Señor absoluto de los judíos y posteriormente de toda la tierra, resultaba fácil establecer que a él se le debía una obediencia y una sumisión absoluta, y que cualquier desobediencia a sus órdenes merecía un castigo inexorable.

Así, por lo que se refiere a la crueldad y comportamiento despótico de ese Dios, “más allá del bien y del mal”, que sospechosamente se comportaba guiado por pasiones “humanas, demasiado humanas”, resulta difícil enumerar la larga serie de textos bíblicos en que se muestran tales características, pero tiene interés mencionar al menos algunos especialmente significativos por lo asombroso que resulta que, siendo la Biblia el libro sagrado de los católicos y habiendo en ella barbaridades de una magnitud inimaginable, supuestamente inspiradas por el “Espíritu Santo”, la mayoría de los fieles católicos siga desconociéndolas o llegue a considerar que tales textos deben de tener alguna explicación misteriosa, en lugar de atreverse a pensar por sí mismos para analizar y descubrir directamente lo que en ellos se dice, aunque tal actitud les lleve a tomar conciencia de que ese supuesto Dios, “amor infinito”, sería un ser especialmente perverso, movido absurdamente por el deseo de ser adorado y obedecido por el ser humano, como si su propia felicidad o perfección dependiera de algún modo del caso que los seres humanos hicieran de él.

Se trata de textos en los que de manera especial Yahvé –el Dios judío y cristiano-se muestra como especialmente sádico hasta el punto de que castiga con la muerte a quienes le desobedecen y también a su hijos, a sus nietos, bisnietos y tataranietos, o a toda la humanidad, que nada tendría que ver con tales desobediencias, pero cuya muerte sirve para provocar mayor temor y sumisión en sus infieles padres. Evidentemente un “Dios-amor” y un “Dios-misericordioso” sería incompatible con tales castigos, y, por ello, es evidente que estas condenas no pudieron provenir de un ser como ese supuesto Dios, sino de la clase sacerdotal judía, que ponía en boca de su Dios las palabras que a ellos les convenía para incrementar su poder y sus riquezas en medio de su pueblo, a quien aterrorizaba con monstruosos mensajes supuestamente divinos como los siguientes:

a) “Si a pesar de todo esto no me obedecéis y seguís obstinados contra mí […] Comeréis la carne de vuestros hijos y de vuestras hijas […] amontonaré vuestros cadáveres sobre los cadáveres de vuestros ídolos y os detestaré […] os dispersaré entre las naciones y os perseguiré con la espada desenvainada”2.

Este texto muestra crudamente la infinita crueldad de ese Dios que castiga haciendo que su pueblo no sólo sufra en quienes no le obedezcan sino que amplia ese castigo a que tengan que comer la carne de sus hijos e hijas, absurdamente castigados con la muerte porque sí, simplemente para causar más dolor a sus padres desobedientes, y que una parte de ese castigo consista en un acto de canibalismo, que desde una perspectiva moral por elemental que sea no puede tener precisamente un valor positivo.

Es además especialmente sintomático de la preocupación de la clase sacerdotal por mantener e incrementar su poder en medio de su pueblo que hable también de “los cadáveres de vuestros ídolos”, en primer lugar, porque sólo puede llegar a ser cadáver lo que en algún momento tuvo vida, y en cuanto se hable de “ídolo” no parece que se esté hablando de nada que en algún momento haya tenido vida. Pero parece que, a fin de resaltar el poder absoluto de Yahvé sobre los demás dioses –cuya existencia también se afirma en muy diversos lugares-el sacerdote escritor de este pasaje quiso poner de manifiesto el poder de su Dios y la insignificancia de los “dioses extranjeros”, tratándolos a la vez como ídolos y como cadáveres, queriendo decir que no existían, en cuanto eran simples “ídolos” o imágenes y en cuanto, en el mejor de los casos, serían “cadáveres” como consecuencia del inmenso poder del “Dios del cielo”, que los habría aplastado por haber pretendido –y conseguido en algunos casos-que parte del pueblo judío llegase a adorarles, olvidando que Yahvé les había librado del yugo egipcio y que desde entonces el pueblo judío era “su pueblo”. La continuación de este texto pone en boca del Dios de los judíos la expresión “os detestaré”, que, evidentemente, es contradictoria con la idea de un Dios-amor infinito, defendida posteriormente y que, como en tantas otras ocasiones, tiene un carácter antropomórfico al poner en Dios una pasión humana como la del odio o el desprecio.

b) “Así dice el Señor todopoderoso: […] Así que vete, castiga a Amalec y consagra al exterminio todas sus pertenencias sin piedad; mata hombres y mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”3.

Este texto no sólo es contradictorio con la supuesta misericordia divina, sino que muestra el despotismo y la injusticia más inconcebible de Yahvé al ordenar la muerte gratuita de “hombres y mujeres, muchachos y niños de pecho, bueyes y ovejas, camellos y asnos”, orden que de nuevo pone de manifiesto que no nos encontramos ante las palabras de un Dios-amor, sino ante las de una clase sacerdotal especialmente celosa de su poder, que es capaz de todo –incluso de matar a niños de pecho-con tal de mantener sometido a su pueblo mediante el terror.

c) “El Señor mandó contra ellos al rey de los caldeos, que mató a espada a sus jóvenes en el santuario mismo, sin perdonar a nadie, ni muchacho ni doncella, ni anciano, ni anciana: Dios entregó a todos en su poder”4

d) “Y el Señor me5 dijo: […] Y aquellos a quienes ellos profetizan serán tirados por las calles de Jerusalén, víctimas del hambre y de la espada; no habrá quien los sepulte, ni a ellos ni a sus mujeres ni a sus hijos; yo haré recaer sobre ellos su maldad”6.

Los textos c y d abundan en esta misma obsesión por el sometimiento del pueblo judío a su clase sacerdotal, escudada en supuestas órdenes de su dios, al ordenar Yahvé la muerte de “jóvenes en el santuario mismo, sin perdonar a nadie, ni muchacho ni doncella, ni anciano, ni anciana”, de manera absolutamente arbitraria y cruel, o al ordenar igualmente no sólo la muerte de quienes profetizan a otros dioses sino también la de sus mujeres y la de sus hijos, que en cualquier caso eran inocentes respecto a cualquier supuesto delito cometido por sus maridos o por sus padres.  

La crueldad despótica y absurda de este Dios -o, más exactamente, la de los sacerdotes que dicen hablar en su nombre-, referida especialmente a los descendientes o familiares de quienes se alejan de él o incumplen sus órdenes, puede verse en muy diversos textos como los siguientes:

e) “El Señor me habló así: -No te cases; no tengas hijos ni hijas en este lugar. Porque así dice el Señor de los hijos e hijas que nazcan en este lugar, de las madres que los den a luz y de los padres que los engendren: Morirán cruelmente; no serán llorados ni enterrados, sino que quedarán como estiércol sobre la tierra; perecerán a espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra”7.

El texto e tiene la “particularidad” de que en él Yahvé no aplica el castigo sólo a quien incumple la orden de no casarse y de no tener hijos con mujeres extranjeras, sino también a esas mujeres y a esos hijos que nada tendrían que ver con la desobediencia de sus padres, de forma que “perecerán a espada y de hambre, y sus cadáveres serán pasto de las aves del cielo y de las bestias de la tierra”. De nuevo es evidente que Yahvé no es otra cosa que el personaje fantástico y despótico del que se valen los sacerdotes judíos para tener sometido a su pueblo.

f) “[Moisés dijo a los comandantes de su tropa] ¿Por qué habéis dejado con vida a las mujeres? Fueron ellas precisamente las que, siguiendo el consejo de Balaán, sedujeron a los israelitas, apartándolos del señor […] Matad, pues, a todos los niños varones y a todas las mujeres que hayan tenido relaciones sexuales con algún hombre”8.

Lo mismo sucede con este texto, donde Yahvé –es decir, los sacerdotes judíos-condena a morir no sólo a las mujeres extranjeras que habían mantenido relaciones sexuales con judíos sino especialmente a los niños indudablemente inocentes, habidos como fruto de tales relaciones.

g) “[Así dice el Señor todopoderoso, Dios de Israel] Les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros en la angustia del asedio y en la miseria a que los reducirán los enemigos que buscan matarlos”9

El texto g presenta al propio Yahvé imponiendo un castigo monstruoso consistente en la práctica del canibalismo más bestial -“les haré comer la carne de sus hijos y de sus hijas, y se devorarán unos a otros”-, castigo que implica el desprecio más absoluto por la vida y, en especial, por la de los niños nacidos de la unión con mujeres de otros pueblos. Pero, de nuevo es aquí el temor de los sacerdotes judíos a la competencia que podían representar las religiones de otros pueblos lo que les lleva a poner en boca de su Dios lo que en realidad son las amenazas con que intentan aterrorizar a su pueblo para evitar que otras religiones sean introducidas y adoptadas por el pueblo judío, haciendo peligrar su propio negocio religioso y político. Conviene recordar a este respecto cómo el escritor del correspondiente texto se queja de que Salomón se hubiese casado con setecientas mujeres –muchas de ellas extranjeras-por el peligro de que ejercieran una influencia negativa sobre él, impulsándole a adorar a otros dioses distintos de Yahvé, peligro que, según este relato, se materializó hasta el punto de que en sus últimos años Salomón llegó adorar a los dioses de sus diversas esposas. “Ellas lo pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David”10. Tiene interés aquí poner de manifiesto cómo, ante este comportamiento de Salomón, ni los sacerdotes ni su Dios le castigaron tal como castigaban a quienes habían incurrido en ese mismo “delito”. Y el motivo de esta discriminación no es otro que el temor de los sacerdotes al poder de Salomón, con quien no se atreven a enfrentarse, y que, al parecer, Yahvé, sin la ayuda de sus sacerdotes, no era suficientemente fuerte como para castigar a Salomón. 

h) “Y pude oír lo que [el Señor] dijo a los otros: -Recorred la ciudad detrás de él, matando sin compasión y sin piedad. Matad a viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, hasta exterminarlos”11 .

El texto h es una expresión más de la crueldad despótica ilimitada ese Dios a quien nada importa la vida de nadie: viejos, jóvenes, doncellas, niños y mujeres, todos deben ser exterminados, al margen de cualquier culpa en que alguno de ellos pudiese haber incurrido. Resulta curioso, por cierto, el contraste entre el inmenso valor que los dirigentes católicos dicen dar a la vida de los fetos humanos, considerando criminales a quienes practican el aborto, cuando tanto su Dios como ellos mismos a lo largo de tantas matanzas por sus cruzadas, sus guerras de religión, el emparedado de los hijos recién nacidos de monjas de clausura o la imposición del cristianismo en América han despreciado la auténtica vida humana con tanta frialdad.

i) “Oráculo contra Babilonia que Isaías, hijo de Amós, recibió en una visión: […] Al que encuentren lo atravesarán, al que agarren lo pasarán a espada. Delante de ellos estrellarán a sus hijos, saquearán sus casas y violarán a sus mujeres. Pues yo incito contra ellos a los medos […] sus arcos abatirán a los jóvenes, no se apiadarán del fruto de las entrañas ni se compadecerán de sus hijos”12.

El texto i se parece al anterior en la manifestación de la crueldad y el despotismo de Yahvé, pero llega a superarlo en cierto modo en cuanto es el propio Yahvé –los sacerdotes judíos-quien determina que los castigos se cumplan mediante actos considerados como inmorales, como el de la violación de mujeres o como el asesinato de los hijos estrellándolos, es decir, lanzándolos violentamente contra el suelo o contra una pared13 . Evidentemente también aquí son los sacerdotes judíos quienes, mediante esta serie de inefables barbaridades, tratan de aterrorizar al pueblo a fin de que mantenerlo sometido, haciéndole creer, como en tantas otras ocasiones, que era la divinidad quien había decretado tales castigos.

Existen otros textos igualmente interesantes para complementar el conocimiento del Dios judío y cristiano como son los siguientes:

j) “El Señor castigó a la gente de Bet Semes porque habían mirado el arca del Señor; hirió a setenta hombres de entre ellos”14 .

El interés de este texto proviene no sólo de lo absurdo de un castigo tan desproporcionado sino especialmente de su motivo, que, según de los sacerdotes que construyeron este relato, no era otro que el de mostrar al pueblo judío que sólo ellos, los levitas, habían sido elegidos para ocuparse de los asuntos relacionados con su Dios Yahvé, de manera que sólo ellos estaban legitimados para ocuparse de las relaciones de la divinidad con su pueblo, hasta el punto de que una simple mirada al arca del Señor era motivo suficiente para que Yahvé actuase haciendo morir a setenta hombres. Evidentemente, no fue el contradictorio Dios Yahvé quien debió de causar tales desgracias, sino los sacerdotes judíos, que, preocupados por conservar y aumentar, si cabe, su poder sobre el pueblo, no habrían tenido escrúpulos para cometer esos crímenes tan absurdos con tal de atemorizar al pueblo en nombre de su Dios Yahvé y mantener su privilegiado estatus de poder.

Es además una incongruencia radical la lejanía que mantiene Yahvé respecto a su pueblo, al considerar una ofensa imperdonable el simple hecho de haber mirado o haber tocado inadvertidamente su “arca de la alianza” -¡vaya alianza!-, teniendo en cuenta especialmente la proximidad que ese supuesto Dios iba a mantener con los judíos de su tiempo mediante la figura de su Hijo, quien, según los Evangelios, llegó a decir “dejad que los niños se acerquen a mí”.

Un castigo provocado por un motivo similar a éste puede verse en 1 Crónicas 13:9-10 donde se dice:

“Al llegar a la era de Cidón, Uzá sujetó el arca con la mano porque los bueyes la hicieron tambalearse. Entonces el Señor se encolerizó contra Uzá; lo hirió por haber tocado el arca con la mano, y allí mismo murió delante de Dios”.

Aquí lo que resulta especialmente asombroso es que Yahvé castigue a Uzá, a pesar de que su intención al sujetar el arca era la de evitar su caída. Esto demuestra, en primer lugar, que los sacerdotes judíos están defendiendo una moral material primitiva en la que cuentan los actos por ellos mismos al margen de la intención de quien los realiza, que en este caso era precisamente la de evitar que el arca sufriera algún daño; y, en segundo lugar, que evidentemente no fue Yahvé quien debió de causar la muerte de Uzá sino los sacerdotes judíos, a quienes les importaba un comino su intención, mientras que lo que de verdad les importaba era que el pueblo judío viera a Yahvé como un Dios terrible que no podía relacionarse con el pueblo directamente sino sólo por la mediación de su clase sacerdotal, que en su nombre cometió toda las barbaridades imaginables y más.

k) “El Señor envió la peste sobre Israel y murieron setenta mil israelitas. Dios envió un ángel para exterminar a Jerusalén. En pleno exterminio el Señor se retractó del mal que estaba infligiendo y dijo al ángel que exterminaba al pueblo: -Basta; que cese el castigo”15.

El presente texto es un ejemplo más de la arbitrariedad despótica tan absoluta de Yahvé –o, más exactamente, de los sacerdotes judíos-, pero tiene la particularidad de su carácter máximamente antropomórfico y nada respetuoso con la naturaleza supuestamente divina de Yahvé al decir que “el Señor se retractó del mal que estaba infligiendo”, pues tal cambio de actitud equivale a decir que Yahvé se arrepintió de sus actos –arrepentimiento que aparece también en otros textos16-, por lo que no sería ni perfecto ni inmutable, lo cual está en contradicción con las doctrinas teológicas del cristianismo.

l) “El Señor dijo a Moisés y a Aarón en Egipto: -[…] Esa noche pasaré yo por el país de Egipto y mataré a todos sus primogénitos, tanto de hombres como de animales. Así ejecutaré mi sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor”17.

De nuevo se muestra aquí la absoluta arbitrariedad de Yahvé, quien para forzar al faraón a que deje marchar a su pueblo se ensaña con toda una serie de personas e incluso de animales que nada tenían que ver con la actitud del faraón respecto al pueblo judío. Tanto éste como muchos otros textos ponen de manifiesto igualmente que Yahvé no era un Dios universal sino sólo un Dios tribal, el Dios de Israel, que se preocupa especialmente de él y se enfrenta a sus enemigos, y que a cambio le exige su fidelidad y su adoración, las cuales, por cierto, es difícil de entender para qué podían servirle, siendo un ser perfecto y omnipotente al que nada faltaba.

m) “[…] el Señor dijo a Moisés: -Extiende tu mano sobre el mar para que las aguas se precipiten sobre los egipcios, sobre sus carros y su caballería […] y así los arrojó el Señor en medio del mar […] No escapó ni uno solo […] e Israel pudo ver a los egipcios muertos en la orilla del mar. Israel vio el prodigioso golpe que el Señor había asestado a los egipcios”18.

Al igual que el texto anterior, éste describe el poder destructivo de Yahvé contra los enemigos de su pueblo, aunque evidentemente son los sacerdotes judíos quienes mediante este recurso pretenden aterrorizar al pueblo judío haciéndole ver el poder de su Dios y advirtiéndoles de modo indirecto de que ese mismo poder que ha servido para salvarles de los egipcios, de los que “no escapó ni uno solo”, podría utilizarlo contra ellos en el caso de que no mantuviesen su fidelidad19. Al igual que en el texto l aquí se muestra de nuevo el carácter tribal y no universal del Dios judío. Los sacerdotes judíos aceptaban la existencia de los dioses de los diversos pueblos, pero exigían a su pueblo la fidelidad a Yahvé como Dios que les había salvado de la esclavitud en Egipto, lo cual era un modo de exigirles fidelidad a ellos mismos como “pontífices” –creadores de puentes- entre ellos y su Dios Yahvé.

n) “Yo protejo a quien quiero y tengo compasión de quien me place”20 .

El presente texto es especialmente significativo para poner de manifiesto la arbitrariedad absoluta de Yahvé –o, como en tantas ocasiones, de los sacerdotes que dicen hablar en su nombre-cuyos actos no dependen de nada más que de su libre y absoluta voluntad. Por otra parte, sin embargo, tiene interés indicar que una afirmación como la que aquí aparece es la única congruente con la doctrina que defiende la omnipotencia divina, en cuanto tal cualidad implica precisamente que los actos divinos no pueden depender para nada de algo ajeno a su voluntad, y que, por ello mismo, tal como escribe Tomás de Aquino,

“en cuanto que [Dios] designó de antemano a algunos desde la eternidad para dirigirlos al fin último, se dice que los predestinó […] Y a quienes dispuso desde la eternidad que no había de dar la gracia, se dice que los reprobó o los odió […] Y puede también demostrarse que la predestinación y la elección no tienen por causa ciertos méritos humanos, no sólo porque la gracia de Dios, que es efecto de la predestinación, no responde a mérito alguno, pues precede a todos los méritos humanos […] sino también porque la voluntad y providencia divinas son la causa primera de cuanto se hace; y nada puede ser causa de la voluntad y providencia divinas”21 .

En esta línea de pensamiento, también Ockam comprendió bien en el siglo XIV que, desde un punto vista lógico, consecuente con la cualidad de la omnipotencia divina, ésta no podía tener límite alguno ni siquiera por lo que se refiere a una subordinación de su voluntad a supuestas normas morales absolutas, en cuanto éstas no serían buenas por ellas mismas sino que lo serían en cuanto Dios así lo quisiera.

ñ) “No tendrás otros dioses fuera de mí […] porque yo, el Señor tu Dios, soy un Dios celoso, que castigo la maldad de los que me aborrecen en sus hijos hasta la tercera y cuarta generación”22.

Estas palabras son una constante en el Antiguo Testamento: Yahvé habría librado a los judíos del poder egipcio y a cambio ahora parecía exigirles fidelidad, aunque realmente quien exigía esa fidelidad no era Yahvé, a quien nada podía importar ni molestar que los judíos le fueran fieles o no, sino los sacerdotes judíos, cuyo propio poder dependía de la obediencia que obtuvieran de su pueblo. En cuanto al hecho de que Yahvé castigue en los hijos “hasta la tercera y la cuarta generación” es un claro indicio de que tal costumbre debió de existir en los tiempos en que se escribió el escrito Éxodo, y de que quien escribió este libro presentó a Yahvé como un Dios vengativo pero además déspota, cruel e injusto, pues resulta inconcebible que un Dios pueda actuar de un modo tan irracional y perverso castigando a esos seres inocentes de la primera, segunda, tercera o cuarta generación, que nada tienen que ver con el delito que hubieran podido cometer sus antepasados. Un motivo especial de un castigo tan injusto es el de que en esos momentos en que se escribe el Pentateuco a los ideólogos religiosos judíos todavía no se les había ocurrido la brillante idea de que después de la muerte hubiera otra vida en la que Yahvé habría podido seguir castigando eternamente a los infieles y por eso tenía que lanzar su ira contra la descendencia de aquellos cuya muerte no era suficiente para pagar por sus faltas. Mediante la posterior doctrina del castigo eterno, que surgiría más adelante, ya no haría falta atemorizar el pueblo judío con la venganza de Yahvé contra las siguientes generaciones y de hecho esto fue lo que sucedió.

o) “Aquella misma noche, el ángel del Señor vino al campamento asirio e hirió a ciento ochenta y cinco mil hombres. Cuando se levantaron por la mañana, no había más que cadáveres”23 .

Aquí el interés del texto es el sorprendente número de muertes que causa el ángel del Señor, a quien al parecer lo mismo le daba cargarse a uno que a un millón, pues a su lado el hombre no era nada, y así, el pueblo judío, desde el momento en que contemplase con cuánta facilidad su Dios eliminaba a las tropas de los otros pueblos, sería más sumiso a Yahvé –o, más exactamente, a sus sacerdotes-.

p) “Voy a barrerlo todo de la superficie de la tierra, oráculo del Señor. Barreré hombres y ganados, barreré aves del cielo y peces del mar; haré perecer a los malvados, eliminaré a los hombres de la superficie de la tierra, oráculo del Señor”24 .

q) “-Así dice el Señor. Voy a llenar de embriaguez […] a todos los habitantes de Jerusalén. Los estrellaré unos contra otros, padres e hijos juntos, oráculo del Señor. Los aniquilaré sin piedad, sin misericordia, y sin compasión”25.

El texto p, en la misma línea que el anterior, sirve para aterrorizar a los judíos ante la amenaza tan drástica de Yahvé –o, más exactamente, de quien pronunció tal oráculo-, que parece decepcionado por su creación en general y no sólo por la del hombre, a quien ya estuvo a punto de extinguir con el famoso diluvio universal. Y el texto q, además de estar en línea con el anterior, añade la cruel barbaridad de “estrellar unos contra otros, padres e hijos juntos” y la de que el propio Yahvé afirme que actuará sin misericordia y sin compasión, lo cual le sitúa contradictoriamente en la antítesis del Dios infinitamente misericordioso y compasivo del que hablan los teólogos católicos.  

r) “El Señor está a tu derecha; aplasta a los reyes el día de su ira; juzga a las naciones, amontona cadáveres, quebranta cabezas a lo ancho de la tierra”26.

s) “[Dijo el Señor] Dirás: Esto dice el Señor: Aquí estoy contra ti; desenvainaré la espada y mataré a inocentes y culpables”27.

Lo mismo sucede en estos dos textos, pero con la particularidad de que en el texto s se habla de matar “a inocentes y culpables”, conducta que representa una imagen totalmente arbitraria, despótica e injusta de Yahvé –o de quien escribió el libro Ezequiel-, que toma tal decisión, tratando de igual modo a “inocentes y culpables”, como haría cualquier tirano terrenal. 

t) “El Señor es un Dios celoso y vengador; el Señor es vengador, su ira es terrible. El Señor se venga de sus adversarios, guarda rencor contra sus enemigos”28.

Por todo lo anteriormente mostrado es evidente que Yahvé es celoso, vengador, iracundo, salvaje, asesino y rencoroso; y que el Dios-amor no aparece por ningún sitio, por lo que nuevamente nos encontramos ante una nueva contradicción entre ambos Dioses.

Sin embargo y a pesar de la evidencia con que los textos anteriores muestran la crueldad del Dios judeo-cristiano, los dirigentes católicos afirman que su Dios es infinitamente justo, misericordioso y amor infinito, pasando por alto que estas cualidades se contradicen con la conducta de ese Dios bíblico, pues un castigo como el del Infierno del que luego han hablado tanto y que representa una simple venganza, ya que no sirve para mejorar al hombre considerado culpable sino sólo para hacerle sufrir eternamente, sólo resulta compatible con un Dios infinitamente sádico y vengativo, pero en ningún caso con un Dios misericordioso y amor infinito.

Pero, a pesar del carácter contradictorio de tal concepto de Dios, los dirigentes católicos han estado especialmente interesados en conservarlo, porque son conscientes de que el ser humano en general asume cualquier teoría siempre que se le adoctrine adecuadamente durante la infancia, periodo especialmente receptivo en el que un niño es capaz de aceptar como verdad cualquier contradicción por muy evidente que sea su falsedad, porque el temor al Infierno lleva a los creyentes a seguir las consignas de sus dirigentes en todos los terrenos, y porque, al presentarse ellos mismos como los administradores del perdón o de la eterna condenación, sus seguidores seguirán asumiendo cualquier consigna que se les dé, no sólo en el ámbito religioso sino también en el político, el cual les facilita el camino para ampliar sus privilegios políticos, sociales y económicos, y su dominio sobre las mentes de los niños, teniendo muy en cuenta que posteriormente serán adultos.

Es evidente, por otra parte, la existencia de una contradicción entre el supuesto amor divino infinito y su venganza igualmente infinita: ¿Qué padre condenaría a su hijo a un castigo eterno? ¿Con qué finalidad? Un castigo que nunca acaba no sirve para otra cosa que para hacer sufrir inútilmente y sólo por el sádico placer de gozar con el sufrimiento ajeno. Este fue el planteamiento que tuvo en su cabeza Tomás de Aquino cuando escribió:

“Para que la felicidad de sus santos más les satisfaga, y por ella den mayores gracias a Dios, se les concede que contemplen perfectamente el castigo de los condenados”29 .

¡Y ésa es la religión del amor! ¡Y lo dice el eximio doctor Tomás de Aquino, tan estimado y fundamental para la fijación de las doctrinas católicas!

Los dirigentes católicos, deseando neutralizar la imagen tan cruel, brutal y despótica de su Dios en el Antiguo Testamento, fueron introduciendo progresivamente la imagen de un Dios distinto, un Dios caracterizado por un amor y una misericordia infinitas, un Dios que, según ellos, murió para salvar al hombre de sus pecados. Sin embargo, al margen de lo teatral, contradictorio y sádico que resulta que el supuesto Hijo de Dios –del que no se habla para nada en el Antiguo Testamento-tuviera que sacrificarse muriendo en una cruz, convirtiéndose en víctima propiciatoria para que su Padre perdonase al ser humano, sigue siendo ridículo hablar de un “Dios-Amor” si se tiene en cuenta que los diversos castigos del Antiguo Testamentos no son nada en comparación con el castigo del Infierno, que tantas ocasiones se menciona en el Nuevo Testamento en cuanto supone un castigo sin final y sin otra finalidad que la del castigo por el castigo mismo.     

Ya en el Antiguo Testamento surgió en cierto momento, aunque de modo ambiguo, la idea de que la muerte terrenal no equivalía a una muerte definitiva, de manera que habría cierta continuidad de la vida, donde los infieles a Yahvé, llevarían una especie de segunda vida envuelta en la soledad, en “el país de los muertos”, tal como se escribe en Ezequiel:

α) “Esto dice el Señor [a Tiro]: Te convertiré en desierto, como ciudad deshabitada […] Te arrojaré con los muertos, con las gentes del pasado, y te haré habitar en las profundidades de la tierra, en el país de la eterna soledad”30.

β) “Todos están destinados a la muerte, a bajar a lo profundo de la tierra, al país de los muertos”31.

γ) “Hijo de hombre, di al faraón, rey de Egipto, y a su pueblo: […] Todos están destinados a la muerte, a bajar a lo profundo de la tierra, al país de los muertos”32.

Pero, todavía en el Antiguo Testamento, aparece por fin la audaz idea según la cual después de la muerte se producirá una resurrección a partir de la cual unos se despertarán “para la vida eterna” y otros “para el castigo eterno”, aunque todavía los sacerdotes judíos no habían llegado a fantasear acerca de cuál podría ser ese castigo a fin de aterrorizar más y mejor a su asustado pueblo. Así, se dice en el libro de Daniel:

δ) “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra se despertarán, unos para la vida eterna, otros para la vergüenza, para el castigo eterno”33 .

Y, ya en el Nuevo Testamento, Mateo describe cómo será el fin del mundo, señalando que los malos serán echados “al horno de fuego” (texto ε) o “al lago ardiente de fuego y azufre” (texto η) o “al fuego eterno” (texto ι), mientras que en el Apocalipis de Juan el Anciano (texto η) y en el texto de Marcos (texto θ) se insiste en la doctrina de que ese castigo tendrá carácter eterno (textos ζ y ι):

ε) “Así será el fin del mundo. Saldrán los ángeles a separar a los malos de los buenos, y los echarán al horno de fuego; allí llorarán y les rechinarán los dientes”34.

ζ) “Apartaos de mí, id al fuego eterno, preparado para el diablo y sus ángeles”35.

η) “En cuanto a los cobardes, los incrédulos, los depravados, los criminales, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras, y los embusteros todos, están destinados al lago ardiente de fuego y azufre, que es la segunda muerte”36

θ) “Más te vale entrar tuerto en el reino de Dios que ser arrojado con los dos ojos al fuego eterno, donde […] el fuego no se extingue”37

Más adelante Pablo de Tarso presenta la idea del castigo eterno como un acto de venganza divina que tendrá carácter eterno, pero no como un acto de justicia. De nuevo aquí, recordando los textos del Antiguo Testamento, Pablo se sirve de la Ley del Talión como el modo más natural de compensar un delito o un daño, sin tener en cuenta que su Dios misericordioso era incompatible con dicha ley:

ι) “Puesto que Dios es justo, vendrá a retribuir con sufrimiento a los que os ocasionan sufrimiento; y vosotros, los que sufrís, descansaréis con nosotros cuando Jesús, el Señor […] aparezca entre llamas de fuego y tome venganza de los que no quieren conocer a Dios ni obedecer el evangelio de Jesús, nuestroSeñor. Éstos sufrirán el castigo de una perdición eterna, lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”38.

Por su parte, Lucas –o quien escribiese el evangelio correspondiente-, mucho más dado a la fantasía, a lo largo de sus escritos se recrea describiendo la dureza del castigo del Infierno describiendo una supuesta escena en la que un rico condenado ruega a Abraham que moje su lengua con agua y en la que su petición es denegada:

κ) “Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lazaro en su seno. Y gritó “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro para que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas”. Abrahán respondió: “Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás aquí atormentado […]”39.

Finalmente en Mateo no sólo se habla del Infierno sino que llega a afirmarse que el reino de “los escogidos” es muy limitado, de manera que la mayor parte de la humanidad continuará su vida eternamente sumida en las penas eternas del Infierno, pues… 

ι) “son muchos los llamados, pero pocos los escogidos”40.

De acuerdo con la dogmática tradicional de los “teólogos” de esta organización, el señor J. Ratzinger –alias Benedicto XVI-, actual jefe supremo de la multinacional católica, ha vuelto a afirmar la doctrina de la existencia del Infierno como castigo eterno, afirmación que, por otra parte, no hubiera podido cambiar en cuanto pretendiera ser coherente con la doctrina tradicional cristiana referida a los “dogmas”, considerados como doctrinas incuestionablemente verdaderas.

Así que de nuevo cabe preguntarse: ¿Dónde se encuentra el Dios-Amor, del que hablan los dirigentes católicos, cuando continuamente nos encontramos con el Dios salvaje y déspota del Antiguo Testamento o con el Dios infinitamente vengativo del Nuevo, que condena al castigo eterno del Infierno a la mayor parte de la humanidad?

En estos últimos años algunos dirigentes católicos, como Karol Wojtyla –“Juan Pablo II” para sus fieles-, al comprobar que cada día ha ido en aumento el número de críticas contra doctrinas tan irracionales y absurdas como ésta, han pensado que tal vez podían solucionar esta dificultad insuperable considerando que en realidad no era Dios quien condenaba sino que era el hombre quien elegía libremente vivir alejado de Dios, de manera que el Infierno no consistiría en otra cosa que en un estado de alejamiento de Dios. El señor K. Wojtyla, máximo dirigente de la organización católica, dijo que había que interpretar correctamente las palabras de la Biblia, que harían referencia al vacío de una vida sin Dios, de manera que el Infierno haría referencia, más que a un lugar, a la situación en la que llegaría a encontrarse quien libre y definitivamente se alejase de Dios.

No obstante y para refutar de manera clara y definitiva esta interpretación, basta con tener en cuenta los anteriores textos en los que se insiste de modo inequívoco en que el Infierno es un castigo que proviene de Dios y en que, al margen de su sentido como sufrimiento psíquico, tiene indudablemente el carácter de un sufrimiento físico y eterno. Hay que insistir en definitiva en que, a pesar de que la reinterpretación del Infierno como un alejamiento de Dios, libre y voluntario por parte del hombre está en diáfana contradicción con los textos citados, y, a pesar de que mediante esta “solución” Dios quedaría libre de cualquier responsabilidad por lo que se refiere al destino del hombre, en ella se olvida en primer lugar, como se ha podido ver, que, cuando en la Biblia se habla del Infierno, no se lo describe como un lugar o un estado al que uno se dirige voluntariamente sino como un lugar de castigo eterno al que el mismo Jesús envía a quienes no tengan fe en su palabra o no la cumplan; y, en segundo lugar y como también se ha dicho y comprobado en reiteradas ocasiones, de acuerdo con las doctrinas de esta organización, el hombre no elegiría nada por su propia cuenta sino que, según indican Pablo de Tarso o Tomás de Aquíno, todo cuanto el hombre decide o hace es Dios quien lo decide o hace, por lo que, el hombre no elegiría alejarse de Dios, sino que habría sido Dios mismo quien habría decidido esa supuesta elección del hombre.

Además, la doctrina de que alguien eligiera apartarse del bien de manera consciente sería contradictoria en cuanto el hecho mismo de elegir determinado objetivo es lo que demuestra qué es lo que considera como bueno quien lo elige, de manera que, en cuanto el Infierno representase el mayor mal, es inconcebible por contradictorio que alguien pudiera elegirlo, pues sólo se desea lo que se presenta con cierto atractivo para el hombre, pero el Infierno en cuanto tal, siendo por definición el mayor mal posible, no podría ejercer sobre el hombre atractivo alguno; en consecuencia, nadie se alejaría voluntariamente de Dios en cuanto en teoría fuera el bien absoluto. De acuerdo con este planteamiento, Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, decía que “la voluntad no puede dirigirse a ninguna cosa sino por la consideración del bien”41, y así esta figura del Cristianismo proporciona una crítica implícita al argumento anterior pues, si el bien es aquello a lo que todo tiende42, no tiene sentido afirmar al mismo tiempo que se pueda elegir el mal por el mal.

Esta doctrina sobre un castigo eterno que emana de un Dios, del que se afirma al mismo tiempo que es misericordia y amor infinito, encierra una contradicción tan evidente que parece totalmente innecesario añadir comentario alguno, pues no sólo es contradictoria con el amor y la misericordia infinita del dios cristiano sino también con la anterior consideración según la cual todo lo que aparentemente hace el hombre es Dios quien lo hace, por lo que en ningún caso podría el hombre ser responsable, culpable y merecedor de castigo alguno.

Además, sería realmente asombroso que el hombre fuera más capaz de perdón que el propio Dios, cuya misericordia se suponía infinita en cuanto fuera verdad la doctrina según la cual “Dios es amor”, pues, efectivamente, no hace falta cavilar demasiado para comprender que la existencia del Infierno es contradictoria con tal doctrina, ya que, si resulta inconcebible que el más malvado de los hombres fuera capaz de castigar a un hijo con un sufrimiento eterno, sería un insulto a la bondad divina –si el Dios judeo-cristiano existiera-considerarla compatible con una monstruosidad semejante, teniendo en cuenta además que ese castigo no tendría otra finalidad que el del sufrimiento irracional, la absurda venganza, una crueldad infinitamente superior a la del conjunto de todos los crímenes de los nazis y del conjunto de la humanidad a lo largo de toda su historia.

En definitiva, la doctrina del Infierno es incompatible con la que afirma que Dios es misericordia y amor infinitos, y resulta asombroso comprobar hasta qué punto el adoctrinamiento religioso puede anular la racionalidad humana en cuanto logra que las mentes infantiles sean incapaces de ser consecuentes con la Lógica más elemental y mantengan dicha incapacidad durante el resto de su vida, perdiendo casi por completo la facultad de tomar conciencia de una contradicción tan evidente. Los dirigentes de la organización católica aprovechan la temprana edad de la infancia para troquelar las mentes de los niños grabando en ellas la idea de que “la fe está por encima de la razón” y que, por ese motivo, deben considerar que allí donde perciben una contradicción en realidad deben acostumbrarse a considerar humildemente que se trata de un profundo misterio cuya comprensión no se encuentra a “su” alcance.

Notas: 

1 En este sentido, conviene recordar las palabras de Tomás de Aquino, doctor de la iglesia católica, cuando escribió: “Algunos, no entendiendo cómo Dios puede causar el movimiento de nuestra voluntad sin perjuicio de la libertad misma, se empeñaron en exponer torcidamente dichas autoridades [bíblicas]. Y así decían que Dios causa en nosotros el querer y el obrar, en cuanto que causa en nosotros la potencia de querer, pero no en el sentido de que nos haga querer esto o aquello. Así lo expone Orígenes […] De esto parece haber nacido la opinión de algunos, que decían que la providencia no se extiende a cuanto cae bajo el libre albedrío, o sea, a las elecciones, sino que se refiere a los sucesos exteriores. Pues quien elige conseguir o realizar algo, por ejemplo, enriquecerse o edificar, no siempre lo podrá alcanzar […] Todo lo cual, en verdad, está en abierta oposición con el testimonio de la Sagrada Escritura. Se dice en Isaías: Todo cuanto hemos hecho lo has hecho tú, Señor. Luego no sólo recibimos de Dios la potencia de querer, sino también la operación” (Suma contra los gentiles, III, capítulos 89 y 90).

2 Lev 26:27-33.

3 1 Samuel 15:3.

4 2 Crónicas, 36:17.

5 Ese “me” se refiere a “Jeremías”.

6 Jer 14:14.

7 Jer 16:1-4.

8 Números 13:15-17.

9 Jer 19:9.

10 1 Reyes 11:1-10. El texto, un poco más desarrollado, dice: “El rey Salomón se enamoró de muchas mujeres extranjeras, además de la hija de faraón; mujeres moabitas, amonitas, adomitas, sidonias, e hititas, respecto a las cuales el Señor había ordenado a los israelitas: “No os unáis con ellas en matrimonio, porque inclinarán vuestro corazón hacia sus dioses”. Sin embargo, Salomón se enamoró locamente de ellas, y tuvo setecientas esposas con rango real, y trescientas concubinas. Ellas lo pervirtieron y cuando se hizo viejo desviaron hacia otros dioses su corazón, que ya no perteneció al Señor, como el de su padre David. Dio culto a Astarté, diosa de los sidonios, y a Moloc, el ídolo de los amonitas […] Otro tanto hizo para los dioses de todas sus mujeres extranjeras, que quemaban en ellos [en los altares] perfumes y ofrecían sacrificios a sus dioses”.

11 Ez 9:5-6.

12 Isaías 13:1-18.

13 Otra manifestación de esta forma de inferir un castigo, mediante recursos teóricamente inmorales se encuentra en Ezequiel 32:12, donde se dice: “Haré que gente aguerrida y cruel, la más cruel de todas, aniquile a punta de espada a tu pueblo numeroso; arrasarán la soberbia de Egipto, y toda su población será exterminada”. El subrayado de este último texto es mío.

14 1 Samuel 6:19.

15 1 Crónicas 21:14.

16 Así por ejemplo, en Éx 32:12-14, Moisés convence a Yahvé para que no destruya a su pueblo: “Aplaca el ardor de tu ira y arrepiéntete de haber querido hacer el mal a tu pueblo […] Y el Señor se arrepintió del mal que había querido hacer a su pueblo”. Un absurdo más: Un Dios perfecto que tiene que ser convencido por un hombre para calmar su furia… simplemente humana. Igualmente en 2 Samuel 15-17 se dice: “El Señor envió la peste desde la mañana hasta el tiempo fijado, y murieron desde Dan hasta Berseba setenta mil hombres del pueblo. Cuando David vio al ángel que azotaba al pueblo, dijo al Señor -Soy yo quien ha pecado, pero el pueblo es inocente. Castígame a mí y a mi familia. Entonces el Señor se retractó del mal y dijo al ángel que exterminaba al pueblo: -Basta; que cese el castigo”. Y también en Sal, 106: 34-45 se dice: “[Los judíos] no exterminaron a los pueblos como el Señor les había ordenado, sino que se mezclaron con los paganos, y aprendieron sus prácticas: dieron culto a sus ídolos, que fueron la causa de su ruina, e inmolaron sus hijos e hijas a demonios. Derramaron sangre inocente, la sangre de sus hijos y sus hijas, que inmolaron a los ídolos de Canaán. […] Por eso el Señor se enfureció contra su pueblo y llegó a aborrecer su heredad […] Pero […] recordó su alianza con ellos, se arrepintió por su gran amor”.

17 Éx 12:1-13.

18 Éx 14:26-31.

19 La misma finalidad aparece en el siguiente texto: “Has de saber desde hoy que el Señor tu Dios cruzará él mismo delante de ti como fuego devorador; él los exterminará y los derrotará ante ti. Tú los despojarás y los aniquilarás rápidamente, como te ha dicho el Señor” (Deut 9:3).

20 Éx 33:19.

21 O.c., c. 163.

22 Éx 20:3-5.

23 2 Reyes 19:35.

24 Sofonías 1:2.

25 Jer 13:13-14.

26 Sal 110:5-6.

27 Ezeq 20:8.

28 Nahum 1:2. Pueden verse otros textos similares a los anteriores en Eclo 36:1-8, 2 Crónicas 24:23, Salmos 136:1-10, Jeremías 9:6-10 Jer 14:11-12, Jer 14:14 y en muchos otros.

29 “Ut beatitudo sanctorum magis eis complaceat et de ea uberiores gratias Deo agant, datur eis ut poenas damnatorum perfecte intueantur” (Suma Teológica, Suplemento).

30 Ezeq 26:19-20.

31 Ezeq 31:14.

32 Ezequiel 31:1-14. También se habla de la resurrección de muchos de los muertos en Daniel 12:2.

33 Daniel 12:2.

34 Mateo 13:49-50.

35 Mateo 25:41.

36 Juan Apocal 21:8.

37 Mc 9:47. Un texto similar a éste se encuentra en Mateo 5:29-30, donde se dice: “te conviene más perder uno de tus miembros que ser echado todo entero al fuego eterno”.

38 2 Tesal 1:6-9.

39 Lc 16:23-25.

40 Mateo 22:14.

41 “Voluntas in nihil potest tendere nisi sub ratione boni” (Suma Teológica, I, q. 28, a. 2). En este mismo sentido dice más adelante que “la voluntad es un apetito racional” y “todo apetito es sólo del bien” (I-II, q. 8, a. 1). 

42 “Bonum est quod omnia appetunt”, dice Tomás de Aquino siguiendo a Aristóteles. 

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