«En la lucha o en la fiesta el machismo siempre apesta…» – Sobre el punk, los movimientos sociales y el machirulismo

Este escrito es una simple reflexión personal (y representa sólo mis propias conclusiones) en torno a unos hechos ocurridos durante los conciertos realizados en la noche del segundo día de la Feria del Libro Anarquista de A Guarda, llevada a cabo entre el viernes 24 y el domingo 26 de abril de 2014 entre el C.S. Fuscalho y un colegio cedido de esta localidad del Sur de Galiza.

Mientras tocaba 1984, una banda castellana con un estilo bastante potente mezclando el grindcore, el crust y el punk, un machirulo bailaba empujando y golpeando sin respeto con el pretexto del pogo, resultando especialmente invasivo con aquellas sociabilizadas como mujeres. Algunas compañeras que se sintieron agredidas se posicionaron contra él y le plantaron cara, ante lo cual su actitud fue chulesca y prepotente, y su manera de comportarse no cambió hasta que, tras lograr calmarle un poco, se habló con él y se le pidió que abandonase el espacio para evitar más inconvenientes. Por suerte, bastó y los conciertos pudieron continuar sin su molesta presencia.

Tras tocar el primer grupo, le llegó el turno a Transxenéricas, una banda de punk transfeminista compostelana que dejó claro desde un principio que no tolerarían el machismo y que reaccionarían ante la menor muestra del mismo. Todo iba bien hasta que, tras cantar la canción con el estribillo “¡Aparta, baboso!”, dedicada precisamente a todos esos “compañeros” que ejercen sus privilegios masculinos sin cuestionarse los sistemas de opresión que alimentan al hacerlo, y molestan y agreden constantemente con sus actitudes a las compañeras, otro individuo, amigo del primero, se pone delante, a pocos metros de las compas que estaban tocando, y lanza miradas lascivas hacia ellas, guiñando ojos y faltando grave y descaradamente al respeto, lo que genera una nueva reacción, que acaba con varixs de lxs presentes pidiéndole que se vaya hasta al menos acabar el concierto. Cabe señalar que, tras el concierto de Transxenéricas, llegó Herr Kontainer, una banda de hardcore punk con matices de crust desde Marín, y al menos el primer machito volvió a aparecer, bailando nuevamente sin respetar el espacio de muchxs compañerxs, teniendo que ser apartado varias veces por algunas y sin siquiera parecer darse cuenta. Durante el cuarto y último concierto, personalmente no estuve dentro, porque necesitaba aire fresco y salí afuera, y por eso no puedo valorar su actitud, aunque que yo sepa no se produjeron nuevos encontronazos.

No son pocas las ocasiones en las cuales hemos visto cómo, con la excusa de conciertos en centros sociales hay machirulos que aprovechan la menor ocasión para pasarse de la raya y, puestos hasta las trancas, bailan inoportunando a algunas de las presentes, y especialmente a aquellas personas a las que leen como mujeres. No obstante, la reflexión me parece importante también en este caso. Y es que son también muchas las veces que hemos hablado sobre ésto. Sobre el machismo en los movimientos sociales, sobre el problema de beber y drogarte si luego no sabes controlar tu comportamiento bajo los efectos de la sustancia que hayas consumido, y sobre la necesidad de cortar por lo sano con esta clase de conductas vergonzosas.

Personalmente odio las drogas, por considerarlas un instrumento de alienación y una herramienta de control social utilizada históricamente por los Estados con el objetivo de desmovilizar y eliminar a las fuerzas populares más antagonistas, legitimando de paso, una vez que las drogas han devastado los tejidos sociales, la introducción de una mayor presencia policial, las cárceles o unas leyes más restrictivas, justificándose con elementos clave de lo más hipócrita como lo son “la inseguridad ciudadana”, “la delincuencia” o “los peligros para la salud pública”. No obstante, es cierto que hay que valorar el impacto de cada sustancia por separado, pues no es lo mismo consumir marihuana o alcohol que heroína o cocaína, y hablar de “las drogas” en general, además de poco serio, nos aleja de un análisis coherente y práctico de la cuestión.

Yo hace tiempo que dejé de dar lecciones al personal con ese tema. Aunque no consuma alcohol ni tabaco o marihuana, ni por supuesto otras más duras, considero que no soy mejor que esas personas ni estoy, ni quiero estar, en posición de juzgar o criticar sus actos. Todxs tenemos incoherencias y no creo que ir aleccionando con discursos paternalistas o con una suerte de “prohibicionismo” soslayado resuelva nada. Al contrario, ese tipo de reproches suele acabar formando parte del problema y no de la solución. Es necesario un debate mucho más profundo y serio, que por ahora no está a nuestro alcance (o eso pienso yo al menos), lo que no implica que debamos dejar de hablar de ello.

Sin embargo, creo que todxs somos capaces (salvando casos excepcionales de personas que realmente no son capaces de controlar sus comportamientos, y que necesitarían otro tipo de ayuda) de saber dónde están nuestros límites, y de hacer un esfuerzo por no sobrepasarlos, sobre todo si, al hacerlo, creamos situaciones desagradables para todxs y para nosotrxs mismxs también, y obligamos a nuestrxs compañerxs a hacernos frente y tomar medidas, teniendo que emplear fuerzas y sentimientos de desprecio que deberíamos guardarnos para lxs que de verdad gestionan este asqueroso mundo y nos imponen todas sus miserias.

Personalmente, y pese a partir de una perspectiva privilegiada masculina y cis que limita el espacio de mis opiniones en torno a esta cuestión, valoro muy positivamente la reacción de las compañeras, tanto por su carácter inmediato como por su firmeza y desarrollo colectivo, haciendo patente aquella consigna de “Si nos tocan a una, nos tocan a todas”, así como también su manera de gestionar el problema a posteriori. A pesar de que yo mismo he caído en más de una ocasión en esa actitud asquerosa de exigir explicaciones de mala manera después de que, por una agresión de la que no me había dado cuenta a priori, una o más compañeras se enfadasen y me señalasen un comportamiento a revisar y cambiar, hay que tener presente que la labor pedagógica a la que socialmente se encuentran “predestinadas” todas las mujeres según los roles y las normas patriarcales impuestas (forzadas a dar explicaciones y dialogar pacientemente con sus agresores, e insultadas y criticadas si tras la agresión simplemente no quieren o no les apetece hacerlo, o si responden de una manera más drástica y agresiva a la altura de algunas circunstancias donde las palabras no bastan) es en realidad un detalle que ellas escogen tener con nosotros, hombres cisgénero, y no una obligación. Por eso, en cualquier caso, son ellas las que han hecho un esfuerzo para que los anarcomachos de turno puedan replantearse sus comportamientos durante el concierto, trabajárselo y mejorar, si es que de verdad tienen intención de hacerlo (si no, haced el favor y desapareced de nuestros espacios).

Respecto a vosotros, no entiendo cómo a estas alturas podéis seguir igual, con esas poses macarras tan patéticas y denigrantes para vosotros mismos y para lxs demás, tan cargadas de roles autoritarios y de todos esos valores despreciables que convierten el punk en basura patriarcal. Para mí, como anarquista, el punk y sus derivados no son sólo estilos musicales tan comercializables como todo lo demás, sino formas de expresión al margen y en contra del Estado, el Capital, el cisheteropatriarcado y cualquier otra institución opresiva y/o autoritaria. Es un vehículo autónomo para dar salida a los impulsos creativos (y destructivos) que laten en nuestros corazones, en esta realidad muerta, aburrida y redundante donde se nos niegan los medios y el espacio necesarios para ello, y múltiples instituciones y agentes del Poder trabajan para sumirnos en el hastío, la desesperación y la resignación, bombardeándonos con una cultura prefabricada, estéril y vomitiva, que responde a sus intereses y amenaza los nuestros. Es una explosión de rabia contra lo establecido, pero también de amor y de cariño hacia nuestrxs compañerxs y hacia la naturaleza que amamos y de la que somos parte. Es, en definitiva, la auto-organización, la solidaridad, y por qué no, también la violencia contra los opresores y sus símbolos e instituciones cuando ésta es necesaria, pero también es el cariño, la compasión, las miradas cómplices, los abrazos, la comprensión y la amistad en la revuelta contra el orden existente.

Por eso me apena y enfada ver que a pesar de todo, y después de tanto tiempo repitiendo los mismos discursos, aclarando las mismas equivocaciones y no consintiendo las mismas humillaciones y agresiones, éstas se siguen produciendo ya no sólo fuera de nuestros mundillos (en la sociedad cuya estructura despreciamos y combatimos), sino también dentro de ese gueto minúsculo del que a lxs anarquistas tanto nos cuesta salir. En los discursos queremos acabar con este mundo, destruir nuestras condiciones de existencia actuales, pero en la práctica ni siquiera somos capaces de poner fin a la opresión que ejercemos cotidianamente en nuestras relaciones y en nuestros actos. ¿Cómo pretendemos cambiar el presente si ni siquiera podemos cambiarnos a nosotros mismos? Y hablo en primera persona del plural porque yo también tengo actitudes de este palo, y no soy perfecto, ni quiero serlo. Pero es tu voluntad de mejorar (y los hechos que la respaldan) lo que te define realmente.

Sólo queda una cosa por decir, y que cada unx saque sus propias conclusiones y sea consecuente con las mismas. Como se podía leer en la camiseta de algunas compañeras durante la Feria:

“En la lucha o en la fiesta el machismo siempre apesta”.

La Rebelión de las Palabras
 Fuente: http://vozcomoarma.noblogs.org/?p=7689
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