El hambre en África del Este no es una fatalidad

HambreEl hambre que se abate sobre África del Este está a punto de ser la peor crisis humanitaria desde los años 1960. Más de 12 millones de personas están amenazadas en Somalia, Kenya y Etiopía, así como en Djibuti y en Eritrea. El campo de Dadaab en Kenya se ha convertido en algunos meses en el mayor campo de refugiados del mundo. Cerca de 400.000 personas están instaladas en él, cuando está previsto para 90.000.

Las condiciones de vida y de higiene son espantosas y las organizaciones humanitarias no tienen los medios para hacer frente a la llegada diaria de miles de nuevos refugiados. El gobierno keniata se ha negado a abrir otras instalaciones y muchos somalíes se encuentran bloqueados en los puestos fronterizos, sin poder tener ninguna ayuda.

Las responsabilidades de esta dramática situación incumben en muy gran medida a los responsables gubernamentales. Ya hace poco, en noviembre de 2010, más de 80.000 personas se habían refugiado en el campo de Dadaab. El flujo no cesaba de aumentar y no se puso en marcha ningún plan de acción. Solo ahora los países ricos prometen donaciones que están, por otra parte, muy lejos de poder responder a las exigencias sobre el terreno.

Las poblaciones de África del Este pagan las consecuencias del desorden climático. Las sequías han existido siempre, pero se hacen más largas y más frecuentes. Así, dos estaciones consecutivas han conocido la ausencia de lluvia. Esta situación fragiliza enormemente a las poblaciones. Además, los precios de los productos alimenticios y del carburante son muy elevados y se sitúan a nivel de 2008 (lo que había provocado entonces motines del hambre en una veintena de países). Este nivel de los precios impide a los campesinos más pobres alimentarse correctamente mientras esperan la próxima cosecha.

En Etiopía y en Kenya, los ampliamente corrompidos gobiernos que se aferran al poder a través de las elecciones trucadas, el clientelismo y las divisiones étnicas, no han tenido jamás política alguna para ayudar a la agricultura familiar. Muy al contrario, cediendo a los requerimientos del FMI y del Banco Mundial, han preferido una agricultura intensiva de exportación, siendo el ejemplo más conocido al producción de flores en Kenya. Así, regiones enteras de estos países han sido abandonadas, ninguna ayuda ni inversión han sido realizadas en sus infraestructuras, como las carreteras asfaltadas, los centros de salud, las escuelas o la perforación de pozos para agua. Cuando se producen las sequías, las organizaciones humanitarias están obligadas a alquilar camiones cisterna llenos de agua para aprovisionar a los pueblos abandonados.

Peor aún, esos gobiernos están subastando a grandes grupos capitalistas las tierras arables de sus países, provocando las expropiaciones de los campesinos y la imposibilidad para los pastores de alimentar a sus rebaños.

En cuanto a Somalia, el estado de guerra en el que se encuentra ese país es en gran parte responsabilidad de las potencias occidentales, particularmente los Estados Unidos, que han decidido derrocar al gobierno de los tribunales islámicos para reemplazarlo por un gobierno provisional fantoche y corrupto, combatido por una galaxia de grupos islámicos shebab.

El hambre, para millones de personas, es ciertamente una de las pruebas más angustiosas de la quiebra del capitalismo.

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