Confederalismo ibérico, una propuesta actual hacia la autogestión

Tras los sucesos ocurridos recientemente en Catalunya, el problema territorial en el Estado Español ha pasado a convertirse en una de las más candentes cuestiones de la actualidad. El procés catalán, masivamente apoyado en las calles por un parte muy importante de la ciudadanía, junto a los históricos reclamos de autonomía e independencia en las nacionalidades históricas, conforman los hitos principales de una situación explosiva  que puede conducir a una quiebra desordenada del Régimen del 78, tanto como a su restauración autoritaria sobre la excusa de la unidad nacional.

Para quienes venimos del mundo de los movimientos sociales, el municipalismo y el movimiento obrero, los procesos soberanistas, así como las ansias unitarias, de distintos sectores de la clase política, están repletos de contradicciones y ambivalencias.

El independentismo se alimenta de un interclasismo dirigido por sectores importantes de las burguesías locales con intereses muy ligados a la búsqueda de la continuidad de los regímenes de acumulación del capital en sus espacios territoriales, que se considera estarían mejor salvaguardados por una relación directa con la Unión Europea que eliminase la “parasitaria” intervención de las élites madrileñas que, con la excusa, más o menos venal, de la redistribución, vehiculan parte del excedente a la supervivencia de sus redes de corrupción.

Este independentismo burgués se ve acompañado, también, por amplios sectores de los movimientos populares periféricos, que ven en el proceso de ruptura unilateral una ocasión a la medida para la apertura de procesos constituyentes de profundización democrática, tanto a nivel local, como en el conjunto del Estado (o lo que quede del Estado tras la fractura). Una estrategia que muestra sus límites en la ausencia de articulaciones mutuas y en la imposibilidad, en ese contexto, de construir una izquierda antagonista, a nivel peninsular, que vaya más allá de lo mediático, así como un discurso compartido que supere el nivel de la máxima abstracción, expresada en conceptos como “la plurinacionalidad de España”, que siendo fundamentalmente acertados, nunca arriesgan a descender a lo concreto para diseñar una propuesta articulada y coherente. La ruptura creciente de las izquierdas, tanto estatales como locales, es una muestra palmaria de que no es la voluntad de transformación social la que está determinando la agenda o las discusiones públicas en los últimos tiempos, sino un nacionalismo estrecho, y muchas veces abiertamente neoliberal, compartido por los centralistas, pseudo federalistas e independentistas mayoritarios.

El unitarismo, por su parte, se repliega sobre la mítica narración de la salvaguarda de España como unidad de destino por medio del Estado centralizado, sólo sostenible desde un repliegue autoritario y autocrático, o sobre un brindis al constitucionalismo ligado a la supervivencia del Régimen del 78 como único horizonte, sin haber desarrollado nunca (en los últimos 40 años) un pensamiento federalista a la altura de las circunstancias. Y ello tanto si el unitarismo se declara de izquierdas o de derechas.

El análisis de la situación parece bascular entre los extremos. Por un lado tenemos el jacobinismo centralista, herencia del franquismo y su imaginería patriotera, del PP y Ciudadanos, que sólo podría sostenerse desde el autismo democrático y la negación obtusa de la realidad, construyendo un proceso de recentralización autoritario y, en última instancia, profundamente desestabilizador del propio Régimen.

Por el otro lado, tenemos las tensiones centrífugas del independentismo, ambivalente y contradictorio a nivel social, que, si siguen siendo encauzadas por las burguesías locales, podrían iniciar un proceso de fragmentación y voladura controlada (por las instancias del capital) del Régimen del 78, dejando inermes a los pueblos ibéricos frente a las oligarquías globales y a los flujos financieros transnacionales , convirtiéndolos en una suerte de protectorados “de facto” de las instituciones europeas, hegemonizadas por fuerzas neoliberales.

Entremedias, PSOE y Podemos, pese a hablar tímidamente de federalismo o plurinacionalidad, no pasan de propuestas genéricas y poco claras, respetuosas en esencia con el statu quo que ha conducido a esta situación. Colaboración con el régimen que, en el caso del PSOE, se ha vuelto palmaria al participar en la voladura de la autonomía de Catalunya por el gobierno central.  Esa indefinición histórica, marcada por la apuesta decidida por el Régimen y la Constitución del 78, realizada en la Transición por los partidos socialista y comunista, es la que ha llevado a que el federalismo se vea, por los movimientos populares de las naciones periféricas, como una opción vacía de significado y sobrepasada por la realidad.

¿Caben alternativas a la recentralización autoritaria o a la fragmentación en manos de las burguesías locales? Los movimientos populares de la Península Ibérica, podrían perfectamente, bucear en su historia en su búsqueda.

Para el republicanismo federal, uno de las principales vertientes del republicanismo histórico anterior a la Guerra Civil, de tendencias fuertemente  municipalistas y socializantes, la pluralidad de España, que había dado lugar a tensiones crecientes, sólo se podía solucionar desde la perspectiva federal.

El federalismo  era, en todo caso, lo que se llamaba un “federalismo sinalagmático”, basado en el libre pacto, con una fundamentación mucho más profunda que el federalismo limitado del que suelen hablar los aficionados a las constituciones neoliberales.

Se basaba en las autonomías municipales, y en su asociación, más que en la conformación de fuertes Estados federados centralizados. La cadena federal iba desde el individuo a la Confederación, pero tenía su centro en el municipio como lugar de expresión de la más profunda democracia local, donde las oligarquías podían ser sometidas a un control más estricto por las masas populares. La idea era que los distintos niveles de actuación del principio federativo (municipio, Estado federado, Federación o Confederación) se construían sobre la base del derecho a decidir, en base a competencias que se mantenían, en su mayor parte, en los escalones inferiores, donde el ejercicio del poder estaba más apegado a la voluntad y participación del ciudadano. Esto justificaba el recurso a las autonomías municipales durante la Primera República española, como sustrato democrático esencial.

Esta perspectiva contrasta fuertemente con la situación actual, en la cual la autonomía de los municipios ha sido limitada hasta el extremo con una legislación punitiva que los mantiene inermes al dictado del gobierno, convirtiéndolos en instrumentos pasivos de una política económica destinada al pago de una deuda ilegítima, por contraída únicamente para salvaguardar los intereses de las élites. Nos estamos refiriendo a la llamada Ley Montoro y las últimas modificaciones de la Ley de Bases de Régimen Local.

El federalismo fue incluso más creativo desde el punto de vista del análisis territorial: muchas de sus corrientes lanzaron o siguieron también las ideas del “latinismo” y del “iberismo”, como alternativas a un Estado Español débil, sometido, ya entonces, a las intereses geopolíticos de las potencias del Norte, y convertido en el paria conservador y reaccionario de Europa.

La Unión Ibérica, propuesta ya por Abate Marchena, imbuido de los aires liberalizadores de la Revolución Francesa, fue un ideal compartido por muchos intelectuales del siglo XIX español y portugués. Pero, pese al fracaso de la Primera República española,  el iberismo no fue nunca abandonado por los federales. Podemos reencontrarlo en las tentativas organizativas llevadas a cabo por el republicanismo más radical y filo-libertario de la Segunda República: el Partido Social Ibérico, de Salvador Cánovas Cervantes, en Madrid, o el Partido Republicano Federal Ibérico, que organizará Eduardo Barriobero en Cataluña, al hilo de la Guerra Civil, o el Partido Sindicalista de Ángel Pestaña. También lo encontramos en las perspectivas de auténticos fundadores del nacionalismo de izquierdas de algunos de los pueblos del Estado Español, como el andalucista Blas Infante.

Es más, desde el republicanismo federal el iberismo se filtrará en los medios obreros libertarios como una especie de música recurrente, íntimamente relacionada con la idea del internacionalismo proletario, pero partiendo de lo cercano. No en vano encontramos referencias claras en los nombres de las organizaciones libertarias como la Federación Anarquista Ibérica (FAI) o la Federación Ibérica de Juventudes Libertarias (FIJL), o en obras importantes de militantes anarcosindicalistas decididamente iberistas, como el libro “Hacia una federación de autonomías ibéricas” de Felipe Alaiz, director del principal periódico de la CNT, “Solidaridad Obrera” y, previamente miembro del grupo aragonés de intelectuales “Talión”, junto a Angel Samblancat, Gil Bel, Ramon Acín, Joaquín Maurín o Ramón J. Sender.

Después, el iberismo sería continuado por autores de la talla de José Saramago que en su libro “La balsa de piedra” reivindicaba la esencial afición a la protesta de los pueblos peninsulares.

¿Es el federalismo municipalista y socializante una propuesta a la altura de las necesidades populares del día de hoy? En el contexto de la recuperación, en el seno de los movimientos sociales no institucionales, del pensamiento municipalista y ecologista de autores como Murray Bookchin y Janet Biehl, parece que sí. Incluso, los experimentos sociales de Chiapas (los municipios autónomos zapatistas) o Rojava (el confederalismo democrático kurdo, que se ha extendido como proyecto a otros lugares como Sri Lanka) parecen presentar el federalismo y el municipalismo, sobre la base del protagonismo popular y el recurso a la democracia económica y la autogestión, como las alternativas esenciales al concepto dominante del Estado neoliberal, ante la casi segura imposibilidad de recuperar el Estado keynesiano como horizonte real en esta fase del capitalismo senil. Alternativas más o menos cercanas a esta perspectiva se han ensayado también en base al concepto de plurinacionalidad en Ecuador y Bolivia, y otros lugares de América Latina.

¿Tiene algún sentido el iberismo en este escenario? Despojados de todo esencialismo nacionalista, que ve en abstracciones y linajes reales el origen de los pueblos, para mejor entregarlos rendidos ante las oligarquías locales, la perspectiva de una Federación o Confederación, basada en el derecho a decidir, de los pueblos de Iberia, es la única que puede ahuyentar al tiempo los fantasmas del autoritarismo centralista y de la fragmentación autista, conformando un espacio practicable para la plurinacionalidad de base democrática.

Municipalismo, federalismo y autogestión, se plantean así como la única alternativa viable a la fragmentación acelerada sin ruptura con el orden socioeconómico neoliberal, que ha pasado a basarse en la gestión descentralizada de las decisiones que se toman a nivel supranacional, o incluso en los despachos ignotos de los fondos de inversión globales y empresas transnacionales.

No negamos la existencia de España. No negamos la existencia de Catalunya. No negamos la existencia de Portugal. Sólo decimos que, en un mundo de tiburones globales y oligarquías transnacionales que pueden derribar a los gobiernos moviendo sus capitales en fracciones de segundo, o imponerles rescates y recortes antisociales, sólo la solidaridad y el apoyo mutuo entre los pueblos de Iberia, y entre sus movimientos populares, puede construir una alternativa creíble.

La plurinacionalidad es una realidad. Los vínculos en común, también. El principio federativo y la escala ibérica, necesidades de los tiempos para construir un espacio realmente democrático en nuestra sociedad.

Confederalismo ibérico, pues, y municipalismo democrático, también en lo económico, como primeros puntos de apoyo para conformar una Europa radicalmente diferente y un Mediterráneo distinto. Un camino de apertura para la transición a una sociedad de lo cercano, la sostenibilidad y la participación popular.

Firmantes:

José Luis Carretero Miramar, Víctor López Núñez, Marta Hernangómez Vázquez, Jorge Moas Arribi y Antonio Lozano Grande (militantes de los movimientos sociales y del movimiento libertario).

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